Valores y quiebra económica

Valores y quiebra económica. Raúl Morales del Piñal de Castilla

La decadencia de los valores conlleva la quiebra económica de cualquier país.

Esta es una aseveración fácil de sostener que se ejemplifica con absoluta claridad en algunos países de la Iberosfera. Cuba o Venezuela pueden ser sus máximos exponentes, aunque España tampoco es ajena a esta realidad. El principio que lo sostiene es tan sencillo de entender, como de aplicar a cualquier población sometida a unos medios de comunicación apesebrados. Como no puede ser de otra manera, siempre dará comienzo enfrentando a los más desfavorecidos de la sociedad con aquellos que la sostienen. En pos de la defensa de los derechos de los primeros, se necesita crear un resentimiento social, que servirá de plataforma sobre la que alzarse a algún líder mesiánico y reivindicarse como libertador de masas oprimidas. El siguiente paso será instaurar la “solución final” que emancipe a la sociedad, algún tipo de social comunismo que traerá la riqueza al pueblo irredento. Y ya tenemos el caldo hecho. A partir de este momento el líder se otorgará la supremacía moral absoluta, con la que sus manos estarán libres para acometer tropelías cuales quiera que asomen a su mente.

¿Qué le ocurre a un régimen en posesión de la verdad, con cierto apoyo social y que instaura una “solución final” de corte social comunista? Pues según dicta la historia, que no es opinión, inmediatamente aúna bajo su capa a los tres poderes para de ellos poder hacer su sayo. Y es en este punto por buenistas que hubieran sido, si lo fueron alguna vez las intenciones, cuando se quiebran los valores que nuestra civilización judeocristiana extendió allende los mares y que en la Iberosfera entendíamos muy ampliamente bajo términos como honestidad, moral o ética. Una vez liberado de la carga de la mala conciencia, el régimen, así como todos sus líderes, serán capaces de todo para asumir un poder ilimitado, perpetuarse en el mismo y procurarse cuanto pudieran conseguir a través de este.

La consecuencia inmediata es evidente a cualquiera, los centros de poder económico serán sometidos por secuaces del régimen sin otra capacidad que la lealtad al dictador. La financiación de medios de propaganda, creación de entidades ideológicas afines, contratación pública desorbitada carente de todo control y por último la joya de la corona, expropiaciones a gogo. La corrupción generalizada y la descapitalización del país en cuestión está garantizada. 

Un claro ejemplo es la ruinosa situación de PDVSA, una de las mayores petroleras del mundo que procesaba 3.120.000 barriles diarios de crudo en 1998, el año previo a la llegada al poder de Hugo Chávez, que hoy no llega a los 600.000, ni un 20%. El país con mayores reservas de crudo del mundo según la OPEP está arruinado. “PDVSA terminó teniendo 8 grandes refinerías en Estados Unidos con participación en oleoductos que atravesaban ese país, 36 terminales y 15.750 estaciones de gasolina abanderadas con la marca Citgo, así como refinerías en Alemania, Reino Unido, Suecia, Bélgica” según comentaba a la BBC José Toro Hardy, uno de los directores de PDVSA hasta la llegada de Chávez. Pero este sustituyó a toda la dirección de la compañía y despidió a 20.000 de sus trabajadores cuando osaron a participar en las protestas contra sus medidas. El resultado es conocido por todos, el PIB de Venezuela acumula un resultado negativo del 112% solo en los últimos 5 años según datos del FMI, el desabastecimiento es generalizado y la población muere de hambre.

