150 años de la Comuna de París (IV)

150 años de la Comuna de París (IV). Daniel López Rodríguez

La represión de los comuneros y la represión contra los comuneros

Desde finales de marzo, las tropas del gobierno de Versalles avanzaron hacia París de modo impecable. En principio los comuneros contaban con 200.000 soldados, pero a la hora de defender la ciudad sólo contaron con unos 25.000, entre los que también se encontraban mujeres y niños. Los comuneros resistieron hasta el 21 de mayo, cuando las tropas de Versalles abrieron una brecha en la muralla sureste de las cercanías de la puerta de Saint-Cloud. El día 22 130.000 soldados tomaron la ciudad y empezó así la Semaine Sanglante («Semana Sangrienta»), el episodio más sangriento de la historia de París, pues el número de víctimas fue más abultado en la represión que en el combate. Como hemos visto, para retardar la toma de París por las tropas de Versalles, los comuneros destruyeron y prendieron fuego a edificios que simbolizaban la monarquía o el régimen anterior: la columna Vendôme, las Tullerías, el palacio Real, la prefectura de Policía, el palacio de Justicia, el Ministerio de Finanzas y también el ayuntamiento con todos sus archivos y su biblioteca (edificios que eran vistos como emblemas del despotismo). También tomaron represalias contra el arzobispo de París y unas cincuenta personas (de las cuales veinticuatro eran sacerdotes). El 28 de mayo, en el barrio de Belleville, cayeron las últimas barricadas en la calle Ramponeau. Ciento cuarenta y siete comuneros fueron fusilados en el cementerio del Père Lachaise junto a la pared, recibiendo el nombre de «muro de los federados». Tras esto el mando del ejército versallés pudo afirmar, no sin satisfacción, que «el orden, el trabajo y la seguridad han renacido».

Las autoridades versallescas declararon criminal a cualquier individuo que hubiese colaborado del modo que fuese con la Comuna, por lo cual fueron acusados miles de personas. Las víctimas de la represión se calculan entre 6.000 y 7.000 fusilados. Unas 40.000 personas fueron encarceladas en campos militares. Otras 4.000 fueron transportadas a Nueva Caledonia (Oceanía). Otras tomaron el exilio en Suiza, Bélgica o Gran Bretaña. «Columnas de hombres, mujeres y niños fueron conducidos a campos de internamiento a la espera de juicio. En muy malas condiciones, aguardaron 43.522 presos, de entre ellos casi 1.000 mujeres y algo más de 600 menores de 16 años. Para procesarles se tipificó, y aplicó retrospectivamente, el delito de apoyo a la Comuna. Se estima que la justicia militar dictó 93 condenas a muerte -de las que se ejecutaron 23-, 1.247 a reclusión perpetua y 3.359 a diferentes penas de prisión. 651 niños acabaron internados en casas de corrección. A Nueva Caledonia [y no a Argelia, como lo fueron los insurgentes deportados en 1848] fueron deportados 4.600 presos y 251 condenados a trabajos forzados purgaron también sus penas en esta colonia, convertida en una gigantesca penitenciaría. El resto de los casos fueron sobreseídos o absueltos» (Roberto Ceamanos, La Comuna de París (1871), Catarata, Madrid 2014, pág.126, corchetes míos). Aunque, como se ha dicho, «las cifras varían según las fuentes consultadas, sean partidarias de Versalles o de la Comuna, oscilando entre 5.000 y 100.000 el número de muertos» (Ceamanos, La Comuna de París (1871), pág. 123). Sí se sabe que en el censo de París, que se hizo a finales de 1871, faltaban 100.000 ciudadanos con respecto a los que había antes de la Comuna. 

