La dictadura es una forma autoritaria de gobierno característica tanto de la revolución como de la contrarrevolución. Como afirmó Lenin, la dictadura implica un gobierno que se apoya «inevitablemente en la fuerza de las armas, en la insurrección, y no en estas o en las otras instituciones creado “por la vía legal”, “por la vía pacífica”» (Vladimir Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, Ediciones en Lengua Extranjera, http://www.marx2mao.com/M2M%28SP%29/Lenin%28SP%29/TT05s.html, Pekín 1976, pág. 48).«Dictadura» quería decir, en este contexto, un poder basado en la violencia sin estar limitado por la ley.
El problema de la dictadura del proletariado era la clave del marxismo-leninismo (aquello por lo cual, entre otras cosas, lo diferenciaba del panfilismo anarquista y del parlamentarismo socialdemócrata). Pero, ¿quién era el sujeto de esta dictadura? ¿Eran los obreros? No, como su nombre indica era el proletariado. ¿Y qué se suponía que era el proletariado? La vanguardia revolucionaria, esto es, los revolucionarios profesionales del Partido que han tomado el poder al hacer del marxismo su instrumento de lucha e incluso su estilo de vida al estar dedicados a tiempo completo en cuerpo y alma a la Causa.
Por tanto la dictadura del proletariado no era el gobierno de los obreros, como tampoco la democracia es el gobierno del pueblo (o la religión la relación del hombre con Dios). El gobierno de los obreros es una concepción tan metafísica como el gobierno del pueblo o la relación del hombre con un ser que ni existe ni puede existir (y si existiera sería imposible toda relación al ser infinito y el hombre un ser finito). Para que la dictadura del proletariado sea un concepto positivo y no un vaporoso fantasma debe encarnarse en una élite de intelectuales revolucionarios que dirige el Estado recién conquistado.
El propio Marx reconocía que su más original contribución a la teoría de la lucha de clases era la dictadura del proletariado, y Lenin llegó a decir que ésta era la esencia de la doctrina de Marx, aunque éste se refería a la misma en un contexto histórico muy diferente al del gran revolucionario ruso (sobre todo en los años de la guerra civil de 1918-1920, momento en el que la dictadura del proletariado se consideraba como un poder no limitado por ningún principio jurídico). De hecho Marx confesaba que el alma de su doctrina no estaba en la lucha de clases -de la cual ya habían dado constancia los economistas burgueses- sino en la inexorable tendencia de la sociedad hacia la dictadura del proletariado, como le dijo a Weydemeyer el 5 de marzo de 1852.
Después de lo sucedido en la Comuna de París en 1871 Marx y Engels profundizaron sobre la dictadura del proletariado. «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista se sitúa el período de la transformación revolucionaria de la una en la otra. A éste le corresponde también un período político de transición cuyo Estado no puede ser sino la dictadura revolucionaria del proletariado» (Karl Marx, Crítica del programa de Gotha, Traducción de Gustau Muñoz i Veiga, Gredos, Madrid 2012, pág.670). «Una cosa absolutamente cierta es que nuestro Partido y la clase obrera no puede llegar a la dominación más que bajo la forma de república democrática. Esta última incluso es la forma específica de la dictadura del proletariado, como ya lo ha demostrado la Gran Revolución Francesa» (Friedrich Engels, Crítica del programa de Erfurt, Traducción de R. A., Editorial Ayuso, Madrid 1975, pág.72-73).
A priori Marx planteó la dictadura del proletariado como una dictadura clásica, romana, esto es, como magistratura extraordinaria transitoria: una dictadura comisarial. A posteriori la dictadura del proletariado se interpretó o bien en la forma comunera anarquizante (la de la Comuna de París) o bien en la forma centralizadora jacobina (la bolchevique, es decir, la propiamente revolucionaria, ya que efectivamente hizo la revolución). La primera no llegó a realizarse, por lo tanto no fue auténticamente revolucionaria; aunque en 1891 Engels llegó a decir que «las palabras “dictadura del proletariado” han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!» (Friedrich Engels, «Introducción a la edición alemana de La guerra civil en Francia, publicada en 1891», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 95). La segunda, en cambio, sí llegó a realizarse y sus resultados, como es obvio, no fueron los esperados; pues la dictadura del proletariado lejos de extinguir el Estado proletario, tras destruir el Estado burgués, lo fortaleció y por razones necesarias del determinismo histórico lo transformó en un Imperio, que a nuestro juicio -y para escándalo de muchos- se trató de un Imperio generador fundador de ciudades, de industrias y, en una palabra, de civilización (otros dirán «occidentalización»).
