Este artículo lo había escrito antes de las recientes elecciones del 5 de noviembre, con la idea de dejar prueba de que uno era uno de los pocos que creía en Europa en las posibilidades de Donald Trump. Ahora me encuentro en Miami, en la celebración de la victoria, revisando estas líneas antes de mandarlas al director.
Tras el apabullante resultado (con cinco millones más de voto popular, control del Senado y Congreso, junto a la casi totalidad de los Estados de la Unión), todos los tertulianos y periodistas se lanzaron a intentar comprender los motivos por los cuáles los americanos habían cambiado el sentido de su voto. Conocidos los resultados, ahora es fácil buscar explicaciones, pero nadie niega que fallaron estrepitosamente todos los pronósticos de los medios y casas de encuestas, incluso los estadounidenses. Hasta el mismo día de las elecciones, El País insistía en que Harris iba por delante 1,2% puntos y que «la posibilidad de que se desaten episodios de violencia ha llevado al país a blindar no solo sus centros electorales y edificios simbólicos como la Casa Blanca». Obviamente, los que protagonizarían estos incidentes serían los republicanos que debían resultar perdedores.
Esta vez erraron, como está sucediendo, por suerte o por desgracia, en muchas otras ocasiones. Ni estuvieron Harris-Trump empatados en la intención de votos, como tampoco arrastró la abogada californiana el voto femenino o el de las minorías étnico-sociales, y mucho menos logró alzarse en los Estados que siempre habían sido fieles, en lo que se denominaba el Blue Wall (Muro azul, por el color). En EE.UU., el rojo es de los republicanos y el azul de los demócratas, al contrario de lo que aquí consideramos los colores izquierda-derecha.
En Europa es una constante la presencia de un exacerbado antiamericanismo, tanto a la derecha como a la izquierda, que hunde sus raíces desde que EE.UU. despuntase como potencia hegemónica a finales del siglo XIX. No hay manera de negarlo. Aún seguimos sin poder, en España, olvidar la afrenta de la guerra hispano-americana de 1898, que nos hizo incluso durante el franquismo tener relaciones con la dictadura cubana. Una paradoja que muchos hoy prefieren olvidar. Nuestra intelectualidad denigra y se mofa del modelo social-político yanqui, expresión compartida a modo de nexo en común, lo único en lo que coinciden, considerando, poco más o menos, como seres incivilizados y simples a los estadounidenses. Sobre ello se ha gestado una cierta leyenda negra. Dejemos esto de lado, que tiene numerosas aristas, pues ahora es otro asunto el que nos ocupa: el de las razones por las cuáles Trump ha logrado un abrumador apoyo popular en su carrera a la presidencia americana.
Se ha elegido al nuevo jefe del Estado de la mayor potencia mundial, un personaje que durante cuatro años tendrá en sus manos todos los poderes. De ahí su relevancia, y que la campaña ocupó enormes espacios en todos los medios de comunicación. Para los medios europeos, fueran del signo que fueran, la favorita era Kamala Harris, candidata designada in extremis por el partido Demócrata tras el fracasado intento de Joe Biden de ser reelegido. Baste repasar en España desde El Mundo al ABC o El País, que siempre mostraron su respaldo a la demócrata, siendo imperativo que ésta ganase las elecciones, enfrentada a un Trump, ridiculizado como personaje esperpéntico y grosero, que no dudaba en ser políticamente incorrecto hablando de orden público, con deportaciones masivas de inmigrantes ilegales y refuerzo del muro con México, defensa de la familia tradicional, justicia social y protección de la economía americana. De promover el papel de la religión, sin disimular su empatía por los movimientos antiabortistas. Los votantes trumpistas no eran sino unos trabajadores desfavorecidos, sin estudios, en definitiva, unos ignorantes, proclamaban una y otra vez hasta aburrir.
Ahora bien, ¿es ésta la realidad americana? ¿Qué piensan los votantes estadounidenses? ¿Cuáles fueron los motivos por los que Trump recibió el voto de casi 73 millones si era un esperpento odioso, dixit los progres? Para responder a estas preguntas hay que huir de los medios europeos, siempre manipulados. Pongan los lectores cualquier noticiero televisivo o tertulia radiofónica para comprobar el modo en que se cubrió la campaña y cómo ahora nos presentan al nuevo presidente. Harris era la clara favorita, la que encarnaba la América que deseaban para el futuro, pero el pueblo americano se “equivocó”, no sabiendo depositar un voto. ¿Qué es más antidemocrático que esas opiniones difundidas hasta la saciedad por nuestras izquierdas patrias? Trump fue descrito como un tipo siniestro, grotesco, una caricatura que se sostiene en las bases más ultraconservadoras de la sociedad americana, con una vida privada nada ejemplar, con mujeres de dudosa moralidad que le ha llevado a ser condenado en juicios públicos debidamente televisados. En nuestra cadena pública RTVE, como en las demás generalistas, La Sexta o Antena 3, insistieron en que la aspirante demócrata era la encarnación de los valores ecologistas, Agenda 2030, feministas, proLGTBI de la siempre demócrata y cercana al faro de todas las luces que somos nosotros, los europeos (siempre la misma pretendida e insoportable superioridad moral que pretendemos encarnar). Su condición de mujer afroamericana (aunque sea mitad hindú) y liberal era una garantía de ello. Pero… el pueblo americano no estaba en la misma sintonía.
