Título: “Yukio Mishima: Vida y muerte del último samurái”
Autor: Isidro-Juan Palacios
Editorial: LA ESFERA DE LOS LIBROS, 2020, 400 págs.
El 25 de noviembre se cumplían 50 años del suicidio del escritor Yukio Mishima, el escritor japonés que, con mayor belleza, decisión y fascinación, defendió la pureza de la cultura tradicional japonesa, y el más conocido en occidente hasta la entrada del nuevo siglo.
Isidro-Juan Palacios (San Lorenzo de El Escorial, 1950), conferenciante y profesor de Oratoria, probablemente el mayor experto en España sobre Mishima, ha sido fundador o director (o ambas cosas a la vez, según los casos) de distintas revistas culturales –Graal (1975-77), Punto y Coma (1983-89), Cuestión de Fondo (1984), Veintiuno (1989-2003), Próximo Milenio (1994-96)- y redactor-jefe en Más Allá de la Ciencia (1988-94). Entre 1986 y 1989 dirigió en Radio Nacional el programa Próxima estación: punto y coma, y ha sido contertulio habitual en programas culturales de televisión como El mundo por montera, El sol de medianoche, asesor además en La Tabla Redonda, coordinador también en El Faro de Alejandría y «tribuno de los libros» en Las noches blancas. Ha dirigido la colección de libros Paraísos Perdidos en la editorial Grupo Libro. En 1994 codirigió la Primera Universidad de Verano de Estudios Místicos de Ávila. También ha sido coordinador y profesor en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense, director de Comunicación, Exposiciones y asesor del director general de la Biblioteca Nacional, profesor de Lengua y Literatura Española y Literatura Universal y profesor de Oratoria en la Universidad Internacional de la Rioja. Tiene textos publicados en distintas obras colectivas –El final de los tiempos (1989), La Tabla Redonda (1994), El Islam ante el nuevo orden mundial (1996), La mística en el siglo XXI (2002), Ernst Jünger y sus pronósticos del Tercer Milenio (2006)- y es autor de Apariciones de la Virgen. Leyenda y realidad del misterio mariano (1994) y Eremitas: enseñanzas místicas de los Padres del desierto (2007).
En esta detallada biografía de Yukio Mishima cuenta las circunstancias en que vivió el autor que quiso hacer de su vida un poema:
«Yukio Mishima ha pasado a nuestro universal recuerdo por haber sido el escritor japonés que, con mayor decisión y manifiesta evidencia, defendió la pureza de la cultura tradicional japonesa. De hecho, al querer dejarle al mundo un testimonio fiel de semejante compromiso, rubricándolo en sangre, llegó a asumir y realizar en sí mismo una de las muertes voluntarias más inimitables que han existido: el seppuku. El 25 de noviembre de 1970, al mediodía de una soleada y fresca mañana, se abre el vientre con una espada corta muriendo al poco, conforme al ritual antaño practicado por los guerreros samurái durante generaciones».
Estas palabras de Isidro-Juan Palacios nos adentran en una apasionante biografía que busca interpretar a Mishima desde nuestro mundo, desentrañar el misterio de este escritor convertido en hombre de acción que había nacido aún en un Japón premoderno y que luego vivió en un Japón occidentalizado tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial que hundía a un país en el lodo de la contemporaneidad. Muy pronto se las ingenió para darle la vuelta a esta adversidad impuesta, tanto en su fuero interno como en el hacer de su vida pública, y sorprendió a todos. De ello trata este libro. De un misterio envuelto en arte.