Cuba, otro de los adalides y promotores del comunismo en la Iberosfera, marcó la hoja de ruta del desastre económico, pero eso sí, nos dejó un manual del latrocinio que hoy intentan emular con mayor o menor fortuna, muchos aprendices de dictadores en nuestros países hermanos. Revestidos en la bandera de la igualdad de derechos y la libertad económica de los pobres, como no podía ser de otra manera, con el propósito de restablecer la Constitución de 1940, conculcada por Batista en 1952 quien había sustituido la Carta Magna por los llamados Estatutos Constitucionales, el 1 de enero de 1958 promulgan la llamada “Ley Fundamental”, con la única intención de nacionalizar todo lo existente en el país y principalmente las propiedades estadounidenses, los mayores inversores locales. Pero esta ley aún les planteaba algunas restricciones, como la de las expropiaciones y confiscaciones extrajudiciales. Que menos ¿no? Así que, tras algunos rifirrafes legislativos con Estados Unidos, en julio de 1960 el Congreso Cubano aprueba por unanimidad la “Ley Escudo”, que le permite no solo la expropiación de empresas nacionales o extranjeras, sino la confiscación extrajudicial de cualquier bien existente en la isla. El resultado es el mismo evidentemente, el Estado Cubano expropia inversiones estadounidenses que en 1960 ascendían a 829 millones de dólares, invertidos en las compañías de teléfonos y electricidad, tres refinerías de petróleo y 36 centrales azucareras, según relación del apartado Primero de la Resolución 1º. De todas aquellas multimillonarias empresas no quedan en activo ni el 3%, según publica Alberto Méndez Castello en CUBANET. Otro pueblo pasando hambre por la misión mesiánica de su líder de hacerse con el poder omnímodo.

Estos son los iluminados que hoy auspician el “Grupo de Puebla” intentando emular las conquistas de sus mayores, la ruina moral que acarrea indefectiblemente la económica. Entre ellos nos encontramos a grandes estadistas como Evo Morales, acusado de genocidio, terrorismo y sedición; Lula da Silva, condenado a 8 y 11 años por corrupción; Rafael Correa, condenado a 8 años de cárcel y 25 de inhabilitación; Ernesto Samper, procesado por financiación procedente del narcotráfico; José Mújica, acusado por corrupción en negocios con PDVSA; Marco Enríquez-Ominami, acusado de financiación ilegal de sus campañas y así otros muchos adalides de la honestidad y la ética con los bolsillos siempre llenos.

Pero no podemos olvidarnos de los españoles José Luís Rodriguez e Irene Montero, expresidente y ministra/señora del exvicepresidente de España respectivamente. Estos no podrían ser considerados como los paladines de los valores morales de su tiempo precisamente. Rodriguez no fue únicamente el peor presidente en la historia democrática española en el aspecto económico, fue el instigador de la ley de género, la ley de memoria histórica o la reforma de la ley del aborto que permite a las menores de hasta 16 años acogerse a la misma sin el consentimiento paterno. Recordemos el principio de “resentimiento social” que mencionábamos al principio de este artículo. Si algo nos ha dejado este expresidente es la herencia del enfrentamiento social no solo entre españoles, también entre padres e hijos. ¿Y que podríamos decir de la franquicia española del Chavismo? Perdón corrijo, ¿qué no podríamos decir? sería más acertado. Si recuerdan la capa bajo la que apropiarse de los tres poderes, estarán de acuerdo conmigo en que no se les quedo corta. La vicepresidencia del gobierno como aperitivo, el Centro Nacional de Inteligencia de primer plato, una reforma de ley calentita que aparta a los jueces de la instrucción para ponerla bajo el amparo de la fiscalía, en manos de una exministra socialista como segundo plato y a los postres una nueva ley de eutanasia. Todo ello aderezado con una declaración de Estado de Alarma de 6 meses sin control parlamentario. ¿Hablábamos de poder absoluto? Pues ya lo tenemos servido. La “solución final” está al caer, acompañados de terroristas y golpistas, condenados a penas cumplidas o por cumplir. Esto dejo de ser hace tiempo una quiebra de valores éticos o morales para convertirse en el Tártaro del nepotismo. Y por supuesto, el Hades Sanchez reina en el mismo sobre las decenas de miles de muertos que deja tras de sí en su gestión. Ni que decir tiene, que una vez más sus inmediatas consecuencias son la ruina económica del país, con una recesión del PIB del 13% en 2020 y una tasa de paro cercana al 20%, en datos del FMI.

Como ya anunciábamos en el título, la decadencia de los valores éticos y morales de los gobiernos y/o de sus gobernantes, arrastra a sus estados a la mayor de las ruinas posibles. Esto no solo es evidente, ha quedado demostrado a lo largo de la historia desde el Imperio Romano hasta nuestros días. No se puede esperar buen gobierno de los nihilistas, de quienes no tienen como referencia en su camino valores como el servicio al prójimo, la verdad, el esfuerzo, la familia o la honestidad.

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