¡Txapa!

¡Txapa!. Iván Vélez

Un sonido metálico desencadena una reacción casi pavloviana. «¡Chapa!», gritan los espectadores cuando la pelota, con su núcleo de goma y su corteza de cuero, impacta sobre la raya metálica que delimita el espacio vertical de juego. Tras la interrupción, vuelven los manotazos y las carreras de los jugadores. Los juegos de pelota están documentados en Navarra, al menos en el siglo XIV, si bien, parece lógico pensar que estos entretenimientos ya existían desde antiguo. A fin de cuentas, para competir apenas se necesita una pelota, pilota en vascuence normalizado, y una pared o frontón. El origen latino de estos vocablos delata la antigüedad de los elementos mínimos necesarios para practicar un deporte que se reestructuró en el siglo XIX. Popularizado en toda España, el juego de pelota, en sus diferentes modalidades, contó con importantes frontones en Madrid. Prueba de ello es el recientemente restaurado Beti Jai -Siempre fiesta- inaugurado en pleno barrio de Chamberí en 1894.

A punto de cerrarse el primer cuarto de siglo del XXI, el entreguismo de Pedro Sánchez a los secesionistas ha permitido el primer enfrentamiento entre las selecciones de España y de Euskadi. Un hecho que ha sido posible gracias a la nueva Ley del Deporte, aprobada a finales de 2022, que favorece a las federaciones regionales de las «especialidades deportivas con arraigo histórico y social en su respectiva Comunidad Autónoma» y a la aprobación de la reforma de estatutos de la Asamblea de la Federación Internacional de Pelota Vasca. Lo ocurrido en el frontón de Guernica es, además, el resultado del cumplimiento del punto once del acuerdo de investidura de la pasada legislatura firmado por Andoni Ortuzar y Pedro Sánchez, que acordaba «abrir cauces para promover la representación internacional de Euskadi en el ámbito deportivo y cultural».

Aunque la Asamblea, convocada durante las pasadas Navidades, estuvo llena de irregularidades, lo cierto es que la Liga de las Naciones de pelota vasca ofreció la primera oportunidad para el enfrentamiento entre españoles. Unos bajo la bandera de España, otros bajo la del PNV, convertida en oficial para la Comunidad Autónoma Vasca. Si esta es la realidad política, la subjetividad secesionista vasca, favorecida por la empresa con sede en Ferraz, vio satisfechos sus anhelos en el Jai Alai de Guernica. Allí sonó el himno de España, fuertemente abucheado por el público embrutecido por décadas de adoctrinamiento y empacho de Concierto. En una suerte de efecto Doppler, en la misma jornada, en la final de la Copa de la Reina de fútbol, disputada en Huesca entre el Atlético de Madrid y el Barcelona, se pitó al himno español.

En lo estrictamente deportivo, las vizcaínas Erika Mugartegui y Arai Lejardi, que compitieron bajo los colores españoles, se impusieron a sus rivales, en medio de rótulos en vascuence y en inglés, pues, como es sabido, la hispanofobia vasca siempre ha estado dispuesta a agachar la cerviz y situarse bajo el yugo británico.

La victoria española ha sido, sin embargo, interpretada en muchos ámbitos como eso, como un éxito, como un resultado que pone las cosas en su sitio. España venció en la cancha. Sin embargo, como bien saben los taimados peneuvistas, que ya publicitan la competición como un ejemplo de convivencia, es decir, de exclusión, se trata de una auténtica derrota. España, es decir, el todo, no puede competir contra una parte, porque el mero hecho de hacerlo es perder. La nación no puede enfrentarse a una región, por más ínfulas nacionales que esta tenga. Bien lo saben los secesionistas, siempre dispuestos a sacar tajada del oportunista e irresponsable bipartidismo español. Lo ocurrido en Guernica debería producir la misma sensación de que deja el punto nulo, anunciado por la pelota que golpea la chapa (txapa según la ortografía de los hijos de Arana).

Top