Toda empresa intelectual que se precie es, entre otras cosas, un intento de descifrar el sentido del presente, de comprender el momento histórico en que se vive. Una tarea en la que es fácil perderse en falsas pistas, confundir las causas y las consecuencias, no distinguir lo esencial de lo accesorio y enredarse en problemas irrelevantes o tan sólo aparentes. Es también muy común equivocarse de época y aferrarse a interpretaciones obsoletas. No a todos les es dado percibir el sentido del tiempo.
Por eso resulta extraño descubrir a alguien para quien esas dificultades no cuentan. A alguien con la capacidad de un sismógrafo para captar, con transparencia diamantina, las revoluciones silenciosas que son siempre las más eficaces. ¡Qué sensación descubrir que todo—o casi todo – lo que vemos y pensamos ya había sido visto, intuido y anunciado por alguien, con la convicción y la firmeza de un profeta!
Pasolini vio cosas. Y lo que vio nos da claves para entender el desasosiego del hombre occidental en el siglo XXI. Los grandes debates que hoy nos atenazan – los límites del crecimiento y la hubris del capitalismo; el triunfo de lo virtual y el imperio del simulacro; los “tiempos líquidos” y el “desencantamiento del mundo”; la atomización social y el desarraigo cultural; el rodillo de la mundialización y la disolución de la cultura europea – fueron ya planteados por Pier Paolo Pasolini a mediados del pasado siglo. Todo estaba en Pasolini, el hombre que se definía como “una fuerza del pasado”, y que, quizás por eso mismo, fue quien mejor atisbó el futuro.
La extinción de las luciérnagas
¿Cómo definir a Pasolini? Cuando hablamos de un “intelectual” pensamos en alguien que, con sus ideas y conceptos, interpela a la inteligencia. Cuando hablamos de un “artista” nos referimos al registro de la sensibilidad, al de la emoción que interpela al “alma”, por así decirlo. Pasolini fue lo uno y lo otro; pero no de manera escindida, como quien cultiva dos facetas por separado. Imposible distinguir en Pasolini donde acaba el intelectual y cuando comienza el artista. Sus escritos son penetrantes, pero no son sistemáticos. Su poesía tiene un timbre inconfundible, pero sólo por ella quizá no hubiera pasado a la historia. Sus películas traslucen la mirada del poeta, pero son densas, metafísicas y difíciles. Si lo tomamos sólo como un intelectual – o sólo como un artista – obtenemos una visión parcial. Es preciso asumir que en Pasolini el artista impregna al intelectual y el intelectual al artista. Él crea su propio lenguaje que se expresa en distintos soportes y nos invita a entrar en su universo. Pasolini es una figura inaprensible, imposible de encuadrar en las banderías ideológicas ordinarias. Por eso fue un maldito: nunca estaba allí donde se le esperaba. Y por eso fue un profeta: él fue el primero en poner de relieve el carácter inservible, falso y obsoleto de las etiquetas políticas – izquierda y derecha, progresistas y conservadores, fascismo y comunismo – con las que, en la segunda década del siglo XXI, todavía nos lavan el cerebro. ¿Qué fue lo que él vio antes que nadie?
Sus visiones se condensan en uno de sus últimos textos – incluido en el volumen Escritos corsarios (1975) – a través de una imagen poética y simbólica: la extinción de las luciérnagas.
