La irrupción del populismo conservador en europa: posibilidades y limitaciones

La reciente victoria de Giorgia Meloni y de su partido, Fratelli de Italia, liderando una coalición que se describe como “conservadora”, en la vecina Italia, es el último episodio del avance en las naciones de Europa de partidos y movimientos a los que calificamos de populismo conservador. Obviamente, en España, la referencia de este tipo de partidos es Vox. En este artículo pretendemos analizar las posibilidades y limitaciones de estas fuerzas políticas desde la perspectiva ideológica de un hispanismo radical y soberanista, con una crítica razonada y razonable.

En primer lugar, vamos a triturar la estúpida acusación, repetida hasta la saciedad, tanto por la izquierda fucsia como por la derecha liberal, de que estos partidos son “fascistas”. Para ello analizaremos que fue realmente el fascismo, y teniendo en cuenta que este término puede tener dos significados reales: el régimen de Mussolini en Italia, que termina con la derrota de esta nación en la II Guerra Mundial, o también, de forma mucho más genérica, un conjunto de movimientos políticos que ocurren en Europa e Hispanoamérica en el periodo de entreguerras y que, con alguna excepción, desaparecen también después de la II Guerra Mundial.

Respecto a la acusación, también repetida hasta la saciedad, de ser “ultraderecha” o “extrema derecha” no vamos a pronunciarnos, pues estos términos son auténticos “flatus vocis”, sin ningún contenido real. En la cháchara política habitual hemos podido oír como se acusaba de ser de “extrema derecha” al PP, a C,s, a la ETA, a los separatistas catalanes, a los jueces y al sumsum corda. Por higiene mental no entramos en este debate.

El fascismo italiano, del cual procede el nombre genérico que se da a otros movimientos parecidos, nace como una escisión por la izquierda del Partido Socialista Italiano, del cual Mussolini era un destacado dirigente. El principal punto de beligerancia es la intervención de Italia en la I Guerra Mundial, tesis defendida por Mussolini y sus partidarios en contra del “pacifismo” de la Internacional Socialista. Terminada la guerra, y figurando Italia entre las potencias vencedoras, consideraron los intervencionistas que no había recibido, por parte de las demás potencias vencedoras, las compensaciones económicas y territoriales que le correspondían.

Todo ello acabó provocando la escisión, y la formación de los “fascios di combatimento” primero, y del Partido Nacional Fascista posteriormente, absorbiendo buena parte del llamado “sindicalismo nacional”, de inspiración soreliana, y también a los nacionalistas de Corradini, de tendencia más conservadoras. En las imágenes de la famosa “Marcha sobre Roma”, la totalidad de los dirigentes fascistas que acompañan a Mussolini son gente que procede del sindicalismo de matriz soreliana.

El fascismo italiano se percibió siempre a si mismo como un movimiento revolucionario, opuesto al liberalismo, y que se diferenciaba del comunismo soviético por oponer la Nación como sujeto político a la clase social. Aunque al llegar al poder el movimiento se moderó y “derechizo”, hasta el punto de tolerar la monarquía, estas premisas revolucionarias siempre estuvieron presentes, y volvieron a emerger con fuerza en la proclamación de la Republica Social Italiana, ya en plena guerra mundial y con la invasión aliada en Italia.

Las características fundamentales de este régimen fueron:

  1. Partido Único: el Partido Nacional Fascista
  2. Régimen económico corporativo. Aunque había empresas estatales, se admitía la propiedad privada de los medios de producción, pero con un rígido control estatal. Las corporaciones reunían a sindicatos y patronos con presencia y control por parte del Estado.
  3. Laicismo. El régimen NO era confesional, aunque respetaba el catolicismo como religión mayoritaria. Este laicismo no fue obstáculo para la firma del primer Concordato con la Santa Sede, con el reconocimiento del Estado Vaticano.
  4. Expansionismo. El régimen era partidario de la expansión colonial por África, y de aquí su intervención en Abisinia.
  5. Vagas apelaciones a la herencia de Roma, y afirmación de lo mediterráneo frente a lo anglosajón.

 

Curiosamente, el único movimiento importante fuera de Italia que reivindicó el término “fascista” fue la Unión Británica de Fascistas, de Mosley, que nació también de una escisión del Partido Laborista.

