La geopolítica de los Oscar [artículo ampliado]

La geopolítica de los Oscar [artículo ampliado]. Hasel Paris

 

La política siempre se cuela en la gala de los Oscar, generalmente mediante comentarios liberal-progresistas de “celebrities” multi-millonarias que lavan su mala conciencia con un feminismo “Barbie”, un ecologismo “Al Gore” o un (anti)racismo “Wakanda”. En esta entrega, el discurso Demócrata estaba tan presente que el presentador Jimmy Kimmel llegó a “bromear” preguntándose si Trump no debería estar en la cárcel.

Las elecciones presidenciales están cerca y parte de las élites (sean Pentágono, Silicon Valley o Hollywood) están nerviosas por un posible regreso de Trump. Curiosamente, uno de los temores histéricos que agitaban en 2016 era que un Trump convertido en presidente podría pulsar el botón rojo nuclear. Hoy resulta irónico acordarse, estando -ahora sí- al borde de una tercera guerra mundial de tipo nuclear gracias al gobierno de Biden.

Y más irónico resulta que una de las películas ganadoras de la ceremonia sea “Oppenheimer”, cuyo argumento gira en torno a la bomba atómica, un arma que de nuevo ha recuperado todo su protagonismo. Lo más revelador es la escena final [atención “spoiler”, o dicho sin anglicismos: vamos a destripar la película]. “Oppenheimer” termina con una visión premonitoria de un holocausto nuclear que destruye el planeta. ¿Profecía auto-cumplida?

La proliferación del arma que Oppenheimer trajo al mundo viene acompañada de la proliferación entre nuestras élites de la terrible mentalidad oppenheimeriana de que “el fin justifica cualquier medio”. Aunque la película pasa de puntillas sobre ello, el mismo Oppenheimer participó en la decisión de usar la bomba contra población civil japonesa. Incluso propuso personalmente atacar la antigua capital de Kioto, con sus miles de templos budistas y enclaves patrimonio de la humanidad. La idea fue descartada como excesiva por los propios militares estadounidenses, que escogieron Hiroshima y Nagasaki (con criterios igual de criminales pero menos escandalosos culturalmente).

Oppenheimer nunca se arrepintió del uso dado a su creación, sosteniendo hasta el final de sus días que habría servido para forzar una rápida rendición de Japón, acabando con la Segunda Guerra Mundial sin derrochar más vidas. Hoy sabemos, gracias a historiadores revisionistas como Gar Alperovitz o Howard Zinn, que ese razonamiento era una patraña, que Japón iba a rendirse igualmente y que las bombas se lanzaron para intimidar a la Unión Soviética. ¡Rusia, siempre Rusia! Años después de la Guerra Fría, el miedo a Moscú sigue en el centro del imaginario colectivo estadounidense, lo que se refleja en su circuito cinematográfico.

El año pasado, la estatuilla para el mejor documental fue para “Navalny”, una pieza propagandística producida por la CNN estadounidense sobre el disidente ruso, recientemente fallecido. Este año, el vídeo “in memoriam” (dedicado a los famosos que han muerto durante el curso) ha comenzado con un vídeo del propio Navalny. Es una escena de dicho documental, en que el opositor especulaba sobre la posibilidad de acabar asesinado. Aunque la hipótesis de que finalmente su muerte haya sido una ejecución directa por parte de Rusia está descartada incluso por el servicio de inteligencia de Ucrania, “la Academia” lo insinúa pese a todo.

 

Además, el mismo galardón al documental que en 2023 fue para “Navalny” ha sido, en 2024, para “20 días en Mariupol”, una producción ucraniana que fue retirada de un festival en Serbia por considerarse “propaganda anti-rusa”. El filme retrata las devastadoras condiciones de vida bajo el asedio militar al que Rusia sometió a dicha ciudad entre febrero y mayo de 2022. Pero falsea una parte de la historia y oculta otra.

Entre lo falseado hay imágenes tan emblemáticas como la de Marianna Vyshemirsky, la mujer embarazada que fue herida tras un bombardeo ruso en el hospital de maternidad de Mariupol. Contra su voluntad, su imagen fue grabada para ser explotada como herramienta de propaganda bélica, mientras se ignoraba su historia humana: fue desplazada del este de Ucrania meses antes por culpa de su gobierno, tuvo que huir a territorio ruso para evitar la persecución contra disidentes en su país y sostuvo en todo momento que la causa de sus heridas no fue ningún bombardeo ruso sino un ataque de artillería, quizás ucraniano. Con su testimonio dio validez a la narrativa de Moscú de que el complejo hospitalario era un objetivo legítimo, confirmando haber visto en las instalaciones presencia militar ucraniana.

