El servidor de ustedes que escribe este artículo no es experto ni siquiera entendido en materias de política energética, geoestrategia, relaciones internacionales, guerras putinianas ni tegucigalpas parecidos; aclaración bastante innecesaria porque, como sabe todo el mundo, los únicos expertos —pero expertos de verdad— en disciplinas tan complejas son los periodistas y tertulianos en general, especialmente los opinadores de TVE, los propagandistas de La Sexta, Elisa Beni y la saga Escolar. Pero en fin, conviene curarse en salud para que no le llamen a uno la atención por jactancioso y lechugino y por meterse en camisas de once varas; de modo que dejo constancia de mi analfabetismo en estos asuntos antes de hablar justamente desde mi ignorancia y precisamente de estos asuntos, los cuales llegan relacionados no muy de lejos con la guerra de Ucrania y la crisis energética que se pasea por Europa. O sea que lo que yo diga, escriba y me atreva a exponer no son más que las reflexiones de un señor de edad provecta que vive a sosiego en sus hogares, ve el telediario, lee algunas publicaciones por internet —procurando que no le cuelen fakes, bulos ni encuestas del CIS—, pasea al perro, lee a Blasco Ibáñez y se entretiene contando los días que faltan para que España vuelva a hacer el ridículo en el festival de Eurovisión.
Ese señor prejubilado que soy yo, en la tranquilidad de su santa casa, no sale del trauma causado por el regate mortal de nuestro presidente del gobierno a los territorios y el pueblo saharaui y, de paso, a los intereses de la nación española. Yo creo que es sencillo de entender, tan sencillo como que yo mismo lo entiendo: Europa anda obsesionada con su dependencia energética del gas ruso, Putin y su régimen se han convertido en el diablo, España tiene —tenía— unas relaciones privilegiadas con Argelia, país que produce gas natural en la misma abundancia que el Sáhara produce arena, somos la vía de entrada natural a Europa de ese recurso energético, tenemos hasta gaseoducto de baja capacidad —ampliable— en la frontera con nuestros vecinos y socios de macronlandia… Oye, que digo yo: menuda oportunidad histórica. Entre la conducción del gaseoducto y el gas licuado que se trasiega en barcos metaneros, podemos convertirnos en grandes suministradores para todo el continente. Pero no. No se hagan ilusiones. He escrito antes que “podemos convertirnos”, pero no he caído en la cuenta de que allá donde parece la palabra “podemos” se acabará jodiendo el asunto; como mucho quedará un triste “pudimos”. Y eso ya se acerca más a la realidad: pudimos jugar con cierta inteligencia —no mucha inteligencia, no hace falta ser despejadísimo para entender la ecuación—, y sanar gran parte de los males económicos de la patria con este negocio del gas y de la buena onda argelina. Llámenme oportunista. Mas no contábamos —no había contado yo— con nuestro hecho diferencial decisivo: tenemos un gobierno que cuando dice España piensa en el cambio climático y en España con perspectiva de género, cuando habla de los intereses de los españoles piensa en las subvenciones a Open Arms y en felicitar el Ramadán a quienes corresponda, cuando dice gas y energía piensa en hamburguesas de tofu, en la transición ecológica y en los vehículos Tesla. Es lo que tiene venir de buena familia, no haber trabajado en otra cosa que el sofá y los ideales de sofá, haberse apalancado en el poder y en el momio gracias al discurso woke-aliciano y encima ser progre de lacito: si las cosas no son como quieren, rompen la baraja y se encomiendan a santa Greta Thunberg, patrona del anticiclón de las Azores y de los niños insoportables. Si Europa necesita un gaseoducto funcionando a tope y nosotros tenemos a Argelia como abastecedor de privilegio, con toda la infraestructura dispuesta para ser útiles a la atribulada Unión Europea, ¿qué mejor momento para tocar los cojones al gobierno argelino, reconociendo y aceptando oficialmente el plan de Marruecos para convertir los territorios saharauis en una autonomía bajo imperio de la corona halauita? Nada, nada… ¿Qué es lo peor que puede pasarnos? ¿Qué Argelia retire sine die a su embajador en Madrid? Ya volverán.
Jugada maestra. Las personas optimistas, donde hay una catástrofe ven una oportunidad; las personas estúpidas, donde hay una oportunidad generan un problema, cuanto más serio mejor. No quiero decir con esto que nuestro gobierno sea estúpido —entendámonos, estúpido y estúpida—, sino que en este asunto ha revelado, una vez más, su auténtica índole de kamikazes a destiempo, estrellándose bien a gusto —a su gusto—, cuando ni la historia, ni las tensiones internacionales ni mucho menos la ciudadanía española les exigían semejante sacrificio. Todo a tomar viento en veinticuatro horas y a cambio de nada. Creo que los únicos que están contentos con el acuerdo hispano-marroquí son los presidentes de Ceuta y Melilla, que también les vale.
A todo esto, Europa calladita. A todo esto, los Estados Unidos encantados porque este año han incrementado un 68% sus exportaciones de gas a Europa, vía buques metaneros: quince mil millones de metros cúbicos para 2022, cincuenta mil millones previstos para 2023. A todo esto, los ecologistas calladitos, como que mover 50.000.000.000 de m3 de gas licuado por el océano Atlántico fuese un pispas, sin gasto energético ni contaminación. A todo esto, Marruecos y su sátrapa en el poder felices de la vida. A todo esto, los precios de los combustibles y el suministro eléctrico a niveles históricos. Nada, nada, que se fastidien los argelinos, nosotros vamos a firmar un acuerdo con la UE que nos va a permitir rebajar sensiblemente los precios de la luz y la gasolina y ahorrar, como poco, siete euros al mes en cada recibo doméstico; puede que incluso ocho. Otro éxito histórico del socialismo español que nuestro presidente y sus romeros y romeras se han apresurado a proclamar como eso mismo: el golpe definitivo a la crisis de la energía. Lo malo es que si no te puedes fiar de lo que hace esta gente cuando nadie les ve, como en la caso del Sáhara, peores trazas tienen las cosas que hacen a la vista de todos: ahora resulta que la península ibérica es una isla energética. Bien y muy bien, una isla y encima energética. ¿Y sólo energética? Me parece a mí, hombre en la soledad de sus cuatro paredes, ignorante de la vida y alejado de los disturbios de la política, que España es ahora mucho menos que una isla. En manos de esta gente, una desgracia. Como diría Baudelaire parafraseado: un oasis de ineptitud en un desierto de mala hostia. Un desierto más grande que el Sáhara, ya se me entiende.