La guerra austro-prusiana

La guerra austro-prusiana. Daniel López Rodríguez

Una vez vencido el reino de Dinamarca en tanto enemigo común, Prusia y Austria se enfrentaron en la Guerra de las Siete Semanas en 1866, una guerra que no fue popular pero que el gobierno prusiano consideró necesaria (aunque fue Austria la que le declaró la guerra a Prusia el 14 de junio).

El objetivo de esta guerra, que Bismarck preparó fría y meticulosamente, no era la expansión territorial ni los ventajosos bienes basales, sino la hegemonía de Prusia sobre Austria en todos los Estados alemanes. Bismarck fingiría que Prusia era víctima de una agresión austriaca. Austria se había quedado aislada tras la guerra de Crimea y, como aseguró con satisfacción Bismarck, la Santa Alianza estaba muerta.

En una formidable campaña militar que asombró a Europa, las tropas prusianas, en inferioridad numérica pero mejor armadas y asesoradas, consiguieron una victoria incondicional en tan sólo siete semanas (del 14 de junio al 23 de agosto).

Al igual que hizo tres años antes en la guerra contra Dinamarca al guardarse las espaldas buscando un aliado, en la guerra contra Austria Bismarck se buscó un nuevo aliado: el Segundo Imperio Francés de Napoleón III. En octubre de 1865 Bismarck procuró en Biarritz que Napoleón III -que tras la guerra de Crimea fue proclamado en París «el árbitro de Europa»- se abstuviese de intervenir en un previsible conflicto austro-prusiano, cosa que consiguió.

Bismarck procuró también la neutralidad de Rusia, resentida por la neutralidad austriaca durante la guerra de Crimea. Asimismo, el 8 de abril de 1866 pactó con el Reino de Italia, enemigo de Austria, y se comprometió a que se anexionase Venecia que estaba en posesión de Austria, la cual, al protestar ante la asamblea de la Confederación Germánica en la Dieta de Frankfurt, se ganó el apoyo de los Estados de Baviera, Hannover, Hesse-Kassel, Sajonia, Wurtenberg entre otros.

Al día siguiente, Bismarck propuso a la Dieta federal la convocatoria de un parlamento alemán elegido por sufragio universal a fin de llevar a cabo una reforma de la Confederación Germánica, que se tomaría como fundamento de la fusión de los gobiernos alemanes.

Las reacciones de Marx y Engels ante los planes de Bismarck demuestran lo alejados que estaban de la realidad política alemana. Escribía Engels el 10 de abril: «¡Qué bestia tiene que ser ese hombre, para creer que eso le va a servir de nada!… Si el proyecto llega a realizarse, por primera vez en la historia dependerá la marcha de las cosas de la actitud que tome Berlín. Si los berlineses se echan a la calle en el momento oportuno, puede la cosa tomar un rumbo favorable, ¿pero quién puede fiarse de ellos?». Y el 13 de abril añadía: «A juzgar por las apariencias, el buen burgués alemán, después de resistirse un poco, se aviene a ello (al sufragio universal), pues no en vano el bonapartismo es la verdadera religión de la burguesía. Cada vez veo más claro que la burguesía es incapaz de adueñarse directamente del Poder y que allí donde una oligarquía no se hace cargo del Estado y la sociedad, como ocurre aquí en Inglaterra, para regentarlos en interés de la burguesía y cobrándose bien el servicio, la forma normal de gobierno es una semidictadura bonapartista que lleva adelante los intereses materiales de la burguesía, aun contra ella misma, pero sin dejarla participar en el Poder. Por otra parte, esta dictadura se ve forzada a abrazar de mala gana los intereses materiales de la burguesía. Ahí tenemos, sin ir más allá, a Monsieur Bismarck, adoptando el programa de la Liga nacional. Claro está que una cosa es adoptar y otra llevarlo a la práctica, pero es difícil que Bismarck se estrelle contra el buen burgués alemán» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, Pág. 355).

Engels pensaba que contra lo que se estrellaría Bismarck era contra el ejército austriaco y que sería Austria la que podía forzar la paz con Prusia pero no al revés. Marx, que en cuestiones militares se sometía por entero a los juicios de Engels, decía lo mismo casi con idénticas palabras.

El 25 de mayo escribía Engels: «Si los austriacos son los bastante discretos para no atacar, pronto empezará la danza en el ejército de Prusia. Jamás se han mostrado estos mozos más rebeldes que en esta movilización. Desgraciadamente, sólo se sabe una parte pequeñísima de lo que ocurre, pero bastante para asegurar que con estas tropas no hay guerra ofensiva posible». Y el 11 de junio añadía: «La reserva va a ser en esta guerra tan peligrosa para Prusia como en 1806 lo fueron los polacos, que formaban también hacia una tercera parte de los contingentes y que lo desorganizaron todo. Con la diferencia de que la reserva, en vez de dispersarse, se rebelará después de la derrota» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 356).

