Ulises, modelo de Occidente

Ulises, modelo de Occidente. Emmanuel Martínez Alcocer

Modelo

Desde el materialismo filosófico, sobre todo en lo que respecta a su filosofía de la ciencia, es posible distinguir cuatro modi sciendi, correspondientes a los diferentes functores predicativos: las definiciones, las clasificaciones, las demostraciones y los modelos. Estos últimos se configuran al interponer relaciones entre términos dados en un campo, como vemos en los contextos determinantes, y es posible clasificarlos en cuatro tipos. Los modelos serán metroscuando las relaciones entre los términos sean de carácter isológico atributivo –por ejemplo, el sistema solar como metro de planetas respecto de satélites suyos; serán paradigmas cuando sean de carácter isológico distributivo –la tangente de la curva como paradigma de la velocidad de un móvil; serán prototipos cuando las relaciones son de carácter heterológico atributivo –como el camino de Santiago; y cánones cuando sean de carácter heterológico distributivo –el gas perfecto como canon de los gases realmente existentes.

Pero esta teoría y clasificación de los modelos, a nuestro juicio, puede ser muy fértil también aplicada a fenómenos literarios. Así, en un breve recorrido, nos vamos a arriesgar a presentar una interpretación de la figura de Odiseo o Ulises como un modelo antropológico que es posible seguir a lo largo de la literatura, o de la cultura, occidental. Sin pararnos ahora a precisar sobre si se puede hablar con propiedad de algo tan general y borroso como literatura o la cultura occidental, sí que vamos a inscribir la figura modélica de Ulises como una institución de racionalidad abierta presente a lo largo del tiempo en lo que podemos llamar el área de difusión helénica. De modo que, en un somero recorrido que quizá pueda interesar a otros más versados en la temática –para nosotros lo que vamos a hacer es una arriesgada incursión en un terreno bastante desconocido–, intentaremos defender que Ulises puede entenderse como un modelo antropológico para ese área de difusión helénica. Un modelo que puede entenderse o interpretarse, dada su gran riqueza, como metro –por ejemplo si se interpretase que la figura de Ulises tiene una función igual o semejante reproducida en distintas épocas o culturas de Occidente–; como paradigma –por ejemplo si se interpretase a Ulises como ejemplo típico o característico reproducido o reproductible en lates o cuales aspectos–; como prototipo –si se interpretase, por ejemplo, como un modelo humano sobre el que se construyen o en el que confluyen otros–; o como canon –si se interpretase, por ejemplo, como el modelo humano que ha de seguir Occidente–. A lo largo de las secciones no entraremos en excesivas precisiones respecto a qué clase de modelo hablamos, con lo dicho y ejemplificado aquí basta para entender lo que sigue. Y además, como decimos, reconocemos que las interpretaciones y precisiones pueden ser muchas, y no pretendemos con lo que vamos a decir tener la última palabra; es más, estamos dispuestos a ser rectificados en nuestra interpretación. Pero sí creemos que es posible, y es básicamente lo que pretendemos, mostrar que la teoría de los modelos puede ser muy fértil a la hora de analizar las figuras literarias y sus cursos históricos. Y quizá pocas más conocidas que la parida por Homero.

Ulises y la Odisea

Aunque nos empeñáramos sería difícil encontrar en la literatura antigua un texto tan rico en sus personajes y motivos como la Odisea. Como se ha dicho muchas veces en la literatura sobre esta temática la Odisea puede interpretarse, dentro de sus múltiples posibles interpretaciones, como un gran relato de aventuras en tonos casi novelescos y aunque, quizá con cierto anacronismo, hay quien encuentra rasgos de «modernidad», lo cierto es que, como es normal, la Odisea cuenta con motivos muy antiguos de cuento popular. Pero, a nuestro juicio, si hay algo que dé unidad y continuidad a esta narración de diversos episodios es la figura del protagonista, de quien toma nombre la epopeya, Odiseo (o Ulises según la versión latina de su nombre); un héroe antiguo que ha servido como modelo antropológico, de humanidad dicen algunos, seguramente por su singular personalidad. La Odisea es el poema de Odiseo, un personaje que además ya encontramos, como todos sabrán, en la Ilíada como uno de los grandes guerreros aqueos, aunque aquí, dada su centralidad, cobre una mayor complejidad.