No siempre los deseos de las élites se cumplen, quienes de manera recurrente han tenido una incapacidad manifiesta de comprender a la sociedad estadounidense, y menos de interpretar la sensibilidad de las minorías étnicas y sociales que conforman Estados Unidos (asiáticos, negros, hispanos, judíos, árabes, etc). Un factor que casi ha pasado desapercibido, menospreciándose la influencia que tendría el voto de estos grupos, hoy ya casi el 40% de la población. En las presidenciales de 2020, donde perdió Trump por un estrecho margen frente a Biden, es cierto que la mayoría blanca votó por el candidato republicano, siendo el voto de estas minorías lo que hizo decantar la balanza a favor del demócrata. Algo en que todos los analistas coincidieron al pronosticar que se repetiría de nuevo en 2024.
La campaña de Kamala Harris estuvo hasta el final convencida de que el voto de las minorías les estaba asegurado (sobre todo los negros, judíos e hispanos), tanto que les dejó de lado y se volcó en captar el voto femenino y de los sectores más progresistas, claramente escorados a la izquierda, olvidando a las minorías. Un error fatal. En cambio, el equipo de campaña del partido republicano asumió con clarividencia la necesidad de acercarse a esta inmensa bolsa de voto que decidiría quien habría de ocupar el sillón del despacho oval en Washington.
Los sondeos que se publicaron las últimas semanas de la campaña coincidieron en la progresiva penetración del mensaje de Trump en estos grupos, aunque minimizando su impacto, mientras no podían obviar que arrasaría entre los blancos (cerca del 60%). Un traspaso de votos del 10-15% en cualquiera de ellos hacia un candidato o al otro representaba un márgen del 3,5-5% del voto total, lo que se traducía en varios millones de electores. No olvidemos que en EE.UU. las minorías ya son cerca de cien millones de votantes, lo que resultó crucial cuando todo indicaba un virtual empate técnico entre ambos candidatos.
En la elección de 2020, 87% de los afroamericanos votaron demócrata, frente a los apenas 12% que lo hicieron por Trump (en 2016 tan solo el 8%). Entre los hispanos los demócratas cosecharon el 62% frente al 36%, asiáticos 61%-34% y, muy relevante pues son siete millones en EE.UU., 71%-24% entre los judíos norteamericanos. Las diferencias entre porcentajes se debe a la presencia de candidatos independientes en algunos Estados. Trump no logró abrir una brecha mayor y acabó perdiendo las elecciones, pese a casi empatar en el número de Estados/distritos electorales (27 frente a 26). Biden obtuvo 5 millones de votos más de voto popular, al ganar aquellos más poblados, pero fueron en siete Estados donde se decidieron las elecciones. Los llamados Swing States (Estados bisagra), en los que las diferencias fueron de apenas miles de votos entre cada candidato: Nevada, Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin. Y fue aquí dónde se dio la batalla en los últimos días de la campaña de 2024.
Si en junio Trump iba por delante del presidente senil, cuando en julio llegó Harris todo cambió. Los medios se lanzaron a apoyarla sin el más mínimo rubor (con la persistente Fox como una de las pocas proTrump) pero, poco a poco, semana a semana, las encuestas electorales indicaban que se estaba dando un vuelco, haciendo entrar en pánico a los demócratas. Incluso el prestigioso New York Times, que apostó por ella desde el principio, apuntó que el empate técnico podría favorecer a Trump. Le siguieron la CNN y la CBS. Ya no estaban tan convencidos de la segura derrota del republicano, viendo como el efecto Kamala se diluía de manera rápida, gracias a un infatigable Trump que recorría todo el país reuniendo a millares de seguidores en primer time en las televisiones, unido a los errores de comunicación de la demócrata. Mientras tanto, en Europa seguían empeñados en que el republicano volvería a perder las elecciones como aconteció en 2020. Muy pocos atisbaron que su victoria podría ser gracias a las minorías étnicas y, en especial, por el apoyo hispano.
Todos los sondeos, que en EE.UU. son numerosos, hasta el mismo día de las votaciones, coincidieron en que los republicanos arrasarían de nuevo entre los votantes blancos (nadie lo duda, desde las clases trabajadoras a los grupos cristianos protestantes provida, una importante fracción de millones de votantes). Al mismo tiempo señalaron un aumento de las minorías que apostarían por Trump, pero se equivocaron en la magnitud del tsunami que se produjo. La economía, la inseguridad ciudadana, la sensación de decadencia en el espectro internacional, todo estaba a su favor. Entre los varones afroamericanos el candidato republicano alcanzó el un tercio de los que depositaron el voto (recuérdese el 12% anterior en 2020). En su conjunto, el voto demócrata se redujo entre este grupo en diez puntos, al 77%, es decir, cerca de 2 millones votaron por el magnate de Nueva York. De ellos, un importante número de mujeres que no se sentían identificadas con Harris. Los asiáticos, una minoría de casi 11 millones de votantes y de gran trascendencia en numerosos Estados, de tener entre ellos una ventaja de más de 40 puntos en septiembre, el día de las elecciones se redujo a un 30%. Otro millón para Trump. Por su lado, entre la comunidad hebrea americana los demócratas siguieron siendo sus preferidos (66%, perdiendo 7 puntos con respecto a Clinton), pero uno de cada tres había votado a Trump, que consideran apoyará a Israel en su guerra en Medio Oriente y dirigirá la economía mejor que la administración Biden.
Misma tendencia alcista se comprobó entre los hispanos. No es pues baladí detenernos, que lo dejamos para el siguiente artículo que sigue, en la importancia del voto de este grupo social multiétnico, que se define no por por un idioma, el español, y una misma cultura, la hispánica, muy alejada del modelo social anglosajón.