BRICS son las siglas de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Se trata de una alianza económica y comercial que incluye a las cinco potencias económicas nacionales emergentes más importantes del mundo y con la mitad de población del mundo (sobre todo con la población de China y la India) y con un vasto territorio y grandes recursos naturales y donde imperan economías mixtas y mercados regulados.
Los cinco países del BRICS tienen mayor potencial que los países del G7 (que era G8 cuando se sumaba Rusia). Brasil y Rusia son actualmente los mayores surtidores de materiales. Brasil posee la biodiversidad del Amazonas, así como minerales de hierro y etanol. Al poseer el 45% de los recursos naturales de Sudamérica, con casi 200 millones de habitantes (un 86,5% de población urbana), Brasil es sin duda la potencia con mayor capacidad geopolítica de la zona. Rusia posee una imponente industria de armamentos, así como petróleo y gas natural en cantidad. Asimismo, Rusia, India y China son potencias nucleares.
No obstante, los BRICS poseen poblaciones grandes con muchos pobres (especialmente India y China, y también Brasil), lo cual imposibilita la prosperidad y hace que se limiten las finanzas de gobierno, lo que consecuencia el malestar social.
Con el acuerdo del BRICS el mundo geopolítico «es el mismo que el anterior a él, un mundo en lenta y constante transformación marcada no por un destino universal previamente fijado, sino por la determinación mutua entre las fuerzas existentes en él y los proyectos globalizadores alternativos que, al ser múltiples y contrapuestos, forman equilibrios sumamente inestables. A veces, las crisis de estos equilibrios se resuelven por la guerra» (Grupo Promacos, El Catoblepas, http://www.nodulo.org/ec/2014/n150p08.htm, 2014).
Ya en septiembre de 1991 el presidente chino Deng Xiaoping habló de «nueva guerra fría», ahora entre China y Estados Unidos, cosa que se repetía en la prensa China de manera constante. «Debemos señalar», podía leerse en un documento interno del gobierno chino en 1992, «que, desde que se han convertido en la única superpotencia, los Estados Unidos han estado intentando frenéticamente asegurarse una nueva hegemonía y una política de poder, y también que su fuerza está en relativa decadencia y que hay límites en lo que puede hacer».
«Las fuerzas hostiles occidentales», dijo en agosto de 1995 el presidente chino Jiang Zemin, «no han abandonado en ningún momento su maquinación para occidentalizar y “dividir” nuestro país». Se habla de que en 1995 había un amplio consenso entre los líderes y estudiosos chinos en que Estados Unidos estaba procurando «dividir territorialmente China, subvertirla políticamente, contenerla estratégicamente y hacerla fracasar económicamente» (citado por Samuel Huntington, El choque de civilizaciones, Traducción de José Pedro Tasaus Abadía, Paidós, Buenos Aires 2001).
China, que dominó el este asiático durante 2.000 años, sería humillada por Occidente y por Japón en 1842 con la imposición británica del Tratado de Nanking. Tras superar el «siglo de las humillaciones» en 1949, y desde entonces, el gigante asiático ha despertado y no parece que haya quien lo tumbe.
«En las últimas décadas de la guerra fría, China jugó eficazmente la “baza china” contra la Unión Soviética y los Estados Unidos. En el mundo de posguerra fría, Rusia tiene una “baza rusa” que jugar. Rusia y China unidas decantarían decisivamente el equilibrio euroasiático contra Occidente y despertarían todas las inquietudes existentes acerca de la relación chino-soviética en los años cincuenta. Una Rusia que trabaje estrechamente con Occidente proporcionaría un contrapeso adicional a la conexión confuciano-islámica en cuestiones de ámbito planetario y reavivaría en China los temores de la guerra fría acerca de una invasión desde el norte. Sin embargo, también Rusia tiene problemas con estas dos civilizaciones vecinas. Con respecto a Occidente, tienden a ser más a corto plazo; consecuencia del final de la guerra fría y de una doble necesidad, de redefinición del equilibrio entre Rusia y Occidente, y de acuerdo por ambas partes sobre su igualdad básica y sus respectivas esferas de influencia» (Huntington, El choque de civilizaciones).
