Roosevelt y la paz americana

En la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos y la Unión Soviética vencieron pero tras la misma mutuamente no se convencieron y el estallido de la Guerra Fría entre ambas superpotencias era inevitable. Pero algunos parece que no se enteraron de la complejidad y lo polémico del asunto y daban discursos pacifistas. Aunque advertimos que esa apariencia puede ser falaz. Veámoslo. 

Parece que Roosevelt no captó la profunda incompatibilidad de la URSS con las potencias capitalistas, y ya en 1942 acuñó la expresión «Organización  de las Naciones Unidas» refiriéndose a los Aliados en su guerra contra las potencias del Eje. Tras terminar la conferencia de Teherán en diciembre de 1943 llegaría a decir: «Puedo decir que “me llevé espléndidamente” con el mariscal Stalin. Es un hombre que combina una enorme e implacable determinación con un sólido buen humor. Creo que es un verdadero representante del corazón y el alma de Rusia; y sé que nos llevaremos muy bien con él y con el pueblo ruso; realmente muy bien» (citado por Henry Kissinger, Diplomacia, Traducción de Mónica Utrilla, Ediciones B, Barcelona 1996, Pág. 437). Y proseguía  en la ilusión de construir «una familia mundial de naciones democráticas», y concluía: «Estamos seguros de que nuestra concordia afianzará una paz duradera. Somos conscientes de que recae sobre nosotros, y sobre todas las Naciones Unidas, la responsabilidad suprema de crear las condiciones de paz que inspiren la buena voluntad de todos los pueblos del mundo y destierren el flagelo y el terror de la guerra durante muchas generaciones» (Querido Mr. Stalin. La correspondencia entre franklin D. Roosevelt y Josef V. Stalin, Traducción de Marta Pino Moreno, Edición de Susan Butler, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona 2007, Pág. 246). No obstante, el proyecto rooseveltiano de fundar una institución en la que las grandes potencias actuaran de común acuerdo, lo que después sería la ONU, distaba mucho de la cruda realidad de la dialéctica de Estados, como se vería en la Guerra Fría. 

El 2 de octubre de 1944 el jefe del Estado Mayor General del Imperio de Su Majestad, Sir Alan Brooke, parecía más consciente de la situación: «Comité de Jefes del Estado Mayor bastante largo en el que hemos comentado la actitud del Ministerio de Asuntos Exteriores ante nuestro informe sobre el desmantelamiento de Alemania. Tuvimos en cuenta el posible futuro y la amenaza más distante que constituía la agresividad de Rusia para nuestra seguridad. Al parecer, el MAE no era capaz de admitir que algún día Rusia podía volverse hostil» (citado por Jonathan Walker, Operación «Impensable», Traducción de Efrén del Valle, Crítica, Barcelona 2015, Pág. 25).

En un discurso emitido por radio durante la cena de la Asociación de Política Exterior, el 21 de octubre de 1944, Roosevelt llegaría a decir: «La clave del orden mundial que nosotros, las naciones amantes de la paz, debemos alcanzar, debe depender esencialmente de las relaciones humanas amistosas, del conocimiento, de la tolerancia, de la sinceridad, la buena voluntad y la buena fe» (citado por Henry Kissinger, Orden mundial, Traducción de Teresa Arijón, Debate, Barcelona 2016, Pág. 273). Pero más bien el orden mundial de lo que se llamaría Guerra Fría consistió «en la confrontación de dos superpotencias opuestas, cada una de las cuales había organizado un orden internacional dentro de su propia esfera» (Henry Kissinger, Orden mundial, Pág. 288).

Según se dice, Roosevelt le aseguró al ex embajador de Estados Unidos en Moscú, William C. Bullit: «Bill, no discuto tus hechos; son acertados. No discuto la lógica de tu razonamiento. Solo tengo la corazonada de que Stalin no es esa clase de hombre. […] Creo que si le doy todo lo que tengo posibilidad de darle y no le pido nada a cambio, nobleza obliga, él no intentará anexionarse nada y trabajará por un mundo de democracia y paz» (citado por Henry Kissinger, Orden mundial, Pág. 274).

El traductor de ruso para Roosevelt, Charles Bohlen, criticaba la «convicción típicamente estadounidense [de Roosevelt] de que el otro [Stalin] es “un buen tío” que responderá de manera apropiada y decente si uno lo trata bien… Él [Roosevelt] pensaba que Stalin en cierto modo veía el mundo bajo la misma luz que él, y que la hostilidad y la desconfianza de Stalin […] se debían a la falta de consideración que la Unión Soviética había sufrido a manos de otros países durante años después de la revolución. Lo que no entendía era que la enemistad de Stalin estaba fundamentada en profundas convicciones ideológicas» (citado por Henry Kissinger, Orden mundial, Págs. 276-277).

