En un programa televisivo de chismorreo político que ponen a la hora de la siesta hay un colaborador fijo encargado de soltar breves gracietas, más o menos ingeniosas, cada seis o siete minutos y al filo de las noticias que se van comentando. Ejerce de viperina progre, al estilo de Wyoming pero con menos tiempo para lucirse y bastante menos fineza —imagino que también ganará mucho menos, a lo mejor si le pagasen más le saldrían más agudas las ocurrencias—. El tal menda, hace unos días, tras comentar la presentadora que Pablo Urdangarín, hijo del célebre Iñaki y la infanta Cristina, jugador de balonmano, acudía con su equipo a Pontevedra para competir en un partido, coincidiendo con la estancia de su abuelo Juan Carlos en Sangenjo, soltó la siguiente perla: “Hay que decirle que cuando se case con alguien de la realeza, que no robe”. Risas. He aquí cómo funciona el cerebro fluido medievalizado de la progresía contemporánea: los hijos heredarán la culpa de sus padres y sufrirán para siempre el estigma y la vergüenza. Los hijos de “los otros”, se entiende; a los hijos de “los nuestros” ni mencionarlos, sólo referirse a ellos es un acto ominoso de, incluso, dudosa legalidad.
El progre de cepa y pesebre se agarra a lo que sea con tal de mantener su relato sobre el mundo, una visión de la realidad que no está muy clara porque fluctúa entre los muertos de Open Arms, los misiles de la guerra de Ucrania y la pobreza menstrual, aunque tiene un poderoso eje argumentativo: el mundo está mal porque ellos no lo controlan; cuando amanezcan los tiempos en que ellos sean los maquinistas, el tren va a andar como la seda… No se sabe bien hacia dónde, con qué propósito, para alcanzar qué futuro ni qué beneficios, pero será estupendo, justo, solidario, visibilizado, sostenible, paritario y sin pobreza menstrual.
Me volvió a surgir la duda sobre ese retorno progresista a los valores medievales aquella misma tarde, con el aluvión histerocrático que llegó a los informativos junto con la noticia de que el ayuntamiento de Salobreña —Granada, para quien aún no se haya enterado—, había anulado el empadronamiento de Macarena Olona, lo que pondría en cuestión la validez de su candidatura a la presidencia de la Junta de Andalucía. Los comentarios eran de antología poética del siglo XIII: “No ha nacido en Andalucía”, “No vive en ese pueblo”, “Es de Alicante, no es andaluza…”. En fin, oír para sentir el susurro de la estepa castellana y recordar el destierro del Cid Campeador. No exagero, en la edad media el destierro era un castigo peor que la muerte, significaba condenar al penado a vivir lejos del lugar donde Dios lo había puesto, apartado por tanto de la mirada de Dios, contrariando su voluntad; el desterrado era un condenado a los infiernos en vida, y cualquier sitio donde se hallara se convertía inmediatamente en su sala de tortura. Terrible. Casi tan terrible como no ser andaluz, o andaluza, si quieres un puesto de representación en el parlamento de aquella comunidad.
Otra cosa es el pensamiento propio de la edad contemporánea, claro está, en lo que concierne a este asunto. Me refiero a la edad contemporánea, distante unos cuantos siglos de la edad media. A ver si me explico: la contemporaneidad, entre otros avances en el terreno de las ideas, universalizó el concepto de soberanía nacional, el cual, a su vez, consiste básicamente en que un señor o una señora de San Cristóbal de la Gomera son tan dueños del Arenal de Bilbao como un señor o una señora de Bermeo son dueños de las playas de Tenerife; idea elemental que conlleva la igualdad en derechos de todos los españoles y en todos los ámbitos, incluido el de presentarse a la presidencia de la Junta, al cabildo de La Graciosa o a la alcaldía de Guadix. Otra cosa será que te elijan.
La alcaldesa de Salobreña —PSOE, mira tú— se ha dado una prisa enorme y ha empleado una insólita diligencia administrativa en “desterrar” a la señora Olona, pensando ella muy fina —de ilusión también se vive—, que con esa maniobra desbarataba la candidatura de la parlamentaria de Vox. De verdad que no lo entiendo por más vueltas que le doy. ¿Qué les pasa? ¿En serio se han quedado tan sin argumentos, sin línea política, sin trazado estratégico, sin proyecto de futuro para nuestra sociedad… Tanto que necesitan esas chorradas medievales para que se les oiga? Por favor, por favor: el discurso de “la tierra” es más viejo que la humanidad, literalmente; y está más desfasado que las películas de Fumanchú; un disparate que en la leyenda progre va por días, dependiendo de los actores. Si se trata de “la derecha y la extrema derecha”, entonces “mi tierra”; si concierne a inmigrantes sin papeles, entonces “nadie es ilegal”; si hay que empadronar a okupas, se les empadrona; si hay que empadronar a Macarena Olona, destierro.
Miren, no quiero ser pesado ni hacerme el sabiondo, mucho menos dar la impresión de que estos descabellamientos de la progresía me tienen hasta la coronilla —aunque me tengan—; pero una cosa sí soy capaz de decir y encima dejarlo por escrito: con las películas que se están montando, con la histeria que están desatando, con el ridículo que están haciendo, se van a meter un batacazo en las elecciones andaluzas que se va a escuchar en Alfa Centauri. Y después de las andaluzas vienen las generales. Y después el llanto y el rechinar de dientes y la alerta antifascista. De esta peña, menos urgencia por aportar ideas que sirvan para hacernos la vida menos complicada, cualquier alerta puede esperarse.