Reseña de «Presidio»

Reseña de "Presidio". Iván Vélez

Título: “Presidio. La historia documentada de 300 años en la Frontera Norte

Autor: Jorge Luis García Ruiz

La imagen que los españoles tienen del Oeste americano está mediatizada por un género cinematográfico que inundó las pantallas a partir de la década de los 50, cuando España, en virtud de los pactos políticos firmados con el Imperio norteamericano, vio desembarcar todo un modo de vida, pero también una épica que contaba con su propio medio de difusión: el cine. A esta conexión ha dedicado varios ensayos Miguel Ángel Navarro Crego. Remito al lector a su tesis doctoral, “Sergeant Rutledge”, de John Ford, como un mito filosófico, o a su libro, El Western y la Poética. A propósito de El Renacido y otros ensayos (Pentalfa, Oviedo 2016).

Los uniformes azules con botonería dorada del 7ª de Caballería, las empalizadas de los fuertes y las caravanas de carros, siempre expuestas al ataque de los indios, son familiares para, al menos, mi generación y las precedentes. Las siguientes conocieron un western distinto, menos maniqueo. El punto de inflexión, acaso pueda fijarse en Un hombre llamado caballo. Algo, sin embargo, llamaba la atención en algunas de esas viejas producciones: la presencia de indios que vestían a la europea y se movían por lugares de toponimia española. Montana, Nevada y el río Bravo son vocablos tan ajenos a las lenguas indígenas como a las que empleaban quienes daban agua de fuego a los naturales. La huella española, en definitiva, es imposible de borrar de los mapas. A reconstruir esta impronta ha dedicado Jorge Luis García Ruiz su obra, Presidio. La historia documentada de 300 años en la Frontera Norte (Edaf, Madrid 2024).

Conviene detenerse en la palabra que destaca en un título que anuncia el carácter documental de la obra: «Presidio». Frente a la carcelaria acepción común, García Ruiz aclara la referida a estos enclaves. Presidio proviene del latín praesidium, cuyo significado era el de guarnición militar. Añade el autor que el verbo «presidiar» procede del latín tardío preasidiari: «guarnecer con soldados un puesto, plaza o castillo para que estén guardados y defendidos» (p. 59). Los presidios, así se refiere a ellos nuestro autor, eran «la piedra angular de la defensa del territorio, no solo de la amenaza interior representada por los indios hostiles, sino de la exterior, de las potencias que ansiaban los territorios españoles de ultramar».

A pesar de las ensoñaciones, singularmente la de las Siete Ciudades de Cíbola, que hablaban de fabulosas urbes que podían exceder a Tenochtitlan, las cinematográficas praderas no albergaban poblaciones ni imperios de la entidad del mexica, cuya conquista encumbró a Cortés, espejo de conquistadores. La ruta hacia el norte, que se abrió paso entre la guerra chichimeca, en la cual participaron indios aliados de los españoles, exigía asentamientos propios que mezclaban aspectos políticos y comerciales con otros de carácter religioso, pues la labor evangelizadora, a diferencia de lo que ocurriría más tarde en el caso anglosajón, nunca cesó.

García Ruiz maneja con solvencia las diferentes crónicas que se ciñen a estos itinerarios y que incorporan, en su desarrollo, abundantes datos etnográficos. Antes que Morgan, existieron los Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Diego de Medrano, Gaspar Pérez de Villagrá o fray Marcos de Niza, testigos de un mundo inaudito. Presidio rescata todos esos relatos en los que el indígena aparece de muy diferentes modos, todos ellos alejados del buen salvaje o de la añeja caricatura hollywoodiense. A veces es un aliado frente a otros indios, otras es un fiero guerrero capaz de hacer la guerra, secuestrar a españolas y matar a los misioneros.

Frente a los viejos estereotipos, la lectura de Presidio sirve para recortar, sobre tan familiares llanuras, la figura del dragón de cuera, cuya silueta se anticipó a los representantes del Destino Manifiesto, cuya exterminadora expansión se hizo sobre tierras en las que permanece la huella española que García Ruiz ha sabido rastrear.

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