Es posible que la amabilidad de Roosevelt con respecto a Stalin se debiese a que lo que el presidente procuraba era ganar tiempo y evitar que la URSS acordase un trato con los alemanes. «Debe haber sabido, o pronto se habría dado por enterado, que la visión soviética del orden mundial era la antítesis de la estadounidense; que las invocaciones de democracia y autodeterminación que servirían para enardecer a la opinión pública estadounidense serían inaceptables en Moscú. Una vez obtenida la rendición incondicional de Alemania y demostrada la intransigencia soviética, según esta perspectiva, Roosevelt habría reclutado a las democracias con la misma determinación que había mostrado para oponerse a Hitler». Y concluye Kissinger: «Los grandes líderes a menudo encarnan grandes ambigüedades. Cuando el presidente John F. Kennedy fue asesinado, ¿estaba a punto de ampliar la intervención estadounidense en Vietnam o de retirare de él? En líneas generales, sus críticos no acusan a Roosevelt de ingenuidad. Probablemente la respuesta es que Roosevelt, como su pueblo, era ambivalente respecto de los dos bandos del orden internacional. Anhelaba una paz basada en la legitimidad, es decir, en la confianza entre los individuos, el respeto por la ley internacional, los objetivos humanitarios y la buena voluntad. Pero frente a la insistencia soviética de un planteamiento basado en el poder, probablemente habría vuelto hacia el lado maquiavélico que lo había llevado al liderazgo y convertido en la figura dominante de su época. El interrogante por el equilibrio que habría logrado fue zanjado por su muerte, acaecida en el cuarto mes de su cuarto mandato presidencial, antes de que pudiera completar su designio respecto de la Unión Soviética. Harry S. Truman, excluido por Roosevelt de cualquier toma de decisiones, fue súbitamente catapultad a cumplir ese rol» (Henry Kissinger, Orden mundial, Pág. 277).

Roosevelt creía que tras la guerra el mundo iba a estar dirigido por «cuatro policías»: Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y China (la China nacionalista de Chiang Kai-shek, que sería reducida a la isla de Taiwán tras la revolución liderada por Mao Zedong en 1949). Y así veía el escenario geopolítico tras la guerra: «Gran Bretaña, la Unión Soviética, China y los Estados Unidos representan más de las tres cuartas partes de la población mundial. Mientras estas cuatro naciones permanezcan juntas y decididas a mantener la paz, no habrá posibilidad de que una nación agresora desencadene una guerra» (citado por José Luis Comellas, Historia breve del mundo reciente, Ediciones Rialp, Madrid 2010, Pág. 27). Y en 1945, tras la conferencia de Yalta, afirmó que dicho acuerdo «debe anunciar el fin del sistema de acción unilateral, las alianzas exclusivas, las esferas de influencia, los equilibrios del poder y todos los demás expedientes que se han probado durante siglos, y que siempre han fallado. Proponemos sustituirlos por una organización universal en que todas las naciones amantes de la paz tengan, por fin, oportunidad de ingresar. Confío en que el Congreso y el pueblo de los Estados Unidos acepten los resultados de esta Conferencia como los comienzos de una permanente estructura de paz» (citado por Henry Kissinger, Diplomacia, Pág. 440). 

Cuando uno de los hombres fuertes de la Unión Soviética, Viacheslav Skryabin, alias Molotov, fue a Washington en junio de 1942 a fin de que los Aliados abriesen un segundo frente, Roosevelt le explicó que estos cuatro países poseían ante todo más de mil millones de habitantes, de ahí que supusiese la mayor fuerza para imponer la paz, en lugar de «otra Liga de Naciones con cien signatarios diferentes» (citado de Susan Butler, «Introducción» a Querido Mr. Stalin. La correspondencia entre Franklin D. Roosevelt y Josef V. Stalin, Traducción de Marta Pino Moreno, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona 2007, Pág. 32). Al tratarse de una alianza o acuerdo de carácter global eso impediría cualquier coalición a nivel regional. 

