Propósito

Propósito. José Vicente Pascual

La vida, por más que nos empeñemos, no tiene argumento. Nacemos, nos pasan cosas, hacemos cosas y nos vamos al otro barrio, creo que para siempre. Para afrontar esa evidencia de lo transitorio y el sinsentido radical —en última instancia— del paréntesis irrelevante que supone la existencia de cada individuo, nos acogemos a algunas conjeturas sobre el más allá, todas muy loables, y al consuelo del mundo entendido como tarea compartida y materia organizable: esa “ilusión por el mundo” que unos traducen en afecto a la familia y allegados mientras que otros, más ambiciosos o de peor contentar, ensanchan su propósito hasta el valor de “lo colectivo”, el devenir de las sociedades y de grandes anhelos humanos como la justicia, la equidad y un etcétera tan largo como extensas sean las creencias del necesitado de creer. De ahí, los grandes compendios filosóficos, los grandes resúmenes ético-legales sobre el mundo y cómo el mundo debería funcionar. De ahí, las grandes estructuras sociales, los Estados y las naciones. De ahí, la historia.

Somos tan apasionadamente humanos, tan ilusionados por nosotros mismos, que llamamos civilización al logro de dichas estructuras complejas, sean objetivas o ideológicas, y las consideramos cúspide del conocimiento, como objetivo superior y felizmente alcanzado por esa excepción abismada a su propia paradoja que llamamos conciencia.

Sin embargo, nunca nos detenemos en un instante de humildad para reconocer que la única estructura que funciona a la perfección y que mantiene la vida sobre el planeta, espléndida e imparable, ajena por completo a la voluntad humana, es el ADN. A su lado, comparando, cualquier ingenio de la humanidad es una chapuza. Y por supuesto, jamás vamos a reconocer que nuestras ideaciones sobre el mundo, a menudo transcendidas en modelos sofisticados de pensamiento y organización social, son efecto natural de la necesidad de ser impuesta por el trabajo incesante de las cadenas de ADN que nos otorgan consistencia física. Somos efecto, no causa, y todo cuanto hacemos y conseguimos pertenece al territorio muy brillante mas poco determinante del segundo plano. Que nuestra apetencia por el mundo nos haga confundir casi siempre estos términos, de por sí bastante simples, no entorpece el entusiasmo con que nos afanamos en construir representaciones de la vida cada vez más depuradas, avanzadas y eficaces. Y eso está bien. Lo que no está tan bien es que el brillo del objetivo nos condene a extraviar el sentido último de lo que somos: una parte de la vida —una minúscula parte—, consciente de todo lo que hace aunque también, ay, consciente de que lo hace fuera del contexto estrictamente biológico.

Últimamente he vuelto a estas reflexiones —también muy simples, ya se habrán dado cuenta—, porque sólo desde esta perspectiva soy capaz de explicarme las actitudes de quienes controlan el inmenso escenario de la vida en su expresión secundaria, la caterva de políticos y su entorno técnico-teórico que dirigen el mundo, en momentos tan delicados como los actuales, con cierto propósito que siempre nos parece incomprensible, inaccesible a nuestro discernir cotidiano y asentado en el sentido común; y no porque los actos de la dirigencia planetaria sean disparatados sino porque se manifiestan erráticos: un día tienen una ocurrencia y al siguiente otra que la contradice, y las masas a seguir adelante, a soportarlos con paciencia y a obedecer. El espectáculo de la OMS y los gobiernos nacionales que siguen su dictado, en relación a la gestión de la pandemia del C-19, no necesita comentarios. La gente enferma, sufre y muere en porcentajes desmesurados; unos países surfean sobre la plaga y a otros los está engullendo la tempestad; unos van camino de la bancarrota y otros se enriquecen a costa de la calamidad ajena. Y la OMS en medio, templando gaitas con unos y otros, dejándose querer por todos y escabulléndose de las condiciones y necesidades específicas de cada uno. ¿Cómo es posible tanto vaivén, tanta complacencia en la improvisación, tanta desmaña y tan poca vergüenza? Si los resultados en la lucha contra el C-19 muestran el nivel de eficiencia al que nos ha llevado nuestra ilusión por el mundo… Como diría el castizo: “Apaga y vámonos”.

Cierto, tener ilusión por el mundo, transcender nuestra condición biogenética y estructurar la existencia humana conforme al rito civilizador tiene sus ventajas, muchas, y todas ellas nos ayudan a seguir adelante. Pero cuidado con las gentes que suplantan la legítima ilusión por el mundo por el propósito, la concreción de sus ideas en paradigmas de actuación sobre ese mismo mundo que a todos nos complace tanto. Cuidado con ellos porque, en cuanto tengan poder y capacidad, van a meter sus manazas en la realidad para mejorarla. Y ya saben lo que sucede cuando alguien se empeña en arreglar algo que funciona.

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