En los partidos políticos no existe democracia interna. Esta es la taxativa afirmación desde la que parto para el desarrollo de mi personal reflexión. Todas las organizaciones, del signo que sean, adolecen de cauces intervención abierta y transparente por parte de los militantes o afiliados. Una triste realidad que se maquilla, disimula y teatraliza a través de diversos cauces de participación diseñados en nombre de la presunta apertura a las bases de estas instituciones. Mi conocimiento del tema no es una simple opinión de un ciudadano ajeno a esta realidad palmaria. Más al contrario, mi pertenencia, durante años, a diferentes partidos políticos de los que he formado parte con puestos ejecutivos de importancia fundamentan mi reflexión. Puntualizo y sitúo con más exactitud para mejor comprensión de lo que sostengo, he formado parte del Partido Popular y de Vox.
La desafección por la política por parte del público en general, es fácilmente entendible, e incluso lógica, dada la poca simpatía que despierta la forma de proceder de los partidos y de sus dirigentes en particular. Solamente prestando atención a las informaciones con las que nos desayunamos a diario, de manera continuada en el tiempo, es causa suficiente para el desapego que muchos expresan sobre su naturaleza. Es lamentable, doloroso y hasta preocupante. No es bueno para, en términos sanitarios, el buen estado de la democracia. Es un fenómeno demasiado extendido y generalizado a nivel mundial, también en el seno de las naciones de regímenes modernos, y España no es una excepción. Es tan alarmante que se ha convertido en tema de estudio de asignaturas, como la Filosofía, la Historia y otras ramas de las Ciencias Sociales. No es de extrañar pues, que frente a las tradicionales propuestas de las organizaciones destinadas a este fin, surjan, con inusitados y espectaculares éxitos electorales, en el panorama formaciones, movimientos o plataformas que algunos, con interés especial, vengan a denominar como “populistas”. No quieren que se rompa la partidocracia reinante, tan onerosa para sus fieles practicantes.
El hartazgo y el empacho tienen su razón de ser. Pero, en lugar de corregir defectos y fealdades, se siguen cometiendo los mismos errores década tras década. Mucho me temo, a la luz de las evidencias probadas y contrastadas, que esto no va a cambiar. La crítica interna, considerada despectiva y despreciativamente, como disidencia, es extirpada de raíz, como si de un mal se tratara, en lugar de aprovechar las propuestas y las fuerzas divergentes a favor de un proyecto común verdaderamente integrador y fortalecedor de la organización. Cualquier sospecha de posicionamiento contrario a la línea oficial instaurada por los dirigentes del momento es cercenada de manera encubierta. Las purgas, al más puro estilo soviético, aunque bajo el barniz de las presuntas mayorías, se producen constantemente. Las voces de aquellos que no asienten es apagada cerrándolas el paso a la integración, no ya en las listas electorales, si no en el acceso de los órganos de dirección y deliberación. Inaceptable para mi gusto y forma de entender la vida interna de los partidos, causando como efecto, la distancia y la desconfianza de los militantes, simpatizantes y votantes.
El aparato del partido se impone de manera incontestable y se articula a través de los diversos órganos de dirección: comités ejecutivos, juntas directivas, consejos de dirección y otras creadas con tales propósitos. El organigrama es toda una manifestación de un poder estamental diseñado para jerarquizar el poder del clan dirigente. Nadie que aspire a llegar a estar presente en ellos tendrá futuro si mantiene lecturas, no necesariamente contrarias, a las líneas ideológicas y programáticas apuntaladas desde arriba. El silencio de los corderos, nunca mejor dicho, se impone con “naturalidad” y “normalidad”.
La red de influencias desciende y se implanta en las delegaciones territoriales regionales y, desde ahí, en las comarcales y locales. Así de claro y así de duro. Las bases, tan importantes para el quehacer electoral, se convierten en fuerza de trabajo y financiación del aparato construido. ¿Alguien me puede decir qué actividad desarrollan durante el año? ¿Qué vida tienen las costosas sedes de los partidos? En el mejor de los casos, punto de encuentro para la charleta informal, la visita ocasional o la consabida cena navideña. Puntualmente y excepcionalmente se activan a toque de retreta en caso de urgencia por cuestiones de movilizaciones circunstanciales. Sencillamente, se podría decir, rebaños dirigidos según necesidades, incluso caprichos partidistas. Yo les invito a que sean testigos de lo que afirmo. Muchos me dirán que es falso, pero a mí, que como he dicho tengo una larga experiencia no me lo pueden negar.
Los congresos, las asambleas, o como quiera que se llamen las grandes reuniones convocadas, nacionales, regionales o provinciales, son una pamema. Son la puesta en escena por puro interés mediático. Todo ha sido decidido con anterioridad a su celebración. La propia forma de representación de los delegados asistentes es un filtro previo, orquestado en los despachos, para evitar el verdadero debate y confrontación de posturas. Los delegados oficialistas garantizan el apoyo cautivo a los convocantes. Falta madurez y capacidad para asumir la crítica en muchos temas necesaria. También, en un intento de falsa apertura, se crean comisiones y comités de variado pelaje en los que integrar a la militancia. Reuniones para la discusión bizantina que queman energía, tiempo e ilusión en aquellos que participan movidos por su deseo de colaborar de manera entusiasta. Pronto, los participantes conscientes de lo baldío de su empuje abandonan esas reuniones de trabajo. He pertenecido a muchas y les aseguro que en cualquier cafetería se podría tratar los asuntos estudiados. Evidentemente, cualquier sugerencia desde allí planteada carece de carácter vinculante, pero tampoco como propuesta, si esta no encaja con el posicionamiento de los jefes. Entiendo que pueda ser así, pero no asumo que sean unos encuentros simplemente sociales.
Ante esto quedan tres posturas que adoptar: la desafección, que es la respuesta de muchos que solicitan la baja, o no vuelven a comparecer por aquellos lares; la permanencia silenciosa a la espera de alguna gratificación en algún puesto y, finalmente, mantener una posición disidente que traerá muchos quebraderos de cabeza y muchos sinsabores. La organización piramidal y estamental –decía antes- cierra el paso e impone un sistema de castas y clanes afines dentro de las estructuras internas. La evolución y la transformación urgen en el seno privado de los partidos políticos. Si no se cambia de manera de pensar, no se cambiará de manera de actuar.