Joseph E. Davies, consejero de Roosevelt en asuntos soviéticos, se refería a los cuatros Estados en su libro Misión en Moscú-que le entregó a Roosevelt en diciembre de 1941- como «las grandes potencias complementarias de la tierra», puesto que sus recursos, mano de obra, materias primas y el poder industrial, militar y naval eran lo suficientemente potentes «para que todos los hombres viviesen en un mundo digno» (citado por Susan Butler, «Introducción» a Querido Mr. Stalin,Págs. 42-43). Roosevelt, tras leer el libro de Davies observó: «Este libro perdurará» (ibid). 

Según Harry Hopskin, Stalin «expresó la opinión de que esta propuesta de los Cuatro Policías no sería bien acogida por las naciones pequeñas de Europa» (Querido Mr. Stalin,Págs. 239-240).

El 6 de febrero de 1945, durante los días de la conferencia de Yalta, Roosevelt le escribía al líder soviético en un momento de tensión por cuestión polaca: «Tengo la convicción de que las cosas no deben continuar así, porque en caso contrario nuestro pueblo pensará que existe una escisión entre las potencias aliadas, lo cual no es cierto. Estoy decidido a que no haya fisuras entre nosotros y la Unión Soviética. Tiene que haber alguna vía para resolver las diferencias… Créame cuando le digo que nuestro pueblo ve con ojos críticos lo que considera un desacuerdo entre nosotros en esta fase crucial de la guerra. Se comenta que, si no alcanzamos un consenso ahora que convergen nuestros ejércitos contra el enemigo común, es impensable que lleguemos a un acuerdo sobre asuntos más espinosos en el futuro» (Querido Mr. Stalin,Pág. 354). 

Pero se engañaba cuando le escribía el 23 de febrero de 1945 que, tras la guerra, el objetivo común era construir «un mundo pacífico basado en la cooperación y el mutuo entendimiento» (ibid). Y el día 27 le contesta Stalin: «Estoy seguro de que el fortalecimiento de la colaboración entre nuestros países, que se ha plasmado en las decisiones de la Conferencia de Crimea, desencadenará la derrota absoluta de nuestro enemigo común y permitirá la instauración de una paz estable, basada en el principio de cooperación de los países que aman la libertad» (ibid).

Al volver de la Conferencia de Yalta, Roosevelt afirmó que tal evento suponía el fin de «la acción unilateral de las potencias, las alianzas exclusivas, las esferas de influencia, los equilibrios de poder y demás expedientes intentados durante siglos y fracasos». En lugar de esto, Roosevelt pensaba que se impondría «una organización universal que permita unirse por fin a todas las naciones amantes de la paz» (citado por Pío Moa, Años de hierro, La esfera de los libros, Madrid 2007, Pág. 617). 

Las últimas palabras del presidente Roosevelt, que dictó el 11 de abril en un borrador para un discurso que hubiese dado el día 13 en la conferencia de las Naciones Unidas en San Francisco, decían: «Nuestra misión, queridos amigos, es la paz. No sólo el final de esta guerra, sino el final de todas las guerras futuras o en ciernes. Sí, un final absoluto y definitivo para este procedimiento ineficaz y poco realista de saldar las diferencias entre los gobiernos a través de la masacre masiva de los pueblos. Hoy, que soportamos el terrible flagelo de la guerra […], les pido que no pierdan la fe. Imagino la gran estabilidad que se puede lograr en este momento por medio de la confianza y determinación inquebrantables. A ustedes, y a todos los estadounidenses que se afanan, junto con nosotros, en instaurar una paz duradera, les digo: el único límite para los logros de mañana serán nuestras dudas de hoy. Avancemos hacia nuestro objetivo con fe activa e inflexible» (Querido Mr. Stalin,Pág. 387).

Al empezar este artículo habíamos advertido de la apariencia falaz que hay tras las palabras de Roosevelt, tal es nuestra hipótesis. Porque la paz que buscaba el presidente norteamericano no era otra que la paz de la victoria de Estados Unidos. El pacifismo de Roosevelt, revestido de ingenuidad, sólo era una trampa para no alarmar a su principal rival geopolítico, que no era otro que la Unión Soviética. De hecho el país de los soviets jugaría a lo mismo en 1950 con el Movimiento Internacional de Partidarios de la Paz, con el cual no se buscaba otra cosa que la paz soviética. La URSS ya disponía de la bomba atómica desde el año anterior, pero todavía no era suficiente para rivalizar con Estados Unidos. Por eso desde Moscú, sigilosamente, se difundía el pacifismo, cuyo fin consistía en ponerlo en marcha a disposición de la paz soviética contra la paz americana. A través de la propaganda pacifista la Guerra Fría no había hecho más que empezar.     

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