La revolución de 1848 (I)

La revolución de 1848 (I). Daniel López Rodríguez

La Primavera de los Pueblos

1830, 1832 y 1839 fueron simulacros de una segunda gran revolución, y ésta llegaría a finales de febrero de 1848, justo cuando se publicaba el Manifiesto del Partido Comunista, a causa de la crisis económica y financiera de 1847.

Estallaba la revolución en París, la cual se fue extendiendo por buena parte de Europa (en Bélgica, en los Estados alemanes, en Hungría, en Dinamarca, en Bohemia, en los Estados italianos y en Austria; aunque ya en 1846 los revolucionarios polacos alzaron la bandera revolucionaria, independentista, en Cracovia). El estallido revolucionario en buena parte del continente puso en peligro el pacto de 1815, esto es, lo firmado en el Congreso de Viena por Gran Bretaña, Austria, Rusia y Prusia el 20 de noviembre tras la derrota del Imperio Napoleónico en la batalla de Waterloo.

Las revoluciones de 1848 estaban encabezadas por ricos liberales que pedían libertad de expresión y ampliación del derecho al voto (asimismo, en el Imperio de Austria había nacionalidades que pedían independencia nacional). A todo esto hay que añadir una gran carestía en 1847, como ocurrió en otros países, provocando intensos conflictos y fuertes oleadas migratorias. La crisis económica de 1845-1847 provocó una fuerte recesión y hambruna por toda Europa.

El oleaje revolucionario puso en jaque a buena parte de las grandes capitales europeas, exceptuando Londres (la punta de lanza del capitalismo industrial) y San Petersburgo (la punta de lanza de la reacción absolutista).

Dicha oleada revolucionaria fue conocida como «la Primavera de los Pueblos». Las abortadas (o parcialmente abortadas) revoluciones europeas de 1848 y 1849 fueron, visto en retrospectiva, el punto intermedio entre la Revolución Francesa y la Revolución Rusa. 1848 fue, entonces, el punto intermedio entre la revolución capitalista y la revolución comunista. 1848 fue el annum mirabilis de las revoluciones. 1848 intentó ser proletario pero se quedó en burgués.

Como comentó Engels en 1886, tras 1848 el idealismo, al agotar «toda su sapiencia», quedó «herido de muerte» (Karl Marx y Friedrich Engels, Sobre la religión, Edición preparada por Hugo Assmann y Reyes Mate, Ágora, Salamanca 1974, pág. 345). Pero también lo estaba el materialismo mecanicista o también denominado «vulgar»; y por ello, a raíz de este humus, Marx y Engels procuraron construir el materialismo histórico y dialéctico en un tiempo de reacción en el que -como se dijo medio siglo después- «apenas quedó del internacionalismo más que el mortecino brillo de sus rescoldos» (John A. Hobson, Imperialismo, Traducción de Jesús Fomperosa Aparicio, Capitán Swing Libros, Madrid 2009, pág. 24).

La Segunda República francesa

La noticia de que el proletariado parisino había derrocado desde las barricadas a la Monarquía de Julio de Luis Felipe (el «rey-ciudadano», el «roi bourgeois», «rey de los banqueros», el rey masón), hizo que se enardeciesen los entusiasmos. Parecía que «el fantasma del Manifiesto comunista adquiría consistencia corpórea al fin» (Isaiah Berlin, Karl Marx: su vida y su entorno, Alianza Editorial, Traducción de Roberto Bixio, Madrid 2009, pág. 154).

Pero en realidad lo que al final se impuso no fue una república social o proletaria sino una república burguesa. La Segunda República francesa se proclamó el 25 de febrero de 1848 en las escalinatas del ayuntamiento de París, mientras la muchedumbre saqueada el Palacio de las Tullerías y quemaba el trono de Luis Felipe en la plaza de la Bastilla. Se formó un gobierno provisional de moderados, radicales y socialistas liderado por Alphonse de Lamartine, y elaboró una constitución (que finalmente se aprobaría el 12 de noviembre). En dicho gobierno «casi todos los ministros eran masones» (Ricardo de la Cierva, La masonería invisible, Editorial Fénix, 2010, pág. 421).