Como si cerrara el bucle de su vida, Pasolini retoma en ese texto una imagen de su juventud, descrita en una carta fechada en 1941. En ella refería la impresión que le causaron estos insectos luminosos durante una noche de primavera en las colinas de Bolonia. Para Pasolini, las luciérnagas representan la luz inextinguible dentro de la noche tenebrosa, un símbolo de la cultura y de la inteligencia (una inversión de la imagen de Dante, que las sitúa en el infierno, como las luces de las almas malvadas). Ahora bien – escribe en su artículo de 1975 – como consecuencia de la polución de las aguas y de la contaminación atmosférica, hace años que las luciérnagas han desaparecido de los campos. Esto es el símbolo de un acontecimiento profundo que parte en dos la historia italiana y europea. La extinción de las luciérnagas representa “la muerte de la luz cultural que había brillado en Italia y en toda Europa, y el advenimiento de una sociedad sin alma donde nada es sagrado, donde el consumo ocupa el lugar de la divinidad. La extinción de las luciérnagas habría precedido, simbólicamente, la extinción de la cultura italiana y europea”.[1]
“Las luces de Europa se apagan, puede que ya no volvamos a verlas encendidas en nuestra vida”, exclamó un político británico en los albores de la primera guerra mundial. Pero lo que para Lord Grey era una predicción acotada en el tiempo – vinculada a una crisis y a una guerra – tenía para Pasolini el carácter de un acontecimiento ominoso, profundo. El hombre que en su juventud vio las luciérnagas, y ya no puede encontrarlas, “ya nunca podrá reconocerse como joven en los nuevos jóvenes, ya nunca podrá tener la nostalgia de antes”.[2] La vida de ese hombre es la de un exiliado interior, a caballo entre dos mundos. Algo ha sucedido, dice Pasolini, y ese “algo” tuvo lugar a partir de los años 1960.
Cataclismo antropológico
Una característica del Pasolini cineasta es su fisicidad casi obsesiva, el afán por captar el alma a través de la expresión corpórea, en los gestos y en las miradas. Los primeros planos de las gentes que pueblan sus películas así lo atestiguan. Pasolini se esfuerza por inmortalizar un mundo que ya no existe, el viejo mundo. Un ejemplo extraordinario es el documental que rodó en Palestina cuando preparaba El Evangelio según San Mateo, cuando se recrea en “esas caras que no ha sufrido alteración desde la predicación de Cristo, caras pre-cristianas, paganas, indiferentes, alegres, salvajes”.[3] Esta obsesión se manifiesta también en sus escritos políticos. Por ejemplo, cuando en sus Cartas Luteranas lamenta la “retórica de la fealdad” que se impone a los jóvenes, la exaltación sistemática de la degradación estética.[4] Cuando habla de la moda del pelo largo, a la que señala como “absorción de la subcultura de la oposición por parte de la subcultura del poder”. Cuando habla de “la uniformidad de las muchedumbres” y de su “lenguaje físico-mímico sin variantes”: una muestra – a su juicio – del empobrecimiento cultural de occidente. Cuando subraya el imposible retorno del viejo fascismo, cuando afirma que “basta con mirar esos rostros… esa multitud ya no existe, son los muertos enterrados, nuestros abuelos”.[5] Las mutaciones culturales vienen acompañadas, para Pasolini, de mutaciones psico-somáticas. Hay aquí una idea – esencial en Pasolini – de un “antes” y de un “después”. Los hombres han cambiado y eso se demuestra, en primer término, en su expresión física. ¿Qué ha pasado?
La cosa es enorme: nada menos que una “mutación” antropológica. La sociedad de consumo ha barrido al viejo mundo y lo ha sustituido por un nuevo tipo humano. Algo así – señala Francois Bousquet – como el pasaje del Homo erectus al Homo sapiens, pero en sentido inverso.[6] “La cultura de masas – escribe Pasolini – ya no puede ser una cultura eclesiástica, moralizante y patriótica, sino que está directamente ligada al consumo, que tiene sus leyes internas y una autosuficiencia ideológica capaz de crear automáticamente un poder que ya no sabe qué hacer de la Iglesia, de la Patria, de la Familia y de otras fantasías semejantes”.[7] En esas líneas Pasolini, de forma premonitoria, desmonta la impostura de esa izquierda que todavía se pretende transgresiva frente al Clero, el Ejército, la Patria o el Hetero-patriarcado. Adelantándose a autores como Christopher Lasch, Philippe Muray o Jean Claude Michéa, Pasolini pone de relieve el papel subversivo de las elites y la función auxiliar y sistémica de “la izquierda” en todo ello. Todo lo cual responde al carácter intrínsecamente revolucionario del capitalismo, como vió Marx en El Manifiesto comunista.