La Odisea relata el turbulento regreso al hogar de un héroe –al contrario que en la Ilíada en la que podemos ver múltiples héroes–; un héroe de singular ingenio y astucia, como demuestra en sus arriesgadas aventuras que él mismo relata. Es pues la Odisea la historia de un regreso (de Troya a Ítaca), es decir, es un nóstros. El tema del poema es un viaje regreso, un nóstros heroico y, muy importante, transformador. Aunque es cierto que visto en un mapa puede parecer extraña la magnitud del viaje relatado ya que desde la costa del Bósforo, donde se separó de sus compañeros aqueos, hasta su isla, al sur del Adriático, al oeste del Peloponeso, la distancia marina no es grande. Si atendemos a este dato ya podemos colegir que el destino de Ulises es, pues, demorarse en un largo peregrinaje en que se pone a prueba su persona. Un regreso que adquiere una dimensión literaria y casi novelesca, gracias a su protagonista y a sus peripecias en un escenario que ya no está determinado sólo por la épica guerrera, sino, sobre todo, por una aventura personal que, por cierto, el personaje en un principio no buscaba. Con todo lo que esto implica.

Se ha dicho muchas veces que Ulises es el más moderno –signifique esto lo que signifique– de los héroes griegos; no sólo en comparación con los que encontramos también en la Ilíada, sino también en comparación con otras sagas heroicas como las de Heracles, Jasón, Perseo, etc. Es también el más humano, se dice, y el que recurre a menos recursos fantásticos. Porque en sus aventuras triunfa gracias a su astucia, su arrojo, su paciencia y a su gran capacidad para la mentira –quizá alguien se atreverá a hablar incluso de resiliencia–. Ulises habla muy bien, engaña y miente, pero sólo cuando lo necesita. Por otra parte, su objetivo a lo largo de todo el relato no es algo imposible ni estrafalario, es el simple regreso a su isla, a su hogar, a Ítaca. No somos muy originales al decir esto, T. Adorno y M. Horkheimer, en el primer capítulo de su Dialéctica de la Ilustración, ya indicaron este prosaico aspecto de la aventura y carácter Odiseo. Pero, a pesar de ello, Ulises es el último gran héroe antiguo y el primero de los modernos, dicen los filósofos alemanes. Un héroe del exilio, empeñado en volver a su casa, al otro lado del mar y sus misteriosos riesgos. Por otro lado, la complejidad del héroe es un rasgo que ya el mismo texto, con su composición, nos indica.

Odiseo es el polyitropos Odysseús (Ulises de las muchas vueltas o muchos trucos). Por ello para alcanzar su ansiado hogar, donde le esperan los suyos, tiene que llegar a atravesar hasta los límites del océano, más allá de lo conocido, adentrarse en las sombras del mundo y entrevistarse en el Hades, en el país de los muertos, con los fantasmas ilustres. También se han señalado a menudo, como muestra de su carácter y su ingenio, los epítetos que se le aplican en la narración: politlas, muy sufridor; polymetis, muy astuto; polyméschanos, de muchos recursos. Y es gracias a estas virtudes que encarna Odiseo que conseguirá enfrentarse con éxito a los encantos y trampas del itinerario, llegando a tener que escapar solo, tras perder todos sus barcos y a sus compañeros. Como vemos, los peligros y las renuncias del viaje serán muchas, es un nóstros colosal el de Ulises, que en sus venturas y desventuras llega a estar protegido por Atenea y perseguido por la furia de Poseidón, padre del cíclope Polifemo.