Pero tras la batalla de Königgrätz escribía «el General»: «¿Y qué me dices de los prusianos? Han sabido aprovecharse de sus triunfos con una energía enorme. Es la primera vez que se presencia una batalla decisiva tan considerable liquidada en ocho horas. En diferentes circunstancias, hubiera durado dos días. Pero el fusil de aguja es un arma mortífera, y además, no puede negarse que aquellos mozos se batieron con una bravura que rara vez se ve en tropas como estas, acostumbradas a la paz» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 356).

Y el 25 de julio así resumía la situación: «Las perspectivas en Alemania, me parecen, ahora, muy sencillas. Desde el punto y hora en que Bismarck sacó adelante, con las armas prusianas y un éxito tan colosal, los planes de la burguesía pequeño-alemana, la marcha de las cosas ha tomado allí otros derroteros de un modo tan decisivo, que no tenemos más remedio, nosotros y los demás, que reconocer el hecho consumado, lo mismo si nos place que si nos molesta… La cosa tiene la ventaja de que simplifica la situación, facilitando la revolución al eliminar todo aquel lío de pequeñas capitales, y acelerando desde luego el proceso. Al fin y al cabo, no puede negarse que un Parlamento alemán no es precisamente lo mismo que una Dieta prusiana. Toda esa muchedumbre de Estados en miniatura se verán arrastrados al movimiento, cesarán las lamentables tendencias localistas, y los partidos dejarán de ser locales para adquirir una envergadura verdaderamente nacional» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 356).

Y Marx le contestaba el día 27: «Comparto en un todo tu opinión de que hay que tomar esa basura tal y como es. De todos modos, es agradable poder ver las cosas desde lejos, durante estos días inexpertos y románticos del primer amor» (citado por Mehring, Carlos Marx, págs. 356-357).

Napoleón III accedió a las peticiones de Bismarck porque pensaba que la contienda entre Austria y Prusia sería larga y ello le daría la oportunidad de actuar de mediador y así obtener ventajas territoriales. Napoleón III se comprometió a mediar entre los italianos y así lo hizo mediante la alianza ofensiva-defensiva contra Austria que se firmó en abril de 1866. Pero los planes del «pequeño Napoleón» se fueron al traste cuando Prusia venció a Austria en solo siete semanas. Sorprendido por la rápida victoria prusiana, movilizó sus tropas de «observación» hasta el Rin, pero vaciló.

El 3 de julio de 1866, con la victoria de la batalla de Sadowa (hoy en día territorio checo), Prusia consolidó su hegemonía en los Estados alemanes en detrimento de Austria. A mediados de julio el Reino de Italia lanzó una ofensiva contra Austria y tomó el Trentino, ocupado por Austria pero con población italiana. No obstante, a causa de la desorganización del ejercicio italiano, las tropas austriacas lograron aplastar el ataque el 24 de julio en la batalla de Custozza y el avance italiano quedó muy debilitado. Y días después Austria consolidó su victoria en la batalla naval de Lissa. Pero al día siguiente los italianos lograron vencer a los austriacos en la batalla terrestre de Bezzacca que aseguró para Italia los valles bajos del Trentino. Pero al día siguiente Austria pidió el armisticio a Prusia y por tanto los italianos se vieron obligados a suspender el ataque y por ello pactaron un armisticio con los austriacos el 12 de agosto.

El 23 de agosto ambas potencias firmaron la paz de Praga, que era la paz de Prusia con la que Austria tuvo que reconocer la disolución de la Confederación Germánica y su exclusión sobre el dominio de los Estados alemanes. Prusia se anexionó los Estados de Hannover y Hesse-Kassel y además Austria le cedió el ducado de Holstein más aportaciones económicas por indemnizaciones de guerra y también tuvo que asumir la pérdida del Véneto en favor de Italia. Todo esto no era del gusto de Napoleón III, aunque por supuesto sí era del gusto de Bismarck. En la paz de la victoria Prusia expulsó a Austria de la federación nacional alemana y se anexionó 22 Estados y ciudades libres de la Federación Alemana del Norte. Prusia obtuvo del botín de la guerra contra Austria la anexión de Hesse, Frankfurt, Hannover y Nassan, con lo cual se formó la Confederación Alemana del Norte (al norte del río Meno), que perfilaba ya la unificación de Alemania.

Marx y Engels, así como Schweitzer (sucesor de Lassalle en el movimiento obrero alemán), no tuvieron más remedio que aceptar la Confederación Alemana del Norte a pesar de su miseria y raquitismo, y aun no siendo gran cosa aportaba mejores condiciones al proletariado alemán que la Dieta federal. Liebknecht y Bebel, por el contrario, abogaban por destruir tal confederación.

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