Inmediatamente de que la URSS dejase de existir, Rusia y China resolvieron sus disputas fronterizas y al mismo tiempo que ambas potencias reducían sus fuerzas militares dejaron de apuntarse con sus cabezas nucleares. Rusia vio en China un cliente ansioso de obtener tecnología militar. Asimismo, sus respectivos ministros de Asuntos Exteriores examinaron unir fuerzas para combatir el fundamentalismo islámico.
A finales de la década de los 90 el poder diplomático ruso trató de establecer una alianza triangular con China y la India, con el fin de acabar con el mundo unipolar de hegemonía estadounidense e imponer un mundo multipolar, ir contra las «intervenciones humanitarias»; es decir, evitar la injerencia en asuntos internos, impedir el secesionismo de tipo islámico (tipo Chechenia, Kosovo, Xinxing), contra la venta de armas, contra la ampliación de la OTAN, a favor del desarrollo de las relaciones económicas y aceptación mutua de la hegemonía rusa en Europa. Desde 2002 el comercio entre China y Rusia empezó a crecer rápidamente.
El 1 de marzo del año 2000 Vladimir Putin, con pocos meses en el poder, se reunió en Moscú con el ministro de Exteriores chino, Tang Jiaxuan, y afirmó que China y Rusia «resuelven el problema de la estabilidad en el mundo a escala global tanto como lo hacen en las relaciones bilaterales» (citado por Richard Sakwa, Putin. El elegido de Rusia, Ediciones Folio, L’Hospitalet 2005, pág. 325).
La primera visita que hizo Putin a China fue el 18 de julio del año 2000, donde sería recibido en Pekín por el presidente Jiang Zemin, y ya acordaron en profundizar las relaciones de «cooperación estratégica» chino-rusas frente a la posición hegemónica de Estados Unidos. La misma relación quería entablar con la India cuando el presidente ruso visitó Nueva Delhi el 3 de octubre.
El 14 y 15 de junio de 2001 se estableció la Organización de Cooperación de Shanghai, la cual servía como mecanismo regional para la seguridad y cooperación, que además de Rusia y China incluía a Kazajistán, Kirguizistán y Uzbekistán, aunque más que una alianza estratégica se basaba en una acuerdo pragmático de intereses y asuntos comunes.
No obstante, Rusia recelaba de China por su incremento en los conocimientos militares que ésta adquiría a través de aquélla, pues mientras China crecía militarmente su dependencia de Rusia iba menguando; a su vez, China recelaba de Rusia por sus coqueteos con la OTAN (cuando en la guerra de Yugoslavia ambas potencias condenaron la intervención de la Alianza Atlántica).
Asimismo, China se sentía incómoda por su ausencia en el G8 y la presencia de Rusia en el mismo. A su vez, a través de la ruta de la seda del siglo XXI China procura conectarse con África, Sudamérica y el océano Atlántico. (En Posmodernia hemos ofrecido unas pinceladas sobre esta ruta o, más bien, sobre estas rutas: https://posmodernia.com/las-rutas-de-la-seda/).
En su discurso del 26 de enero de 2001 en el Ministerio de Exteriores, Putin insistía en que «la línea asiática adquiere cada vez más importancia… Creo que sería incorrecto calcular dónde tenemos más prioridades, en Europa o Asia. No debe existir una preferencia por Occidente ni por Oriente. La realidad es que una potencia con la posición geopolítica de Rusia tiene intereses nacionales en todas partes» (citado por Sakwa, Putin, pág. 324).
Jim O’Neill, economista global del principal banco de inversiones del mundo, el Golmand Sachs, que desde 2018 es presidente del Royal Institute International Affairs (el think tank globalista más importante del Reino Unido también conocido como Chatham House), pronosticó en un ensayo titulado Building Better Global Economic BRICS (Contribuyendo a los ladrillos económicos globales) que Brasil, Rusia, India y China podían ser las cuatro economías dominantes del mundo para el 2032 o el 2050. También calculaba que estos países poseerían el 40% de la población mundial, y entre todos un Producto Interior Bruto de 134.951 billones de dólares. Curiosamente fue un globalista anglosajón el que acuñó el término «BRIC», es decir, fue el enemigo el que bautizó con este nombre a la alianza, aunque al incorporarse Sudáfrica terminaría llamándose «BRICS»; luego a raíz de esta incorporación la alianza empezó a autodenominarse oficialmente así.
«BRICS» conducía a la palabra inglesa para «ladrillos» (bricks), pues con los mismos se construye un muro contra la Globalización oficial comandada por Estados Unidos o más bien por los decadentes globalistas de la trama RIIA-CFR-Bildergerg-Trilateral (véase mi libro Historia del globalismo, Sekotia 2022).