En 1878 Marx sostuvo de modo maniqueo en una entrevista que «La Comuna sólo mató aproximadamente a 60 personas. Sin embargo, el mariscal MacMahon y su ejército de matarifes sacrificaron más de 60.000. Jamás un movimiento había sido tan difamado como la Comuna» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág.377). Según Lenin, siguiendo el maniqueísmo de Marx, «Cerca de 30.000 parisienses fueron muertos por la soldadesca desenfrenada; unos 45.000 fueron detenidos y muchos de ellos ejecutados posteriormente; miles fueron los desterrados o condenados a trabajos forzados. En total, París perdió cerca de 100.000 de sus hijos, entre ellos a los mejores obreros de todos los oficios» (Vladimir Ilich Lenin, «En memoria de la Comuna», en La Comuna de ParísAkal, Madrid 2010, pág. 112). Franz Mehring daba por buena la cifra de 100.000 víctimas o «pérdidas experimentadas por el proletariado de París, incluyendo los combates en las barricadas, las ejecuciones, las deportaciones, las penas de galeras y la emigración – daría resultados definitivos» (Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 535).

«Para encontrar un paralelo con la conducta de Thiers y sus perros de presa, hay que remontarse a los tiempos de Sila y de los triunviratos romanos. Las mismas matanzas para la edad y el sexo; el mismo sistema de torturar a los prisioneros, las mismas proscripciones pero ahora de toda una clase; la misma batida salvaje contra los jefes escondidos, para que ni uno solo se escape; las mismas delaciones de enemigos políticos y personales; la misma indiferencia ante la matanza de personas completamente ajenas a la contienda. No hay más que una diferencia, y es que los romanos no disponían de ametralladoras para despachar a los proscritos en masa y que no actuaban “con la ley en la mano” ni con el grito de “civilización” en los labios» (Karl Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 61). 

Ya en junio de 1848 los obreros indefensos, tras cinco días de «lucha heroica», fueron bañados en sangre, cosa que «jamás se había visto desde los días de las guerras civiles con las que se inició la caída de la República romana. Era la primera vez que la burguesía ponía de manifiesto a qué intensas crueldades de venganza es capaz de acudir tan pronto como el proletariado se atreve a enfrentarse a ella, como clase aparte con intereses propios y propias reivindicaciones. Y sin embargo, lo de 1848 no fue más que un juego de chicos comparado con la furia salvaje de 1871» (Friedrich Engels, «Introducción a la edición alemana de La guerra civil en Francia, publicada en 1891», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 81). 

Ya antes de la batalla Thiers dio un aviso a navegantes: «¡Seré inexorable! ¡El castigo será completo y la justicia severa!» (Citado por Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 65). Tras la represión, el jefe de la burguesía francesa pudo decir satisfecho: «¡Ahora se ha acabado con el socialismo por mucho tiempo!» (Citado por Lenin, «En memoria de la Comuna», pág. 112). Y así, tras el derribo de la Comuna, Thiers se convirtió en el árbitro de la Tercera República que sería una república conservadora y, al fin y al cabo, una «república de monárquicos». 

Por su parte, las bajas de Versalles sufrieron «cerca de 900 muertos, 183 desaparecidos y 6.500 heridos. Junto a estas pérdidas durante los combates, hemos de añadir los rehenes fusilados por la Comuna. La violencia que ejerció fue mucho menor que la de Versalles y, en gran medida, una respuesta de la misma, al tiempo que reflejo de un arraigado anticlericalismo. No obstante, y al igual que sucedió durante la Revolución francesa en un grado mucho mayor, se habla de una política de Terror, en cuanto que la violencia fue una reacción para hacer frente a la amenaza de una inminente derrota» (Ceamanos, La Comuna de París (1871), pág.124). 

