Marx contra la censura

Marx contra la censura. Daniel López Rodríguez

En 1840 subió al trono de Prusia Federico Guillermo IV, el último bastión del feudalismo europeo. El 24 de diciembre de 1841 el nuevo rey decretó una ley de censura aparentemente más blanda que estaba motivada por las demandas de libertad de prensa de la creciente oposición liberal. Marx criticó esta ley en un artículo titulado «Observaciones sobre la nueva reglamentación prusiana de la censura». Se trataba de su primer artículo periodístico, y se lo enviaría a Arnold Ruge el 10 de febrero de 1842.

Marx lo consideraba una «pequeña colaboración» para criticar al novísimo decreto de la censura. En la carta que envió a Ruge junto al artículo, Marx pedía que éste fuese publicado cuanto antes, «si es que la censura no censura mi censura» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, págs. 43-44). Cosa que así fue, como le respondía Ruge el 25 de febrero al anunciarle la censura despiadada contra los Anales alemanes: «Imposible publicar su artículo» (citado por Mehring, pág. 44).

No obstante, Ruge le informó que estaba reuniendo el material censurado («cosas muy bonitas y picantes») para publicarlo en Suiza bajo el título de Anekdota zur revesten deutschen Philosophie und Publizistik, junto a artículos de Feuerbach, Bruno Bauer y del mismo Ruge; pero por razones desconocidas la Anekdota no pudo publicarse allí y se publicaría en Leipzig en junio de 1842 desde el anonimato (y sólo se publicó lo escrito por Bauer).

Marx respondió el 5 de marzo dando su consentimiento con entusiasmo. Ruge escribió con admiración sobre el artículo: «No se ha dicho nunca, ni podría decirse, nada más profundo ni más fundamental acerca de la libertad de prensa y en favor suyo. Hemos de felicitarnos por la profundidad, el genio y el dominio soberano de ideas generalmente tan embrolladas con que desde ahora cuenta nuestro público» (citado por Mehring, pág. 50).

Finalmente el artículo se reprodujo parcialmente en los número del 26 y 28 de marzo de 1843 de la Gaceta de la tarde de Mannheiny de forma íntegra en el primer y último tomo de los Artículos completos de Karl Marx que editaría Hermann Becker en 1851, y se trató del último tomo porque la continuación fue prohibida por la censura.

El edicto de censura del 18 de octubre de 1819 rezaba así: «para liberar desde ahora a la prensa de limitaciones inadmisibles que no corresponden a las intenciones soberanas, Su Majestad el Rey, por medio de un decreto supremo promulgado el 10 del corriente a través del Real Ministerio del Estado, ha manifestado expresamente su desaprobación de toda coacción indebida a la actividad literaria y, reconociendo el valor y la necesidad de una prensa franca y digna, se ha dignado a autorizarnos a que indiquemos nuevamente a los censores la adecuada observancia del artículo 2 del Edicto de Censura del 18 de octubre de 1819» (citado por Karl Marx, En defensa de la libertad. Los artículos de la Gaceta Renana 1842-1843, Traducción de Juan Luis Vermal, Fernando Torres-Editor, Valencia 1983, pág. 26).

Como comenta Marx, hasta 1842 la ley existía, «pero no era obedecida, puesto que se la recuerda para liberar “desde ahora” a la prensa de limitaciones inadmisibles que no corresponden a las intenciones soberanas… La prensa -consecuencia inmediata de este comienzo- ha estado sometida hasta ahora a limitaciones indebidas a pesar de la ley» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 26).

Según Marx, la reglamentación de las Instrucciones de la censura en Prusia acentuaba aún más la represión, y lo que Marx proponía como única solución era la abolición de todo tipo de censura (de censura reaccionaria, feudal). No se trataba, pues, de ablandarla sino de liquidarla y erradicarla por completo.

«Las Instrucciones exigen una confianza ilimitada en el estamento de los funcionarios y parten de la desconfianza ilimitada en el estamento de los no funcionarios» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 39).

«Los redactores de la prensa diaria, bajo cuya categoría cae todo el periodismo, tienen que ser hombres verdaderamente probos. Como garantía de esta verdadera probidad se indica en primer lugar la “capacitación científica”. No surge la menor duda acerca de si el censor puede poseer la capacitación científica para juzgar todo tipo de capacitación científica. ¿Vive en Prusia una multitud tal de genios universales conocidos por el gobierno (cada ciudad tiene por lo menos un censor)? ¿Por qué no se convierten en escritores estas cabezas enciclopédicas? Mejor que con la censura se podría poner fin a las confusiones de la prensa si estos funcionarios, con la superioridad de su número y el mayor poder de su ciencia y su genio, se levantaran a la vez y aplastaran con su peso a esos miserables escritores que se desempeñan en un solo género. ¿Por qué callan estos hombres experimentados que como los gansos romanos podrían salvar el Capitolio con sus graznidos? Son hombres de una discreción excesiva. El público científico no los conoce; sí, en cambio, el gobierno» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 43).

«La auténtica cura radical de la censura sería su abolición, porque esta institución es mala y las instituciones son más poderosas que los hombres. Nuestra opinión puede ser correcta o no. En todo caso, con las nuevas Instrucciones los escritores prusianos ganarán o bien libertad real o bien libertad ideal, es decir, conciencia» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 48).

Y el 8 de mayo de 1842, ya en la Gaceta Renana, leemos: «La Dieta debate sobre la liberación de la prensa de sus ataduras. Estas ataduras mismas, exclama el orador, las cadenas a las que está sujeta la prensa, demuestran que no está destinada a ser libre. Su existencia encadenada atestigua contra su esencia. Las leyes contra la libertad de prensa refutan la libertad de prensa» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 56).