Un nuevo totalitarismo
¿Mutación antropológica? Pasolini habla de Italia, pero se refiere a todo occidente. Lo que el autor italiano viene a decir es que la vieja cultura de clase ha sido reemplazada por una nueva cultura interclasista, que se expresa en nuevas formas de vida (life-syles diríamos hoy) que han barrido por completo el humus cultural pre-existente. Pasolini anticipa aquí los análisis de Costanzo Preve sobre el capitalismo post-burgués y post-proletario: un capitalismo sin clases (que no quiere decir sin desigualdades, todo lo contrario) hecho de una “global middle class” (una “dictadura de la pequeña burguesía”, diría Renaud Camus) y políticamente articulado en un “Partido Único Políticamente Correcto” que se divide en subsecciones y negociados: las derechas “liberales” y “conservadoras”, los “centros” centrados y centrísimos, las izquierdas progres y posmodernas. En resumen: el tejido político-cultural de lo que ha venido en llamarse la globalización neoliberal. La sociedad capitalista – hecha de consumo y de espectáculo – de ninguna manera puede regirse como un cuartel o un convento. Aquí entra con fuerza la denuncia de Pasolini.
El resultado final – nos dice Pasolini– es mucho más totalitario que un cuartel o que un convento. La “manipulación y transformación antropológica” emprendida a mediados del pasado siglo (desbocada a estas alturas del siglo XXI) es un nuevo poder “que me es difícil de definir, pero del que estoy seguro es el más violento y el más totalitario que haya habido nunca, porque cambia la naturaleza de las personas y entra en lo más profundo de las conciencias”.[8] Pasolini hablaba de la televisión – “nada es menos idealista y menos religioso que el mundo televisado”. ¡Que diría hoy de las redes sociales, de la humanidad enganchada a las pantallas! Conocemos la respuesta liberal-panglosiana: “son sólo medios”, “nadie te obliga”, “todo depende de los contenidos”. Pero Pasolini sabía – con Günther Anders y McLuhan – que el medio es el mensaje. Al hablar del uso voluntarista de la televisión por parte del Vaticano y la Democracia Cristiana, escribía: “al nivel de lo involuntario y de lo inconsciente, la televisión está al servicio del nuevo poder, que ideológicamente no coincide ni con la Democracia Cristiana ni con el Vaticano”. Lejos de estar los medios al servicio del hombre, el hombre se formatea al servicio de los medios.
Esta revolución silenciosa divide a la historia humana en dos y es un fenómeno irreversible.
Una fuerza de aculturación
“La cuestión de fondo es la destrucción sistemática de todas las culturas distintas de la burguesa”. PASOLINI
Pasolini no fue un intelectual de salón. Él vivió otra vida – entre los paisanos de Friuli, en los barrios humildes, en los ambientes marginales de Roma – pero no por eso hay que hacer de él una figura crística, ni atribuirle una superioridad moral de esas que hoy cotizan en la cultura del victimismo. Él era un solitario radical. Vivía su homosexualidad como un asunto particular que no ocultaba, pero que tampoco elevaba a cuestión social. Él era como era y no se vanagloriaba ni se avergonzaba por ello. Siguió hasta el final su propia lógica, y todo concluyó en un final sórdido. Pero si Pasolini es grande no es por su vida, sino por su obra. Su obra es una búsqueda constante de puertas de salida del mundo burgués.
¿Salidas del mundo burgués? No en el sentido de un vetero-marxismo animado por el resentimiento de clase. Tampoco en el de una “salida en falso”, como el de esa burguesía-bohemia que no es más que la clase creativa del nuevo capitalismo. Pasolini hablaba en serio.
Pasolini utiliza términos comunes – fascismo, marxismo, burguesía – que en su boca nunca son lo que parecen. Las palabras cobran en él un significado distinto. La burguesía a la que se refiere Pasolini no es la clase reaccionaria de sus padres y abuelos, la de los valores católicos, morales y patrióticos del viejo mundo. La nueva burguesía, todo lo contrario, es una creación de posguerra; es una clase social americanizada y protestante en el sentido weberiano del término; es decir, comprometida con la eficiencia del trabajo y de la producción”.[9] Cuando habla de burguesía se refiere a esa nueva “pequeña burguesía”. A un tipo social que es, en realidad, una fuerza de aculturación, “una forma de cultura central que lo homologa todo”.
A la pregunta ¿qué significa para usted burgués? respondía Pasolini: “me refiero a un tipo de civilización materialista que está dejando su impronta por todas partes. Mi reflexión, poco ortodoxamente de clase, concierne a toda la humanidad”.[10] A la luz de esta interpretación se deriva una visión sui generis del marxismo, de la lucha de clases y de las transformaciones sociales del siglo XX.