A Kimitake Hiraoka (nombre de Mishima) le persiguió toda su vida la contradicción del mismo hombre. Un hombre se mide por sus contradicciones y Mishima buscó la pureza de superarlas para unirse a la herencia eterna de lo recibido como vía de verdadera identidad. Adolescente inestable, pero con un genio dentro, descendía de una familia samurái, sintió esa herencia y quiso asumirla pese a sí mismo. Pero ¿se podía ser un samurái del siglo XX? ¿Puede un hombre superarse para incluirse en la corriente ancestral recibida de la tradición y la propia cultura? ¿Cómo encontrar la verdadera identidad superando las contradicciones propias para darse a su comunidad, a su pueblo, a su emperador? Hombre misterioso, solitario y empeñado, se dedicó a la literatura hasta superarla en el propio proceso de transformarse a sí mismo, cumpliendo al fin su destino y pasión –la muerte-, la de su propia cultura e identidad japonesa, abriéndose el vientre en Seppuku.
Al querer dejarle al mundo un testimonio fiel de semejante compromiso, rubricándolo en sangre, llegó a asumir y realizar una de las muertes voluntarias más inimitables y honorables, más incomprendidas que han existido: el seppuku. En la mencionada fecha de 1970, al mediodía de una soleada y fresca mañana, se abre el vientre con una espada corta muriendo al poco, conforme al ritual antaño practicado por los guerreros samurái durante generaciones como muestra de honor, autodominio y autoposesión. «Al llevarlo a cabo ante testigos y haberlo consumado tras un incidente provocado a conciencia por el escritor, para llamar la atención sobre lo que tenía que decir y hacer, aquello conmocionó al mundo».
Así se narra el momento de la muerte de Mishima en el libro:
«Mishima y Morita iban a morir por seppuku. El jefe del Tate-no-kai se sentó en el suelo y se descubrió el vientre sin quitarse la guerrera, desenvainó su espada corta de casi veintitrés centímetros (wakizashi). Dio tres vivas al Emperador: «¡Tenno Heika Banzai!»; se tanteó con las yemas de los dedos de la mano izquierda el abdomen… Mientras que el general Masuda pedía por favor a voces que no lo hiciera… Mishima, sujetando con su mano derecha la daga, abrazada con un paño blanco para no cortarse, se hundió en el vientre unos cinco centímetros de la afiladísima hoja con un golpe seco. Una tensa, muy tensa lengua de dolor en la carne. Después, recorrió cuanto pudo hacia la derecha abriéndose la herida, sin sacar de su cuerpo el ya ensangrentado acero. Sin más fuerzas, se desvaneció algo hacia delante y ya no se pudo incorporar. Hizo un gesto a Morita, quien iba a ser el Kai-shakuninu oficiante en la decapitación de Mishima para que la agonía se le atenuara, como prescribía la ceremonia del rito. Morita descargó entonces un golpe con la katana del siglo xvii de Mishima (para eso la había llevado en realidad), pero, nervioso y tenso como estaba, falló, hasta dos veces. Cedió Morita, algo avergonzado, la espada a su compañero Masayoshi Koga, quien, de un solo tajo, separó limpiamente la cabeza herida del tronco de Mishima. Morita, a continuación, se preparó también, hizo las inclinaciones de rigor hacia el Palacio Imperial, grito tres vivas por el Emperador «¡Tenno Heika Banzai!» y, dirigiéndose a su amigo Masayoshi Koga, el improvisado Ka-shakunin de Mishima, le pidió: «No me dejes mucho tiempo». Se sentó, se hizo una incisión, y Koga lo decapitó certeramente.»
La muerte acogida, aceptada, asumida y elegida, como supremo misterio de unidad. Como grito de honor ante un mundo en ruinas. Como llamada de atención sobre las posibilidades del hombre. Recuerda al mismo gesto de Dominique Venner que con su suicidio en Notre Dame de Paris quiso lo mismo: denunciar la podredumbre del mundo y enaltecer las posibilidades del hombre ante este.