Es evidente que ninguno de estos elementos, más allá de vagas apelaciones a la soberanía nacional, está presente ni en el partido de Giorgia Meloni, ni el de Salvini, ni, mucho menos en Vox. Únicamente podemos encontrar ecos del intervencionismo estatal en el Rassemblent National de Le Pen. Y esto es así por dos razones, primero por que sus fuentes ideológicas no tienen nada que ver (ninguno de estos partidos procede de la izquierda) pero, sobre todo, por que las condiciones políticas, económicas y geopolíticas de la Europa actual no tienen nada que ver con la Europa de entreguerras.

Vamos a analizar primero cuales son estas condiciones en las que han emergido estas fuerzas políticas. Vamos a ver después sus aciertos y sus limitaciones, y finalmente, las posibles posiciones desde movimientos disidentes frente a la emergencia de estas fuerzas.

Desde nuestro punto de vista hay un acontecimiento fundamental, que cambia completamente el paradigma político, que es el hundimiento de la URSS, y que abre las puertas a la posmodernidad ideológica, y que da alas al proyecto de un mundo unipolar, con USA como potencia hegemónica, y el “fin de la historia” como mito aureolar.

Sin embrago, antes de este acontecimiento fundamental, hay una serie de cuestiones a comentar, de sucesos que marcan de alguna manera el camino. El primero es la aparición de la llamada Escuela de Frankfurt, que se empieza a gestar en los años anteriores a la II Guerra Mundial en la Republica de Weimar, pero que alcanza su máxima influencia en la década de los 60, y cuyo representante más paradigmático fue Herbert Marcuse.

Los pensadores de esta escuela eran todos de formación marxista, aunque la mayoría militaron en la socialdemocracia alemana y no en el partido comunista, pero realizaron una crítica tan profunda del marxismo que lo vaciaron de contenido. Su tesis era que la clase obrera se había aburguesado y perdido su potencial revolucionario, y, en consecuencia, había que buscar nuevos “sujetos” revolucionarios en las minorías oprimidas y/o que por su forma de vida cuestionaran el “estatus quo”: mujeres, homosexuales, inmigrantes, estudiantes. De hecho, se iniciaba el camino del abandono de la lucha de clases y el inicio de las llamadas “luchas parciales”.

Estas ideas fueron la base teórica del llamado “mayo del 68”, revueltas estudiantiles en muchas universidades de Europa y Estados Unidos. Aunque el movimiento surge en las universidades “progres” americanas, como Berckley, tuvo especial repercusión en Francia. Hay que señalar que, en el país galo, el movimiento fue impulsado por situacionistas (anarquistas), trotskistas y maoístas, pero que nunca tuvo el apoyo del PCF fiel a Moscú.

Este movimiento tuvo muy poco de revolucionario. Respondía a las exigencias del capitalismo de generar nuevos hábitos de consumo, y combatir la moral tradicional, que se había convertido en un obstáculo para el hiperconsumo masivo. Las bases para el consumismo, el hedonismo y el nihilismo que caracterizan a la posmodernidad se empiezan a consolidar en este movimiento.

Otro acontecimiento fundamental lo encontramos en la década de los 80, con la emergencia del neoliberalismo político, de la mano de Ronald Reagan en USA y de Margaret Thatcher en el Reino Unido. El neoliberalismo, como reforma del liberalismo clásico, se venia incubando desde los años cuarenta (Coloquio Walter Lippmann, Sociedad Montpelegrin), siendo Hayek uno de sus teóricos más importantes. Su sujeto político hay que buscarlo en el individuo, pero no en el individuo racional-cartesiano del liberalismo clásico, sino en el post-individuo consumidor. En contra del liberalismo clásico, el neoliberalismo consideraba que el Mercado no era un fenómeno espontaneo, y abogaba por un estado “intervencionista”, en el sentido de actuar para crear estas condiciones de mercado.

Por otra parte, este neoliberalismo apostaba por abandonar todas las políticas keynesianas y de protección social, ya que concebía la vida social como una lucha de “todos contra todos”, y consideraba que las políticas de protección social fomentaban la vagancia y la irresponsabilidad.