El 6 de abril los comuneros acordaron la represión mediante un decreto sobre rehenes por el cual debían ser arrestados todos los sospechosos contrarrevolucionarios y en caso de culpabilidad pasarían a la categoría de «rehenes del pueblo de París» y se dictaminó que por cada comunero fusilado por las fuerzas versallescas serían represaliados tres de estos rehenes. Por estas medidas los comuneros fusilaron en torno a 100 rehenes. El 1 de mayo el Consejo Comunal decide -por 45 votos a favor frente a 23 en contra- reimplantar el Comité de Salud Pública, que en su día impuso Robespierre, y al ser dotado de «poderes limitados» se suspendió toda clase de garantías, lo que afectó a la libertad de expresión y al habeas corpus, medida que fue impuesta a fin de acabar con la anarquía y la ruinosa competencia de unos trabajadores frente a otras en beneficio del capital. Al respecto el presidente Jules Vallès escribía: «No dejó de recorrerme un escalofrío. No habría deseado esas manchas de sangre sobre nuestras manos, desde el alba de nuestra victoria. La perspectiva de la retirada cortada, de la carnicería inevitable, del negro peligro, me ha refrescado los tuétanos… menos por miedo a ser incluido en la hecatombe que por helarme la sangre la idea de que me tocase un día tener que dirigirla» (citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 311).

El 24 de mayo, ante la negativa de Thiers de no canjear a Blanqui por otros prisioneros, el sucesor de Jules Vallés en la Jefatura de la Comuna, T. Ferré, ordena que fusilen al arzobispo de París, a un fraile dominico, a dos jesuitas y al presidente del Tribunal Supremo (la cour de Cassation). Asimismo, ordena que se queme el dinero y el ministerio de Hacienda (Flambez Finance!). 

Como se lamentaba Marx, y años después Lenin, la Comuna no había reprimido a la burguesía con suficiente decisión, lo cual fue una de las causas de su derrota. Acabar con el moralismo filisteo y golpear con fuerza y sin titubeos es el deber de todo buen revolucionario que se precie. Todo lo contrario, dicho sea de paso, del pensamiento Alicia y el síndrome de pacifismo fundamentalista que inunda el ideario de las izquierdas indefinidas de nuestro presente en marcha, fundamentalmente aunque no exclusivamente en España (por no hablar del Mayo del 68 precisamente parisino). Lo digo por aquellos que confunden progresismo con comunismo, o izquierda democrática (socialdemocratizante) con izquierda revolucionaria. 

Entre los represores del gobierno de Versalles destacó el general de brigada Gaston de Galliffet, el cual se ganó el sobrenombre de «massacreur de la Commune». Al ver una columna de prisioneros Galliffet ordenó que se separasen los mayores: «Aquellos que tengan los cabellos grises, que salgan de las filas» (citado por Ceamanos, La Comuna de París (1871), pág.122). Y en seguida estos hombres fueron fusilados. «Por su edad podían ser testigos, tal vez protagonistas, de la Revolución de junio de 1848 y, por tanto, para Galliffet, más culpables que ningún otro. Este es un ejemplo de la oficialidad bonapartista y monárquica, responsable principal de la represión. Entre ellos, podemos citar también a Joseph Vinoy, Félix Douay y Ernest Courtot de Cissey. Estaban acostumbrados a ejercer en las colonias una violencia extrema y deseaban descargar sobre los insurrectos su rencor hacia las clases populares y su humillación por la derrota ante el ejército prusiano» (Ceamanos, La Comuna de París (1871), pág.122). «Por último, ante un contexto internacional poco propicio para el catolicismo y las fuerzas conservadoras que se apoyaban en él, el triunfo de una Prusia protestante, la unificación italiana y la Comuna de París suponían una grave amenaza para el Papa y el catolicismo. Era preciso reaccionar y, en Francia, la respuesta habría sido la cruel represión de la insurrección parisina» (Ceamanos, La Comuna de París (1871), pág.124).

Mucho de los represores eran jóvenes campesinos que cumplían las órdenes de matar a tiros a miles de compatriotas en una carnicería sin precedentes en la historia francesa (o tal vez sí: la represión contra los insurrectos de junio de 1848; aunque, según Engels, fue un juego de niños comparada con la represión de 1871). El comunero pintor-obrero y en ocasiones poeta, Gaillard hijo, así inmortalizó a estos represores: «Estos soldados cegados por una ley inflexible / convertidos en instrumentos pasivos y bárbaros sicarios, / esos monstruos apoyos de las guerras monárquicas» (citado por Kristin Ross, Lujo Comunal, Traducción de Juanmari Madariaga, Ediciones Akal, Madrid 2016, pág. 105). Según Benoit Malon, la ferocidad de los represores se debía a las lecciones que los soldados franceses aprendieron en las guerras coloniales del norte de África (sobre todo en Argelia). 

