Una Carta y dos traiciones

Una Carta y dos traiciones. Taleb Alisalem

Son numerosos los reveses, las críticas y los escándalos que han acechado y continúan persiguiendo al gobierno de coalición, liderado por Pedro Sánchez, que actualmente aspira a extender su mandato por otros cuatro años. Sin lugar a dudas, uno de los capítulos más destacados de este gobierno se centra en la cuestión del Sáhara Occidental. La decisión tomada por Sánchez en marzo de 2022 se erige como el epicentro de un terremoto político que ha dejado sus huellas en medio del desierto saharaui.

En la década de los setenta, España optó sorprendentemente por abandonar lo que hasta ese momento era conocido como su provincia cincuenta y tres, el Sáhara español. Este movimiento también implicó desvincularse de sus compromisos con la población saharaui y con la legalidad internacional, que esperaban que el Estado español liderara un proceso de descolonización organizado que culminara con la declaración de independencia del Sáhara Occidental. Sin embargo, en lugar de eso, España se vio forzada a entregar aquel rico territorio a un Marruecos hambriento de expansión que utilizó sus tácticas habituales de presión, chantaje y maquinaciones, con la colaboración de Estados Unidos y Francia, para evitar que la descolonización se llevara a cabo.

Desde España, se argumentó que este vergonzoso abandono al pueblo saharaui se debió a un período complicado en la historia del país, con la agonía de Franco y un futuro incierto. En ese contexto, ceder ante el chantaje del Rey Hassan II y sus aliados parecía casi inevitable, ya que se aprovechó el momento de debilidad e incertidumbre que se vivía en España. Esta explicación, hasta cierto punto, puede tener algún fundamento. Sin embargo, lo que resulta completamente incomprensible es la posición tomada por el Presidente del autodenominado gobierno “más progresista de la historia”, Pedro Sánchez, que públicamente respaldó, en marzo de 2022, la idea de que el Sáhara Occidental debería convertirse en una autonomía bajo la soberanía de Marruecos. Esta postura justifica y apoya una ocupación que ha sido catalogada como ilegal por todos los tribunales y organismos internacionales. Se trata de una nueva traición al pueblo saharaui, que ha visto cómo España los abandonaba una vez más.

Más allá de las opiniones y puntos de vista personales que pueda tener yo como saharaui, es innegable que si evaluamos la situación desde una perspectiva imparcial y considerando los intereses estratégicos y geopolíticos en juego, la decisión de Sánchez no solo representa una traición al pueblo saharaui, sino también al pueblo español. Esto se debe a que alimenta de manera evidente el expansionismo marroquí, que constituye una amenaza continua para las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. En ocasiones, Marruecos incluso reclama las Islas Canarias y su espacio marítimo como parte de su territorio. Esto representa un claro peligro para la integridad del Reino de España.

José Manuel Albares, quien ostenta la máxima responsabilidad en la política exterior del gobierno español, ha dejado en claro que su principal deber y prioridad es servir a su monarca y señor, Su Majestad Mohamed VI. Esta lealtad persiste, incluso cuando se sabe que los servicios de inteligencia marroquíes espiaron a medio gobierno español mediante el software Pegasus. Persiste, a pesar de las graves consecuencias derivadas de la inmigración que Marruecos dirige constantemente hacia las costas españolas. Persiste, a pesar del desprecio y la humillación por parte de un monarca que ni siquiera se tomó la molestia de recibir al Presidente español en lo que se anunció como la cumbre España-Marruecos más importante en muchos años. Nada parece perturbar ni modificar la lealtad de Albares hacia Marruecos.

Esta relación turbia plantea numerosos interrogantes, no solo sobre la relación del Ministro Albares con Marruecos, sino también sobre el PSOE y su continua sumisión a Rabat, una sumisión que parece carecer de toda lógica. Si es necesario romper con Argelia, se rompe. Si es necesario comprar más gas a Rusia, se compra. Si es necesario vender a los saharauis, se venden. Si es necesario callar y aceptar la humillación, se calla y se acepta. «Si hay que tragar sapos, se tragan», como dijo el socialista López Aguilar. Pero ¿qué pasa si se trata de entregar Ceuta y Melilla? ¿Se entregarán? Es evidente que cuando se trata del PSOE y Marruecos, todo es posible, todo lo que Marruecos desee.

Lo que cada ciudadano español debe tener en cuenta es que los problemas con Marruecos siempre serán una constante en la agenda. La cesión, la sumisión y el enfoque amigable hacia el régimen de Rabat solo fortalecen sus posiciones hostiles contra España, y tarde o temprano esto podría explotar en forma de crisis diplomática, oleadas migratorias o disputas territoriales. Si España realmente quiere salvaguardar sus intereses geoestratégicos y proteger sus territorios de la amenaza expansionista marroquí, debe comenzar a implementar una política más firme hacia Marruecos de inmediato. Debe ser inflexible y jugar sus cartas en el complejo tablero geopolítico, buscando una alianza con Argelia y apoyando a una República Saharaui independiente. Esta alianza podría marcar el principio del fin del régimen marroquí, que representa una amenaza constante para todos sus vecinos.

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