Para Pasolini el marxismo debía actualizarse y luchar contra un nuevo modelo productivo “que está absorbiendo a los estratos de proletarios acomodados y conquistando estratos de la burguesía progresista”. La vieja lucha de clases ha dado paso al “´sálvese quien pueda” de quienes aspiran a integrarse en la sociedad consumista. Escribía Pasolini: “antes, los hombres y las mujeres de los arrabales no sentían complejo alguno de inferioridad por el hecho de no pertenecer a la clase llamada privilegiada. Sentían la injusticia de la pobreza, pero no tenían envidia del rico, del acomodado. Es más, lo consideraban casi un ser inferior, incapaz de adherirse a su filosofía. Hoy, por el contrario, padecen ese complejo de inferioridad”. Es el fin de las culturas populares, campesinas, urbanas y marginales, como la que retrató en su film Accatone. ¿Romantización del pasado?
No necesariamente. Ciertamente Pasolini “se mofa del discurso del bienestar como si se tratara de un hecho científicamente probado”.[11] Pero no es eso lo que más le preocupa. Su intención es levantar acta del cambio antropológico en ciernes, del advenimiento de un futuro “compuesto por hombres reducidos a autómatas deshumanizados”. Ese cambio se manifiesta sobre todo en los jóvenes – también físicamente – por un estado neurótico ligado “a la incertidumbre existencial”, “a la ansiedad arribista sin sentido claro”. Aún a riesgo del cliché turístico, es preciso reconocer la diferencia entre el ritmo vital de las sociedades “pobres” y el vacío existencial de las sociedades “ricas”. Refiriéndose a éstas, Pasolini observaba el fin de la solidaridad entre las generaciones, la expansión del vandalismo y de las drogas, la violencia nacida del desajuste entre el ansia consumista y la dificultad de satisfacerla. Hoy sabemos que el desarraigo cultural es una fuente de radicalización, que la frustración material está en el origen de la violencia, que la degradación educativa conlleva el “ensalvajamiento” de las sociedades. De unas sociedades divididas en winners y losers por el discurso del éxito a toda costa. Los síntomas inequívocos de las sociedades americanizadas.
Un comunista extraño
“Yo soy una fuerza del pasado/Sólo en la tradición está mi amor/vengo de las ruinas, de las iglesias/de las palas de altar, de los pueblos abandonados”. Curiosas líneas para un autor comunista. Pero Pasolini era comunista a fuer de conservador y marxista a fuer de antimoderno. Su comunismo y su marxismo eran extraños. Ambos respondían a una lógica profunda, muy por delante de su época.
Pasolini fue lo que llamaríamos un “compañero de viaje” del Partido Comunista italiano. Pero lo era a partir de un fondo cristiano, católico y maternal: el de una tradición campesina de la que jamás abjuró. “Yo no percibo ninguna contradicción entre la visión marxista y el concepto fundamental del amor cristiano”, escribía. Alguien podría pensar que abogaba por una “teología de la liberación”, o por ese cristianismo progresista que hace de la iglesia una ONG global. Nada de eso. Lo que reprochaba a los católicos de su tiempo – a los “clericales”, como él los llamaba – no era una “falta de compromiso social”, sino la ausencia del sentido de lo sacro. Lo que les reprochaba era su adhesión al “materialismo ateo y deshumanizante que está en la base del neocapitalismo, y que es la síntesis de todo lo que condena el evangelio”.[12] Hay aquí una voladura de los marcos mentales habituales: no es el “materialismo comunista” el principal enemigo de las enseñanzas de Cristo, sino “el materialismo burgués” de la sociedad de consumo. Por eso Pasolini entendía que entre católicos y marxistas se abría un espacio de entendimiento frente a un enemigo común. En esto era, una vez más, un precursor: el de los hoy llamados “ateos-católicos” que defienden el hecho religioso como dimensión fundamental de la existencia, como identidad cultural y como muralla frente al globalismo.