Y si los sinsabores durante el regreso son muchos, el relato que nos ofrece la Odisea desemboca, por el contrario, y tras sangrientas escenas, en un arquetípico final feliz. En su resolución, al final, en su palacio, el héroe, que regresa para recuperar lo que es suyo, y que ha entrado disfrazado de mendigo, volverá a recobrar su aspecto de guerrero y se vengará, junto a su hijo y algunos fieles, de los impertinentes pretendientes de su esposa, Penélope. Y el poema, que, como decimos, termina tras unas cruentas escenas en las que nuestro héroe se venga disparando su temible arco, concluye con una escena de paz. Después de los sufrimientos, las aventuras, los esfuerzos y la guerra, el regreso al orden.

Ulises tras Homero

Como todos sabrán la arquetípica figura de Ulises conoció, después de la Odisea, múltiples recreaciones y evocaciones. Ya en la antigüedad encontramos algunas referencias en los poemas del llamado Ciclo épico. También podrá hallarse la figura de Odiseo en varias de las tragedias de Esquilo y Eurípides –aunque podrían ser más, ya que muchas de las tragedias se han perdido– o en sofistas como Gorgias en su Defensa de Palamedes, en el que lo acusa de calumniador. También podemos ver la presencia de nuestro potente y modélico personaje en pensadores cínicos como Antístenes, el fundador, precisamente, de la corriente cínica. Antístenes presentaba, en un diálogo, a Ulises y Áyax exponiendo cada uno sus méritos, y se decantaba por los de nuestro héroe. Los filósofos cínicos y estoicos, por lo general, recurrieron a Ulises como un modelo paradigmático de resistencia frente a los reveses de la fortuna, del destino. Ulises fue, como vemos, ya en la antigüedad, idealizado como un precursor del sabio de carácter templado que lleva consigo todos sus bienes.

En el mundo latino, un poco más tarde, también podemos encontrar resonancias de todas estas imágenes del héroe. En la Eneida de Virgilio, por ejemplo, se recuerda a Ulises como el destructor de Troya. También en las Crónicas troyanas de Dares y de Dictis aparece, aunque se ofrece una imagen ambigua de Ulises.

Una estampa bien distinta a esta que comentamos es la que forja Dante en la Divina Comedia. En el canto XXVI del Infierno, al recorrer el octavo círculo de los condenados, Dante, que, como sabemos, va acompañado por Virgilio, se para ante una llama doble. Allí arden las llamas de Ulises y Diomedes. Y es el propio Ulises, trasformado en llama parlante, cual Dios ante Moisés, quien relata al poeta su última aventura.

Pero no sólo en versos podemos ver al héroe homérico. Ulises aparece también en multitud de pinturas y dramas del Renacimiento y el Barroco; a veces como un hábil político, otras como un ejemplo del hombre prudente. En el Romanticismo volvemos a encontrar la figura de Ulises, pero esta vez como la figura del viajero inquieto, aquél que está ávido de conocimientos, el explorador del más allá. (Vemos que la riqueza del personaje era tal que permitía que en cada época se tomasen los rasgos y modulaciones que a cada cual interesaba). Y regresando al verso, por esta época decimonónica podemos encontrar una interpretación dantesca, más que homérica, de nuestro héroe en el poema Ulysses (1833) de A.L. Tennyson.

Ya en el siglo XX será posible ver otra vez la figura de Ulises en grandes poetas y escritores. La recreación más memorable de Ulises en éste siglo –no decimos la mejor, decimos la más memorable, habiéndose convertido en referencia necesaria– seguramente sea la de James Joyce en su novela Ulises (1923). Joyce en su icónica obra pretende construir, aunque sea de una forma inconexa, rompiendo los estilos narrativos –otra cosa es que lo consiga–, una historia totalmente opuesta a la de Homero, o al menos lo pretende. En Joyce es Ulises el que deja su casa para «viajar» por la ciudad, no es un regreso. Homero narra la continua errancia de Ulises en su vuelta, Joyce vuelve a narrar la inconexa errancia de Leopold Bloom, el «Ulises moderno». El Ulises de Homero «funda» (como modelo del mundo occidental); el de Joyce pretende «desfundar». El de Homero construye el modelo, el de Joyce pretende destruir el modelo. Por eso se ha dicho a veces que entre el Ulises de Homero y el Ulises de Joyce trascurre la historia de Occidente. Lo cual, si lo entendemos simplemente por el transcurso temporal, no deja de ser cierto.

