No es necesario ser premio Nobel de economía para sumar dos más dos, igual que no lo es para adivinar lo que se nos viene encima si lees algo de prensa económica estos días. Que Europa está inmersa en una nueva crisis es ya una evidencia innegable. Una crisis que arrastramos como una gripe mal curada desde la pandemia, pero que se nos manifiesta ahora terriblemente virulenta por las reiteradas negligencias acumuladas durante el que debió ser un tratamiento de choque efectivo.
Los primeros síntomas preocupantes debieron identificarse con el crecimiento de la inflación en Europa, que en principio se desdeñó diagnosticándola como coyuntural, después como estacional y está por ver que no llegue a catalogarse como estructural. Con una tasa de inflación superior al 8 % para la Zona Euro, países como Alemania (7,9%) o Reino Unido (9,1%) no logran contener la carestía de la vida de sus ciudadanos.
El crecimiento de las economías, que podrían compensar la inflación, no muestra síntomas de ser más halagüeño, situando a la Zona Euro en el 5,4%, pero con correcciones constantes a la baja, como las previsiones del Banco Mundial que esperan un crecimiento del 2,6% para Europa y Asia Central. El FMI por otra parte diagnostica a la Zona Euro un crecimiento del 4,4%, a consecuencia entre otros de un desplome de la producción del 8,3% en la zona, llamando la atención sobre España (-12,8%), Italia (-10,6%) y Francia (-9,8%). En cualquier caso, si comparamos la mejor expectativa de crecimiento para la Zona Euro (5,4%) con la inflación del 8,8% que soportamos, el empobrecimiento de todos sus ciudadanos es evidente. El problema al que nos enfrentamos es que las economías que históricamente han tirado del carro de Europa durante las crisis, también se ven afectadas en estos momentos. Aunque los países catalogados como “fuertes” no están ingresados en la UVI, tampoco se encuentran en situación de generar tracción exterior para ayudar a los países más pobres, como es el caso de España.
Desde China las noticias tampoco son optimistas. Aunque occidente se ha puesto manos a la obra para relocalizar sus procesos productivos tras la lección aprendida durante la pandemia, seguimos siendo dependientes del gigante asiático. Por lo que nuestras cadenas de producción están subordinadas a la producción china, que en estos momentos sufre confinamientos periódicos que nos provocan desabastecimientos constantes. Las cadenas de valor occidentales están en constante tensión, lo que supone que no somos capaces de producir a ritmo de crecimiento y en muchas ocasiones ni al de la demanda. La falta de microchips en el mercado ya retrasa en un año las ventas en el sector automotriz, cosa que se extiende a otros muchos, en los que empieza a peligrar la continuidad de demasiadas de sus compañías.
El coste del combustible se ha disparado mientras que el del crudo baja. Esto se debe fundamentalmente a que la capacidad de refino en Europa se ha reducido en 1,9 millones de barriles diarios, a causa de las exigencias medioambientales impuestas por la UE y la exigencia de convertir las refinerías en empresas verdes. Esta obsesión de implantar la agenda 2030 por parte de Bruselas, sumado al parón de producción durante la pandemia, abocó a muchas refinerías europeas al cierre. La falta de producción hace que tengamos las reservas en mínimos, que los costes de refino se dupliquen por el efecto demanda y que la tensión por la falta de oferta del producto refinado que consumimos en las gasolineras genere el efecto alcista que sufrimos todos. No es un problema del coste de la materia prima, ni de la dependencia Rusa que tan solo es del 15% en la UE, si no de la falta de producto refinado. Se destierra de Europa las empresas que no están en su Agenda 2030, con las consecuencias que vemos en los monolitos de las gasolineras y que así seguirán mucho tiempo.
Por supuesto no podemos olvidar la guerra en Ucrania, que no solo nos deja sin el principal abastecimiento de cereales del mercado europeo, lo cual incide directamente en la producción animal entre otras muchas cosas. Otra de sus consecuencias, como las que sufre el transporte internacional, es que esta tensiona fuertemente el mercado gasístico, por la muy conocida y cacareada dependencia del gas ruso de los países norteños y su consecuencia directa en el aumento de costes de producción de electricidad. Sin duda la mayor y más preocupante debería ser la tragedia humana, la única que no tendría que ser olvidada cuando los telediarios dejen de mostrarnos a diario niñas rubias vestidas a la usanza occidental. Pero dicho esto, la guerra de Ucrania solo es un factor más de la situación y en ningún caso es el detonante ni el culpable de todos los males de occidente por mucho que pretendan vendernos la historia. Es solo una excusa en la que parapetarse para soslayar la pésima gestión realizada y que nos ha traído hasta aquí.
