La virtualidad avanza. Es como una división Panzer. Estamos rodeados. Sus ametralladoras disparan idioteces al mismo ritmo con el que los restaurantes que se las dan de finolis sirven bullipolleces. Los casquillos de sus balas están tan vacíos como las recetas de Ferran Adrià y sus compinches. Carecen de chicha, de tuétano y de principio activo. Virtual, según el diccionario de la Academia, que ya no fija, sino que disuelve, ni limpia, sino que ensucia, ni da esplendor, sino que empaña, es lo que no es real. O sea: lo que no es. Así andamos. El mundo actual ha perdido la cabeza y en vez de estar en las nubes está en la Nube, que viene a ser lo mismo, sólo que digitalizado. Corremos raudos hacia atrás. Es el retroprogreso que la progresía ha puesto en marcha. Antes firmábamos con el dedo. Luego aprendimos a escribir. Ahora todo lo hacemos con él. Los bebés lo chupan. Los adolescentes manejan sus móviles como si fuesen sonajeros y los adultos, especie ya en extinción, también. Digital es lo que se hace con los dedos, ya sean los de las manos, ya los de los pies. Los futbolistas, por ejemplo, son seres digitales: una retrovariante del homo sapiens. El concepto, según leo en Google, variante a su vez de la Garganta Profunda, «está estrechamente vinculado en la actualidad a la tecnología y la informática para hacer referencia a la representación de información de modo binario (en dos estados)». ¡Ah, bueno! Siendo así… No me he enterado de nada, y eso que según el neoprogrelenguaje de la LGTBIÑXYZ yo soy sexualmente binario, o sea, heteropatriarcal a más no poder. Y, encima, soy de raza blanca y europeo. Nací tarado. ¡Qué le vamos a hacer!
Pero volvamos, después de tanta guasa, a esa pompa de jabón que es la virtualidad y pongámonos serios. En alguna ocasión he dicho que Bill Gates, esa especie de Doctor No, es el Anticristo. O lo que es igual: el Demonio, pues siempre se ha atribuido a éste el poder de cambiar de aspecto a su antojo y de engañar a sus víctimas y a sus secuaces con ese truco de prestidigitación. A san Antonio Abad, por ejemplo, se le aparecía Pateta travestido de hermosa mujer desnuda y lo pasaba, el hombre, fatal, pues tampoco a los santos les amarga un dulce y las tetas de novicia siempre han tenido buena prensa en los conventos. «Todo es bueno para el mío», dijo el fraile que caminaba hacia él llevando una puta al hombro. Con razón reconocía Oscar Wilde que él podía resistirse a todo, menos a la tentación. El triunfo, urbi et orbi, de la virtualidad es, por lo dicho y por todo lo que no cabe en esta columna, el triunfo de la demonización. Lucifer, que al perder su contienda con Jehová exclamó con risa satánica que reiría mejor quien riese el último, se ha salido con la suya. Ya no cabe más salida que la Parusía y la batalla de Armagedón encabezada por Jesús, por el Mesías, por el Mahdi, por Kalki, por Maitreya, por Putin, por quien sea. Sí, sí… Pero yo, como en el chiste, me aferro al matojo sobre el abismo, tomo nota y pregunto: «¿Anda alguien más por ahí?».
No lo tomemos a broma. Los Rockefeller, Bill Gates, Steve Jobs, Soros, Jeff Bezos, Mark Zuckerbeg, la patulea de Davos, la de Bilderberg, la del G 5, las de la Agendas 30 y 50 y demás ralea nunca han escondido sus conexiones con las sectas luciferinas
Llegado hasta aquí cobro repentina conciencia de que las columnas de prensa son como el universo según Einstein: ilimitadas, pero finitas… Quería hablar de dos de los mundos virtuales que están colonizando el planeta: el de los unicornios, que no existen, y el de los metaversos, que tampoco. Tendrán que quedarse para peor ocasión. En el ínterin pueden seguir entreteniéndose ustedes con sus aparatitos de acceso a lo virtual. No falta mucho para que lo real vuelva a salir a escena. ¡Si hasta ya tiene nombre!
Lo llaman Apagón.