Ulises, modelo de Occidente

A la figura de Ulises se le ha dado en muchas ocasiones, como hemos visto, una consideración de fundador de Occidente; un modelo que proporciona el ethos del hombre occidental –¿el canon?–. Ulises constituye lo que algunos críticos actuales llaman, de forma bastante imprecisa, el «discurso» de la civilización occidental, y ciertos historiadores el «imaginario». Dicho de otra forma, quizá menos vaporosa, Ulises sería un arquetipo, una figura, un modelo que se despliega en la historia de Occidente y en su literatura. Una constante cultural, literaria, del área de difusión helénica, si se quiere decir así. Ulises representará uno de los ethos de la imagen europea del hombre, en lucha, por ejemplo, con el ethos cristiano. Y decimos esto porque, en la literatura existente acerca de esta temática, se tiende a olvidar la dialéctica que dicha figura occidental atraviesa en su historia en pugna con otras figuras. Una pugna que va configurando y reconfigurando, modificando, el modelo. De ahí, a nuestro juicio, las distintas modulaciones que recibe a lo largo de las distintas épocas y que hemos apuntado brevemente más arriba.

Sólo si tenemos en cuenta estas variaciones del modelo podemos decir, por ejemplo, que Ulises es a la vez antiguo y moderno –como ya han dicho algunos–. Y sólo así, desde esta perspectiva dialéctica, en confrontación con otros modelos, sus aventuras y su figura pueden constituir un punto de observación «ideal» para medir las disonancias y consonancias, las continuidades y discontinuidades entre el pasado y el presente. Sólo en pugna con otras grandes figuras, con otros grandes modelos –como Cristo–, puede ser visto Ulises como un héroe en la continuidad y a su vez en la, como diría Kafka, metamorfosis. Puede así, quizá, enlazar esos momentos entre los que vive «el hombre occidental».

Ulises ha sido constituido así en una referencia, una institución cultural. Concretando un poco más, y teniendo en cuenta el contexto político en el que aparece así como el elemento predominante en la narración, podríamos hablar de él como del héroe que adquiere el valor de símbolo de la civilización fundada en el mar, de los imperios talasocráticos, es símbolo del nomos del océano opuesto al de la tierra –¿cómo modelo-metro?–. Pero, aun reconociendo esto, podemos también reconocer en el personaje, en el modelo, una riqueza que permite a cada cultura interpretarlo y nutrirse de su figura dentro de su propio sistema institucional. Ulises, como venimos afirmando, es una institución cuya racionalidad no es cerrada, está abierto a una constante interpretación. Por eso decía Borges que cada vez que abrimos la Odisea podemos encontrar algo nuevo.

Ulises es una figura trascendental. Su existencia mítico-literaria constituye un modelo, una forma multiforme –como se ha indicado antes, un polytropos– de la vida talasocrática llena de posibilidades vitales, comerciales, científicas o políticas. Pero al mismo tiempo se le puede presentar como paradigma del conocimiento del mundo y, a su vez, de la resistencia ante el dolor –en este sentido podemos tomar el tercer verso de del poema–. Ulises es, además, concebible como un canon de la experiencia del viaje y las transformaciones que éste produce, el ideal al que todo viajero ha de atender. Y es también interpretable, sin agotarlo, como prototipo de maestro de la techné: es quien ingenia el caballo de madera en la Ilíada, posteriormente una gabarra, su propio lecho nupcial… además de ser experto navegante y arquero. Pero no sólo eso, Homero nos lo presenta un maestro de retórica, del lenguaje orientado a la salvación de sí mismo y los suyos –por eso no es de extrañar que los sofistas recurrieran en ocasiones al personaje–. También su habilidad le permite alcanzar fines políticos: su capacidad para el engaño y la ilusión le permite disfrazarse de mendigo para recuperar lo que es suyo. Habilidades que podrán imitarse si se quiere tener éxito como él. Finalmente, Odiseo constituye un modelo de poesía. Cosa que puede ejemplificarse si tenemos en cuenta que la Odisea también toma forma a partir de las propias palabras del héroe cuando éste relata sus aventuras.

