La Comuna de París (VI)

La Comuna de París (VI). Daniel López Rodríguez

Marx y la Comuna

Los hechos de la Comuna parisina ocurrieron antes del cisma entre bakunistas y marxistas en la Primera Internacional, de ahí que ambas tendencias reivindicasen la insurrección parisina como propia. Si para Bakunin la Comuna no arrebató el poder al Estado francés y por tanto era anarquista, para Marx y Engels se trataba del primer ejemplo de la dictadura del proletariado (lo cual implicaba la realidad del Estado, aunque se pensase como el primer paso para su total extinción, tras ser destruido primero el Estado burgués). Más que los ideales, lo que Marx valoraba era la «existencia fáctica» de la Comuna, aunque ésta sólo durase 72 días (tiempo insuficiente e incluso muy deficiente para poder hablar de eutaxia; es decir, la Comuna fue un Estado distáxico, y en rigor un pseudo-Estado o un Estado fallido).

La situación de la Comuna era precaria desde el primer momento. El gobierno de Versalles pensaba que la Comuna era fruto de las perversas maquinaciones de la Primera Internacional y su chef, Karl Heinrich Marx, hasta el punto de que se falsificaron documentos que comprometían a Marx con la Comuna. E incluso se llegó a decir de modo conspiranoico cosas como que Marx era el secretario de Bismarck y movía los hilos de la Comuna en beneficio del Canciller de Hierro. Fueron rumores que llegaron a Inglaterra. Pero Marx disfrutaba con su mala fama y escribiéndole al doctor Kugelmann decía que se sentía «el hombre más calumniado y amenazado de Londres»; y añadía: «la verdad es que sienta bien después de veinte largos años de parálisis y aburrimiento» (citado por Sperber, 2013: 363). «Hasta 1871 [la Internacional] parecía una ONG pacífica, por no decir decorativa, y será al estallar la Comuna parisina de ese año cuando el mundo y la parte morigerada de sus afiliados descubra una estructura trasnacional de células secretas, comprometidas con la guerra del proletariado contra el burgués. Será en la propia capital francesa donde empiece a escenificarse el drama de una escisión inevitable a propósito de [Henri] Tolein, que no solo es el representante del grupo mayoritario dentro de la IWA [Asociación Internacional de Trabajadores] sino el más votado en las elecciones convocadas por la propia Comuna» (Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 453, corchetes míos).

El 19 de marzo de 1871, el día después del intento de robo de los cañones de París por las autoridades versallescas (haciendo papel mojado lo que Bismarck y Jules Favre firmaron el 28 de enero, cuando acordaron que las armas de París pertenecían a la Guardia Nacional), un periódico de la prensa policíaca parisina publicó una supuesta carta de Marx en la que censuraba a las secciones de la Internacional en París por atender en demasía las cuestiones políticas y desatender las sociales. Marx negó inmediatamente ser el autor de semejante misiva y escribió en Times un artículo afirmando que se trataba de una «falsificación desvergonzada» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 461).

Léo Fränkel, al ser elegido miembro de la Comuna, le escribía a Marx el 30 de marzo: «Fui elegido junto a otros varios miembros de la Internacional para la Comisión de Trabajo e Intercambio y ese hecho me obliga a hacerle llegar esta nota. Mi elección fue validada en la reunión de hoy y es innecesario que añada que mi alegría por ello no era en absoluto personal, sino única y exclusivamente por su carácter internacional» (citado por Kristin Ross, Lujo Comunal, Traducción de Juanmari Madariaga, Ediciones Akal, Madrid 2016, pág. 29).  

Los acontecimientos de París entusiasmaron a Marx como así se lo hizo entender a Kugelmann el 12 de abril: «¡Qué elasticidad, qué iniciativa histórica, qué capacidad de sacrificio la de estos parisienses! Tras seis meses de hambre y ruina, causados más bien por la traición de dentro que por el enemigo de fuera, se alzan bajo las bayonetas prusianas como si entre Francia y Alemania nunca hubiera habido una guerra y como si el enemigo no estuviese a las puertas de París. La historia no tiene otro ejemplo de semejante grandeza. Si son derrotados, sólo habrá que culpar a su “buen natural”» (Karl Marx, «Cartas a Kugelmann», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 103). Y el 17 de abril añadía: «La lucha de la clase obrera contra la clase capitalista y su Estado ha entrado, con la lucha que tiene lugar en París, en una nueva fase. Cualesquiera sean los resultados inmediatos, se ha conquistado un nuevo punto de partida de importancia histórico universal» (Marx, «Cartas a Kugelmann», pág. 106).

El 25 de abril Léo Fränkel, delegado en el departamento de Obras públicas de la Comuna, le respondía a Marx a una carta que éste le envió pero que se ha perdido: «Mucho le agradecería que me ayudase usted con sus consejos, ya que por el momento puede decirse que estoy solo, y soy también el solo y único responsable de todas las reformas que se introduzcan en el departamento de Obras públicas. Después de leer algunas de las líneas de su última carta, sé que hará usted cuanto esté de su parte para demostrar a todos los pueblos, a todos los obreros, y sobre todo a los alemanes, que la Comuna de París no tiene nada que ver con los rancios organismos comunales de Alemania. Si lo hace, prestará usted, desde luego, un gran servicio a nuestra causa» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 462).

