No soy crítico literario (los detesto), sino lector crítico que busca pepitas de oro en la lectura y se pone muy contento cuando las encuentra, lo que no es frecuente. Por eso hablaré hoy en esta columna de una joya literaria: la novela Gema, de Milena Busquets, que acaba de salir con sello de Anagrama y es, en efecto, a mi falible, pero berroqueño juicio de lector minero, tal y como su título sugiere, una minúscula piedra preciosa en el grisáceo expositor de orfebrería de la actual narrativa española. En ella, como en cierta ocasión me dijo el Marqués de Tamarón a cuento de un novelista que acababa de obtener el Nadal, casi todo «rezuma tedio progre». Soltó esa frase demoledora en el curso de uno de mis programas de televisión ‒Las noches blancas (Telemadrid)‒ y lo hizo a porta gayola, pues el autor, que encajó la estocada sin descomponer la figura, lo que le honra, estaba presente.
La novela de Milena Busquets sólo es minúscula, como adelanté, por su tamaño, ya que no llega ni de lejos a doscientas páginas de airosa tipografía, pero no por los quilates de su perfecto estilo ni por su condición de bebida detox utilísima para aligerar las pesadas digestiones de la literatura políticamente correcta que constituye el plato casi único en el menú de lo que hoy, mayormente, nos sirven las mujeres adoctrinadas, lobotomizadas y esclavizadas por el Me too, el igualitarismo a ultranza, la ley trans y el feminismo radical.
Sí, sí… Las mujeres. Han leído bien, y ya corro a ponerme a salvo en mi búnker insonorizado con tapones en los oídos, monóculos opacos y cojoneras de guata capitoné. Los varones, faltaría más, aunque no sé si queda alguno por ahí, también tropiezan en la misma piedra ‒la del tedio progre‒, pero en menor medida. Quizá sea ese fenómeno, como tantos otros asuntos que se han vuelto conflictivos en los últimos años bajo la batuta del siniestro ministerio de Igualdad y sus somatenes, mera cuestión de hormonas. ¿Acabarán tomándose éstas en consideración como posibles circunstancias agravantes, atenuantes o eximentes de determinados delitos?
Bromeo, claro, y además divago. No soy, por supuesto, y hasta la duda ofende, de los que admiten la existencia de una literatura femenina y otra masculina. La literatura, géneros aparte y genitales también, es buena, regular o mala, y punto. Imposible es averiguar en la mayor parte de las casos, atendiendo sólo a la lectura, si quien escribe una obra de creación y no sólo de reflexión se viste por los pies o por la cabeza. Cierto, cierto, pero también hay algunos casos, sólo algunos, en los que la pluma del autor resulta tan reciamente masculina, como las de Kipling o Hemingway, digamos, o la de la autora tan suave e inequívocamente femenina como, por ejemplo, las de Virginia Woolf, Katherine Mansfield o Colette.
Milena Busquets es de las últimas. Lo fue ya en su segunda novela (no leí la primera), También esto pasará, que nos fascinó a muchos… Y a muchas. A Anna Grau, a María Pedroviejo y a mi hija Ayanta ‒las Uasabi girl’s‒, sin ir más lejos, que la entrevistaron junto a mí en aquel programa de televisión de tan picante nombre. Luego se incorporó al equipo Elia Rodríguez, con la que ahora sigo charlando todos los domingos por la mañana, a las once y muy pocos minutos, en su programa de es.radio.
Gema mantiene en alto el velamen de También esto pasará, aunque rebaje su intensidad dramática, pues el viento que lo impulsa no es el de la evocación de la muerte de la madre de la autora, que también era novelista de fuste y más viril arboladura, sino el del enigmático e impreciso recuerdo de una breve amistad cuya coprotagonista murió veloz e inopinadamente de leucemia cuando tenía quince años y Milena también. El esquema y su atmósfera es idéntico en las dos novelas: luz, penumbra y oscuridad de la memoria enfocada hacia un hecho luctuoso y una persona desaparecida en el sumidero del misterioso rito de paso que fatalmente se produce al llegar el tren de la vida a su Stazione Términi. La muerte, viene a recalcar Milena, sólo existe para los vivos y la posteridad de los muertos sólo es segura cuando alguien la encripta en la mastaba de la memoria.
Todo eso queda contado o, más bien, bordado con primor de encaje de Dentellière de Vermeer, en el libro al que aquí hago referencia y rindo homenaje. De ese cuadro dijo Renoir que era el más bello de la historia de la pintura. Bellísima es también, sin llegar a tanto, pues ese elogio requiere la mano de pintura de la pátina del tiempo, la tercera novela de la hija de Esther Tusquets. El relato, dirían los lectores japoneses, que no han de tardar, es puro wabi sabi. ¿A la manera de Proust, escritor, por cierto, tan femenino como Milena? Pues sí… Anécdotas ligeras, estilo minimalista, atención al detalle, ternura, sutileza, ironía, sorna, retranca, resignación, introspección, sentido del humor y, de vez en cuando, como un hachazo que el lector no espera y que siempre lo pilla a contrapié, una reflexión emocional de ésas en las que una mujer libre, inteligente, cultivada, moderna y, a la vez, de las de antes descarga en las mandíbulas de la corrección política y de sus aviesas sacerdotisas.
En fin: lo dicho… Encaje de bolillos literarios al servicio del canon de la magdalena de Proust. Volvamos a Renoiry a Vermeer. Milena Busquets, además de La Dentelliére, es ya, con esta gema, La chica de la perla. Ojalá no tarde otros seis años en volver al virtuoso vicio de la alta literatura.