Las persecuciones gubernamentales contra los comuneros siguieron hasta 1874, y el estado de sitio y el toque de queda no se levantarían en la ciudad hasta 1876. Gobiernos como los de España e Italia devolvían a los tribunales de París a cualquier comunero que se hubiese penetrado en sus fronteras. La policía de seguridad de Bélgica expulsó a decenas de comuneros que intentaron refugiarse en aquel país. Pero el 3 de marzo de 1879 el Gobierno republicano concedió una ley de amnistía y en torno a unos 2.400 comuneros pudieron regresar a París, pero aún no se les concedió esta amnistía a los principales comuneros y a un buen número de presos, deportados y exiliados. En un informe secreto de la policía de París desde Londres con fecha del 10 de enero de 1879 se afirmaba que «Karl Marx se muestra muy escéptico en lo que se refiere a la cuestión de amnistía [de los miembros de la Comuna]. Cree que sólo será aplicada a una parte, a una parte mínima de los interesados. También espera que la desaparición de aquellos fugitivos que no están a la altura de la circunstancia en el aspecto teórico y que no persiguen una meta política determinada, producirá una mayor cohesión entre los que queden. Cuando nos hayamos desprendido de la masa -dice-, es de esperar que los fugitivos de la Comuna se entienden mejor y acaben por ponerse de acuerdo sobre la única meta posible: la victoria de la Revolución. Según Marx, la salida de todos quienes ingresaron en el movimiento comunista de 1871 por razones circunstanciales o mero oportunismo, pero no por razones de principios, redundará a favor del estudio y de la propaganda» (citado por Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, págs. 378-379). 

Finalmente hubo una amnistía general el 11 de julio de 1880 en vísperas de la festividad republicana del 14 de julio, con vistas a una reconciliación nacional. La amnistía fue posible porque los republicanos se instalaron definitivamente en el poder, sin posibilidades reales de una restauración monárquica. Y junto a la amnistía se volvió a celebrar el 14 de julio como la festividad nacional, La Marseillaise volvió a ser himno nacional y París capital de Francia.

Tras la semana sangrienta Thiers afirmó que el socialismo estaba muerto, sin recordar que lo mismo dijo tras la represión del insurrecto proletariado parisino de junio de 1848. Thiers se engañaba, pues si tras junio de 1848 le costó al socialismo reestructurarse y volver a ponerse en marcha en 20 años, tras la represión a la Comuna en 1871 le costaría 5 años para estar en el frente de la batalla, y en 1876, cuando aún continuaba la represión contra los comuneros, se celebró en la misma París el primer congreso obrero, aunque su contenido estaba más cargado de promesas y esperanzas que de realismo político. El congreso fue ampliado por la burguesía republicana que buscaba apoyos en el proletariado frente a la aristocracia monárquica.

«Las guerras civiles tienen la lógica despiadada de la guerra santa; en una guerra civil la clase dominante se arroga la representación exclusiva de la humanidad. Dado que la Comuna golpeó el corazón mismo del sistema estatal, social y económico, la clase media europea se unió contra la insurrección en un movimiento parecido a una cruzada religiosa, que culminó con una masacre de clase en el centro mismo de la “civilizada” Europa: los fusilamientos en masa de decenas de miles de comuneros en mayo de 1871. El intento por parte del Gobierno burgués republicano de exterminar físicamente a su enemigo de clase recuerda a los genocidios motivados por la religión o la raza. Pero, para Marx, es ese mismo antagonismo de clase, esa misma guerra civil -“prolongada, más o menos encubierta”- la que marcó la larga lucha durante todo el siglo XIX para acortar la jornada de trabajo» (Ross, Lujo Comunal, pág. 100).

Continúa…

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