Poeta pagano, poeta cristiano
¿A qué respondía la “empresa política” de Pasolini? Al empeño de re-sacralizar el mundo, o al menos de “evocar lo que hemos perdido y hacernos sentir – aunque sea remotamente – a qué se asemeja una experiencia de la sacralidad”.[13] Su esfuerzo intelectual y artístico transpira una nostalgia por lo mítico, por la épica de lo sagrado.
¿Qué es lo sagrado? Lo sagrado atraviesa y excede la religión; lo sagrado es una categoría de la sensibilidad, una forma de estar en el mundo, una mirada sobre el mundo. Las religiones son formas de administración de lo sagrado, los ritos son los medios de asegurar su presencia en la vida cotidiana. Con la pérdida de lo sagrado algo humano se pierde irremisiblemente, piensa Pasolini. La modernidad, en su afán por dominar el mundo, ha arrebatado el misterio del corazón de las cosas. Pero el misterio sigue ahí, si nos esforzamos en verlo. Pasolini acude para ello al trasfondo de los mitos europeos.
En su film “Medea” Pasolini presenta la confrontación entre una cultura sagrada y arcaica – representada por Medea, la hechicera, hija de Circe – y una cultura mercantil y profana, nihilista y funcional. En su film “Edipo Rey” abunda en la exploración de la noción mítica del Destino. Desde su visión del mundo anclada en la Europa mediterránea, Pasolini es un poeta pagano y cristiano. “El catolicismo – afirmaba – se ha superpuesto sobre el paganismo, especialmente entre las gentes ordinarias del pueblo, sin cambiarlas en lo más mínimo (…) en el fondo no es una religión rígida, la represión no es en él tan patológica como en otras sociedades burguesas que no tienen catolicismo”.[14] En su búsqueda de lo sacro Pasolini tenía que llegar, necesariamente, hasta la figura de Cristo.
Obra cumbre del cine religioso, el film “El Evangelio según San Mateo” – a años luz del cartón-piedra bíblico de Hollywood – está rodada en un blanco y negro que resalta la dureza y la humildad de la época, con unos actores no profesionales que exultan humanidad. La figura de Cristo está representada sin amaneramientos, de forma vehemente, directa y resuelta, de forma que la Palabra es la gran protagonista. No se trata sin embargo de una película naturalista. El ateo Pasolini respeta el halo sagrado de los personajes y trata de captar su esencia – que no su superficie – a través de planos frontales, inspirados en la pintura italiana pre-renacentista. La película fue denostada por los marxistas y celebrada por los católicos, hasta el punto de que el Vaticano la valoró como la mejor presentación de Jesucristo en la historia del cine. Definitivamente, el comunista Pasolini nunca estaba donde se le esperaba.
Trilogía de la vida
El mundo se encoge y el desierto crece. Las distancias se acortan y las culturas convergen. La tierra es fagocitada por el reino de la tecnología. En los años 1970 – consumada ya la victoria de la sociedad de consumo – “Pasolini rompe con su cine más intelectual y metafórico para volverse hacia las tradiciones populares, en las que el sexo, la miseria y la alegría de vivir se funden en una cultura a-burguesa incontaminada”.[15] La “trilogía de la vida” – formada por los films El Decamerón, Los Cuentos de Canterbury y Las Mil y una Noches – componen la parte más luminosa del cine de Pasolini. Son historias extraídas de un mundo arcaico, de una literatura pre-moderna. Pero no hay en ellas afán alguno de recreación o de reconstrucción histórica. Nos movemos más bien en el reino de las analogías visuales. Sus imágenes evocan los frescos de Masaccio, de Giotto, de Caravaggio: gestos, rostros y expresiones antiguas, la representación alegórica de un pasado que ya no existe, que quizá nunca existió. Es la expresión de una nostalgia, no tanto por un paraíso perdido – los aspectos oscuros y sórdidos no se omiten – sino por una mirada maravillada sobre el mundo. La sexualidad – una sexualidad alegre e inocente – juega en ellas un papel central. ¿Era Pasolini un abanderado de la “liberación sexual” de los años 1960?
El sexo juega un papel central en la cinematografía de Pasolini, hasta el punto de que en algunas de sus películas – “Teorema” es el caso más evidente – parece abonado a una especie de “pansexualismo liberador”, en la estela del psicoanalista y sexólogo Wilhelm Reich.[16] Por otra parte, la representación del eros en las culturas arcaicas –desprejuiciada y ajena a la idea de culpa – le resultaba culturalmente fascinante. Pero concluida la “trilogía de la vida” algo cambió de forma abrupta.
