Buena y barata se la han montado a Daniel Gascón por su artículo publicado el 9 de julio en El País bajo el título «Vito Quiles y el precio de la libertad». A propósito del debate sobre la presencia de periodistas hipercríticos como Vito Quiles en las ruedas de prensa del gobierno y ante los políticos de izquierdas y nacionalistas, y lo conveniente de expulsarlos del parlamento, venía a decir el columnista —no sé si es periodista, tampoco importa—: «¿Qué es más peligroso para la democracia? ¿Un par de moscas cojoneras que hacen preguntas incómodas o que una mayoría parlamentaria decida expulsarlas? ¿El periodismo maleducado y sectario o la política sectaria que veta a periodistas en nombre de la buena educación? Ya es bastante malo expulsar a gente desagradable como Vito Quiles o Bertrand Ndongo. Si sólo defiendes la libertad de expresión de quienes opinan lo mismo que tú, en realidad no defiendes la libertad de expresión: la atacas». Ciertamente no comparto las definiciones con que se lustra Gascón sobre las personalidades de Vito Quiles o Bertrand Ndongo, más bien los considero bizarros, desfachatados y valientes —ya saben, Caiga Quien Caiga—, pero reconozco el coraje del articulista al exponer su convencimiento en un medio como El País, boletín oficial del progrerío español desde 1976 hasta el presente. Nada más leer aquella pieza de opinión auguré días de vinagre y espinas para el arriesgado Gascón, y así fue. Su perfil de X fue inmediatamente invadido por multitud de charos y chemas que le recriminaban aquellas opiniones, afeaban su defensa de «ultraderechistas» y le echaban la culpa del ascenso de la extrema derecha, tal cual. «Después os sorprendéis porque la extrema derecha sube en votos y cala entre la juventud. “Pero cómo es posible?”. Pues gracias a actitudes como la tuya». Así se despachaba un asiduo de aquella red social y del perfil de Gascón, y no lo cito por la calidad del comentario, que es ninguna, sino porque resume perfectamente el clima inquisitorial que se organizó de inmediato tras de que el autor compartiera su artículo.
Algunos carneros entrenados en la cultura de la cancelación proclamaron de inmediato su exigencia ante el periódico para que despidiese al colaborador. Otros más sutiles y más insidiosos como el opinólogo Ramón Espinar —ex diputado podemita y ex persona decente— alegaban: «Igual hay que volver a quitarse la suscripción», en sugerencia un poco venenosa al boicoteo del periódico si continua publicando los artículos de Gascón. Aunque, en fin, todas esas actitudes las conocemos de sobra, son entraña de la izquierda desde hace mucho tiempo. La libertad de expresión y cualquier otra libertad política son valores relativos en su trazado estratégico y en su horizonte moral. La democracia sirve hasta que deja de servir, las opiniones son legítimas mientras no contradigan las suyas, la actividad política es necesaria mientras no les moleste y, quitémonos la careta, todo tiene que darse dentro de un orden, como en las buenas dictaduras porque no conviene confundir la libertad con el libertinaje. Y cuál será ese orden… Pues ni más ni menos que el de las verdades universales señaladas por la izquierda, y todo lo que quede fuera o no se acomode al discurso «imbatible» de la bondad universal, es fascismo y degradación intolerable de lo político y de lo humano.
Son así de chinches porque buenos maestros tuvieron. Desde Stalin a Ceacescu pasando por Camboya y haciendo escalas en Cuba y Venezuela, la izquierda siempre fue y siempre será lo mismo: si no estás conmigo eres enemigo del pueblo, no mereces agua y donde mejor estarán tus huesos es en presidio o bajo tierra. Ah, cierto, no ignoro que históricamente han existido tendencias de izquierda menos antipáticas y bastante menos homicidas, como la socialdemocracia europea en sus buenos tiempos. Pero claro, los buenos tiempos pasaron y el socialismo democrático, en España y en muchos países europeos, es ya un recuerdo tan débil que camina hacia el olvido sin querer darse cuenta de que ya no existe. El fatídico partido pablista conocido como Podemos pasó de aspirar a la conquista de los cielos a residual, con cuatro diputados, porque el partido sanchista, girado a la ultraizquierda, le ha ocupado todo el espacio político. Ya no queda extrema izquierda —Sumar es un chiste, como su lideresa—; el partido sanchista se lo lleva todo, como en la canción. Y como todo se lo lleva, también carga con todas las lacras propias del gorilismo rojo: violencia institucional, corrupción, nepotismo, fanatismo extremo y, sobre todo, voracidad extractiva. El Estado ya no es un objetivo, es un botín. Y a por él que van, ya lo dije: a por todo. Resumen: ni queda extrema izquierda ni hay mafia española. Bueno, sí la hay… Quiero decir que sí hay mafia española: son ellos.
Otro resumen, por resumir. ¿Se han fijado ustedes en la composición del parlamento español? Uno por uno, ¿se han fijado ustedes en nuestros representantes? En verdad, ¿han visto alguna vez una concentración tan escandalosa de gente tan inútil, tan apalancada y tan desvergonzada? Los hay de todos los colores y de casi todas las nacionalidades ibéricas y razas españolas, todos proactivos en casi todas las indecencias que un político y cualquier persona normal pueda cometer. En conjunto son una reunión crepitante de zampabollos que dormitan entre sus digestiones y sus resacas; a título individual, los hay coimeros, comisionistas, puteros, traficantes y contrabandistas, caciques insulares y oligarcas peninsulares, ex terroristas de conveniencia y golpistas de convicción, señorones de Vizcaya que miraban hacia Cuenca en pleno genocidio etarra —y de paso recogían las almendras—, andaluces de Jaén más conocidos en los puticlubs de la Nacional-IV que en su casa, cocineros de gorriones y cazadores de jabalíes cuando ya están muertos y capados los verracos, especuladores urbanísticos y locas del coño que predican la libertad de los niños para tener sexo «con quien ellos quieran». Pero eso sí: el problema es Vito Quiles porque hace preguntas incómodas y además es facha. Y Ndongo, que encima de facha es negro.
Esas cosas son las que preocupan a sus señorías: los periodistas francotiradores, los pinganillos, la extrema derecha y el trabajo cotidiano de los jueces y de la policía, no sea y Dios no quiera que en el próximo informe de la UCO aparezcan más nombres. Viven en su burbuja de poder, negados para nada útil aunque agilísimos en cebarse y repartirse un país como si fuera una tortilla de patatas. Esa es ahora nuestra izquierda y así se llevan con la democracia y las libertades del prójimo. Así ni se sabe hasta cuándo.
Pero no lo olviden: el problema es Vito Quiles.