Las élites que no tenemos

Las élites que no tenemos. Axel Seib

Es interesante observar e intentar aplicar ciertas teorías a la situación de la España contemporánea. Y Gramsci es un clásico que siempre merece atención. Podremos discrepar más o menos con su ideología, pero desarrolló conceptos interesantes para comprender e, incluso, para cambiar la realidad social. Y sus conceptos de élites orgánicas y hegemonía cultural están ahí.

¿Mi tesis? España no tiene unas élites orgánicas capaces de articular y dirigir las fuerzas de la nación  en pro de su propio ser nacional y bienestar. O el bien común, si se prefiere. No tenemos una serie de individuos que representen la voluntad y el genio de cada grupo y clase de forma natural.

No podemos decir que, por ejemplo, los autoproclamados como defensores de la clase trabajadora sean ningún tipo de élite orgánica de dicha clase social. La única grasa que habrá tocado Pepe Fulares será la que le deja el ajillo de las gambas.  Suponer que gente como él salen naturalmente como líderes de la clase obrera es cuestionable. Aunque más cuestionable es que ese tipo de personaje salido de un mal anuncio de mantecados, represente los intereses de nadie más que de ellos mismos o los de sus jefes.

Pero no es algo únicamente ceñido a los sindicatos del sistema que han secuestrado el nombre y la voluntad de una clase. Se repite en cada rincón. España es el lugar donde una asociación de vecinos acaba dirigida por alguien con fuertes lazos con la administración y se toma el poder como patrimonial. Por no hablar de los típicos casos de asociaciones creadas ex profeso por una causa puntual, que siempre acaba en manos del corrupto con ansias de poder que poco o nada tiene que ver con la causa, pero se toma dicha asociación como trampolín para llegar a la charca de los jetas de bellota. Lo mismo vale una asociación de inquilinos de Salamanca, que un supuesto sindicato de manteros o la conferencia regional de cojos con astigmatismo. Ya no digamos, cuando dichas organizaciones surgen de las propias entrañas de organizaciones sistémicas para controlar cualquier movimiento social y que nadie ni nada escape de su control.

Podemos hablar de los sindicatos de estudiantes. Jamás vi uno dirigido por estudiantes. Por gente de edad sospechosa y evidentes lazos políticos, si. Pero por estudiantes que representen a su grupo, jamás. Es más fácil encontrar experiencia laboral en un Consejo de Ministros. Bueno, quizás exagero.

Por eso sostengo que Gramsci no tiene ningún recorrido o tiene mucho. La ausencia de élites orgánicas nos revelaría que Gramsci no tiene validez en nuestra vieja España. Pero, quizás, si. Puede que la hegemonía cultural y política en España provenga de haber hecho titánicos esfuerzos por anular cualquier élite orgánica que pudiera rebelarse y que su puesto haya sido tomado por un simple engranaje del sistema. Sea con fular, carnet del partido, padre en la Diputación o nula moral acompañada de anormal ansia de poder y medrar por encima de sus iguales.

Quizás la teoría gramsciana nos muestre lo que debería ser la dinámica «normal». Y por ello, los descomunales esfuerzos en sustituir cualquier élite orgánica por petimetres y mayordomos de los poderosos. Las élites extractivas que tomaron el estado al asalto sabían que necesitaban, también, controlar los hilos de la sociedad y sus diferentes grupos.

No todo se resume en tejer una enorme red clientelar que mantenga un buen puñado de votos y lealtades mercantiles. Es imposible mantener toda una sociedad a sueldo cuando la única intención es ser mantenida por ella. O, exactamente, por sus sectores productivos. Cualquier red clientelar de tipo estatal tiene límites. Es imposible que abarque el 100% de la sociedad. Básicamente porque alguien tiene que pagar la fiesta. Y por eso se necesita que esos grupos que mantienen los gastos no tengan ninguna élite o representante consciente y coherente que pueda atreverse a cuestionar la corrupción del sistema. Hay que poner al frente de aquellos peligrosos grupos productivos a un peón de los mandamases.

La mejor manera de la clase parasitaria que monopoliza el estado desde la Transición para hacerse con la hegemonía cultural, ha sido hacerse con los puestos de las élites orgánicas. Los medios de comunicación merecen otro capítulo.

Recomiendo buscar el ejemplo que se quiera. A lo largo de las décadas cualquier puesto de mínima relevancia ha sido ocupado, oportunamente, por gente afín al discurso de los dominadores. Y de tal forma, se ha establecido un discurso dominante entre todas las capas de la sociedad.

Pongamos que se tuviera el caso de unas bases sindicales agresivas y combativas contra una causa concreta, las supuestas élites de ese grupo, mantendrán un discurso y tono fijado por gente más arriba. Si los intereses de los de arriba coincidiese con el de las bases, fetén. Si no, masaje de pies para unos y la calle para correr para las bases.

Y así se repite en cada minúscula área. Pensemos en una asociación de vecinos. Ya cabe esperar que el presidente lleve siéndolo años y tenga el asiento bien amoldado a su trasero. Pero, lo más evidente, ante cualquier disputa de sus vecinos con la corporación municipal, ¿con quién se posicionará? A menos que el ayuntamiento haya cambiado de manos, el presidente de la AAVV se posicionará siempre con los de arriba. En el mejor de los casos, mostrará algo de apoyo a sus vecinos, pero siempre con exquisitas maneras y bajando el tono hacia el ayuntamiento.

¿El problema es ese? No. La corrupción y el ansia de control de los altos estamentos para con el pueblo llano siempre han estado allí. Lo grave de todo éste diagnóstico se encuentra en nuestra propia actitud. Nadie se debería sorprender de que haya corrupción. Es inherente a cualquier organización humana. Lo extraordinario es haber llegado al nivel en que parece que la mayoría social acepta y justifica la corrupción y defiende intereses que no le son propios. Y todo por una mezcla de conformismo, pasividad, egoísmo y una aberrante actitud de forofo de «no son mis intereses, pero es que los déspotas son de mis colores».

Mejor nos iría si los nuestros fuesen realmente de los nuestros.

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