Hace apenas unos días, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, de vuelta a Madrid procedente de Sevilla, desde donde regresaba tras “bendecir” con su presencia el “cambio de guardia” al frente de la Taifa andaluza, fue objeto de un “caluroso” recibimiento por parte de los taxistas que se encontraban concentrados a las puertas de la estación de Atocha. Entre la catarata de improperios y airados reproches con que le obsequiaron los allí congregados, uno de ellos llama poderosamente la atención. Y es que en el relativo tumulto que originó el “paseíllo” del dirigente naranja y en medio de la colección de frases gruesas que le espetaron, emergió con toda nitidez el indignado juicio de uno de los presentes, expresado con enfática vehemencia: “¡Moderno, que eres un moderno!”, vociferó el hombre en los mismísimos morros de un estupefacto Rivera, incapaz de entender lo que acababa de oír.
Más allá de que se nos pueda objetar la maliciosa intención de acarrear el agua hacia nuestro molino, lo cierto es que la mentada censura, exteriorizada en modo estentóreo y en un contexto claramente conflictivo, lleva aparejada mayor profundidad conceptual de la que pudiera deducirse en una primera y apresurada impresión. Incluso, superando la primitiva intencionalidad del soliviantado increpante, el insólito denuesto revela un trasfondo infinitamente más complejo e interiorizado de lo que pudiera parecer inicialmente.
Veamos: ¿Qué quiere decir exactamente el irritado taxista madrileño cuando con manifiesta voluntad reprobatoria llama nada menos que “moderno” a Rivera? ¿Es este un exabrupto improvisado y espontáneo, fruto del azoramiento y la tensión del momento o, por el contrario, es consecuencia de una percepción algo más estructurada y reflexiva, dotada de mayor contenido? La inmediata consideración que resultaría innegable por evidente, radicaría en primer término en establecer que el epíteto “moderno” no puede calificarse bajo ningún concepto como una crítica recurrente, impensada o que surja inopinadamente; menos aún en el contexto de una algarada como era el caso. Lo usual en esas circunstancias y lo que ocurrió de hecho con el resto de vociferantes taxistas, es que recurrieron al castizo catálogo de insultos cotidianos para dirigirse a Rivera. En semejante ambiente resulta cuando menos llamativo y hasta chocante que alguien le enjaretara a bocajarro ese rebuscado “¡moderno, que eres un moderno!”… salvo que fuera precisamente con el objetivo de condensar en un calificativo con significado y sentido para quien lo profiere (y para quien lo escuche), una recriminación de fondo dirigida contra las tendencias y posiciones mantenidas por aquél al que va destinada la invectiva, y hacerla contextualizable respecto del conflicto que origina la protesta. Y es aquí donde cobra una paradójica vigencia y refuerza su expresividad la recriminación exteriorizada.
Establecido que nuestro personaje dice exactamente lo que quiere decir, resta por determinar por qué tacha de “moderno” a Albert Rivera. Obviamente no hace referencia a su estética o su forma de vestir; convencional y tirando a anodina. Tampoco alude a las “formas” en la manera de comparecer en la vida pública de su partido y de él mismo: siempre dentro de los márgenes de la más estricta “corrección política” y del seguidismo sistémico. No, nada de eso. Le reprende por lo que defiende, por su manera de pensar y por lo que representa. Y nuestros amables lectores quizá se preguntarán cómo se conecta esto con el conflicto del Taxi: pues sencillamente porque Rivera, su partido y todo lo que los rodea, son una de las caras visibles del globalismo, de las liberalizaciones sin tasa, de los intereses oligárquicos y del fundamentalismo del Mercado. De ese turbocapitalismo depredador sin rostro que todo lo invade, todo lo somete y todo lo arrasa; con sus desregulaciones permanentes, con su afán acaparador y su pulsión progresivamente totalitaria que ha configurado un Sistema político a su medida en que la Libertad, la Dignidad y la Justicia son meras enunciaciones ilusorias, y a través de un proceso de ingeniería social implacable va cercenando paulatina e inexorablemente identidades y arraigos, vínculos sociales y solidaridades, identidades y soberanías. Ese es el resultado de ésta Modernidad tardía en la que nos ha tocado sobrevivir. Y el gremio del Taxi en España es otra de sus víctimas, como no podía ser de otro modo: un sector originariamente creado y desarrollado como un conglomerado de trabajadores autónomos con estricta regulación en tarifas, horarios y licencias, abocado a ser engullido por el Mercado y la competencia salvaje. Primero fue la permisividad en el “tráfico” de licencias; después el “alquiler” de coches con conductor y la progresiva presencia de nuevas empresas operadoras VTC; mañana, la excusa para propinar el golpe de gracia serán los vehículos autónomos sin conductor… Y durante todo el proceso, los taxistas abandonados al albur de las contingencias del “Mercado” y para rematar, al capricho y las componendas interesadas de los políticos de turno. Ninguno de ellos se planteó siquiera viabilizar un sector que funcionaba aceptablemente en su momento y prevenir lo que estaba por ocurrir cuando todavía se estaba a tiempo de remediarlo. ¿Argumento? El “de siempre”, el que vale lo mismo “para un barrido que para un fregado”, ya saben: “no se puede frenar el progreso, ni se pueden poner puertas al mar” (¡?). Cabría objetar qué suerte de “progreso” se puede derivar de terminar convirtiendo a medio plazo a trabajadores autónomos que habían alcanzado un estatus social de clase media, en asalariados mal pagados (en el mejor de los casos) por empresas cuya vinculación con el sector se fraguó el día antes de crearse y a cuyos accionistas tanto les da que el beneficio proceda del transporte de viajeros o de la recolección de remolachas. Ejemplos de ello existen en otras latitudes y la realidad no difiere en absoluto de cuanto decimos… Pero ya sabemos que en la “lógica” del Sistema, en la “Ley de Hierro” del turbocapitalismo globalista, no existe la posibilidad de establecer excepciones que puedan quebrar o amenazar el macroproceso de progresiva proletarización mundial diseñado por las élites. Y los políticos como Rivera (¡y como el resto!) no son otra cosa que obedientes peones de los que de verdad mandan, del Sistema. Por todo eso, con fino olfato y buen tino, el autor de la frase fulminó a Rivera con su “¡moderno, que eres un moderno!”.
