La expresión “pasar de las musas al teatro” la acuñó Lope de Vega para elogiar su propia potencia creativa. Hablando de sus comedias, dice que “Más de ciento/ en horas veinticuatro/ pasaron de las musas al teatro”. Desde entonces la fórmula ha quedado en nuestra lengua común para señalar el paso de la teoría a la práctica, del pensamiento a los hechos. Goethe, en su Fausto, pone algo parecido en boca de Mefistófeles: “Está bien poetizar sobre las nubes, pero las manzanas hay que morderlas”.
Estos años aciagos de pandemia nos están brindando múltiples oportunidades de morder manzanas y pasar de las musas al teatro. La penúltima (porque siempre vendrán más), a propósito de la vacunación y, más específicamente, de la vacunación obligatoria para los niños. A todos (o, más bien, a algunos) nos gusta mucho hablar de libertades personales, de soberanía, de autonomía respecto al poder, de resistencia ante los tejemanejes de oligarquías mentirosas, etc., ¿verdad? Pues bien, aquí hay un perfecto ejemplo de cómo ha llegado el momento de pasar de las palabras a los hechos. ¿Repasamos unas cuantas cosas que hay que saber? Vamos allá.
Primero: las vacunas que conocemos contra el Sars-Cov-2 se encuentran en fase experimental. ¿Sí o no? Sí: de hecho, han sido autorizadas sólo como medida de emergencia.
Segundo. Los efectos secundarios de las vacunas distan de ser conocidos: ¿Sí o no? Sí: desconocemos los efectos secundarios. A medio y largo plazo, por supuesto, los desconocemos porque no ha dado tiempo a conocerlos. Pero también a corto plazo: de hecho, la aparición ocasional de trombos tras la vacunación no estaba descrita por los fabricantes. En este sentido, que las farmacéuticas hayan declinado toda responsabilidad sobre los efectos de sus vacunas tampoco ayuda a tranquilizar los ánimos.
Tercero. Los menores son el segmento de edad mejor cubierto contra el coronavirus. ¿Sí o no? Sí, sin duda: si algo se sabe de este virus es que los menores, si lo contraen, lo desarrollan con muy ligeros síntomas y que los casos de ingreso clínico son poquísimos, y prácticamente irrelevantes los casos con un desenlace grave.
Cuarto. Hasta dónde sabemos, los vacunados pueden seguir contagiando al prójimo. ¿Sí o no? Sí: lo dice Anthony Fauci, que es uno de los padres de todo este jaleo. Las vacunas conocidas están diseñadas para que el vacunado resista al virus y, por tanto, las consecuencias de la enfermedad, si la contrae, sean muy leves, pero no impiden que el vacunado pueda recoger el virus y pasarlo a otros. En ese sentido, el argumento de que hay que vacunar a los niños para que no sean agente de contagio pierde bastante fuerza.
Quinto. La Agencia Europea del Medicamento ha desaconsejado expresamente vacunar a los menores. ¿Sí o no? Sí y no. Primero lo desaconsejó expresamente. Después, a finales de mayo, dio luz verde. ¿Había pasado algo relevante entre ambas decisiones contradictorias? No. Ahora bien, una cosa y la otra no pueden ser verdad simultáneamente. ¿Entonces? Entonces lo único que cabe es desconfiar de la Agencia Europea del Medicamento.
Sexto. Las farmacéuticas desaconsejan expresamente vacunar a los menores. ¿Sí o no? Sí: el Vademecum de Janssen y de Moderna lo dice con toda claridad. Y también no, porque Moderna, después de desaconsejar su propia vacuna para menores, ha solicitado a la Unión Europea que se la autorice. ¿Acaso porque hay nuevos hallazgos sobre seguridad a largo plazo? Evidentemente, no, puesto que ningún largo plazo ha podido cumplimentarse. ¿Entonces? Las farmacéuticas son empresas que buscan su propio beneficio. Poco más hay que decir.
Séptimo. El Gobierno español desaconseja expresamente vacunar a los menores. ¿Sí o no? Sí: lo ha hecho expresamente en un documento público del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud. Al menos, hasta junio de 2021. Si cambia de opinión, tendría que explicar por qué.
Sabiendo todo esto, es inevitable hacerse la gran pregunta. Si tanto el Gobierno español como las propias farmacéuticas y, en un cierto momento, la Agencia Europea del Medicamento han desaconsejado vacunar a los menores; si los menores, en la abrumadora mayoría de los casos, soportan bien el virus; si los vacunados pueden seguir transmitiendo el virus; si todo esto es así, ¿qué sentido tiene aplicar a los menores un preparado aún experimental cuyos efectos secundarios a largo plazo son desconocidos? ¿Qué pesa más en la balanza: el riesgo de contagio del Sars-Cov-2 o la incertidumbre de un producto cuyos efectos, en el caso de los menores, nadie ha descrito? ¿De verdad es sensato imponer la vacunación obligatoria de los menores?
Usted que me lee es muy libre de hacer lo que considere más adecuado. Pero, por favor, recuerde que los hijos no son de la ministra de Educación ni de la de Sanidad, sino de usted. A partir de ahí, la soberanía bien entendida empieza por uno mismo.