Reseña de «El poder amordazado»

Título: El poder amordazado

Autor: Jesús Villegas

Editorial: Península Atalaya 2016, 256 págs.

El miedo y la justicia. Si a este asombroso binomio le añadimos la partitocracia, los intereses espurios de nuestras múltiples oligarquías (nada que ver con aquel viejo y lejano concepto griego referido al buen gobierno de las mentes más brillantes, como reacción a la degeneración de la aristocracia), el reparto -auspiciado por los dos grandes monstruos políticos- de prebendas y favores entre élites y rentistas de la alta judicatura y un panorama político sobre el que sobrevuela el inmovilismo, la cerrazón y la manipulación, nos encontramos ante un paisaje desalentador, ante una situación de alarma para la independencia de la justicia y, por tanto, para la salud social de España en todos sus aspectos.

Y es aquí donde aparece Jesús Villegas (Córdoba, 1969), magistrado en Guadalajara y autor del imprescindible “El poderel-poder-amordazado amordazado” (Península), libro que en estos días de elección de magistrados todos deberíamos leer. Y lo es porque en esta obra no le tiembla el pulso –loado sea Dios- a la hora de denunciar el intento de asalto de la partitocracia al control del único obstáculo que le separa del poder total: el sistema judicial.

En efecto, Villegas disecciona a lo largo de todo el libro el estado actual de la justicia en España, haciendo uso de un estilo pormenorizado, limpio y claro, denunciando para todo el que lo quiera oír el vil reparto, que en estos días se realiza, de los puestos directivos del órgano de gobierno de los jueces: el Consejo General del Poder Judicial. Abunda en ello el autor describiendo el método de elección del mismo porque, ¿quién elige a los miembros de ese órgano? La respuesta es fácil: las cámaras parlamentarias y los partidos políticos. Una vuelta de tuerca más a la frágil independencia del poder judicial ante el ejecutivo.

Pero el magistrado no se queda ahí. No solo denuncia que en 1985, bajo el gobierno de Felipe González, la clase política se hizo con el control del órgano de gobierno de los jueces sino que, en consecuencia y desde entonces, el miedo es un componente más de la maquinaria judicial (“…la justicia española es un gigantesco ser deforme movido por el temor”). Y es un miedo que el magistrado Villegas, que es un hombre valiente, podría con toda razón sufrir tras realizar esta denuncia. Máxime teniendo en cuenta que medidas como la apertura de un expediente disciplinario o una expulsión de la carrera judicial las deciden los miembros del CGPJ; aquellos mismos a quienes el magistrado denuncia y critica; “aquellos políticos togados que vendieron su alma al poder por un plato de lentejas”.

Pero hay más. Mucho más. La tesis central del libro consiste, insisto, en que el clientelismo político es la mayor enfermedad que padece el poder judicial. Ahora bien, también afirma que los políticos no lograrían inmiscuirse si no contasen con cierta ayuda en la propia carrera judicial, “…si desde dentro no les pasaran las llaves para colarse en la alcoba de la justicia”. Se refiere con ello a esos jueces politizados a quienes el autor acusa de estar intoxicados por una doctrina perversa: la de las togas sucias. Esos mismos que creen que el juez no debe limitarse a aplicar la ley, sino que ha de abrazar una ideología porque así lo exige su compromiso personal. La antítesis de aquello en lo que cree el magistrado Villegas.

El autor aboga por que la justicia se abra a la sociedad, enhebrando a lo largo de las páginas del libro retazos de la vida de un juez que aspira a la regeneración de una justicia cuyo gobierno se entregó a las oligarquías partidistas hace treinta años al modificar la Ley Orgánica del Poder Judicial. Denuncia que cuando la política entra en un tribunal puede ocurrir que el ciudadano, al cruzar las puertas de la justicia, no encuentre a un magistrado imparcial, sino a un comisario al servicio de los poderosos. Poderosos que pretenden adormecer el espíritu crítico de la judicatura utilizando el sedante ideológico y el miedo, lo que desembocaría en un dogmatismo que paralizaría nuestra sociedad.

Los políticos deben temer a los jueces. Y no puede suceder que el sectarismo político de la partitocracia manipule a las asociaciones judiciales (cuya labor es necesaria, por otra parte) en su propio beneficio. Como tampoco se debe admitir que en España haya un juez por cada cien mil habitantes (la mitad de la media de la Unión Europea). Ni que pueda prosperar una infesta ley como es la Ley de Seguridad Ciudadana. Ni que el presidente del CGPJ defienda públicamente que “…a los jueces se les controle con el palo y la zanahoria” y quede impune. ¿Qué pensará el ciudadano?

Es por ello que esta necesaria e imprescindible obra debe servir como acicate a juristas, abogados, jueces, magistrados, fiscales y ciudadanos de a pie para que acudan en defensa de nuestro estado de derecho; en defensa del sistema garantista, ese reducto de libertad que le queda al ciudadano ante el penúltimo ataque de la partitocracia. Nos va mucho en ello.

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