El 20 de septiembre de 2006, bajo el pretexto de coincidir en la reunión de la Asamblea General de la ONU, se reunieron en Nueva York los ministros de Exteriores de Brasil, Rusia, India y China. Sergei Lavrov, el ministro ruso, habló de «institucionalización» de las relaciones entre estos países.
Por iniciativa de Rusia el 9 de julio de 2008, con motivo de la reunión del G8 celebrada en Japón, los líderes de estas naciones acordaron una gran reunión para fundar el BRIC. Sudáfrica sería incorporada al BRIC en diciembre de 2010, de ahí que la organización empezase a denominarse BRICS (recientemente Sudáfrica ha sido superada por Nigeria como la primera potencia económica africana). Con la incorporación de Sudáfrica se mostró que estos países emergentes centraban también su atención en el continente africano, que desde hace años suministra materias primas a China en su expansión económica.
Se ha dicho que al BRICS quieren unirse países como México, Australia o Indonesia; e incluso Turquía, Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, Beréin, Emiratos Árabes Unidos, Irán y algunos países de Europa del Este. Finalmente se han unido a la alianza, desde enero de 2024, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos; y desde octubre de 2024, en calidad de miembros asociados, Argelia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Indonesia, Kazajistán, Malasia, Nigeria, Tailandia, Turquía, Uganda, Uzbekistán y Vietnam. Venezuela no pudo incorporarse a la alianza al ser vetada por Brasil, al negar su presidente, Lula da Silva, los resultados de las elecciones presidenciales venezolanas celebradas en julio de 2024.
La primera cumbre del BRICS tuvo lugar en Yakaterimburgo (Rusia) el 16 de junio de 2009, la segunda en Brasilia (Brasil) el 15 y 16 de abril de 2010, la tercera en Sanya (China) el 14 de abril de 2011, la cuarta en Nueva Delhi (India) el 29 de marzo de 2012, la quinta en Durban (Sudáfrica) el 26 y 27 de marzo de 2013, la sexta en Fortaleza (Brasil) entre el 14 y el 16 de julio de 2014, la séptima en Baskortostánlos de Ufá (Rusia) el 8 y 9 de julio de 2015, la octava en Baraulin de Goa (India) el 15 y 16 de octubre de 2016, la décima en la ciudad china de Xiamen del 3 al 5 de septiembre de 2017, la décima en Johannesburgo entre el 25 y el 27 de julio de 2018, la undécima en Brasilia el 13 y 14 de noviembre de 2019, la duodécima en Moscú en una sola sesión el 17 de noviembre de 2020 (aunque debido a la pandemia de la COVID-19 se llevó a cabo por videoconferencia), la decimotercera en Nueva Delhi el 9 de septiembre de 2021 (también por videoconferencia a causa de la pandemia), la decimocuarta en Pekín entre el 23 y el 24 de junio de 2022 (también de manera virtual), la decimoquinta en Johannesburgo entre el 22 y el 24 de agosto (sería la primera reunión presencial desde 2019), y la decimosexta se ha celebrado en Kazán entre el 22 y el 24 de octubre de 2024.
En un principio el BRICS no es una alianza política. Pero si se trata de una alianza económica y comercial (al crearse en 2014 el Nuevo Banco de Desarrollo con sede en Shanghái y oficinas regionales en Johannesburgo y São Paulo) inevitablemente se tratará de una alianza política, ya que la economía es siempre economía política y, en este caso, economía geopolítica (la cooperación nuclear entre la India y Brasil da buena muestra de ello).
De hecho los BRICS pasaron a ser, o eso parecía, países emergentes distribuidos por el mundo a ser un bloque unitario atributivo con potencia para combatir la globalización abanderada por Estados Unidos (lo que Gustavo Bueno denominó Globalización oficial).
No obstante, los BRICS no constituyen un grupo homogéneo y una alianza político-militar contra Estados Unidos y la Unión Europea (o la OTAN), si es que esta alianza sobrevive al segundo mandato de Donald Trump. Y, según muchos críticos, nada en términos prácticos une a los países del BRICS que, además, son grandes mercados tan sólo potencialmente. Luego la dirección que puede llevar esta alianza (si es que es tal) se envuelve en la incertidumbr