Se respiraba entusiasmo y euforia social. En abril se celebraron elecciones aplicadas con sufragio universal (aunque sólo masculino) con un electorado de nueve millones de votantes (frente a los 200.000 del sufragio censitario del régimen de Luis Felipe). En los comicios ganó el partido liberal-republicano con 500 escaños, seguido por los monárquicos orleanistas y legitimistas que eran mayoría en el campo y obtuvieron un total de 300 escaños. El resto de partidos obtuvieron 80 escaños (la mitad de ellos fueron a parar a los monárquicos absolutistas).

¿Qué pasó con el partido del proletariado, el partido que representaba, según Marx y Engels, a la «inmensa mayoría»? En El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1852) Marx consideraba a Blanqui y sus camaradas como «los verdaderos dirigentes del partido proletario [en Francia]» (Karl Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Traducción de Elisa Chuliá Rodrigo, Alianza Editorial, Madrid 2003, pág. 44, corchetes míos).

Ante los resultados de las elecciones Blanqui asaltó la Asamblea Nacional el 15 de mayo afirmando que el pueblo era engañado por falsos representantes y que debía ser educado en las virtudes sociales. El sufragio universal (restringido al voto masculino) no fue cómplice de los intereses de la clase obrera.

El Gobierno abolió la ejecución capital, para que así el nuevo régimen no se identificase con el Terror de la Revolución Francesa. También se concedió la libertad de prensa, legalizándose de paso el derecho de reunión y asociación y se reconoció el «derecho al trabajo» y la jornada laboral se fijó en diez horas. También se implantó la educación pública, gratuita y obligatoria para niños de ambos sexos. El 27 de abril sería abolida la esclavitud en las colonias.

La revolución en Bélgica

Mientras, en Bélgica la burguesía negociaba con el rey, el cual envió a sus tropas para que arremetiesen contra las masas populares. El Gobierno belga tenía fundadas sospechas de la Asociación Democrática de Bruselas se levantase en armas a imitación de los revolucionarios franceses, y además temía que el ejército revolucionario francés se solidarizase con dicho levantamiento. El gobierno belga provocaba a los extranjeros, con especial ahínco contra los emigrantes políticos alemanes, de ahí que Marx estuviese en el punto de mira de las autoridades belgas. En Bruselas, capital de un Estado que quería exponerse como ejemplo de monarquía civil, se estableció una colonia comunista que en 1847 se había desarrollado considerablemente. La Liga Comunista, visto el panorama revolucionario europeo, trasladó su autoridad a la sede de Bruselas, convirtiendo a Marx y a Engels en los jefes de la Liga.

A finales de febrero de 1848 Marx recibió a causa de la herencia de su madre una buena cantidad de dinero, unos 6.000 francos (que eran aproximadamente unos 1.250 táleros prusianos, que vendrían a ser algo menos de medio millón de euros); lo cual incrementó las sospechas de las autoridades belgas, creyendo que dicho dinero lo iba a emplear el revolucionario de Tréveris para comprar armas para la insurrección.

Y es posible que relegase un tercio de su herencia a tal acción, como podemos leer en una carta de su mujer: «Los obreros creyeron llegado el momento de procurarse armas, y así se adquirieron bayonetas revólveres, fusiles, etcétera. Karl donó de buena gana el dinero necesario, ya que acababa de ser favorecido con unos bienes. El gobierno belga vio en todo ello complot, conspiración: Marx obtiene dinero, compra armas, y por consiguiente debe ser eliminado» (citada por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág. 80).