Tal vez el taxista no haya leído nunca POSMODERNIA, ni haya asistido a ninguna de nuestras comparecencias públicas, ni escuchado o visionado nuestras intervenciones en medios de comunicación. O tal vez sí y sea un atento seguidor de nuestra trayectoria. Lo que es seguro es que sabiéndolo o sin saberlo, su apelativo a Rivera conecta con mucho de lo que pudiera derivarse del seguimiento de nuestra línea argumental. Así que sea por conocimiento directo o por mera intuición, coincide sustancialmente con lo que en POSMODERNIA podamos opinar respecto de la Casta política que nos ha tocado padecer, de sus servidumbres y su lacayuno seguidismo de las directrices del verdadero Poder.
Los que desde POSMODERNIA nos propusimos configurar un baluarte de pensamiento alternativo, que diera respuesta a las líneas de fractura abiertas por los estertores de la Modernidad moribunda y ofrecer un espacio de serena reflexión constructiva desde el que alumbrar nuevos posicionamientos que permitan afrontar este tránsito epocal que para nosotros representa la Posmodernidad, no podemos menos que ver reflejados en el grito del taxista algunas de las ideas que nos inspiran. Nuestra crítica permanente del liberalismo y su hermana bastarda la socialdemocracia, fundidos y confundidos hoy entre las entelequias del fundamentalismo partitocrático y las políticas neoliberales; nuestra lucha abierta frente a los procesos de ingeniería social planificada que han generado la pauperización de la sociedad y su consecuencia en forma de consolidación de un auténtico precariado, sumiso, desprotegido y dependiente, como fin último del turbocapitalismo depredador; nuestra denuncia constante de una Casta política corrompida que, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, lejos de servir a los intereses del pueblo ha perpetrado el secuestro de la voluntad popular y de la democracia para someterlo al dictado de oscuros e inconfesables intereses; nuestra defensa de la Soberanía y la Independencia de las Naciones, de la Libertad y la Identidad de los Pueblos que las conforman, asolados por la Globalización impulsada por unas Élites mundialistas carentes de cualquier legitimidad representativa, instaladas en los organismos supranacionales y los centros de Poder financiero, responsables últimas de la mayor parte de los conflictos que se suceden en el mundo y de la barbarie migratoria; nuestra articulación de un Discurso con capacidad para orientar una verdadera Nueva Política, que tenga por epicentro a la persona y respete sus vínculos comunitarios, que rediseñe e impulse un marco socialmente integrador y sustantivamente redistributivo en lo económico, presidido por los principios irrenunciables de Dignidad, Equidad, Justicia y Solidaridad, que preserve la inalienable Igualdad de TODOS ante la Ley, en derechos y obligaciones, que cuestione la hipócrita imposición de unos “consensos” ficticios que contravienen la realidad social y mantienen una “hegemonía cultural” trazada desde la agenda abusivamente totalitaria de la “corrección política” y sus beneficiarios, que desvele y ponga de manifiesto de manera insobornable la “Democracia de papel” –mera coreografía de letra muerta-, en que el Sistema ha convertido la vida política de los pueblos, mediante la enajenación de la Soberanía, la demonización de la Disidencia y el mantenimiento de la representación permanente de un enfrentamiento de “baja intensidad” a través de la fórmula de la “política-espectáculo”, un simulacro teatral reiterativo con finalidad narcotizante, escenificando una imaginaria y pervertida dialéctica “izquierdas vs derechas”, a estas alturas de la historia carente de contenido e insostenible, cuyo trasunto no es otra cosa que “Sistema y más Sistema”.
Es muy posible que el taxista que ha dado origen a estas líneas no alcanzara a ver tan lejos, a atisbar el alcance “ideológico” de su indignada protesta. Pero su “sentencia” explicita con contundencia una percepción plena de intuición acerca de las derivas contemporáneas y nos permite sumarnos a su exclamación y dirigirnos no ya a Rivera, sino a todos los que de izquierda a derecha constituyen la “guardia de corps” de este tinglado podrido, para reprenderles con un “¡Modernos, que sois unos modernos!”