El 13 de mayo Marx respondía a una carta, que también se ha perdido, de Fränkel y Vailor en los siguientes términos: «He hablado con el portador. ¿No sería conveniente poner en lugar seguro los papeles, que tanto pueden comprometer a las canallas de Versalles? Nunca está de más tomar todas las precauciones. Me escriben de Burdeos que en las últimas elecciones municipales salieron elegidos cuatro de la Internacional. En provincias empieza a sentirse inquietud. Desgraciadamente, su acción está localizada y tiene carácter pacífico. -Llevo escritas varios cientos de cartas abogando por la causa de ustedes a todos los rincones del mundo con que tenemos relaciones. Por lo demás, la clase obrera ha mostrado desde el primer momento sus entusiasmos por la Comuna. Hasta los periódicos burgueses de Inglaterra han depuesto la actitud resueltamente hostil que adoptaron en un principio. De vez en cuando he conseguido realizar en sus columnas un artículo favorable.- A mí, me parece que la Comuna desperdicia demasiado tiempo en pequeñeces y disputas personales. Se ve que andan por medio más manos que las de los obreros. Pero todo esto no tendría la menor importancia, si consiguieran ustedes ganar el tiempo perdido» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 462).

Tras la derrota de la Comuna, Marx reflexionó sobre ella afirmando que fue la primera manifestación abierta y desafiante de los proletarios (más acentuada que la de 1848), y la «esfinge que tanto atormenta los espíritus burgueses» (Karl Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 31). Con el «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871» Marx no procuró llevar a cabo un estudio crítico de la Comuna y sus acontecimientos sino más bien resaltar el honor y la legitimidad comunera, frente a los improperios e injurias de sus adversarios que la demonizaban y forjaban una leyenda negra sobre la misma (es decir, una serie de relatos a base de exagerar sus atropellos y silenciar sus virtudes). Más que una obra de historia, Marx propuso un escrito polémico e incluso apologético y, si lo apuramos, propagandístico (aunque sin colmarlo en una leyenda rosa como respuesta a la leyenda negra que inmediatamente tras la caída de la Comuna los contrarrevolucionarios pusieron en marcha). 

Según Marx, si la revolución de junio de 1848 fue defensiva, la revolución de la Comuna fue ofensiva; siendo, pues, el primer alzamiento de los trabajadores con conciencia de clase; y la sangre caída no fue en vano, pues aun con todos sus errores supuso un gran ejemplo para el proletariado mundial (que, por cierto, nunca llegó a existir). «Sí, caballeros, la Comuna pretendía abolir esa propiedad de clase que convierte el trabajo de muchos en la riqueza de unos pocos. La Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería convertir la propiedad individual en una realidad, transformar los medios de producción, la tierra y el capital, que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 41). Con la Comuna de París «el viejo mundo se retorció en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera Roja, símbolo de la república del trabajo, ondeado sobre el Hotel de Ville» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 42). «La Comuna era, pues, la verdadera representación de todos los elementos sanos de la sociedad francesa y, por consiguiente, el auténtico Gobierno nacional. Pero, al mismo tiempo, como gobierno obrero y como campeón intrépido de la emancipación del trabajo, era un gobierno internacional en el pleno sentido de la palabra. Ante los ojos del ejército prusiano, que había anexionado a Alemania dos provincias francesas, la Comuna anexionó a Francia los obreros del mundo entero… La Comuna concedió a todos los extranjeros el honor de morir por una causa inmortal… La Comuna nombró a un obrero alemán su ministro del Trabajo» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 46).

La bandera de la Comuna venía a ser entendida como la bandera de la República mundial. «Frente a este mundo nuevo de París, se alzaba el mundo viejo de Versalles; aquella asamblea de legitimistas y orleanistas, vampiros de todos los regímenes difuntos, ávidos de nutrirse de los despojos de la nación, con su cola de republicanos antediluvianos, que sancionaban con su presencia en la Asamblea del motín de los esclavistas, confiando el mantenimiento de su república parlamentaria a la vanidad del viejo saltimbanqui que la presidía, y caricaturizando la revolución de 1789 con la celebración de sus reuniones de espectros en el Jeu de Paume. Así era esta Asamblea, representación de todo lo muerto de Francia, sólo mantenida en una apariencia de vida por los sables de los generales de Luis Bonaparte. París, todo verdad, y Versalles, todo mentira, una mentira que salía de los labios de Thiers» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 51). «El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera. Y a sus exterminadores la historia los ha clavado ya en una picota eterna, de la que no lograrán redimirlos todas las preces de su clerigalla» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 70).

Marx exigía a los comuneros que se reuniesen con los campesinos para que implementasen la revolución por toda Francia (y después por toda Europa), y esto hizo renovar su interés por el potencial revolucionario del campesinado. «En la obra de Marx, desde la Comuna de París en adelante, hay un renovado interés por el campesinado y, en especial, por los campesinos fuera de Europa, así como por la persistencia en el presente de formas de propiedad comunal precapitalistas y no occidentales y del trabajo comunal, particularmente en la India, Argelia y América Latina. Como han dejado claro Teodor Shanin y otros, después de 1871 se distancia de una perspectiva revolucionaria que depende del “progreso” capitalista, ya sea técnico o socioestructural. La Comuna hace nacer la idea de que la clase obrera urbana necesita una alianza con el campesinado que se base de sus “intereses vitales” y sus “necesidades reales”. Dicho de otro modo, si los “intereses vitales” y las “necesidades reales” de la población rural y de los pueblos no europeos se habían vuelto más visibles para Marx, es importante recordar que lo eran en una relación, podríamos decir “no esencialista”, con la vida de la clase urbana bajo el capitalismo. Para Marx, la Comuna de París supuso un “aprendizaje práctico del desarrollo de las relaciones” -la frase es de Raymond Williams- que se extienden desde la ciudad al campo francés, y desde ahí al campo y al mundo exterior, a Europa. La realidad viva del campo ruso podía ser percibida ahora en su particularidad no como retraso, según un esquema evolutivo (darwinista), sino como parte de una interdependencia global de transformaciones sociales entrecruzadas: ciudad y campo a escala mundial» (Ross, Lujo Comunal, págs. 109-110).

Continúa…

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