No quiero que se confunda el sentido del título. No voy a tratar de la familia como un agente enemigo del estado. Ni mucho menos como una organización social que haya tomado la iniciativa primera para atacar al estado. En ese sentido, el título sería al contrario. Que es realmente como muchos lo plantearían. «El estado contra la familia». Y si, tienen completa razón. Es el estado, especialmente el contemporáneo, el que toma un rol de atacante permanente contra la familia. Y, además, con saña y sin escatimar fuerzas y medios. Podría muy bien escribir sobre éste tema. Pero creo que es el enfoque más tratado en esa cuestión.
Aún así, me interesa hacer unas anotaciones para poder proseguir con lo que será mi punto central.
Ya lo he dicho y reconocido. Fue y es el estado el que comenzó un enfrentamiento contra la familia. Pero, ¿por qué? Creo que casi todos podemos haber leído o, sospechar, que la razón se debe a varios motivos entrelazados.
Uno de ellos es la constante necesidad del estado en crecer, aumentar su tamaño, influencia y poder. El estado puede interferir en empresas, asociaciones, sindicatos y legislar y utilizar su fuerza para «regular» cualquier aspecto social que se le meta entre ceja y ceja. Y entiéndase «regular» como lo que es, definir completamente su funcionamiento según lo que le interese a la élite. Eso es relativamente fácil. Poder fijar la ley y tener el monopolio de la violencia lo convierte en una tarea muy sencilla. Y si el castigo o la sanción no funcionase, siempre se puede utilizar el bonito juego del riego económico. No hay ninguna organización que siendo suficientemente financiada, no obedezca. Temporalmente, por lo menos. Principalmente, porque los individuos que las forman son muy corruptibles. No así tanto las familias.
Así entendemos que en el proceso de ampliación del poder del estado, la familia es un capítulo más. El problema, es que la familia es uno demasiado duro. Por ello, entrando en el segundo motivo del ataque del estado a la familia, la virulencia del estado es tan exagerada. Ningún estado gasta tantos recursos y mala baba contra ningún particular ni organización social, si no le supone un hueso demasiado duro de roer. Y la familia lo es. Los miembros de una familia, aunque hablásemos de una familia bastante disfuncional, mantendrían una lealtad entre sus miembros, cierta disciplina y capacidad de sacrificio construida en algo más que mero interés económico. El interés económico es corrompible. Bien lo sabe el estado. Pero la familia o el hogar, no es una mera unidad económica colectiva, como le gustaría a Hacienda. La familia se mantiene firme y autónoma porque sus miembros forman una pequeña red de lazos emocionales, biológicos e identitarios que son exageradamente difíciles de doblegar. Nada le puede sentar peor al estado que tener en el seno de la sociedad, una enorme masa de organizaciones sociales autónomas y difíciles de dominar. Bueno, si, hay algo que le puede sentar peor. Y eso me lleva al tercer motivo.
La familia se muestra, en su conjunto, como una organización difícil de controlar. Pero hay algo peor para el estado. Y es que la familia, aunque pareciese lo contrario, es capaz de aumentar la autonomía del individuo. Algo que parece irónico, lo sé. El estado posmoderno aspira a una sociedad atomizada en individuos desarraigados fáciles de controlar, sustituibles y móviles, pura mercancía. Lo contrario que la familia. La familia, aunque se construye en una especie de «cierren filas» de sus miembros, ofrece un refuerzo de la autonomía a sus miembros. Porque, a veces, lo que parecen ironías, son las grandes certezas. Un individuo solo ante el poder, se encuentra con la autonomía de «obedece o sucumbe». La voluntad de individuo que detrás de él tiene a otros que saldrán en su defensa y apoyo, es mucho más difícil de quebrar.