Ulises es, como vemos, un personaje mítico y literario que tanto intérpretes literarios, filólogos y filósofos como poetas e historiadores leen como un typos. Un modelo de larga sombra. Sombra que se alarga, transformándose varias veces en la literatura occidental. Y señalamos esto porque creemos necesario reconocer que Ulises es esa sombra, ese modelo, también gracias a la interpretación. La interpretación y reinterpretación continua que se ha hecho de la Odisea y de la figura de Ulises es lo que ha permitido que podamos hablar de él como un modelo, un modelo muy complejo, poliédrico. Y es que el poema homérico, como buen clásico, ofrece información abundantísima a lo largo de sus versos, ofrece incluso ricas contradicciones de las que surgen constantes preguntas sin respuesta. O, simplemente, múltiples respuestas. Es precisamente gracias a la riqueza y hasta a los vacíos de la obra homérica que es posible desgranar una y otra vez el comentario y la interpretación literaria, política, filológica o filosófica.

El viaje al otro mundo y la experiencia metamórfica del regreso

Para concluir querríamos indicar que en esa riqueza del relato de la Odisea, como ya han señalado algunos intérpretes, podemos encontrar dos grandes «sombras». La primera la encontramos en los propios relatos de Odiseo, en los relatos poéticos de sus aventuras: es la sombra del viaje al reino de los muertos, al Hades. La segunda es la que surge del mismo mito y llega a nuestros días.

La palabra Ulises quiere decir aquél que parte. Y como ya hemos dicho Ulises utiliza para su partida, para su viaje, el mar, el océano que recorre todo el mundo conocido. Así pues, el modelo de Occidente se lanzará hasta sus límites, hasta el confín entre el ser y el no ser, entre lo conocido y lo desconocido (incluso lo que no se puede conocer). Es ahí, más allá del mar, donde se encuentra el Hades, el cual está habitado por sombras que son los muertos. Como vemos, se trata de un viaje mítico y a la par existencial, es un viaje hacia la muerte –ante esto la reflexión existencialista o la clásica meditación ante la muerte no es difícil que surja–. Metafóricamente, pues, navegar más allá de Gibraltar es navegar más allá de la existencia, traspasar el umbral ontológico del mundo de los vivos. El plus ultra. Ulises traspasa el límite impuesto al hombre y su conocimiento pasando al trasmundo. Ahí el conocimiento del mundo se acaba. Más allá el hombre ya no es hombre. Un confín que coincide, enlazando con otros mitos, con el límite de las columnas colocadas por Heracles, el finis terrae, para que el hombre no las traspase. Pero Odiseo es el héroe del retorno (del nostros), ha navegado más allá de lo permitido, de las tinieblas, y volverá al mundo de los vivos para hacer un relato sobre los muertos. Con su viaje ha demostrado que es posible ir más allá y volver para contarlo. Ha ampliado su conocimiento del mundo y descubierto nuevas realidades que están en la sombra.

