150 años de la Comuna de París (V)

150 años de la Comuna de París (V). Daniel López Rodríguez

El papel de las mujeres en la Comuna

El feminismo, que surgió en 1792 en Inglaterra con la Reivindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft, se revitalizó en la Comuna de 1871, donde en sus 72 días de existencia las mujeres fueron un activo importante. Ya en las revoluciones de 1789 y 1848 las mujeres francesas mostraron su combatividad, laboriosidad y decisión revolucionaria. En 1789 las mujeres de la burguesía asumieron reivindicaciones políticas y exigieron derechos civiles, mientras que las mujeres de los barrios humildes se movilizaron contra la escasez y la carestía. En 1848, a través de la influencia del socialismo y el comunismo incipientes, las mujeres reivindicaban la igualdad y luchaban por la emancipación de clase y por superar el orden vigente. Por entonces regía en Francia el Código Civil napoleónico, bajo el cual las mujeres quedaban sometidas a la voluntad del padre o del marido, y además no gozaban del derecho al voto.

Fueron las mujeres las primeras en acudir en defensa de las armas de la Guardia Nacional cuando la madrugada del 18 de marzo de 1871 Thiers ordenó retirar los cañones de las colinas de Montmartre con el fin de desarmar París. Las mujeres protegieron las armas haciendo una barrera con sus cuerpos para impedir que la milicia versallesca desarmase la ciudad.  

Una de las comuneras más comprometidas con la Causa fue Louise Michel, la Virgen Roja de Montmartre (también llamada la Loba Roja), que afirmaba que la lucha contra el capitalismo pasa por acabar con el patriarcado, y las prostitutas eran vistas como esclavas de tal régimen. 

Así agitaba a las masas femeninas la Loba (o la Virgen): «Ciudadanos de París, descendientes de las mujeres de la Gran Revolución, que, en nombre del pueblo y de la justicia, marcharon sobre Versalles, llevando cautivo a Luis XVI, nosotros, madres, mujeres y hermanas de este mismo pueblo francés, ¿soportaremos por más tiempo la miseria y la ignorancia, que hagan a nuestros hijos enemigos, que el padre contra el hijo, el hermano contra el hermano, vengan a matarse ante nuestros ojos, por el capricho de nuestros opresores, que desean la aniquilación de Paris después de haberla entregado al extranjero?… Y si los fusiles y las bayonetas fueron utilizados por nuestros hermanos, todavía nos quedan piedras para aplastar a los traidores».

Michel dirigió un batallón de mujeres y lucharía en las barricadas parisinas. Sería detenida el 16 de diciembre de aquel 1871; y en el juicio, donde permaneció firme en sus convicciones revolucionarias, rechazando a los abogados designados, defendería la Causa comunera: «Pertenezco enteramente a la Revolución Social. Declaro aceptar la responsabilidad de mis actos. Hay que excluirme de la sociedad y se les dice a ustedes que lo hagan. Ya que, según parece, todo corazón que late por la libertad sólo tiene derecho a un poco de plomo, ¡exijo mi parte! Si me dejáis vivir, no cesaré de clamar venganza y de denunciar, en venganza de mis hermanos, a los asesinos de la Comisión de las Gracias» «No quiero defenderme. Pertenezco enteramente a la revolución social. Declaro aceptar la responsabilidad por mis acciones… Lo que exijo de vosotros es el campo de Satory, donde ya cayeron mis hermanos. Es necesario separarme de la sociedad, os dijeron que los hagáis, ¡pues bien! El Comisionado de la República tiene razón. Ya que, por lo que parece, todo corazón que late por libertad sólo tiene derecho a un poco de plomo, ¡exijo mi parte! Si me dejáis vivir, no dejaré de clamar venganza y denunciaré, en venganza de mis hermanos, a los asesinos de las Comisión de las Gracias». Y sobre la hazaña de Montmatre afirmaría: «Bajé la colina, con mi carabina bajo la capa, gritando ‘¡Traición!’. Pensábamos morir por la libertad. Nos sentíamos como si nuestros pies no tocaran el suelo. Muertos nosotros, París se habría levantado. De pronto vi a mi madre cerca de mí y sentí una angustia espantosa; inquieta, había acudido, y todas las mujeres se hallaban ahí. Interponiéndose entre nosotros y el ejército, las mujeres se arrojaban sobre los cañones y las ametralladoras, los soldados permanecían inmóviles. La revolución estaba hecha». Y con ánimo feminista-escatológico llegaría a decir: «Cuidado con las mujeres cuando se sienten asqueadas de todo lo que las rodea y se sublevan contra el viejo mundo. Ese día nacerá el nuevo mundo».  

