30 años del fin de la historia de Fukuyama (y III)

30 años del fin de la historia de Fukuyama (y III). Daniel López Rodríguez

Fukuyama pensaba que la globalización que comandaba Estados Unidos era la última posibilidad de una globalización efectiva (cumplida), de ahí que postulase el fin de la historia. De modo que el fin de la historia supone la realización efectiva de Estados Unidos como Imperio Universal con eutaxia irreversible. Pero como la Idea de Imperio tiene el mínimo de los prestigios, no se hablaba en esos términos. Se prefería hablar de globalización, la cual venía a traer -en palabras de Bush I- el Nuevo Orden Mundial y en palabras de Fukuyama la posthistoria de la democracia liberal.  

Heráclito de Éfeso dejó en uno de sus fragmentos la paradoja de Homero, la cual dice: «Homero se equivocó al decir: “Ojalá la discordia se apague entre los dioses y entre los hombres. Porque no veía que rogaba por la destrucción del Universo; porque si su plegaria hubiera sido escuchada todas las cosas perecerían» (Diels, 12a22). 

E. Todd, como si se hubiese acordado de la paradoja de Homero, se refirió a la «paradoja de Fukuyama»: «al predecir el fin de las guerras entre los hombres -y, con ello, el fin de la Historia-, Fukuyama estaría reconociendo la inminente destrucción de Estados Unidos como Potencia hegemónica. Si la democracia parlamentaria se extendiese a todos los Estados y ello determinase la paz entre ellos, la misión de Estados Unidos se habría cumplido: “… si la democracia triunfase en todas las partes se produciría la paradoja de que Estados Unidos, como Potencia militar, se volvería inútil para todo el mundo, y tendría que resignarse a no ser más que una democracia entre otras” (E. Todd, Después del Imperio: ensayo sobre la descomposición del sistema norteamericano, Foca,  Madrid, 2002, págs. 14-15). Conclusión: Estados Unidos, para mantenerse como tal, tendría que desplegar un “militarismo teatral” para mantener el Estado universal de Guerra y su protagonismo en ese estado» (Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización, Ediciones B, Barcelona 2004, págs. 34-35).

Con la tesis del fin de la historia Fukuyama pretendía identificar mundialización y globalización como si se tratasen de un fenómeno único que representaría Estados Unidos y los demás países democráticos capitalistas. «La identificación de mundialización y globalización, mediante la reducción ontológica de aquélla a ésta, significa elevar un proyecto de globalización realmente existente a la categoría de único proyecto posible, incompatible con cualquier otro, precisamente porque se considera “fin de la historia”. No existen alternativas posibles, salvo que consideremos la mundialización como un proyecto esencialmente infinito (cabría decir que no puede ser un proyecto en absoluto), y la globalización como un proyecto histórico particular, incompatible con otros proyectos de globalización, prácticamente, existencialmente, por la fuerza de los hechos (o de las armas), pero no incompatible ontológicamente, esencialmente. En rigor, cabe decir que esos dos modelos cosmistas considerados agradecen el contexto histórico de la Guerra Fría. Dos proyectos incompatibles, irreductibles, destinados a vencer o morir, que convivieron y se sostuvieron mutuamente durante setenta años. Pero su intencionalidad no se corresponde con los acontecimientos históricos y la globalización actual poco tiene que ver con el modelo capitalista que se vendía en los escaparates del Este. El fin de la historia de Fukuyama corresponde más con el fin de la sociedad del bienestar tal como se concibió durante la Guerra Fría, que con la globalización realmente existente, que renunciará de buen grado a muchos de los ideales esgrimidos entonces contra el comunismo, para mantener los niveles de consumo y la “confianza de los inversores”, lo que tampoco es circunstancial» (Pablo Huerga Melcón, «Notas para un enfoque filosófico materialista de la globalización», El Catoblepashttp://www.nodulo.org/ec/2002/n010p01.htm).

El fin de la historia y el inexorable avance de la democracia liberal sólo ha sido el porvenir de una ilusión, pues el futuro no es lo que era y con el ascenso económico y tecnológico de China y la resurrección militar y en consecuencia geopolítica de Rusia, tras liberarse de su «etapa fantasmal Andropov-Gorbachov-Yeltsin» con el ascenso al poder del genio geopolítico y «zar geoenergético»Vladimir Putin, la hegemonía mundial de Estados Unidos está en entredicho y por consiguiente también lo está el avance de la sacrosanta democracia, que es un sistema tan corruptible como los demás. Es decir, que no es eterno, definitivo e irrebasable. Todo lo que empieza acaba. (Véase Alfredo Jalife-Rahme, Hacia la desglobalización, Jorale Editores y Orfila, http://www.cibertlan.net/biblio/a_jalife/a_jalife.hacia_la_desglobalizacion_05.pdf, México D.F., 2007, pág. 21 y Alfredo Jalife-Rahme, Guerra multidimensional entre Estados Unidos y China, Grupo Editor Orfila Valentini, Ciudad de México 2020).