Otra de las claves será el Banco Central Europeo, que en julio retira definitivamente los estímulos de compra de deuda de los estados miembros, que ya viene reduciendo desde abril para contener la inflación. A esto se le suma que anuncia una subida de tipos tras el verano, reclamada por la banca desde hace años. Todo esto se traduce en tres consecuencias directas. Que los bancos compradores de deuda pública con dinero “gratis” del BCE, todos, tendrán que compensar su cuenta de resultados subiendo los tipos marginales de los que finalmente pagan la fiesta, los ciudadanos y empresas. La segunda consecuencia es que la retirada de los estímulos por parte del BCE, implicará que el coste de la deuda pública será mucho mayor, ¿Y cómo se paga? O reduciendo el gasto o aumentando los ingresos. Apuesto las dos manos a que este gobierno no dudará en subir los impuestos para hacerle frente. Por otra parte, el dinero pedido a crédito, antes de aplicar el tipo marginal de beneficios del banco, también será más caro. Por lo tanto, cualquier crédito, ya sea hipotecario, personal o de empresa se disparará este otoño a causa de las subidas de tipos y el cese de los estímulos a la compra de deuda por parte del BCE.
Por último, tenemos a los fondos Netx Generation EU, que venían como panacea para sanar las pertrechas arcas europeas, pero que no terminan de llegar al tejido empresarial, por lo que no redundan en las economías de nadie, ni de las empresas ni de los ciudadanos. En este caso el problema es triple. En primer lugar, son de una tremenda complejidad de gestión por la elefantiásica burocracia de Bruselas, complicándolo terriblemente en el caso español por la nula capacidad de gestión del gobierno Sanchez. En segundo lugar, este no es un dinerito que tuviera la UE guardado en el cajón, lo tiene que obtener de un mercado financiero que no se encuentra en sus mejores momentos por la situación mundial y con una confianza relativa en la economía de la UE a medio plazo. Lo que le está complicando arduamente la tarea de obtener los fondos que ha comprometido con los países comunitarios. Por último, la UE ha diseñado este programa de “Recuperación y Resiliencia” para impulsar de forma definitiva su agenda política y exigir a todo país que opte a ellos subyugarse a la Agenda 2030. Esto conlleva olvidarse de la industria, de la independencia alimentaria y de la soberanía energética. Europa pretende que nuestra productividad y nuestra economía se basen en la igualdad de género y oportunidades, la digitalización y la energía renovable. Pero se olvida que la igualdad de género no produce un céntimo, o solo a aquellos que cobran 60.000€ para concluir que los terremotos son machistas. Que la digitalización está muy bien, pero necesitas procesos industriales que optimizar y si acabas con ellos no tienes nada útil que digitalizar. Y que las energías renovables siguen siendo deficitarias, no son constantes y forzosamente suponen un encarecimiento de la electricidad resultante. Para concluir, estas gigantescas supuestas inversiones no se pueden implementar de un día para otro, por lo que ni cumplirán los plazos exigidos para dotar los fondos, ni llegarán al mercado real a tiempo de sanar la economía.
Este es el panorama al que se enfrenta Europa en los próximos meses, consecuencia de una gestión terriblemente negligente y de su obsesión por implementar su agenda política al precio que sea necesario. En algún momento los europeos se darán cuenta de que los pagadores somos sus ciudadanos, o al menos esa es la esperanza que nos queda. Mientras, los proceres de la UE parece que no quieren ver lo evidente, o incluso viéndolo, siguen obsesionados con implementar su agenda. Doy por hecho que algún experto más sesudo que yo lo habrá avisado en más de una ocasión. Como les decía al principio, no es necesario ser un Nobel para adivinar lo que se nos viene encima. Pero si hay un camino, aún sin renunciar a lo que ya han logrado, se puede volver a la senda del crecimiento, de la industrialización, de la energía a costes razonables, simplemente apelen a la lógica económica y dejen de intentar convertir a los europeos en fanáticos eco-igualitarios digitales. Solo tienen que mirar hacia Alemania, que con un gobierno verde vuelve a quemar carbón en sus centrales térmicas.
Me encantaría entrar con bisturí en el caso español, pero no tengo dotación de pañuelos de papel suficiente para secarme las lágrimas. Así que lo dejaré para un próximo artículo en el que estaré mejor pertrechado.