 

Donde apenas hay presencia militar ucraniana es en el propio documental, que se centra en el terrible sufrimiento civil. Una imagen muestra un abriguito infantil enganchado entre las ramas de un árbol, evocando los efectos de una explosión en una urbanización familiar. Es otra escena falseada, robada de un documental emitido 8 años antes (“Игрушки для Порошенко”) que mostraba los crímenes del ejército ucraniano contra civiles en la región del Donbás. Una de esas víctimas fue la niña del abriguito en el árbol, asesinada junto con su hermano, padre y madre.

Quizás por eso no aparece en el oscarizado documental la defensa militar de Mariupol. Quizás era mejor no hacerse preguntas sobre su protagonista, el “Regimiento Azov” de la Guardia Nacional ucraniana, que ocupaba la ciudad desde que en 2014 la tomó reprimiendo a sus habitantes, expulsando a parte de su población y torturando a los opositores. Ocho años de terror ampliamente documentados pero no “documentalizados” en las pantallas de Occidente. Como tampoco la época posterior a 2022, en que una Mariupol reconstruida como territorio ruso sigue bajo ataque, pero ahora los misiles de largo alcance vienen del ejército ucraniano, que también golpea instalaciones sanitarias (como el Centro de Salud Yalta).

El ”Regimiento Azov”, una unidad ultra-nacionalista y con elementos neo-nazis, no es el primer ejemplo de un grupo armado extremista que haya sido “blanqueado” por Hollywood y los Oscar para mayor gloria de la geopolítica estadounidense. En 2017 fue premiado el documental “Cascos Blancos”, un publirreportaje sobre la oposición siria, estrechamente vinculada con elementos terroristas-yihadistas de Al Qaeda y el ISIS. Nada nuevo para Hollywood, que ya en 1988 ensalzaba a los talibanes en “Rambo 3”.

Hacia Oriente Medio ha apuntado también el discurso de Jonathan Glazer, que recogió el Oscar a la mejor película extranjera por “La zona de interés”. Su película narra la idílica vida de una familia de funcionarios nazis, a solo un muro de distancia de los crematorios de Auschwitz. El director decidió comparar este frívolo contraste con los israelíes que, a día de hoy, hacen su vida cotidiana ajenos al genocidio que su país está desatando al otro lado de la verja en Gaza.

“Me niego a que la identidad judía y la memoria del Holocausto sean secuestrados por un gobierno de ocupación que ha llevado el conflicto a tantos inocentes”, afirmó. Glazer, judío, atacó así el argumento fundamental del estado de Israel: que todo judío debería apoyar el sionismo, al que se le perdona cualquier crimen después de lo sufrido en el Holocausto. Glazer ha dicho que no le interesan las películas de la Segunda Guerra Mundial que sirvan pare decir “mira lo que hicieron en aquel entonces”, sino que la reflexión debe dirigirse a “lo que nosotros estamos haciendo ahora”, porque “la deshumanización es cosa del pasado y también del presente”.

Sus palabras han sido rápidamente respondidas desde Israel por Amichai Chikli, “ministro para la diáspora y el antisemitismo”, que tildó a Glazer de “judío antisemita”, abundando en la retórica de que ningún judío podría criticar al estado de Israel. Chikli también le afeó la comparación entre nazismo y sionismo, algo que supuestamente banalizaría los crímenes del primero. Cosa curiosa, viniendo de un ministro que ha afirmado que la moderada Autoridad Palestina es “una entidad neo-nazi”.

Entre el habitual feminismo “Barbie”, ecologismo “Al Gore” y (anti)racismo “Wakanda”, las palabras de Glazer fueron un acto genuino de valentía, especialmente en un ecosistema político tan influido por el lobby sionista. Otro acto de valentía fue el de Cillian Murphy, actor protagonista de “Oppenheimer”, que dedicó su galardón a todos aquellos que (en dirección opuesta a las élites globalistas) siguen trabajando por la paz y contra la guerra. No todos podemos ganar una estatuilla, pero sí hacernos eco de ese mensaje, aunque a veces nos cueste alguna “cancelación”. El precio de callar es mucho más alto, tanto para el honor propio como -lo que es más importante- para las vidas del prójimo.

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