Son varios entre la gente que piensa, Santiago González, Virginia Tuckey, Carlos Tonelli, que vienen hablando del síndrome Messi, que es aquel que padece el talento argentino en su propia tierra.
Y así como Messi se destaca en el exterior y fracasa en Argentina, de la misma manera sucede con tantos argentinos talentosos que tienen éxito afuera y en nuestro país no son tenidos en cuenta.
La explicación es que el sistema institucional argentino, en todos los órdenes, promueve no a los talentosos sino a los mediocres.
La producción de sentido del sistema institucional argentino, tanto en el nivel del Estado como en el de la sociedad civil está constituido de tal forma que solo permite la elevación del mediocre. Y así son mediocres nuestros obispos, nuestros gobernantes, nuestros políticos, nuestros dirigentes sociales, nuestros profesores universitarios, nuestros investigadores, nuestros ingenieros, nuestros mecánicos, nuestros plomeros, nuestros constructores, y un largo etcétera.
Argentina dejó de inventar hace muchos años, pues alguna vez inventó. Inventó el dulce de leche, el colectivo, con el Dr. Favaloro el bypass, con el filósofo Luis Juan Guerrero un sistema de estética, la estética operatoria; con el primer peronismo “la constitución comunitaria” del Chaco; con el Ing. Berta y su motor Torino y un no tan largo etcétera. Pero, para poner una fecha emblemática, desde la restauración democrática para acá no se inventó nada. Llevamos casi medio siglo haciendo la plancha en el orden de las invenciones y creaciones. ¿A qué se debe eso, si tenemos muchos talentos? Es que los talentos brillan afuera y se marchitan adentro. ¿Quién no conoce alguno que se destaca en el exterior? Y ¿quién no conoce que destacándose en el exterior no es reconocido acá?
¿Qué hubiera sido de Baremboim si se hubiese quedado en Argentina? Estaría tocando el piano en una cantina o en una escuela de música. Porque el sistema institucional argentino lo habría ahogado, lo habría malogrado. Porque este sistema promueve y alienta a los mediocres.
No quisiera hacer algo autorreferencial pero los promocionados filósofos argentinos son el ejemplo más palpable. Primero, en los últimos cincuenta años no dimos ningún filósofo, a lo más que llegamos fue a algún que otro maestro de filosofía. Estos son los buenos profesores que nos evitan leer libros malos, los que nos evitan el esfuerzo intelectual al ñudo, aquellos que nos muestran un atajo para evitar tantos rodeos. Tuvimos algunos buenos investigadores, pero un investigador es, en el fondo, un especialista de lo mínimo. No ve el todo. Como me dijo uno de los buenos: “por fin terminé de hablar de la nóesis y el nóema”. O como me confesó el finado Ernesto La Croce cuando estaba por irse: “Me voy sin haber podido escribir sobre lo que quería”.
Hablando con propiedad un investigador en filosofía es un vaguito, porque se acomoda a un horario y un lugar al que concurre regularmente, investigando un tema puntual del que vive toda su vida útil hasta llegar a la jubilación del Estado con rango de funcionario.
Hace unos días nomás convoqué a un congreso nacional de filosofía para el 2019 en homenaje al primer congreso de 1949, que tantos talentos reunió y tan buenos frutos dio. Y la primera pegunta fue, qué universidad lo realiza. Y mi respuesta fue: y qué universidad está en condiciones de decir quién es filósofo y quién no. Hay que hacerlo desde la comunidad por aquello que afirmara un maestro de la filosofía como lo fue don Coriolano Alberini: “este Primer Congreso nacional dará singular prestigio a la Argentina espiritual… y esperemos que en un futuro florecerán genios filosóficos ajenos a la enseñanza oficial”.
La mediocridad hoy, en esta época de la nivelación, corta como aquella de «El siglo de las luces» de Alejo Carpentier. Cuántas vocaciones frustradas, cuántos talentos malogrados, qué enorme cantidad de creaciones silenciadas. Sin ir más lejos, hasta la segunda guerra mundial, los talentos se promocionaban, y no tanto por el Estado sino mas bien por la comunidad: un cura de pueblo descubría una vocación de lo que sea, y la animaba y ayudaba; las colectividades, sobre todo italianas y españolas, apoyaban a los que veían con talento. Pero todo eso desapareció. Los curas se transformaron en sociólogos y los tanos y gallegos se integraron con nosotros.
Hoy la promoción desde la sociedad civil quedó solo en manos de la poderosa colectividad israelita, que promociona solo a los suyos, lo que da por resultado, al menos en filosofía, la promoción de un hato de los mediocres (y cito al pasar: Aguinis, Kovaldoff, Abraham, Feinmann, Forster, Dario S., Madanes, Klimosky, Dujovne, Barilko, Heller et alii). Esto es grave, porque estos mediocres, más allá de desprestigiar a la inteligencia judía en Argentina, no han sabido sostener ni una sola tesis en cuarenta años de filosofía en Argentina. Yo no soy nadie, solo un simple arkegueta, pero con un trabajo constante de casi medio siglo en filosofía, presenté la teoría del disenso como generadora del auténtico diálogo; la tesis de América como lo hóspito, como matriz que nos recibió a todos que llegamos a ella desde lo inhóspito, la guerra, el hambre, la persecución, de la imposibilidad de llegar ser verdaderos hombres; inicié en Iberoamérica el estudio de la Metapolítica y me sumé a las tesis del giro aretaico en ética.
Por lo tanto hay que proponer y realizar un pensamiento de ruptura que nos permita romper con la opinión publica, que hoy ha sido reducida a la opinión publicada. La opinión establecida y disentir con las fake news que atiborran nuestra conciencia de mentiras y falsedades.