Los ángeles de Charo

Los ángeles de Charo. José Vicente Pascual

Ricardo Herreras las llama así, Los Ángeles de Charo, cuando se refiere a la corte de feministas abrevadas al presupuesto de igualdad, esa chupipandi oportunista que disfruta el momio con la intensidad decadente de quien sabe que cualquier día se les puede acabar el chollo. Considero al sufrido lector informado sobre la escandalera que organizó esta fotografía que ilustra el artículo, las charines de finde en Nueva York, ahí luchando —es un decir— por los derechos reproductivos de las mujeres americanas y, ya que estamos, dándose algunos caprichos, de compras y risas y tal; un viajecito pagado entre todos y todas mientras que en España las mujeres del común hacen siete cuentas para comprar un kilo de arroz, medio pollo y pañales en Alcampo. No insisto en lo obsceno, más bien pornográfico de la imagen porque, como suele decirse, bastante tinta ha corrido sobre este asunto. Sin embargo, un vistazo desde otro punto de vista quizás fuera posible.

La fotografía y otras parecidas fueron publicadas en redes sociales por las protagonistas de las mismas, con toda naturalidad. Eso es transparencia. Algunos, de las dichas imágenes, traducirán: “Abnegada lucha la de nuestra feministas apalancadas, no les da pereza cruzar el Atlántico para defender la causa”; otros recelarán: “Cara más dura sólo la encuentras en la estatua de Carlomagno en Notre Dame”. Para la mayoría de las personas, sin embargo, estos testimonios gráficos no significan nada especial, no representan nada ni les sugiere cosa distinta a las ideas que habitan en su conciencia sobre la naturaleza del poder: el que manda hace lo que quiere sin dar explicaciones a nadie y, por supuesto, gasta de los presupuestos del Estado sin dar cuentas a su mano izquierda.

El viaje, el fin de semana neoyorkino, la foto, el gasto, el musical en Broadway, los jolgorios y desmadres, desde el mismo momento en que se comparten en redes sociales se convierten en detalles irrelevantes, uno más para el currículo de las compis y nada más. Las famosas y pringosas redes sociales tienen la virtud de transmutar la realidad en reacción impulsiva, emocional —más bien estomacal—, saltándose el intermedio de la información. Cuando publicamos algo no lo hacemos para que los demás, nuestros “seguidores”, se enteren y se pongan al día sobre la cuestión de que se trate; lo hacemos en busca inmediata de complicidades, de esa empatía múltiple que tan poco cuesta y tanto significa para quienes persisten contumaces en su burbuja de seguidores, odiadores, pelotilleros y demás peña con tarifa plana.

Decía McLuhan, un tipo listo, que “el medio es el mensaje”. La noticia no es la tinta que ocupa la portada de un periódico, sino que dicho periódico haya dedicado cuatro columnas o media página a esa noticia y no a otra. Una bomba nuclear en primera página es un pellizco en el corazón; en la sección de Medio Ambiente, una pejiguera más de los ecologistas, que son unos plastas. Cierto: en la medida en que se popularizan los medios y se extiende su alcance, más triviales son los contenidos. Si hablamos de redes sociales, imaginen la importancia de la polémica. En el fondo, ¿a quién le importa que unas cuantas niñas pijas se hayan gastado unos miles de euros en un viaje a Nueva York, aunque esos miles los paguen a escote los españoles, incluido el combustible del famoso Falconque las llevó de ida y vuelta? Total, en cosas mucho más estrafalarias y en chorradas de mayor calibre se gasta el dinero público todos los días, a espuertas, y nadie se queja, entre otras razones porque nadie se entera ni siquiera sospecha hasta qué infinito de majaderías puede llegar el Estado en sus “políticas”, sus arbitrariedades y sus gastos.

Han hecho muy bien doña Montero y sus arrimaditas en publicar con diligencia las fotos superguays de la aventura americana, y en hacerlo en redes como twitter, facebook y parecidas. La cataplasma quedó puesta antes de que llegase el resfriado. Se equivoca quien sugiere que “las han pillado”. Ni hablar, lo han hecho justo a tiempo y con precisa intención: para que las pillen. En su libro Evaristo Carriego, contaba Borges que en el barrio bonaerense de Palermo donde nació y se crió —un lugar habitado por calabreses vengativos, de una dureza especial—, cuando un vecino estaba desesperado ante cualquier contratiempo, solía amenazar: “Voy a tomar el cuchillo y voy a montar una grande, tan grande que se va a hablar de mí en el barrio, por lo menos, durante dos días”. Un escándalo en twitter dura menos que una riña a puñaladas en el Palermo borgiano; como mucho dura veinticuatro horas, y las charines lo saben: son tontitas pero no estúpidas. Y lo más importante de todo: saben perfectamente lo que son, feministas de red social, ministra de twitter, luchadoras de kiwi en ayunas y cafelito a media mañana, cargas públicas a tope, coleguis de mercadillo solidario, précieuses ridiculesa las que Molière ya conocía hace cuatro siglos. ¿De qué tienen que cuidarse? Mientras no bajen de followers, de nada.

Por seguir con el tema francés: comparada con estas melgas, cualquier mujer trabajadora, cualquier mujer de verdad, es Juana de Arco.

Top