Imaginen un barco que empieza a hundirse y en él no hay botes salvavidas para todos. Ante las discusiones y peleas para ver quién sube en ellos, habría un hombre que prefiere ahogarse, al asco de tener que enfrentar aquel tumulto. Esto, además de una imagen kunderiana extraída de La Inmortalidad, ilustra el estado de ánimo de bastantes en estos momentos. En nosotros, vitalistas, no habitan pulsiones suicidas o depresivas, al contrario: precisamente porque amamos la vida no estamos dispuestos a sustituirla por la indignidad de mantener este medroso statu quo. Es tiempo de escapar de este ciclo de vida, y hacia ello tienen que ir dirigidas nuestras energías. Pues como dijo otro vitalista, el maestro italiano Franco Battiato, ci vuole un’altra vita.
Como me he ganado, sin quererlo, la fama de pitoniso lolo, voy a hacer aquí mi previsión para 2021. Mi éxito y acierto como oráculo no se debe a la luz de alguna vela negra o bola de cristal made in china, sino a la observación de la insidiosa reiteración de una historia repetitiva hasta el hastío, predecible hasta el contagio del bostezo. Nietzsche no dijo nada de que su eterno retorno tuviera un recorrido tan corto, ni que las Moiras fueran tan moñas en los tiempos venideros que él anunció. 2021 será una aburrida continuación de 2020, así como 2020 fue a su vez una continuación decadente de 2019. La novedad del año nuevo residirá en un aumento de la dosis de indignidad, abuso de poder y falta de libertad. Pues en definitiva, ningún mundo nuevo surgió de 2020; a lo sumo cambió un poquito a peor. Si Michel Houellebecq lo clavó, yo añado que 2021 todavía será algo peor, pero no mucho, al menos no tanto como 2022. No sé si este tedioso apocalipsis a cuentagotas va a acabar por desilusionar a los mismos del calendario maya de 2012, de Nibiru, o los del ascenso meditativo a no sé cuál dimensión. Tal vez esos no aprendan: mientras la New Age no acaba de llegar, hoy no pueden salir de casa sin mascarilla y mañana no podrán viajar sin pasaporte sanitario. Empiecen a encarar que vivir en la Era de Acuario en verdad significa vivir como un pez en el acuario: encerrado, aburrido, y con problemas respiratorios causados por un sistema artificial que limita vivir.
Las películas de ciencia-ficción olvidaron la sórdida monotonía a la que el futuro se dirige con el avance tecnológico. Sólo nos contaron sobre las computadoras que hablaban, los autos que volaban, los robots, los ciborgs, el tele-transporte… pero prefirieron evitar desvelar por qué todos los habitantes del futuro llevan esa inexpresiva cara de ajo porro y el mismo uniforme higiénico color gris: el futuro resulta ser un auténtico rollazo.
En 2021 seguiremos inmolando nuestra vida en pro de una seguridad que no existe. Continuaremos empecinados en evitar los riesgos concomitantes con estar vivo. Insistiremos ofendiéndonos ante la mera vitalidad para denunciarla a la policía del pensamiento como comportamiento temerario. Los pocos que aún vivimos (peligrosamente), seremos estabulados en el gulag perimetral como amenazas públicas: prohibido salir de él sin cartilla de vacunación. En general, durante este 2021, la población se seguirá hundiendo en esa mezquindad existencial, la confortable cobardía colectivista, y el más ratero conservadurismo, mientras que de puertas para fuera (pero con ellas cerradas), se mostrarán en redes sociales como vociferantes activistas, feministas, izquierdistas, antifascistas, antirracistas, trapecistas… todo sirve como comodín para disfrazarse de payaso revolucionario.
No importa de qué color sea la revolución que 2021 nos tiene preparada: no cuenten conmigo. No sé si será una revolución de color o negra en ausencia de toda luz; de terciopelo o a contrapelo; postindustrial o transhumanista; pacífica o violenta; democrática o daimoncrática… sólo sé que no voy a participar en ella. La única revolución en la que tal vez tendrían mi apoyo, sería una revolución sexual. ¡Pero no caerá esa breva!