Las imágenes de civiles bombardeados, de familias enteras despojadas de sus hogares, nos interpelan como seres humanos y nos obligan a tomar partido por la dignidad y la vida en Gaza. Sin paliativos. Igual que nos indignó la barbarie del 7 de octubre, donde alimañas en nombre de la causa palestina mataron y denigraron la dignidad de bebés, mujeres, ancianos y todo judío que se encontraron en su camino, se puede y debe señalar que la respuesta del gobierno de Israel ha sido y sigue siendo desproporcionada y muy sesgada por la intención de una parte del gobierno Netanyahu de lograr un Gran Israel, intención ajena a la respuesta inicial a ese cruel atentado de Hamás y al secuestro de centenares de ciudadanos israelíes.
Sin embargo, resulta llamativo —y en cierto modo doloroso— comprobar cómo algunas de las voces que se muestran firmes y encendidas frente a lo que estamos viendo, callan o incluso justifican otras barbaries que se cometen en paralelo, en ese y otros lugares del mundo.
¿Acaso la injusticia duele menos si ocurre bajo otro régimen? ¿Es menos dramática la vida de un niño masacrado en Siria, Yemen o Sudán que la de uno en Gaza? ¿Qué lleva a levantar la bandera de la solidaridad selectiva, a defender con ardor a unos pueblos mientras apartamos la mirada de otros?
Creo que esto se entiende, porque ciertos sectores de la población, huérfana de referentes políticos fuertes aquí, buscan su espacio de reivindicación fuera. En su día fue Cuba la causa revolucionaria por antonomasia, luego el pueblo Saharaui… y una vez que lo primero es indefendible y lo segundo, ha sido directamente traicionado por la izquierda que les representa políticamente, han adoptado la justa causa contra los padecimientos del pueblo en Palestina como palanca donde agarrarse para sentirse útiles y activos en cierto afán revolucionario de camiseta y pañuelo. Los que antes lucían el rostro del Che en el pecho, tienen nuevo atuendo para mantener la ilusión del ardor reivindicativo.
La coherencia ética exige universalidad: si nos indigna la ocupación, la represión y la violencia contra civiles, debería indignarnos en todas sus formas y geografías. De lo contrario, nuestra denuncia corre el riesgo de convertirse en un gesto parcial, marcado por intereses ideológicos o geopolíticos, más que por una verdadera defensa de los derechos humanos.
Si se considera legítimo el uso de la violencia, activa o pasiva, para frenar la Vuelta a España por la participación de un equipo patrocinado por un magnate israelí ¿por qué no se han bloqueado jamás los partidos de cualquier equipo de primera división de fútbol patrocinado por dictaduras y satrapías islámicas que han arrasado, por poner un ejemplo, Yemen además de patrocinar a grupos terroristas y que lucen su nombre en las camisetas de las las estrellas de estos equipos y en las de miles de aficionados? La misma incoherencia que quienes dicen combatir el islamismo como peligro, pero no se escandalizan porque el dinero de los mismos que financian a quienes riegan de sangre nuestras calles y las de medio mundo, financien a nuestras empresas y/o entidades deportivas. Por no hablar del silencio cómplice de quien reza por los cristianos exterminados en el Congo a manos del Estado Islámico pero aceptan que este mismo grupo terrorista sea nuestro fiel aliado en el gobierno de Siria.
En definitiva, que la hipocresía de creernos los buenos, lavar nuestra conciencia solidaria o jugar a la revolución a distancia, con la camiseta y pañuelo de ocasión, es el abc de nuestros días.