«El desarrollo espiritual de Alemania no ha tenido lugar gracias sino a pesar de la censura. Si con la censura la prensa se atrofia y empobrece, se aduce esto como argumento contra la prensa libre, aunque en realidad sólo atestigua en contra de la prensa servil. Si a pesar de la censura la prensa conserva su esencia plena de carácter, se aduce esto a favor de la censura, aunque en realidad sólo habla en favor del espíritu y no en favor de las cadenas» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 58).

«El período literario que acaba de finalizar, y que podríamos denominar “período literario de la estricta censura”, es, pues, la prueba histórica evidente de la que la censura ha influido en el desarrollo del espíritu alemán de un modo funesto e irresponsable y que por lo tanto no está destinada de ninguna manera como pretende el orador, a ser el magister bonarum artium. ¿O se entiende quizás por “prensa noble y verdadera” aquélla que lleva sus cadenas con dignidad?» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 59).

Aunque Marx advierte que «la libertad de prensa tampoco promete volver perfectos a un hombre o a un pueblo. Ella misma no es una perfección. Es una trivialidad difamar a lo bueno porque es una determinada bondad y no todas a la vez, porque es ésa y no otra bondad. Si la libertad de prensa lo fuera todo, volvería superflua todas las demás funciones de un pueblo y hasta al pueblo mismo» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 61).

Y el 12 de mayo añade: «Desde el punto de vista de la idea se comprende de suyo que la libertad de prensa tiene una justificación totalmente diferente que la censura en la medida en que es ella misma una figura de la idea, de la libertad, un bien positivo, mientras que la censura es una figura de la falta de libertad, la polémica de una cosmovisión de la apariencia contra una cosmovisión de la esencia, una naturaleza solamente negativa» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 74).

«No se trata de saber si debe existir la libertad de prensa, ya que ésta existe siempre. Lo que se trata de saber es si la libertad de prensa es el privilegio de determinados individuos o el privilegio del espíritu humano. Se trata de saber si habrá de ser injusticia de una parte lo que es derecho de la otra, si la “libertad de espíritu” tiene más derecho que las “libertades contra el espíritu”» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 75).

«La esencia de la prensa libre es la esencia plena de carácter, racional y ética de la libertad. El carácter de la prensa censurada es la inesencialidad carente de carácter de la falta de libertad; es un monstruo civilizado, una aberración perfumada» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 78).

«La censura es la crítica en cuanto monopolio del gobierno» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 79). «En la ley de prensa castiga la libertad. En la ley de censura se castiga a la libertad. La ley de censura es una ley de sospecha ante la libertad. La ley de prensa es un voto de confianza que se da la libertad a sí misma. La ley de prensa castiga el abuso de la libertad. La ley de censura castiga a la libertad como un abuso. Trata a la libertad como a un delincuente, ¿o no vale acaso para todas las esferas que en las penas infamantes se está bajo control policial? La ley de censura sólo tiene la forma de una ley. La ley de prensa es una verdadera ley» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 81).

«La censura parte de que la enfermedad es el estado normal o de que el estado normal, la libertad, es una enfermedad. Continuamente le insiste a la prensa que está enferma y, por más que ésta dé las mejores pruebas de su sana constitución corporal, tiene de todos modos que someterse a tratamiento. Pero la censura no es ni siquiera un médico literario que de acuerdo con la enfermedad aplique diferentes remedios internos, sino que es un cirujano rural que sólo conoce un remedio universal y mecánico para todo: la tijera. Y ni siquiera es un cirujano que busca mi salud, es un cirujano estético que considera superfluo toda parte de mi cuerpo que no le gusta y extirpa lo que lo afecte negativamente; es un curandero que hace desaparecer la erupción para no verla, sin preocuparse de que de ese modo pueda atacar partes internas más valiosas» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 83).

Y el 15 de mayo continúa: «La prensa libre es el ojo siempre abierto del espíritu del pueblo, la personificación de la confianza que un pueblo tiene en sí mismo, el lazo parlante que une a los individuos con el estado y el mundo, la cultura incorporada que transfigura las luchas materiales en luchas espirituales e idealiza su basta figura material. Es la confesión sin miramientos que hace un pueblo ante sí mismo, y es sabido que la fuerza de la confesión es liberadora. Es el espejo espiritual en el que un pueblo se contempla a sí mismo, y la autocontemplación es la primera condición de la sabiduría [he aquí ecos de una influencia cartesiana]. Es el espíritu del estado que se puede llevar hasta cada choza con menos costo que el gas de la materia. Es universal, omnipresente y omnisciente. Es el mundo ideal que mana continuamente del real y fluye nuevamente a él, animando siempre un espíritu cada vez más rico» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 85, corchetes míos).

Marx interpreta la influencia de la prensa como «el impulso más poderoso de la cultura y de la educación espiritual del pueblo, el hecho de que convierta la lucha material en la lucha ideal, la lucha de carne y hueso en lucha espiritual, la lucha de la necesidad, el deseo y la emprime en la lucha de la teoría, el entendimiento y la forma» (Marx, En defensa de la libertad, pág. 246).

El 11 de mayo de 1842, al comprobar que el diario era la voz de los jóvenes hegelianos, los ministros al cargo de la censura mostraron la voluntad de cerrar el periódico, pero el Prefecto Superior de la provincia del Rin desaconsejó la medida para que se diese la apariencia de que el nuevo rey favorecía la libertad de expresión.

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