«En nuestro presente es imposible admitir que el proceso de racionalización de la Humanidad haya avanzado tanto y de modo armónico, como algunos quieren creer. La  miseria y la pobreza de muchos pueblos, por un lado, y la superstición, el vudú, el tarot, los horóscopos, las falsas creencias y la ignorancia en creciente aumento en el seno de las propias sociedades del bienestar [por no mencionar la agenda ideológica del globalismo, cada día más delirante], obligan a concluir que la historia está muy lejos de haber encontrado su fin» (Gustavo Bueno, El mito de la izquierda, Ediciones B, Edición de bolsillo, Barcelona 2004, pág. 322, corchetes míos).

Que Estados Unidos vaya exportando la democracia por todos los rincones del planeta es uno de los mitos más extendidos y absurdos que ha propagado la maquinaria propagandística de Washington. De los 245 años de historia de Estados Unidos en sólo 16 no ha estado metido en guerra, lo que le convierte en el país más bélico de la historia; lo cual -como diría a sus 95 años el ex presidente Jimmy Carter es una charla a la bibliocéntrica Iglesia Bautista Maranatha- se debe «a la proclividad de Estados Unidos de forzar a otros países a adoptar los principios estadounidenses» (Citado por Alfredo Jalife-Rahme, Guerra multidimensional entre Estados Unidos y China, Grupo Editor Orfila Valentini, Ciudad de México 2020).

La historia no llegó a su fin en 1806, como señalaba Kojève refiriéndose y reivindicando al Hegel de la Fenomenología del Espíritu, el cual concluía su obra al son de los bombazos napoleónicos en la Batalla de Jena. Ni tampoco en 1991 a raíz de la caída del Imperio Soviético. 

Ni la libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa que acogía Hegel -que, como señala Marx se transformaron, como podía verse en la misma Batalla de Jena, en infantería, artillería y caballería-, ni la libertad del supuesto libre comercio del mercado pletórico del fundamentalismo democrático comandado por Estados Unidos han desembocado en el fin de la historia entendido como el definitivo sendero que ha de tomar esa enigmática señora llamada Humanidad, como si otras alternativas fuesen imposibles y la democracia liberal fuese extendiéndose e imponiéndose de modo inexorable, porque es un bien absoluto hacia el cual fatalmente se tiende.

Decía Fukuyama: «quienes creen que el futuro será inevitablemente socialista suelen ser muy ancianos o bien están al margen del discurso político real de sus sociedades». A estas alturas del siglo XXI  podríamos cambiar «socialista» por «liberal» e igualmente suscribimos la cita.  

Fukuyama afirma que «las opiniones de los intelectuales progresistas en los países occidentales» son «en extremo patológicas en muchos aspectos». No seremos nosotros los que defendamos a los «intelectuales progresistas» (doblemente impostores: por intelectuales y por progresistas). Pero los postulados de Fukuyama (que en retrospectiva son de risa y ya en 1991 eran extravagantes) son también «en extremo patológicas», aunque no son propias de la locura subjetiva o psicológica (como si Fukuyama fuese un loco de atar), sino que son propias de la locura objetiva, esto es, de la papilla ideológica del fundamentalismo democrático y liberal triunfante de la Guerra Fría que se las prometía muy felices pero que en estos seis lustros de post Guerra Fría han tirado por la borda a causa del auge de China y la remilitarización de Rusia, conformándose un mundo tripolar (con tres superpotencias y no un mundo unipolar con Estados Unidos como gendarme del planeta encargado de difundir la buenanueva de la democracia liberal urbi et orbi).

El liberalismo económico y político, así como la idea de Occidente (si es que con eso se quiere decir algo) no se han impuesto finalmente en el mundo. La realidad ha impuesto como siempre su pluralidad, esto es, la complejidad de unas potencias contra otras en la Realpolitik. El liberalismo occidental (si es que algo así siquiera existe) no ha colapsado ni agotado las ideologías alternativas, si bien es cierto que el fundamentalismo democrático ha arraigado bien en la ideología dominante y parece de sentido común (como de sentido común era en la Edad Media creer que la Tierra era el centro del Universo y que el Sol giraba en torno a la misma). 

En la España actual, como vemos, el fundamentalismo democrático es una ideología bien asentada, pues -como se dice desde la leyenda rosa de la Transición- de las tinieblas del régimen franquista se pasó a la ilustración de la democracia. Pero la realidad es que durante el franquismo España, sin ser una democracia, era más fuerte como Estado; porque lo que precisamente trajo la democracia fue el régimen autonómico, en el cual además de la división (que ha reforzado considerablemente a los separatismos) ha desindustrializado a la nación. Y eso sí que puede ser el final de nuestra historia.   

Final.

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