La profesión docente (especialmente en la secundaría pública) no acostumbra dar demasiadas satisfacciones a quienes la ejercemos o la hemos ejercido. Contrariamente a lo que muchas creen, los sinsabores y disgustos que suelen acompañar a la vida docente no vienen, en su mayoría, de los alumnos, sino de la caterva de políticos, inspectores, burócratas, “pedabobos” y demás fauna. Desde un Cambray, empeñado en convertir los institutos catalanes en aparcaderos de niños y adolescentes, hasta la “preclara” ministra de educación, que afirma que enseñar contenidos (o sea, enseñar) es algo “obsoleto”, pues ya está ahí la Inteligencia Artificial, estos son la autentica pesadilla del gremio de la tiza.
Las pocas satisfacciones vienen de los alumnos, o, al menos, de algunos alumnos. Ayer tuvo una de estas satisfacciones: una antigua alumna mía de biología, que cursos posteriormente la carrera de Veterinaria, acababa de ser nombrada profesora en el centro CIM- Barcelona, donde se imparte el Modulo de auxiliar de veterinaria, y donde ella misma había estudiado unos años antes.
Esta alumna (no voy a decir su nombre) es todo un ejemplo de vocación. Eugeni d’Ors, que entre otras cosas fue un gran pedagogo (de los de verdad), decía que el ser humano, además del subconsciente descrito por Freud, poseía un “sobreconsciente” donde habitaba el Ángel, del cual emanaba la Vocación (de vocare, llamar) que nos dirigía, a veces de forma no consciente, hacia el ejercicio de una profesión determinada.
Mi alumna sintió la llamada de la vocación: quería ser veterinaria. Empezó el bachillerato en mi instituto, pero lo dejo para acudir la CIM (donde ahora va a ejercer) y cursar el módulo de auxiliar. Pero volvió, pues lo de auxiliar no era suficiente, y la llamada hacia la profesión era demasiado fuerte.
Mi alumna era de las que venían ya educadas de casa. No vino al instituto a hacer amigos (aunque los hizo, coincido con un grupo de gente excelente). No vino a asumir “competencias” (ni básicas, ni clave, ni específicas, ni transversales), ni “vectores”, ni “estándares de aprendizajes evaluables”. Vino a aprender biología, química, matemáticas y filosofía (estas cosas que, según nuestra preclara ministra, son “obsoletas”), pero aprendió más cosas: el valor del esfuerzo, que las cosas que vales realmente siempre cuestan, que estudiar no es “divertido”. Gracias a estos conocimientos “obsoletos” pudo cursar la carrera de veterinaria, primero en Valencia y después en Barcelona.
Mi alumna será una excelente profesional y una magnífica docente, pues cuando se ama la profesión, cuando se tiene Vocación, (y ella lo ha demostrado con creces), no puede ser de otra manera.