La Virgen o Loba Roja conmovió con su firmeza al consejo de guerra tras la caída de la Comuna y en lugar de ser fusilada fue enviada a Nueva Caledonia, donde instruyó a los nativos contra el colonialismo francés. Volvería a París tras la amnistía de 1880. El 26 de septiembre de 1885, en una breve pernocta en prisión, le comentaría a Paul Lafargue, yerno de Marx, que la cárcel no le deprimía «porque soy una fanática, sí, y como todos los mártires mi cuerpo no siente dolor cuando los pensamientos me trasladan al mundo de la revolución» (citada por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 315). Al no participar en los fusilamientos, se ganó un halo de admiración que iría con ella hasta el momento de su muerte, que ocurrió precisamente mientras daba una charla entre admiradores, igual que le ocurrió años antes a Louis-Auguste Blanqui. 

Pese a todo el progresismo que se predicaba, en el gobierno de la Comuna las mujeres no tenían derecho al voto ni tampoco había mujeres en el gobierno (aunque el 11 de abril se creó la Unión de Mujeres para la Defensa de París y el Cuidad de los Heridos por obra de Elisabeth Dmitrieff). El 28 de marzo llegó desde Londres la tal Elisabeth Dmitrieff, una joven rusa de 20 años seguidora del ¿Qué hacer? de Nikolai Chernishevski. Unos años después Engels llamaría a esta joven «hija espiritual de la Internacional». Dmitrieff fue enviada por Marx como corresponsal de la Internacional para informar sobre los aconteceres de la Comuna.

Entre las fundadoras de la Unión de Mujeres había afiliadas a la Internacional, como la propia Dmitrieff y gente como Nathalie Lemel, Aline Jacquier, Marcelle Tinayre o Octavine Tardif. La Unión de Mujeres era la primera sección femenina de la Internacional. La Unión se esforzó por introducir a las mujeres en el trabajo productivo, por educar a los niños y a las mujeres y por defender la ciudad, buscando la supresión de la tutela clerical de la vida familiar. Por primera vez una mujer ejercería las funciones de dirección de la escuela pública. Nos referimos a Marcelle Tinayre. Pretendiendo suprimir la explotación patronal del trabajo, la Unión también se encargaría de organizar los talleres cooperativos, aunque éstos estaban inspirados por la influencia de Proudhon (el cual se oponía a la incorporación de mujeres a la producción, porque ellas sólo podían ser, según su parecer, amas de casa o prostitutas).   

La Unión de Mujeres era la puesta en marcha del taller-falansterio de Vera Pavlovna del ¿Qué hacer? de Chernishevski. Dicha organización creció rápidamente a raíz de comités que se reunían a diario en casi todos los distritos de París y llegaría a ser, según se ha dicho, «la mayor y más eficaz de las organizaciones de la comuna» (Kristin Ross, Lujo Comunal, Traducción de Juanmari Madariaga, Ediciones Akal, Madrid 2016, pág. 36). 

La Unión de Mujeres se mostró indiferente en la cuestión del derecho al voto de las mujeres (cuestión que interesó mucho en 1848). Para estas mujeres la participación en la vida pública no estaba vinculada a la participación electoral, mucho más importante era encontrar trabajo remunerado para las mujeres.

El 11 de abril escribía Dmitrieff en el Journal official:«Queremos trabajar pero con el fin de mantener el producto. No más explotadores, no más amos. Trabajo y bienestar para todos». Hoy en día diría «para todos y para todas». El 24 de abril le escribía Dmitrieff a Hermann Jung como presentación para Marx: «En general, la propaganda internacionalista que estoy haciendo aquí, con el fin de demostrar que todos los países, incluyendo Alemania, se encuentran en vísperas de la revolución social, es una propuesta muy bien recibida por las mujeres» (citada por Ross, Lujo Comunal, págs. 35-36).

Además de la Unión de Mujeres, también existía el Comité de Mujeres para la Vigilancia y el Club de la Revolución Social. En la última semana de vida de la Comuna la encuadernadora Nathalie Lemel organizó un batallón formado exclusivamente por mujeres, unas 120, que combatirían varias veces en las barricadas. Todas murieron en combate.

Otras mujeres que destacaron fueron André Léo (directora del periódico La Sociale), Beatriz Excoffon, Sophie Poirier y Anna Jaclard (las tres del Comité de Mujeres para la Vigilancia), Marie-Catherine Rigissart (que comandó un batallón de mujeres), Adélaide Valentin (que ocupó el puesto de coronel), Louise Neckebecker (capitán de compañía) y Joséphine Courbois (que ganaría fama como la reina de las barricadas). 

Al ser juzgada una mujer, dueña de un restaurante, por saquear un comercio de estatuas para iglesias, a fin de que sirviera como barricada, se llegaría a decir en el juicio: «¿Usó usted las estatuas de los santos para alzar una barricada?», preguntó el juez. «Sí, es verdad. Pero las estatuas eran de piedra y quienes morían eran de carne», respondió la comunera.   

Continúa…

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