El sexo y el aborto
“Me he equivocado, completamente”, reconoció una y otra vez. Si la lucha por la libertad de expresión y la libertad sexual podían tener un sentido en los años 1950 y 1960, todo cambia tras el advenimiento de la sociedad de consumo y su ideología de la “tolerancia”. Una “falsa tolerancia” – decía Pasolini –“en tanto está concedida desde arriba, por ese nuevo modo de producción que quiere que el sexo sea libre, porque donde hay libertad sexual hay un consumo mayor”.[17] La mercantilización de la sexualidad anula la mirada inocente sobre el cuerpo humano. “La “realidad” de los cuerpos inocentes – escribía Pasolini – ha sido violada, manipulada, deformada por el poder de consumo: es más, esta violencia sobre los cuerpos se ha convertido en el dato más macroscópico de la nueva realidad humana”.
Algo tenía también que apuntar Pasolini sobre la (incipiente) temática de las minorías sexuales: “las vidas sexuales privadas (como la mía) han sufrido el traumatismo tanto de la falsa tolerancia como de la degradación corporal, y lo que en las fantasías sexuales era antes dolor y alegría se ha convertido en decepción suicida, letargia informe”.[18] Difícil pensar que Pasolini se hubiera dejado regimentar en una “minoría” como forma de normalización burguesa y nicho de mercado. Los intentos de reciclar al Pasolini homosexual en un Pasolini “gay” están abocados al fracaso. Pero son sus posiciones sobre el aborto las que le hacen definitivamente irrecuperable.
Pasolini consideraba el aborto como una legalización del homicidio. En un artículo publicado en enero 1975, que causó gran escándalo, afirmaba que “en mis sueños y en mi comportamiento cotidiano … vivo mi vida prenatal, mi feliz inmersión en las aguas maternales: yo sé que allí yo estaba vivo (…) La vida es sagrada, eso es un principio todavía más fuerte que todo principio democrático”.[19] Pero Pasolini desplaza los términos del debate. No se queda en una mera defensa del “derecho a la vida”. “Pasolini – escribe Jean-Yves Casanova – no piensa en el campo de la organización legislativa de la sociedad, sino en aquél, necesariamente individual, de lo espiritual y lo sagrado”.[20] El aborto, según él, no debe ser pensado como un mero problema social o un derecho de las mujeres, sino como una forma de borrar la sacralización sexual de la unión de los cuerpos. Se trata de una manera más de asegurar el confort burgués, de afirmar los aspectos mercantiles de la sociedad de consumo, de erradicar el aspecto sagrado de la sexualidad y de reducir el sexo a una práctica confortable. La exaltación del confort de la pareja – señala – se sostiene sobre “un pequeño pacto criminal”, porque “al poder no le interesa una pareja generadora de prole (proletarios) sino de consumidores (pequeño-burgueses)”. Pasolini no negaba en toda circunstancia la lucha por la no-procreación, pero defendía que ésta debe intervenir en el momento del acto sexual, no en el del embarazo. El carácter sagrado de la vida – insistía – “siempre ha sido sentido en el mundo antropológico de la pobreza, en el que cada nacimiento era una garantía para la continuidad del hombre”.[21] Pero si antes los nacimientos eran fuente de bendiciones, hoy se presentan como algo maldito, como una amenaza ecológica para el futuro de la humanidad. Pasolini ponía el dedo en la llaga al denunciar el enfoque neo-maltusiano de las elites del capitalismo.
Pasolini se situaba ya en la diana de todas las lapidaciones mediáticas. Convencido de que la “liberación sexual” (incluida la liberación gay) era una impostura, Pasolini abjuró de su “trilogía de la vida” y redobló sus críticas a la visión contemporánea de la sexualidad. Se convirtió en ese sentido en un anti-1968. Pero el nuevo conformismo consumista no podía tolerar discrepancias como la suya. Al final se hizo incómodo para todo el mundo: para los progresistas y para los católicos, para la democracia cristiana y los comunistas, para las feministas y los neofascistas. Sus puntos de vista fueron incomprendidos, tachados de “católicos”, de “reaccionarios”, de “nostálgicos” y de “sexófobos”.