El 3 de marzo a Marx le hizo saber el Gobierno belga que tenía 24 horas para abandonar el país. Así lo expresa el propio Marx: «El 3 de marzo, después de recibir a las cinco de la tarde una orden de abandonar el reino belga en un plazo de 24 horas, y mientras me encontraba ocupado, esa misma noche, con los preparativos para mi viaje, un comisario de policía se introdujo por la fuerza en mi casa, acompañado por diez policías, saqueó todo mi hogar y luego me arrestó, so pretexto de que carecía de documentos… Inmediatamente después de mi arresto, mi esposa visitó al presidente de la Sociedad Democrática de Bélgica, Monsieur Jottrand, para pedirle que tomara las medidas necesarias. Con exquisita cortesía, declaró que ella no tenía más que seguirlo, si deseaba hablar con Herr Marx. Mi esposa aceptó la invitación de buena voluntad. Se la llevó al departamento central de policía, y allí el comisario declaró al comienzo que Herr Marx no se encontraba en ese lugar. Luego le preguntó con rudeza quién era, y qué tenía que ver Herr Jottrand, y si llevaba sus documentos encima… So pretexto de vagabundaje, mi esposa fue llevada a la prisión del municipio y encerrada con prostitutas en una sala oscura. A las once de la mañana, a plena luz del día, se la condujo, con escolta de gendarmes, a la oficina del juez investigador. Durante dos horas, a pesar de vehementes protestas provenientes de todos los sectores, se la mantuvo aislada. Así permaneció a pesar del tiempo inclemente y de las groseras bromas de los gendarmes. Por último compareció ante el juez investigador, quien se mostró muy asombrado de que la policía, en su generosidad, no hubiese arrestado también a los niños pequeños. El interrogatorio no podía ser otra cosa que una farsa, y el resumen y sustancia del delito de mi esposa consistían en que, a pesar de pertenecer a la aristocracia prusiana, compartía los puntos de vista democráticos de su esposo. No deseo entrar en todos los detalles de este escandaloso asunto. Sólo quiero mencionar que después de ponernos en libertad, las 24 horas habían expirado, y que tuvimos que partir sin poder llevarnos ni siquiera los objetos necesarios» (Heinrich Gemkow, Carlos Marx, biografía completa, Traducción de Floreal Mazía, Cartago, Buenos Aires 1975, págs. 118-119). El comisario de policía que cometió esta infamia contra Jenny Westphalen sería destituido.

Según afirmó Jean-Joseph Bricourt el 4 de marzo, «la víspera del día en el cual se dictó la orden de expulsión, el señor Maynz -profesor de la Universidad de Bruselas- visitó personalmente al señor Opdebeek -jefe de la administración de policía o Sureté- para comunicar al alto funcionario lo siguiente: en caso de que la presencia del señor Marx y de otros alemanes pareciera a los ojos del gobierno como susceptible de quebrantar el orden público, dichos señores estarían dispuestos a abandonar el país a la primera advertencia que el gobierno les hiciera a este respecto. Y a estas palabras se le contestó que a los citados caballeros se les garantizaba la hospitalidad belga mientras no quebrantaran mediante actos abiertos el orden público» (citado por Enzensberger, pág. 83).

Ese mismo 3 de marzo Marx recibió una invitación del gobierno provisional francés en una carta lisonjera escrita el 1 de marzo por el radical Ferdinand Flocon: «Valiente y recto Marx, el suelo de la República Francesa es un Estado libre para todos los amigos de la libertad. El poder tiránico te expulsó, la libre Francia te vuelve a abrir sus puertas» (citado por Jonathan Sperber, Karl Marx. Una vida decimonónica, Traducción de Laura Sales Gutiérrez, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2013, pág. 215).

De todos modos las presiones contra Marx para que se fuese de Bélgica estaban de más porque éste ya había preparado todo para trasladarse a París, pues nada más estallar la revolución de febrero en Bruselas el comité de Londres en el que se afincaba el poder central de la Liga Comunista transfirió sus facultades al comité de Bruselas y éste, a su vez, lo transfirió el 3 de marzo a Marx, al que se le otorgaron poderes que harían reunir la nueva junta central de París. De modo que Marx partió hacia París. Sus pertenencias personales las recuperó ocho meses después tras un largo trámite burocrático.

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