¿Por qué el turbocapitalismo quiere descristianizar occidente?

¿Por qué el turbocapitalismo quiere descristianizar occidente?. Diego Fusaro

Guerra contra la religión. ¿Por qué el turbocapitalismo quiere descristianizar occidente?

En coherencia con el marco teórico delineado en “Minima mercatalia. Filosofia e capitalismo” [1], el capitalismo absoluto-totalitario o turbocapitalismo, tal como se ha venido implantando a partir de los años sesenta del “siglo breve”, actúa aniquilando cada límite que pueda obstaculizar o incluso ralentizar su lógica de desarrollo y reproducción. Esa lógica consiste en la colonización sin residuos de lo real y de lo simbólico, según el ritmo de una omnimercadización [*conversión de todo en mercado y mercancía ] que tiene por orientación teleológica nada más que la ilimitada e ilimitable voluntad de poder, y por fundamento la destrucción de todo límite material o inmaterial: el turbocapitalismo se hace absolutus, “perfectamente completo”, en cuanto deviene “liberado de” (solutus ab) cada límite que pueda contenerlo, disciplinarlo y, acaso también, detener su avance. La demolición incesante de fronteras y bastiones de resistencia a esa conversión de todo en  mercado es lo que, con total intencionalidad, se celebra como “progreso” por el nuevo orden mental generado por el completamente nuevo orden mundial bajo el signo del capital.

Por el contrario, “regresión” [* “involución”] es el término con el que el orden del discurso dominante deslegitima cada figura del límite o, más simplemente, del no alineamiento respecto al envolvente movimiento global que transforma todo en mercancía cosificando el mundo y la vida. Y esto, en el cuadro post-1.989, vale: tanto para elementos stricto sensu “materiales” y políticos, como el Estado soberano nacional (del que nos hemos ocupado en “Glebalizzazione”) [2], último baluarte de la soberanía popular y de la autonomía de lo político; cuanto para la dimensión propiamente espiritual ligada a las identidades culturales (en el centro de nuestro “Difendere chi siamo”) [3], al pensamiento crítico (lo hemos estudiado en “Pensare altrimenti”) [4] y, especialmente, a la religión de la trascendencia. Esa voluntad de poder ilimitadamente autoempoderada, para ser capaz de realizarse a sí misma, debe colonizar el planeta entero siguiendo la dinámica de lo que usualmente llamamos “globalización” (nombre púdico para la nueva figura del imperialismo all inclusive), y debe, “uno motu”, apoderarse de todas y cada una de las conciencias, provocando la destrucción de cualquier soberanía cultural y espiritual,  específicamente la des-identificación (la aniquilación de toda identidad) y la des-divinización del mundo (la neutralización de todo sentido de lo sacro y de la trascendencia). Bajo esa perspectiva, el cristianismo resulta de todo punto incompatible con le nouvel sprit du capitalisme ya que, aparte de custodiar el sentido de lo sacro y de la trascendencia, vive históricamente en instituciones concretas que, como la Iglesia de Roma, presentan una autonomía propia y, si se quiere, una propia soberanía política además de espiritual.

De modo que el eslogan tan en boga “guerra de religión”, con que el discurso posmoderno tiende a liquidar tout court toda religión de la trascendencia, en cuanto asimilable al fanatismo de las revueltas potencialmente terroristas, tal vez podría ser sustituido por la opuesta locución “guerra contra la religión”, fórmula con la cual, mediante una reorientación gestáltica del pensamiento, aludimos: A) a la ya evidente incompatibilidad entre religión de la trascendencia y religión atea del mercado, entre cristianismo  y capitalismo; y B) a la no menos adamantina “guerra” -ahora abierta , ahora soterrada-, que la civilización de los mercados ha declarado a la religión de la trascendencia “ut sic”. La “retirada de la cristiandad” se explica también, en parte, en conexión con la lucha contra la religión dirigida por la inspiración materialista y carente de espíritu característica del orden tecnocrático. En el ámbito de esta “guerra contra la religión”, que es ocultada deliberadamente bajo la retórica de la “guerra de religión” desde la esfera de la free trade zone globalizada, al cristianismo se le concede una única posibilidad: adaptarse al nihilismo relativista fingiendo que continúa siendo él mismo para, de este modo, conducir al abismo de la nada de la civilización de los mercados, a los fieles y al propio Occidente. Dicho de otra manera, y conforme a cuanto se ha señalado, la globalización turbocapitalista pide al cristianismo o dejarse “matar” por el nihilismo de la civilización tecnocapitalista , o “suicidarse” diluyéndose voluntariamente en esa nada; esto es, redefinirse como mero apéndice de la civilización de los mercados, asimilando y difundiendo idéntica visión del mundo relativista y nihilista, despojada de todo nexo con la trascendencia y con lo sacro, para en última instancia, acabar transformándose en megáfono de la misma concepción política , social y económica basada en los dogmas del mercado sans frontières, la libre circulación de mercancías y de personas mercadizadas, el one world neoliberal y americano-céntrico, y los caprichos de consumo con tonos arcoíris para las clases dominantes, indebidamente designados con el noble título de “derechos civiles”.