Pasolini les daría cumplida respuesta a todos en la que sería su última película. En ella el sexo, de astro luminoso, se convierte en astro negro. De Eros a Tánatos.
“Quiero hacer una película desprovista de toda esperanza”, dijo un día Pasolini. Y entonces rodó “Saló, o los 120 días de Sodoma”.
[1] Jea-Ives Casanova, “Pier Paolo Pasolini”, en Réprouvés, Bannis, Infrequentables, Éditions Léo Scheer, 2018, p. 37. Libro colectivo dirigido por Angie David.
[2] Pier Paolo Pasolini, “L´article des Lucioles”, 1 febrero 1975, en Écrits Corsaires.Flammarion 2005, p. 181.
[3] Documental Sopralluoghi in Palestina de 1965.
[4] Pier Paolo Pasoilini, “Nous sommes beaux, alors enlaidissons-nous”, 29 mayo 1975, en Lettres Luthériennes. Petit traité pédagogique. Éditions du Seuil 2008, pp. 71-75.
[5] Pier Paolo Pasolini, “Fasciste”, 26 diciembre 1974, en Écrits Corsaires.Flammarion 2005, p. 268.
[6] Francois Bousquet, Pasolini et la nostalgie du mythique, de l´épique et du sacré”. 13 abril 2022.
https://www.revue-elements.com/pasolini-et-la-nostalgie-du-mythique-de-lepique-et-du-sacre-2-2/
[7] Pier Paolo Pasolini, “Etude sur la révolution anthropologique en Italie”, 10 junio 1974, en Écrits Corsaires.Flammarion 2005, p. 72.
[8] Pier Paolo Pasolini, “Enrichissement de l´essai sur la révolution anthropologique en Italie”, 11 julio 1974, en Écrits Corsaires.Flammarion 2005, p. 93.
[9] Salvador Cobo, “La herejía desesperada de Pier Paolo Pasolini”, en: Pier Paolo Pasolini, Vulgar Lengua. Ediciones El Salmón 2017, p. 16.
[10] Pier Paolo Pasolini, Todos estamos en peligro. Entrevistas e intervenciones. Editorial Trotta 2018, p. 318.
[11] Salvador Cobo, Obra citada, página 17.
[12] Pier Paolo Pasolini, Todos estamos en peligro. Entrevistas e intervenciones. Editorial Trotta 2018, p. 114.
[13] John David Rhodes, “Medea”, ensayo introductorio a la edición blu-ray del film Medea por el British Film Institute (BFI).
[14] Pier Paolo Pasolini, “On comizi d´amore”, entrevista con Owald Stack. Edición blu-ray de Accatone, Bristish Film Institute (BFI).
[15] Philippe Gavi y Robert Maggiori, Introducción a Pier Paolo Pasolini, Écrits Corsaires, Flammarion, 2005, p. 19
[16] Francois Bousquet, “Pasolini et la nostalgie du Mytique, de l´épique et du sacré”
https://www.revue-elements.com/pasolini-et-la-nostalgie-du-mythique-de-lepique-et-du-sacre-2-2/
[17] Victor Lenore, “Libertad sexual, consumismo y elogios: las tres profecías cumplidas de Pasolini”
https://www.elconfidencial.com/cultura/2017-08-11/pasolini-profecias-vulgar-lengua_1426999/
[18] Philippe Gavi y Robert Maggiori, Introducción a Pier Paolo Pasolini, Écrits Corsaires, Flammarion, 2005, pp. 20-21.
[19] Pier Paolo Pasolini, “Le coït, l´avortement, la fausse tolérance du pouvoir, le conformisme des progressistes” 19 enero 1975. En Écrits Corsaires, Flammarion 2005, p. 144.
[20] Jea-Ives Casanova, “Pier Paolo Pasolini”, en Réprouvés, Bannis, Infrequentables, Éditions Léo Scheer, 2018, p. 30. Libro colectivo dirigido por Angie David.
[21] Pier Paolo Pasolini, “Sacer”, 30 enero 1975. Écrits Corsaires, Flammarion 2005, p. 144.