Valle de la Lengua

Valle de la Lengua. José Vicente Pascual

El proyecto viene más o menos funcionando desde 2020, por iniciativa del gobierno autonómico de La Rioja. El objetivo de Valle de la Lengua es “convertir la lengua española en idioma de referencia en un escenario digital y globalizado», según afirmó en su día la ministro de Asuntos Exteriores, González Laya. Por su parte, el cesado Pedro Duque, cosmonauta clase tropa y hombre de ingenio en stand by, definió la empresa como idónea para “promover la lengua española en la investigación, la producción científica y el desarrollo de nuevas tecnologías». Finalmente, nuestro gobierno, acudiendo a la fábrica de ideas de Isabel D. Ayuso —al césar lo que es del césar—, ha acabado incluyendo este programa, “a nivel nacional”, en la planificación técnico-política del Proyecto Estratégico para la Recuperación y la Transformación (PERTE, será por siglas…), “un proyecto de carácter estratégico con gran capacidad de arrastre para el crecimiento económico, el empleo y la competitividad de la economía española”. O sea, que el idioma español, al que nuestra Constitución no reconoce el derecho a llamarse “español” y al que, en dura verdad, no puede llamarse “español” en España a menos que quiera uno correr el riesgo de que lo llamen facha, se llamará en el resto del mundo como hasta ahora, español, pero con energías renovadas y con un propósito muy determinado: servir de base y principio activo para el desarrollo científico y de nuevas tecnologías en el ámbito hispano. Para que “la Inteligencia Artificial piense en español”, afirma la también ministro Calviño.

Vamos a ahorrarnos chistes fáciles sobre la inteligencia artificial pensante y la inteligencia natural a duras penas pensante, en español o en chino… A veces lo ponen a huevo. Vamos a ver lo que piensa —de manera natural, tal como es él, llanamente—, nuestro gobierno, respecto a tan ambicioso plan que, no olvidemos, se llama PERTE. Los encargados de decir, dicen: “Aunque La Rioja es una de las cunas del español, está claro que la importancia de la lengua trasciende las fronteras de esta comunidad, incluso de las fronteras de España, y será necesario buscar la participación de otras Comunidades Autónomas”.

Caramba, lo anterior parece algo teológicamente irreprochable. Si nuestras comunidades autónomas, reunidas e instituidas en Consejo Supremo de la Salud, han sido capaces de hacer frente al Covid-19 y, de paso —fíjense en el logro histórico—, significar a España como el único país del mundo que va superando la pandemia mediante gestión autonómica, ¿cómo no van a ponerse de acuerdo nuestros menceyes  autonómicos en torno a este fenomenal proyecto, cuyo eje fundamental es la puesta en valor de los potenciales creativos, científicos y económicos del idioma común?

Bueno, la verdad es que veo un problema a corto plazo, el cual, sin duda, será solventado sin mayores inconvenientes por nuestro gobierno, con su presidente a la cabeza, un hombre dialogante y dinámico, de los que ya no se fabrican; obstáculo, decía, que puede tener su origen en las reticencias sobre la iniciativa de algunos de sus socios parlamentarios, sobre todo los que odian el idioma español y especialmente odian que se le denomine español —“castellano” es más sencillo, los castellanos fuera de Castilla son objetivo prácticamente legitimado de todas las iras autonómicas—; una situación que llevaría al absurdo de potenciar galanamente el español en todo el mundo mientras aquí se denosta el término “español” y se continua practicando la política —tan democrática, autonómicamente hablando—, de arrinconar cada vez más el uso del idioma de Belén Esteban. No sé yo qué pensarán de este programa de exaltación cosmopolita del español los comerciantes catalanes multados por rotular en castellano y no en catalán, los médicos de Baleares sancionados por no atender a sus pacientes en catalán normalizado y sí en el odiado castellano, los padres de los niños vigilados en la escuela —catalana— para que no hablen castellano durante el recreo. No sé.

Sí sé, por hablar un poco en serio de la cuestión, que si un idioma resulta inútil para establecer un marco común de comunicación y convivencia cultural, parece aún más inútil distraerlo de su raíz social para instrumentalizarlo en proyecciones ideales sobre causas prácticas, en este caso el desarrollo científico y tecnológico. Lo que no tiene fundamento sólido y saneado no puede tener influjo relevante fuera de su ámbito regular. Si el español no sirve para ajustar la convivencia lingüística entre españoles, ni como lengua común ni como lengua franca, difícilmente servirá para poner de acuerdo a nadie en su utilización de futuro y sobre el ámbito científico técnico. Eso, o excluimos del proyecto a furibundos nacionalistas y otros arrimados por oportunidad al circo idiomático patrio; y vayan con su queja al sultán de Brunei. Aunque esto último nunca va a suceder, no seamos ingenuos. Vale más protesta de barón autonómico que razón de futuro ante la necesidad de ser en la historia como nación. Dónde va a parar.

Tenemos, por tanto, quejumbre vernácula asegurada: quejas de maltrato, agravios históricos, reivindicaciones en todos los colorines del neofeudalismo regional y los baronatos partidistas… Tiempo al tiempo.

Por no quejarme más… Muy loable defender e impulsar el español por el mundo, pero a mí, con que lo defiendan en España, por el momento me basta.

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