Aquello fue mucho más que un aldabonazo en el mundo entero, no solo en Japón. A través de los telediarios de todas las cadenas, el orbe miró sobrecogido qué es lo que había merecido tanto, tales formas locas de morir, tan insólitos sacrificios japoneses. Desde aquel 25 de noviembre de 1970, bastantes son los que no han dejado de preguntarse el porqué de tan escalofriantes gestos. Este libro lanza una fascinante interpretación y profundización en las razones de Mishima a lo largo de toda su vida y su obra.
Cuando al féretro le llevaron flores de luto, su madre, Shizue, amablemente respondió: «¿Flores de luto? Pero si, en realidad, hoy ha sido el día más feliz en la vida de mi hijo».Lo sabía bien Shizue, que había leído toda la obra de su hijo, desde que la escribiera y antes de ser publicada, desde sus primeros giros hasta los últimos, y había seguido en silencio todo lo que él hacía.
Isidro-Juan Palacios intenta desvelar ese «misterio envuelto en arte» de cómo un hombre, en la cima de la celebridad y la gloria, pudo morir así como lo hizo. «A la edad de su muerte, a los cuarenta y cinco años, –dice Palacios– Mishima había escrito ya, entre novelas, ensayos, cuentos, piezas teatrales, guiones cinematográficos… doscientas cuarenta y cuatro obras. Conocía a la perfección varios estilos de su lengua, así como el japonés medieval; intervenía en sus propias películas como actor y codirector; dirigía la escena e interpretaba papeles en el teatro; fue perfecto calígrafo, maestro de kendo, piloto de reactores, atleta, orador consumado; fundó el Tate-no-kai (Sociedad del Escudo) y hablaba varios idiomas europeos. Yasunari Kawabata, Premio Nobel de literatura de 1968, dijo de él: “Un genio como Mishima solo aparece en la humanidad cada trescientos o cuatrocientos años”. Y se estuvo preguntando hasta su muerte, acaecida también por suicidio en abril de 1972, cómo le habían dado el Premio Nobel a él, y no a Yukio Mishima, que lo merecía mucho más».
La pregunta de muchos de los que le conocieron o trataron, escribieron o leyeron libros o artículos sobre Yukio Mishima, en vida y después de su muerte, como Henry Miller, Truman Capote, Alberto Moravia, Ivan Morris, Takashi Furubayashi, Hideo Kobayashi, Pierre Pascal, Marguerite Yourcenar, Yasuhiro Nakasone, Shintaro Ishihara, Henry Scott Stokes, John Nathan, Díez del Corral, Vallejo-Nágera, César Vidal, Carlos Rubio, Fernando Molero, Francisco Nieva, Almodóvar, Paul Schrader, Coppola, Fernando Sánchez Dragó es la del misterio de Mishima: ¿qué hace tan atractivo a Mishima?
Difícil es interpretar a Mishima desde nuestro mundo, difícil desentrañar a este escritor convertido en hombre de acción como arquetipo cultural de nuestro tiempo, ya que pocos como él han conseguido expresar la síntesis del «imposible» cultural formulado por la era posmoderna en la que nos encontramos. He aquí la cuestión: ¿cómo la estética ultramoderna puede expresar el mito arcaico? ¿Cómo de la modernidad y su expresividad, sin salir de ella ni negarla de antemano, sino con sus propias armas y bagajes, pueden resurgir el espíritu y las tradiciones, que con toda intencionalidad aquella quiso y quiere precisamente abolir? O dicho de otro modo: si la posmodernidad es hija de la modernidad, ¿cómo aquella decreta la muerte de esta?
«¿Cómo es posible explicar que lo incorruptible pueda brotar de lo corruptible, cómo lo infinito puede residir en lo efímero?¿Cómo el espíritu puede emerger de la carne? ¿De qué modo el cuerpo, que se desvanece en la plenitud de la belleza, deja ver el alma en ese instante al igual que la flor del cerezo, como todas las flores?»
Este libro es pues más que un sentido homenaje a los 50 años de su muerte a quien quiso hacer de su vida en coraje y valor y belleza una ofrenda a lo eterno.