Marx llega a Bélgica

Marx llega a Bélgica. Daniel López Rodríguez

Bélgica no sería un Estado soberano e independiente y una nación política hasta 1830. Bélgica fue un invento de Gran Bretaña que configuró con partes de Francia y Holanda, pues Francia era el gran rival de los británicos en el continente y Holanda lo era comercialmente en ultramar. Ambas potencias no tuvieron más remedio que aceptar la creación de Bélgica por mandato británico y presiones rusas.

Tanto el Imperio Británico como el Imperio Ruso trataban de impedir el fortalecimiento de Francia y que ésta prosperase en un nuevo intento imperialista, y así ambos Imperios reconocieron y legitimaron en la Conferencia de Londres de 1830 la independencia de Bélgica, que Talleyrand no tuvo más remedio que aceptar.

Al mismo tiempo, la creación de Bélgica impedía que potencias emergentes como Prusia (Austria quedaba más al sur) no se asomasen por el Canal de la Mancha (que en Inglaterra es conocido como English Chanel, esto es, el Canal Inglés). Luego Bélgica era un Estado artificial construido por los intereses imperiales de Inglaterra.

En 1839 no había «belgas» en el nuevo Estado y los británicos tuvieron que convencer al príncipe Leopoldo de Sexe-coburg, un alemán, para que fuese rey de Bélgica, y así lo hizo con el nombre de Leopoldo I.

Marx llegó allí acompañado por Heinrich Bürgers a finales de enero de 1845 en calidad de exiliado político y en la más absoluta pobreza, y además el gobierno belga le prohibió a nuestro filósofo publicar.

Nada más llegar a Bruselas tuvo que suscribir -según le informó a Heine- en la Administration de la Surete publique una declaración en la que se comprometía a no escribir nada relacionado con temas políticos, cosa que Marx desde luego no hizo ni tenía pensado hacer.

Al poco tiempo se le unieron su esposa y su hija, que ya tenía nueve meses. Allí pasó tres años de aprendizaje revolucionario, renunciando a la ciudadanía prusiana el 1 de diciembre de 1845 para no ser expulsado también de Bélgica, pues el gobierno prusiano insistía al gobierno belga que expulsase al joven revolucionario, dado que en el momento en que Marx pisase Prusia sería inmediatamente detenido por las autoridades prusianas.

Marx ya no era súbdito del rey de Prusia y así, hasta su muerte, nuestro filósofo resultó ser un apátrida. El gobierno provisional de la Segunda República de Francia le ofrecería la ciudadanía en la primavera de 1848 pero Marx la rechazó. En 1861 viajó a Prusia e intentó, con motivo de la amnistía que el Gobierno prusiano ordenó en aquel año, recuperar la nacionalidad sin éxito. En 1869 solicitó la nacionalidad inglesa, pero su petición le fue denegada en 1874; por lo tanto ni siquiera se nacionalizó inglés, y así fue un apátrida durante el resto de su vida.

Como escribiría su yerno Paul Lafargue en 1890, «Marx no limitaba sus actividades al país en el cual había nacido. “Soy ciudadano del mundo”, decía, “y allí donde me encuentro, allí actúo”. Y, en efecto, en todos los países hacia los cuales le habían llevado los acontecimientos y las persecuciones políticas, en Francia, Bélgica e Inglaterra tomó parte activa en los movimientos revolucionarios que allí se desarrollaban» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, págs. 234-235). Pero la ciudadanía mundial es imposible.

Engels vivía aún en casa de sus padres llevando «una vida tranquila y apacible, en un hogar honrado y lleno del santo temor de Dios» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 120). Pero se hartó y las «caras tristes» de sus padres lo empujaron a aventurarse por otros derroteros y ya había decidido marchase en abril de 1845 a Bruselas, donde se refugiaba su amigo Marx. Para más inri los «disgustos familiares» se agudizaron a causa de una campaña de propaganda comunista acontecida en Barmen-Elberfeld, en la que participó el propio Engels.

Le escribió a Marx informándole de tres mítines: el primero con 40 espectadores, el segundo con 130 y el tercero con 200. Pero el movimiento se desintegró con una simple orden policial y Engels reconoció que el proletariado era ajeno al movimiento comunista, al que sólo parecía adherirse la parte más necia y vulgar del pueblo que no se interesaba por nada en el mundo, cosa que no coincidía e incluso contradecía lo que había escrito en La situación de la clase obrera en Inglaterra.

En Bélgica Marx incrementó su activismo revolucionario junto a Engels, entrando en contacto con George Julian Harney que, aparte de redactor jefe de Northern Star, era líder de la Sociedad de Demócratas Fraternales de Londres, además de conocer a un buen número de revolucionarios alemanes. Asimismo, procuraron entablar buenas relaciones con los revolucionarios de 1830 (aquellos que lucharon con éxito por la independencia de Bélgica).

Ambos, nada más llegar Engels a Bruselas, partieron hacia Inglaterra en un viaje de estudios que duró seis semanas. Durante el viaje Marx fue tomando conciencia de las obras de los economistas ingleses, aunque ya había empezado a estudiarlos en París cuando elaboraba sus Manuscritos económico-filosóficos.

En febrero de 1846 pudieron fundar una red denominada Comité de Correspondencia Comunista que organizaba a los revolucionarios de Alemania, París y Londres. Este comité sería la base de la futura Internacional frente a la «estrechez nacional». El Comité venía a ser algo así como una red comunista del territorio europeo con oficina central en Bruselas, pero en realidad no trascendió el círculo de contactos personales de Marx y Engels. Marx fue nombrado presidente de la «comuna» de Bruselas, y el 9 de diciembre de 1847 vicepresidente de la Asociación Democrática que se fundó en Bruselas en septiembre del mismo año.

En el Comité había hombres como el archivista Philippe Gigot, el maestro Wilhelm Wolff -asesor de tejedores, pequeños campesinos y obreros de Silesia, al cual, tras su muerte, Marx le dedicaría ni más ni menos que el libro uno de El Capital-, los periodistas Louis Heilberg, Sabastian Seiler y Ferdinand Wolff, el sastre, escritor y organizador Wilhelm Weitling (que ya vimos en Posmodernia: https://posmodernia.com/wilhelm-weitling/), Edgar von Westphalen (hermano de Jenny) o también Joseph Weydemeyer.

El Comité tomó preferencia por la Liga de los Justos, que era la principal sociedad secreta alemana en el exilio, cuyos centros eran Londres y París, y a través de estos se difundieron otros por El Havre, Copenhauge, Colonia, Elberfeld, Hamburgo, Kiel, Breslau, Leipzig y otras ciudades, siendo Bruselas el centro ideológico del comunismo en marcha.

Marx tuvo que combatir las tesis utópicas de Weitling, pese a la admiración que sentía por el sastre, y éste se quedó solo en el Comité de Correspondencia de Bruselas, imponiéndose totalmente las ideas marxianas.

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