Con éstos tres motivos explico la inquina del estado contra la familia. Aunque pueden encontrarse más. La identidad familiar y la conciencia del hogar, es la antesala de algo más
Alguien que tiene una fuerte conciencia familiar y de su hogar, un ánimo vivo para su defensa y mantenimiento, es muy fácil que ya disponga de los precursores de la identidad nacional y el patriotismo. No me atrevería a decir que haya una relación directa, pero hay cierta tendencia. Y vista la dinámica que pretenden que sigamos los mandamases, es muy peligroso dejar que haya gente dispuesta a defender a sus iguales y su hogar porque poseen una identidad colectiva definida. De ahí se pasa a defender a la patria demasiado rápido. Y queda claro que si algo quieren los gobiernos y élites actuales, es el estado sin nación, el pueblo sin patria y el individuo sin identidad. Lo cual es lógico, porque proviene de un poder sin alma.
Con esto ya quedan mostrados los motivos que llevan al estado a actuar contra la familia. Pero ese no era el punto que quería tratar. Mi foco es en la familia contra el estado. Pero no como organización agresora contra el poder establecido. Aunque el conjunto de familias de una sociedad tiene una capacidad de imposición sobre el gobierno mucho mayor de lo que pensamos. Mi punto es entender a la familia como la única institución social capaz de hacer frente a la atomización social que pretende el estado. El reducto social capaz de ofrecer al individuo una fuerza y una autonomía real ante un Leviatán dirigido por descastados. El último bastión. O el primero, si se está dispuesto a combatir.
Recuerdo, hace ya años, cuando la crisis inmobiliaria arrasó España, un comentario de un profesor de la facultad. Ante esos niveles de desempleo completamente insoportables para cualquier nación, España resistió. Y con España me refiero a la gente. El profesor, tratando de esos temas, me dejó grabado en la mente la frase «la auténtica seguridad social en España es la familia». Y no se le puede quitar la razón. Con un individualismo rampante como el de países «más avanzados», la situación de España habría sido de un drama mucho peor. Pero ante el desempleo y la miseria económica, las familias españolas actuaron y protegieron a sus miembros de forma completamente autónoma y de espaldas al estado. Aunque fue el estado el que dio la espalda e, incluso, pidió sacrificios. Y no es una crítica a ningún gobierno concreto. Es una observación general.
Lo irónico de esto, es que siendo la familia, la organización que consiguió salvar la situación y evitar, por el grado inasumible de miseria individual, un estallido social contra el estado, aún así, se la ataca sin cuartel. Lo cual, deja claro que el bienestar de la sociedad, la conflictividad, la inseguridad o ser agradecidos, no juegan en el tablero real de ningún gobierno. Del tablero que nos enseñan, quizás, pero en el que están jugando de verdad, no. Aunque también es lógico, puesto que el estado sabe que las familias no actuaron más que para proteger a sus miembros. Ningún abuelo sostuvo a sus hijos y nietos con su pensión, pensando en mantener la paz social y el poder establecido. Eso fue una consecuencia indeseada, ciertamente. Porque, indirectamente, también se protegió a nuestros verdugos.
Es la familia una institución que produce terror entre los poderosos. Es difícil de corromper, ofrece más seguridad que el estado, otorga una identidad y algo que nos trasciende, pero también nos puede dar un mayor grado de autonomía. Ósease, nos da más por menos. Y con lo que le gusta el economicismo al estado y a las multinacionales, se les hace inaceptable. Raro me parece que no hayan propuesto ya el quitarnos los apellidos y ponernos números de serie. Porque les gusta tenernos identificados e identificables, pero tener linajes ya es más incómodo. La identidad, parece, que nos la debe dar un bolso falso de Gucci y vestir como un mamarracho en felpa gris. Pero nada más.
Para resumir, si queremos hacer frente al estado y a quienes mueven sus hilos, nuestra principal arma son nuestras familias.
Y ahora, cuando se acerca la Navidad, no está de más recordar que a veces la lucha es agradecida. Disfrutar con nuestros seres queridos, recordar y reír juntos es algo que hace más por nuestro futuro que muchas revoluciones. Y es una patada directa a la espinilla para aquellos que nos quieren engrilletados.
Feliz Navidad.