La caída de la URSS abrió un panorama excelente para estas propuestas. Los estados capitalistas ya no necesitaban demostrar que sus trabajadores vivían mejor que los de los países socialistas. El liberalismo, mutado a neoliberalismo, se había quedado solo al hundirse el principal referente del socialismo, ya no tenía que presentarse como una teoría política ni justificarse.

El hundimiento de la URSS significó el fin de la Guerra Fría, y dio pie a que los Estados Unidos acariciaran la idea de un mundo unipolar, sometido a su imperio. Como consecuencia tenemos una serie de fenómenos:

-La presión, cada vez mayor, de organizaciones internacionales, que no son más que tentáculos del angloimperio, sobre la soberanía de los estados y los pueblos.

– El incremento del inmigracionismo, cuya funcionalidad, aparte de proporcionar mano de obra barata y crear dumping social, es diluir las identidades de las naciones y los pueblos.

– El domino del globalismo y sus ideologías vicarias (agenda 2030) sobre los medios de comunicación, los programas educativos, las universidades, el cine, las series televisivas, en una proporción cada vez más asfixiante. El globalismo es una especie de síntesis entre neoliberalismo, socialdemocracia e izquierda “fucsia”, lo que le permite presentarse y auto percibirse como de izquierdas y “progre”, pero no es más que un tentáculo del angloimperio.

– La consolidación de la UE como rama político-económica del angloimperio para el control y la sumisión de Europa y la OTAN como rama militar de la misma.

– Las sanciones económicas, el aislamiento y la guerra destructiva contra cualquier estado que intente oponerse al globalismo: agresión a Iraq, a Serbia, a Siria, a Libia por parte de USA y sus aliados/vasallos. Sanciones económicas contra Polonia y Hungría. “Advertencias” de la van Der Leyden a los italianos de lo que les puede pasar si no votan “correctamente”. Humillación de Grecia, etc. La actual guerra contra Rusia forma parte de estos procesos.

Todo ello ha generado en muchas naciones europeas importantes bolsas de descontento en amplios sectores de la población. La destrucción de las clases medias, la conversión del proletariado en “precariado”, la presión fiscal creciente pero que no se traduce en mejora de los servicios, la sensación de sectores de la población de ideas conservadoras de que sus valores son constantemente criminalizados, los problemas generados por la inmigración descontrolada, la inseguridad y la delincuencia, el crecimiento del fenómeno okupa….Y la incapacidad del las izquierdas, socialdemócratas o fucsias, para encauzar este descontento, pues forman parte del Sistema que lo ha provocado.

En este contexto, los partidos y movimientos conservadores y populistas han tenido la habilidad de saber capitalizar este descontento. Con todas sus diferencias, que las tienen, partidos como el de Meloni, el de Salvini, el de Le Pen, Vox o Alternativa por Alemania han cabalgado sus éxitos electorales sobre estos sectores de la población que se sentían huérfanos de representación.

Ahora bien, una cosa es encauzar el descontento y otra, muy distinta, es tener capacidad de actuar sobre las causas del mismo. Esta capacidad depende del poder real que se tenga, pero también, y, sobre todo, de los objetivos propuestos.

En la acción política hay que distinguir entre lo que se quiere hacer y lo que se puede hacer. Hay que entender que, muchas veces, las deficiencias y la distancia entre las propuestas y las realidades responden a esta falta de poder, pero si lo conseguido va en la línea de lo deseado, la acción política es correcta. Un gobierno soberanista, como el de Hungría, enfrentado a la Comisión Europea, puede tener que ceder en algunas cosas, pero ello no es falta de voluntad, sino por falta de poder. No podemos deducir que este gobierno ha traicionado sus objetivos, sino simplemente que no ha podido cumplirlos.

Ahora bien, en el caso que nos ocupa, mi preocupación no está entre la distancia que pueda haber entre los objetivos y las realizaciones, sino en los objetivos mimos. Todos estos partidos coinciden en exigir a la UE más soberanía de los estados y menos injerencias en sus políticas internas. Esto les diferencia de los partidos liberal-conservadores, como el PP, que son absolutamente entreguistas de la soberanía nacional a los eurócratas. Es un objetivo muy loable, aunque no se consiga del todo, pues es poner palos en las ruedas del globalismo. Otro objetivo es el desarrollo de una “guerra cultural” contra las ideologías de la agenda 2030, y es también muy loable, aunque no se consiga al 100%.

