Mira que es sencillo, basta buscar “Navidad” en la RAE para leer en su primera acepción que se trata de la festividad donde se celebra el nacimiento de Jesús (25 de diciembre), y en la tercera acepción que el vocablo también se refiere al período que va desde la Nochebuena hasta el día de Reyes. Por no hablar de que es una palabra que deriva del latín (nativitas), lo que nos lleva directamente a “natividad”, que significa, literalmente, nacimiento.
Pues nada, ni con esas, todavía hay un idiota en cada cena que brinda por el solsticio de invierno, las saturnales o el sol invictus. La posibilidad de que este ser, ajeno a cualquier atisbo de consciencia, sea votante de Sumar o Podemos, es altísima. Últimamente, por aquello de dime con quién andas y te diré quién eres, la posibilidad de que sea votante del PSOE, también es elevada.
Y qué me decís de esos ayuntamientos progres que llenan las calles de luces sin significado alguno, más feas que el demonio, por no poner ángeles, estrellas que anuncian la buena nueva, belenes o reyes magos. Todo aquello que celebraban nuestros abuelos, todas las figuras que incluso algunos labraban a mano para poner en sus casas y recibir a sus familias; todo, traicionado por un grupo de nietos estúpidos, culturetas de baratillo.
Son los sospechosos habituales de nombrar permanentemente a Lorca para su utilización política, pero que jamás se dignaron en leerlo, porque entonces sabrían cómo hablaba el poeta de la “superioridad estética del catolicismo”. Nada, estos, ni ética ni estética, burros como arados.
Lo mejor es cuando se ponen en modo intelectual y te explican que el origen de la Navidad es pagano, porque lo han leído en un artículo de El País o lo han escuchado en una tertulia de Canal Red. Y claro, si esas son las fuentes, imagínate a los cabestros.
Y mira que no hace falta ser muy listo para saber que el 25 de diciembre no se corresponde con el solsticio de invierno, y que las fiestas de invierno hace siglos que no se celebran en nuestra tierra. Y mira que sólo hay que tener acceso a Google para saber que las saturnales acababan el 23 de diciembre. Pero nada, ellos erre que erre.
Eso sí, este grupito selecto de Ínigos y Charos, que tienen alergia a felicitar las fiestas de sus abuelos, no tienen reparos en felicitar el Ramadán. Incluso días antes de que este acontezca, corren raudos a ser pole position de la estupidez.
¿Y lo del sol invictus, qué? ¿Qué me decís? Eso sí que queda cool, coño. Te lo sueltan en la cena de Nochevieja hinchando el pecho orgullosos de su superioridad cultural sobre el resto de familiares, algunos incluso fachas, mientras estos se dan pataditas por debajo de la mesa, porque su educación les impide reírse en la cara del cuñado podemita.
La inmensa mayoría de los acontecimientos históricos en la antigüedad están datados por aproximación, sin que eso reste un ápice de pureza al hecho en sí. Las fiestas en honor al sol invictus comenzaron a celebrarse en Roma en agosto, y más tarde las potenció un emperador, Aureliano, que tenía intereses económicos en el asunto, ya que era propietario de un templo dedicado al dios Sol. Para cuando se pasaron a diciembre, los cristianos ya celebraban la Navidad de manera clandestina desde hacía años, probablemente influenciados por dos predicciones antiguas que hablaban del 25 de marzo como fecha de la concepción, o del nacimiento de Jesús ocho días antes de las caléndulas de enero (Hipólito de Roma).
La realidad es que daría igual el motivo por el que se escogió esa fecha, nosotros celebramos lo mismo que durante generaciones han celebrado todos nuestros antepasados: el nacimiento de Jesús, y con él, el principio de nuestra civilización. El nacimiento en un pesebre que lo cambió todo, que fue el principio de todo y que condiciona toda nuestra existencia, hasta el punto que incluso medimos el tiempo a partir de o antes de él.
Nuestra civilización es cristiana, y no se entiende sin el cristianismo, de la misma manera que no se entiende sin Grecia o Roma. Todo esto forma parte de nuestra cultura y también de nuestro soporte moral, y excede con mucho a que seas creyente o no; aunque los que sí lo somos, lo celebremos con especial entusiasmo.
Es época de recogimiento y reflexión, de propósitos de enmienda, de compartir, de celebrar lo que somos. Y somos eso, un pesebre, un villancico, una cena familiar o de amigos, un Dios que se hace niño y nos enseña el camino, porque Él es el camino, la verdad y la vida; y nadie va al Padre si no es por Él.
Feliz Navidad a todos, incluso a los que reniegan de ella. Mi recuerdo para los cristianos perseguidos por todo el mundo y también para aquellos para los que estas fiestas no son motivo de alegría, sino de nostalgia por los que ya no están. Sí están, y no les gusta verte triste. Alegra la cara por ellos.