Si queremos hablar de las nuevas corrientes económicas que se postulan para el mundo del futuro no podemos eludir un detalle fundamental, a saber, que las ciencias, todas ellas, tanto puras como sociales, viven a día de hoy bajo la inyección de la que se erige como ciencia reina, la cual no es otra que la sociología. En el caso de la economía, al ser una disciplina que vive bordeando el mundo social y el mundo lógico-abstracto, se ha visto doblemente afectada por la invasión sociológica. Ya en 1929 Ortega y Gasset aludía a una crisis de las ciencias debido a los continuos intentos de incursión de unas en otras. Es decir, la física quería ser filosofía, la música quería ser pintura y la política quiso ser religión y aspirar a “hacer felices a los hombres”. En este sentido, ese propósito magnánimo de hacernos felices es lo que al parecer quieren proponerse las grandes corporaciones.
Hablamos del denominado capitalismo stakeholder (o dicho en un castellano anti-marketing, capitalismo de partes interesadas). Este modelo parte de un axioma fundamental, a saber, que la sociedad tiene una condición estructural en la cual todo conecta con todo, de tal manera que las partes más bajas de la pirámide contribuyen de igual manera que las partes más altas en unas dinámicas de funcionamiento. El gran accionista importa tanto como el empleado, pasando por todo un espectro medio de proveedores, colaboradores, y por supuesto, de consumidores, ya sean potenciales o de facto. La cosmovisión de la empresa dota de una importancia máxima a todas las interrelaciones dadas en la actividad productiva, dado que hay una especial concienciación con la fase de retorno o feedback entre todos los participantes. Aquí es donde entra en juego el concepto de compliance, que básicamente alude a un compromiso estricto en el cumplimiento de normativas. Unas normativas que no solamente conciernen a las empresas, sino que bajo un enfoque holístico buscarían una consonancia con lo que teóricamente requieren las sociedades y sus Estados.
De ahí viene mi anterior digresión sobre la sociología, porque ahora las empresas no han de conformarse con cumplir una función mercantil, o sea, en simplemente servir un producto, sino que quieren hacer sociología, y por lo tanto, expandir su ámbito de influencia. El planteamiento tiene cierto sentido en la medida en que han sido los productos mismos los que han suscitado nuevas visiones sobre la sociedad y el mercado. En este caso, la humanidad no ha podido eludir un conjunto de tecnologías que han desembocado en que los datos sean el principal producto. En un sentido materialista cabe decir que la humanidad nunca puede abstraerse de una tecnología que interpela directamente a las condiciones vitales que le atañen. Los marcos de pensamiento y de organización social se generan y se modifican en base a la situación técnica y material en que la humanidad se halla. Ese tipo de tecnología a la que me refiero son las redes sociales, ya que es a partir de éstas desde donde hemos habilitado esa función de panóptico que nos permite vernos entre todos, para todo, y por tanto, quedar expuestos ante las valoraciones y asimismo tener la capacidad de emitirlas.
¿En qué se traduce esto? En que la verdadera seña de que estamos a las puertas de un nuevo paradigma productivo y económico es que la función de la empresa es trascendida, y por ello la empresa ya no es sólo una entidad que provee de bienes y servicios por un coste, sino que ahora participa activamente en dinámicas extra-mercantiles. En principio, el compliance que comentábamos no surge necesariamente por la exigencia de que todos los CEO sean grandes humanistas repletos de bondad y solidaridad, sino que realmente puede tener una justificación utilitarista, pues la aplicación de técnicas sociológicas tales como la recopilación de datos y tendencias de consumo encuentran su motivo en la prevención de situaciones desfavorables. En ese aspecto la visión sociológica de la empresa pretende mantener en el tiempo las relaciones prósperas entre la empresa y todos los participantes. Sin embargo, desde aquellas instancias donde suele definirse cuál ha de ser el porvenir del mundo, como puede ser el Foro de Davos, parece que esa apelación a la compliance conlleva más exigencias que las meramente utilitarias para el poder económico. Las directrices que le son sugeridas a una empresa tratan de proyectar un criterio ético que genere un cambio cultural a la hora de enfocar las prácticas económicas. Sin embargo, hay que inspeccionar la cara oculta de aquellas promesas fundadas en la sostenibilidad y la resiliencia, palabras que a día de hoy levantan, a mi juicio, más sospechas que ilusiones.
Como hemos dicho, la información es el eje sobre el que pretende pivotar el nuevo modelo económico. La extracción masiva de tal información introduce el elemento clave en esto, la inteligencia artificial. Tal inteligencia actuará como el sociólogo que quiere atar y medir todas las variables, alcanzando una comprensión total. Sabemos, al mirar la historia, que lo total es peligroso.
El stakeholder también es quien todavía no es un cliente, por lo que el objetivo de las empresas es el de habilitar prácticas que posibiliten el acecho a absolutamente todos los miembros de la sociedad. No son desconocidas las experiencias invasivas de parte de ciertas corporaciones, pero el verdadero problema que subyace a estas prácticas no sólo es la aspiración per se, sino el hecho de que la aplicación de la IA para “hacer partícipe” a todo miembro de la sociedad nos hace atisbar un futuro en el que la competencia se base en la posesión de esos accesos a la información. Al hablar de los tipos de stakeholders se sugieren las nuevas funciones que las clases sociales tendrán. La cuestión es en qué medida los dueños del panóptico permitirán aquello que caracteriza a las clases, la movilidad social, no vaya a ser que éstas se reconviertan en estamentos, pues en esto pasa que, ciertamente, todos somos partes interesadas, pero unas más que otras.