Sin embargo, ninguno de estos partidos ha exigido, de forma clara y distinta, a la UE que desarrolle políticas propias al margen de los intereses de Estados Unidos. Ninguno de estos partidos ha considerado a la OTAN como una amenaza a la soberanía igual o mayor que la propia UE, y, en consecuencia, ninguno de estos partidos ha pedido la salida de la OTAN de la nación en la cual actúan. Y esto es lo preocupante.

La situación actual, la guerra de Ucrania, las sanciones contra Rusia, la crisis energética, el sabotaje al NS2, hace caer muchas caretas y ha puesto las cartas boca arriba. Meloni se ha apresurado a afirmar su apoyo a Zelensky, Le Pen guarda silencio, Vox, por boca de Rocío Monasterio ha acusado a Rusia (contra toda lógica) del sabotaje al NS2, mientras que Santiago Abascal en un tweet (a menos que sea un fake) afirmaba que “los lobbies climáticos estaban financiados por Rusia. De los polacos mejor no hablar. Los únicos que han tomado posiciones dignas, contra las sanciones a Rusia, han sido Orban y Alternativa por Alemania.

Insisto. Lo preocupante no es que no sean capaces de sacar a sus países respectivos de la OTAN, lo preocupante es que ni siquiera se lo proponen, que no consideran a la OTAN una amenaza a la soberanía, que no ven, o no quieren ver, que toda la basura ideológica de la agenda 2030, que combaten, procede de USA, que es un instrumento del globalismo, y que este globalismo no es más que la coartada ideológica del angloimperio.

Dicho todo esto, ahora voy a centrarme en el caso español, es decir, en Vox. Hay un libro muy interesante de Pedro Carlos González Cuevas, Vox, entre el liberalismo conservador y la derecha identitaria, en el cual sostiene la teoría de “las dos almas de Vox”. Según esta teoría existiría en Vox un sector liberal (a veces liberal extremo), atlantista, próximo a los “neocon” americanos, y otro sector más soberanista, más intervencionista en economía y más próximo a los planteamientos identitarios. Coincido con esta teoría, pero con un añadido: es evidente que el sector liberal es el que controla el partido.

Esta duplicidad, que en el futuro puede generar importantes tensiones, con evidente predominio del sector liberal, no solamente afecta a lo ideológico y a los posicionamientos internacionales, sino también a la acción política nacional y a las alianzas estratégicas.

Una política hispanista e identitaria, por ejemplo, sería incompatible con ser la muleta del PP, pues en la designación del enemigo principal, fundamental en toda acción política, se señalaría al tándem PP-PSOE, al bipartidismo y en general al Régimen del 78, y sería tan impensable una alianza con el PP como con el PSOE. En cambio, si partimos de las premisas liberales extremas, la designación del enemigo es distinta, se señala a la izquierda y a los nacionalistas, y se considera al PP como un aliado natural, al que hay de “derechizar”.

Es evidente que la estrategia de Vox es la segunda, lo cual demuestra el predominio absoluto del sector liberal. Ello puede acabar acarreando consecuencias nefastas desde el punto de vista electoral, pues si el electorado acaba viendo a Vox como una simple muleta del PP, acabará trasvasando votos al partido mayor. Lo peor que le podría pasar a Vox es un gobierno de coalición PP-Vox, pues la experiencia demuestra que en estos casos el grande se como al chico.

Pero también hay que reconocer que hay en Vox militantes, mandos intermedios e incluso diputados, que no están es esta línea. Si en el futuro aumentara su influencia en el partido, este podría cambiar algunos de sus posicionamientos de forma notable. También quiero aclarar que estas tensiones ideológicas no tienen nada que ver con el “affaire” Macarena Olona. Las tensiones que ha provocado esta señora se enmarcan en una cuestión de “ego” y de ambiciones personales, sin ningún tipo de dimensión ideológica.

Top