La dictadura del proletariado era un sistema de violencia organizada contra la burguesía y los restos del Antiguo Régimen, lo cual implicaba el Terror rojo y el «saqueo contra los saqueadores». La resistencia de los terratenientes ante la alianza del proletariado y el campesinado pobre impone necesariamente, si se quiere perseverar en el ser, la implantación de la dictadura, pues sin ésta no hay forma de aplastar y rechazar los intentos contrarrevolucionarios. Por ello «la revolución avanza por el hecho de que crea una contrarrevolución fuerte y unida, es decir, obliga al enemigo a recurrir a medios de defensa cada vez más extremos y elaborar, por lo mismo, medios de ataques cada vez más potentes» (Vladimir Lenin, «Las enseñanzas de la insurrección de Moscú», Versión al español de Ediciones en Lenguas Extranjeras, Ediciones Roca, Barcelona 1976, pág. 12). Y ya desde los tiempos de la vieja Iskra había señalado que «el exterminio implacable de los jefes civiles y militares es nuestro deber en tiempo de insurrección» (Ibid., 17). «Las masas deben saber que se lanzan a una lucha armada, sangrienta, sin cuartel. El desprecio a la muerte debe difundirse entre las masas y asegurar la victoria. La ofensiva contra el enemigo debe ser lo más enérgica posible; ofensiva y no defensiva: ésta debe ser la consigna de las masas; exterminio implacable del enemigo: tal será su tarea; la organización del combate se hará móvil y ágil; los elementos vacilantes del ejército serán arrastrados a la lucha activa. El partido del proletariado consciente debe cumplir su deber en esta gran lucha» (Ibid., 21-22).
De modo que la dictadura del proletariado se suponía como la elevación de la clase obrera a clase dominante, y su objetivo consistía en reprimir a la burguesía para arrancarle gradualmente el capital y centralizar las fuerzas productivas. Es decir, en la lucha de clases y la consecuente dictadura del proletariado, guerra civil mediante, se hace inevitable «un Estado democrático de una manera nueva (para los proletarios y los desposeídos en general) y dictatorial de una manera nueva (contra la burguesía)» (Vladimir Lenin, El Estado y la revolución, Traducción cedida por Editorial Ariel S.A, Planeta-Agostini, Barcelona 1993, pág.53).
En la dictadura del proletariado los obreros dan al Estado una forma revolucionaria y transitoria en la que tratan de vencer a la resistencia de la burguesía, de inspirar terror a los reaccionarios, de mantener la autoridad del pueblo armado contra la burguesía y los restos de la aristocracia. «Se puede derrotar de golpe a los explotadores, por medio de una insurrección victoriosa en el centro o de una rebelión de tropas. Pero, descontados casos muy raros y excepcionales. No se puede expropiar de golpe a todos los terratenientes y capitalistas de un país de alguna extensión. Además, la expropiación por sí sola, como acto político y jurídico, no decide, ni mucho menos, la cuestión, porque es necesario desplazar de hecho a terratenientes y capitalistas, reemplazarlos de hecho por una nueva dirección en fábricas y propiedades, por una dirección obrera. No puede haber igualdad entre los explotadores, a los que han distinguido, durante largas generaciones, la instrucción, la riqueza y los hábitos adquiridos, y los explotados, cuya masa, incluso en las repúblicas burguesas más avanzadas y democráticas, es embrutecida, inculta, ignorante, atemorizada y falta de cohesión. Durante mucho tiempo después de la revolución, los explotadores siguen conservando de hecho inevitablemente una serie de enormes ventajas: conservan el dinero (no es posible suprimir el dinero de golpe), algunos que otros bienes muebles, con frecuencia valiosos; conversan las relaciones, los hábitos de organización y administración, el conocimiento de todos los “secretos” (costumbres, procedimientos, medios, posibilidades) de la administración, conservan una instrucción más elevada, su intimidad con el alto personal técnico (que vive y piensa en burgués), conservan (y esto es muy importante) una experiencia infinitamente superior en lo que respecta al arte militar, etc. Si los explotadores son derrotados solamente en un país -y este es, naturalmente, el caso típico, pues la revolución simultánea en una serie de países constituye una rara excepción- seguirán siendo, no obstante, más fuertesque los explotados, porque sus relaciones internacionales son poderosas. Además, una parte de los explotados, o de las masas menos desarrolladas de campesinos medios, artesanos, etc., sigue y puede seguir a los explotadores. Es un hecho probado hasta ahora por todas las revoluciones, incluso por la Comuna (porque entre las fuerzas de Versalles había también proletarios, cosa que “ha olvidado” el doctísimo Kaustsky)» (Vladimir Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Versión al español de Ediciones en Lenguas Extranjeras, Ediciones Roca, Barcelona 1976, pág.40-41).