En resumen, la globalización le pide al cristianismo, sic et simpliciter, continuar existiendo renunciando a su ser y deviniendo parte integrante del mismo proyecto de la globalización fundada sobre el fanatismo del libre mercado. Y cuando se dan tentativas de sustraerse a este destino, recuperando el espíritu de la trascendencia y de lo sagrado, de la tradición y de lo divino, como ocurrió en el breve pero heroico pontificado de Ratzinger, el desencuentro entre cristianismo y capitalismo se vuelve irreconciliable. Ahí se muestra, en toda su crudeza, la enemistad real que enfrenta a la religión de lo sagrado contra lo nihil del “orden horrendo” –así lo llamaba Pasolini- de la civilización de los capitales; enemistad que, en este caso, se ha resuelto a favor de lo segundo, mediante la restauración –con el nombramiento de “papa” Bergoglio- de un nuevo y más estable compromiso de sumisión del cristianismo respecto al bloque oligárquico neoliberal. El Papa Ratzinger fue el extremo y épico intento del cristianismo de invertir la propia tendencia de evaporación y de autodisolución, oponiendo resistencia al relativismo nihilista gracias a una recuperación del corazón de la doctrina y de la tradición cristianas, y reivindicando en sentido pleno las razones de lo sacro, de lo eterno, de lo trascendente y del Corpus Christianorum.

En la precedente figura del “capitalismo dialéctico”, justo como la hemos codificado en “Minima mercatalia”, la religión se planteaba como elemento esencialmente dialéctico: podía justificar tanto la revuelta en nombre del reino de los cielos, como la subordinación al poder constituido en cuanto imagen de la justicia divina, a resultas de que prevaleciese – recurriendo a la sintaxis de Ernst Bloch en “Ateismo en el cristianismo”[5]- la “corriente caliente” o la “corriente fría” del cristianismo. En su momento, la religión pudo ser utilizada como un instrumento de gobierno y fue posible encontrar con ella un acuerdo bilateral, como por ejemplo ocurrió en Italia con los Pactos Lateranenses (1.929).

El capitalismo absoluto-totalitario, por su parte, no sólo no necesita más del fenómeno religioso para apuntalar el propio poder, sino que debe librarse de él, reconociéndolo un impedimento –potencial o real según el contexto- a su propia lógica de desarrollo y reproducción. Desde un plano diferente, la religión cristiana remite a un orden superior que, sin embargo, no siempre debe entenderse necesariamente como una estructura de dominación y poder. Indudablemente, en el pasado el cristianismo ha representado un obstáculo, porque el poder necesitaba una justificación también en lo religioso. El poder del neocapitalismo realmente totalitario y superior en potencia a todo lo que le ha precedido, no necesita más de la justificación “celeste”: es suficientemente fuerte para bastarse a sí mismo; además, teme que cualquier posible referencia al orden superior de lo trascendente pueda resultar intrínsecamente contradictoria, aunque sólo sea por su apelación a otra dimensión distinta y más elevada que aquella de lo real totalmente colonizado en forma de mercado.


[1] “Minima Mercatalia: Filosofia e capitalismo”. DIEGO FUSARO. (Ed. Bompiani, 2012)

[2] “Glebalizzazione. La lotta di classe al tempo del populismo”. DIEGO FUSARO. (Ed. Rizzoli, 2019)

[3] “Difendere chi siamo. Le ragioni dell´identità italiana”. DIEGO FUSARO. (Ed. Rizzoli, 2020)

[4] “Pensare altrimenti”. DIEGO FUSARO. (Ed. Giulio Einaudi Editore, 2017). Edición en español “Pensar diferente”. (Ed. Trotta, 2022)

[5] “Ateísmo en el cristianismo”. ERNST BLOCH. (Ed. Trotta, 2019)

 

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