Es entonces, en la experiencia del viaje, donde Ulises se transforma, donde sufre sus metamorfosis, transformando a su vez el mundo y el mundo para los demás cuando conocen sus experiencias. El Ulises que parte de Troya no es el mismo que regresa a Ítaca. Con Ulises experiencia, metamorfosis y viaje se unen; el viaje, que implica siempre una partida y un regreso, supone unas experiencias que transforman al viajero –otro ejemplo, con otras connotaciones, de viajero que se transforma y transforma a los demás en sus viajes puede ser el Quijote–. El Ulises homérico en sus experiencias de viaje infunde una carga ética y moral, filosófica en definitiva, a cada uno de los retos con que se cruza en su viaje, unas experiencias que podrán servir de modelo a ulteriores viajeros. El viaje está asociado, pues, al efecto del viaje. Lo que somos antes de viajar y lo que somos después de viajar, pues no hay viaje ni viajero si no hay ida y vuelta. A lo largo del viaje Ulises experimenta tres metamorfosis o cambios hasta convertirse en el hombre ético, en el ethos modelo de Occidente. La figura de Ulises funda un ethos, una disposición, un carácter. El ethos que funda Ulises es, eso sí, un ethos posterior, después del viaje, después de la experiencia. De la exploración. Es un resultado. No es un ethos natural, dado, originario, sino producto del viaje, de la experiencia.

Otro punto que no podemos dejar de destacar en su viaje retorno es el encuentro con las sirenas –un episodio famosísimo que, sin embargo, puede resultar paradójico si tenemos en cuenta que ocupa apenas unos versos en el relato–. Odiseo en este encuentro debe resistir el poder seductor del canto, de la poesía (a pesar de su sed de conocimientos). Porque el viajero, quien se expone al camino y al descubrimiento siempre ha de tener presente los errores y peligros: las sirenas, que cuando están a la vista avisan con su horrible aspecto, impiden sin embargo el regreso a quien escucha su fascinante y bello canto. Nos encontramos así ante la debilidad –quizá por estos aspectos muchos intérpretes digan que Ulises es «muy humano»– más grande a la que Odiseo se ha enfrentado hasta el momento. Y es que tras el placer que esta poesía ofrece se oculta la muerte, la ilusión, el no ser, la verdad final del hombre. Una verdad, quizá, demasiado paralizante y seductora. Quien escuche su voz ya no podrá regresar, su entendimiento habrá quedado obnubilado –ante estas situaciones en el barroco español se insistirá en la necesidad del desengaño–. Quizá Platón tuviera fundadas razones para querer expulsar a sus amados poetas de la ciudad.

A pesar del peligro Odiseo quiere escuchar, desea ser seducido, aspira a sentir ese seductor canto. Pero gracias a su previsora sabiduría vence la tentación, no sucumbe y prosigue su camino rozando lo fantástico, pero siempre persiguiendo la realidad, la experiencia, la vida. Sin embargo, Homero no nos indica qué ha aprendido Ulises tras este episodio, relatado con gran celeridad, lo que deja abierta la puerta para la interpretación. Y quizá una interpretación válida sería esta, a saber: que Ulises también desea conocer el error; que, desde la prudencia y la sabiduría, también es necesario que conozca lo que no es, lo que no debe ser y las debilidades en las que puede caer todo hombre. El conocimiento negativo, que no es la negación del conocimiento, también es conocimiento y también es necesario. Esto es algo que todo hombre sabio debe saber.

Así, con episodios como este, e interpretaciones como la que arriesgamos, Ulises se convertirá, a nuestro juicio, en una figura modélicas sometida a una constante interpretación que, tal vez por sus vínculos arcaicos con Atenea y Apolo, lo convierten en un distintivo de la paciencia, la valentía, la prudencia política, la elocuencia, la tenacidad y la acción, así como de la curiosidad, la sabiduría y la exploración. Es el viajero, pero también el gobernador de Ítaca, el compañero que cuida de los suyos, el guerrero, el poeta, el padre y el esposo. En una palabra, es un modelo del hombre. Odiseo se convertirá, así, en lo sucesivo, en el representante de uno de los ethos más poderosos, en pugna con otros, de nuestra civilización.

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