En su respuesta a Kautsky escribía Trotsky en Terrorismo y comunismo: «Del mismo modo que una lámpara, antes de apagarse, brilla intensamente, el estado, antes de desaparecer, asume como dictadura del proletariado su forma más rigurosa, que abarca con su autoridad todos los aspectos de la vida de los ciudadanos» (citado por David Priestland,Bandera roja. Historia política y cultural del comunismo, Traducción de Juanmari Madariaga, Crítica, Barcelona 2010, pág. 110).Sin dictadura del proletariado -decía Trotski- se está cavando la tumba del socialismo. Lo que quería decir que sin represión a la burguesía y a los restos de aristocracia es imposible el comunismo. De ahí que Lenin dijese que un buen comunista es un buen chequista.
Lenin hablaba del viraje de la democracia burguesa a la democracia proletaria; o, mejor dicho, del paso revolucionario de la dictadura burguesa a la dictadura proletaria, esto es, del cambio violento del poder de la clase opresora a la clase oprimida (aunque realmente el que toma el poder no son los obreros sino la vanguardia revolucionaria: el Partido). De ahí que la doctrina de la dictadura del proletariado se plantease como«el problema principal de toda lucha de clase proletaria» (Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, pág. 13), pues, la lucha de clases no desaparece sino que adopta formas diferentes.
En la sesión del 4 de marzo de 1919 del Primer Congreso de la Tercera Internacional, la internacional comunista que fundó el propio Lenin contra la socialdemocracia «socialchovinista», llegaría a decir: «Lo que tiene de común la dictadura del proletariado con la dictadura de las otras clases es que está motivada, como toda otra dictadura, por la necesidad de aplastar por la fuerza la resistencia de la clase que pierde la dominación política. La diferencia radical entre la dictadura del proletariado y la dictadura de las otras clases -la dictadura de los terratenientes en la Edad Media, la dictadura de la burguesía en todos los países capitalistas civilizados- consiste en que la dictadura de los terratenientes y la burguesía ha sido el aplastamiento por la violencia de la resistencia ofrecida por la inmensa mayoría de la población, concretamente por los trabajadores. La dictadura del proletariado, por el contrario, es el aplastamiento por la violencia de la resistencia que ofrecen los explotadores, es decir, la minoría ínfima de la población, los terratenientes y los capitalistas» (Vladimir Lenin, «Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado», Versión al español de Ediciones en Lenguas Extranjeras, Ediciones Roca, Barcelona 1976, pág.97-98).
El 27 de mayo de 1919, en «Un saludo a los obreros húngaros», escribía que «La abolición de las clases es obra de una larga, difícil y tenaz lucha de clasesque no desaparece (como se lo imaginan los vulgares personajes del viejo socialismo y de la vieja socialdemocracia) después del derrocamiento del poder del capital, después de la destrucción del Estado burgués, después de la implantación de la dictadura del proletariado, sino que se limita a cambiar de forma, haciéndose en muchos aspectos más encarnizada todavía» (Vladimir Lenin, Acerca del aparato estatal soviético, Traducción al español Editorial Progreso, Editorial Progreso, Moscú 1980, págs.199-200). Y «quien concibe la transición del socialismo sin el aplastamiento de la burguesía no es socialista» (Lenin, 1980e: 189). Porque -como explicaba el 21 de abril de 1921- «en los países que viven una crisis inaudita, una desintegración de las viejas relaciones, una exacerbación de la lucha entre las clases después de la guerra imperialista de 1914-1918 -tal es el caso en todos los países del mundo-, no se puede pasar sin el terror, a despecho de los hipócritas y charlatanes. O terror blanco burgués, al estilo norteamericano, inglés (Irlanda), italiano (fascista), alemán, húngaro y otros, o terror rojo, proletario. No hay término medio, “tercer” camino no lo hay ni puede haberlo» (Ibid.).
Y en 1920, con el triunfo de la guerra civil, escribía: «La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se halla decuplada por su derrocamiento (aunque no sea más que en un solo país) y cuya potencia consiste, no sólo en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y la solidez de las relaciones internacionales de la burguesía, sino, además, en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción… la dictadura del proletariado es necesaria, y la victoria sobre la burguesía es imposible sin una lucha prolongada, tenaz, desesperada, a muerte, una lucha que exige serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y una voluntad única» (Vladimir Lenin, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, http://www.marx2mao.com/M2M%28SP%29/Lenin%28SP%29/LWC20s.html, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín 1975, págs.5-6). «La dictadura del proletariado es una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa, contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de hombres, es la fuerza más terrible. Sin un partido férreo y templado en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todo lo que haya de honrado dentro de la clase, sin un partido que sepa pulsar el estado de espíritu de las masas e influir sobre él, es imposible llevar a cabo con éxito esta lucha. Es mil veces más fácil vencer a la gran burguesía centralizada, que “vencer” a millones y millones de pequeños patronos, estos últimos, con su actividad corruptora invisible, inaprehensible, de todos los días, producen los mismos resultados que la burguesía necesita, que determinan la restauración de la misma. El que debilita, por poco que sea, la disciplina férrea del partido del proletariado (sobre todo en la época de su dictadura) ayuda de hecho a la burguesía contra el proletariado» (Ibid.).