Siempre a favor de la vida, siempre. La defensa de la vida debiera ser un objetivo universal. Universal, con sus matices, lo ha sido a largo de Historia y, desde luego, tan desarrollados que somos en el siglo XXI, universal hoy en día. Frente a esa defensa de la vida se han ido poniendo algunos poderosos antagonistas que han hecho que la defensa de la vida haya tenido que ser activa y no meramente teórica. En nombre de la tribu, de la polis, del estado o de la pureza raza se ha enfrentado la defensa de la vida.
Por suerte, aunque creo que es una presunción soberbia, las sociedades han ido evolucionando desde la barbarie hasta el refinamiento y en ese camino se ha ido humanizando. Entiéndase que humanizarse implica hacerse consciente de forma colectiva del pleno respeto a la dignidad humana, de la propiciación de las condiciones de igualdad que redunden en ese respeto y del reconocimiento a la diferenciación derivada de la propia individualidad de cada hombre o mujer. Lo matizo, porque hay que ponerlo en cuarentena. La humanización jamás debe desconectarse de la Biología, pero se hace. Es grave, porque excluir la Ciencia desde el materialismo militante que reina en el pensamiento dominante ampara una de las mayores contradicciones de esta era de la postverdad. Así es, Dios ha sido condenado al ostracismo gracias a la Ciencia. La misma Ciencia que abandonan los activistas contrarios a la defensa de la vida para reducir la vida intrauterina a la condición de mero tumor, de amasijo de carne, de marabunta de células, de propiedad de la gestante, de objeto de un presunto derecho fundamental y no-sé-cuántos-más crueles eufemismos cocinados desde un reduccionismo indigno de un ser que se llame a sí mismo humano.
Es duro leer en las estadísticas oficiales como en España en el año 2021 hay quienes han abortado -o, como se nos impone decir, interrumpido voluntariamente su embarazo- no una, dos ni tres veces, sino hasta cuatro, cinco, seis o más veces. En el último caso, cientos, ¡cientos!, difícil de imaginar, pero muy cierto.
En un mundo en que la lucha contra la cosificación de la mujer y en que la batalla de la igualdad de derechos tiene como ariete el “principio fundamental e inalienable” del nosotras parimos, nosotras decidimos y en que el feto no es una vida, salvo que la madre así lo sienta, está en duda que hayamos abandonado la barbarie.
Sigamos defendiendo el derecho de la mujer a abortar, extendamos los márgenes legales de esa decisión, apoyemos la decisión de acabar con el feto con la gratuidad de la intervención, suministremos mayor información sobre dónde hay que ir a abortar, demos apoyo económico a quien lo haga por contribuir a la descarbonización, reconozcamos el valor de la decisión por evitar al feto llegar a un mundo tan horrible como este que nos ha tocado vivir, aplaudamos a los legisladores que han puesto los medios para que este derecho se consolide por los siglos de los siglos y, sobre todo, señalemos a los que no quieran que la mujer sea más libre y más igual decidiendo interrumpir voluntariamente su embarazo. (?)
Hay una pregunta muy lícita, si no hay vida ¿por qué narices habría de ser dura la decisión? ¿Por qué requiere de apoyo psicológico la paciente? No sé entiende, no se puede entender. Pero es que pese a negar a Dios y a la Ciencia, no se puede engañar a la conciencia, ni siquiera a la más laxa. Algo hay para que duela, algo hay para que se sufra, algo hay… aunque sea la duda. La duda requiere información, información objetiva, información neutral, verdadera información. No se puede poner el consentimiento en medio de todo, sino se informa debidamente de todas las opciones. Lo contrario es obligar la decisión en un sentido único. Y si la información es dura, pues que lo sea; porque si es objetiva, es neutral y es verdadera, la información será la que tenga que ser, sintamos lo que sintamos al recibirla.
Es cierto que el aborto -interrupción voluntaria del embarazo, re-cito el eufemismo- llegó a esta sociedad por vía legal y no se va a ir, por la acción política y legislativa de unos y la dolosa inacción en todos los campos de otros -hay nombres y apellidos de todos-. Es un hecho, tristemente está aquí para quedarse, pero eso no debe hacernos comulgar con ruedas de molino, que del pretexto de sacarlo de la clandestinidad total a fin de evitar que el daño sea aún mayor y, si cabe, todavía más irreparable, pasar a fomentarlo como derecho, calificarlo como normal, promoverlo como conducta típica y a defenderlo a base arrollar a cualquier opositor, va un trecho muy largo. Un trecho larguísimo que está empedrado a base conceptos e ideas contrarios a la dignidad del ser humano, que cosifican la vida humana y que para nada ayudan a la mujer a ser más libre.
Siempre a favor de la vida, porque lo contrario qué es. Muerte para la mejor vida del que vive. Muerte para dignificar la titularidad del vientre. Muerte para hacer el bien. No, no y no, la muerte no es el camino, no lo ha sido nunca, es la última opción. Cuando ya no queda nada, cuando se ha agotado todo llega la muerte. La dignidad de la vida humana no puede garantizarse atacando la propia vida. Si el aborto natural es horrible y el legrado posterior es la muerte en vida para la madre, ¿cómo no será el voluntario, salvo para las tantas veces reincidentes? Es atroz porque es contrario a la vida y, siendo así como lo es, la Ley lanza a la mujer libre, igual y empoderada hacia ese camino sin retorno. Pues eso, que no hemos evolucionado tanto.