Acabamos de sufrir la primera ola de calor ideológica, con perspectiva de género y verificadores de opinión sobre el origen, significado y perspectivas eco-ambientales de la tremenda subida de temperaturas que sufrió la península ibérica la semana pasada, detectándose cualquier discurso disidente respecto a la verdad oficial del cambio climático, y por supuesto denunciando a quienes sostuvieren posiciones contrarias como negacionistas, enemigos de la ciencia y, naturalmente, fascistas.
Antiguamente, cuando hacía mucho calor la gente procuraba salir lo imprescindible a la calle, echaba las persianas, mantenía la casa en penumbra, sacaba el abanico y ponía el botijo en lugar más o menos fresco; y a esperar que pasase el arreón. Sin embargo, alguna intuición sobre el cambio climático se imponía ya en aquellos tiempos, no crean —hablo de las épocas borrosas de mi primera juventud, cuando el aire acondicionado era un lujo casi impensable en los hogares de la gente normal—; recuerdo muy bien oír a mis padres y abuelos comentarios del estilo “Estos calores no son normales”, “No hacía tanto calor desde el año en que se casó la tía Antoñita”, etc. También los inviernos llegaban excepcionales de vez en cuando. “Ya no caen fríos como los de antes” era expresión muy común entre los veteranos de mi familia. Lo que quiere decir que, una de dos: o mis mayores eran gentes malquistadas con el clima o los fenómenos extremos de frío/calor, también las lluvias caudalosas, nevadas y otras inclemencias ambientales son cosa de toda la vida, tan naturales como respirar, jugar a las quinielas o ir a misa los domingos. No me miren con la ceja levantada por esta última frase: en aquellos tiempos, la gente normal, la que no tenía aire acondicionado en casa, iba a misa los domingos; más fresquito que en la iglesia no se estaba en ninguna parte.
Pero todo eso sucedía antes, ya se dijo hace un rato; en tiempos del año pum. Ahora las cosas han cambiado mucho. La construcción del ideario colectivo sobre meteoros atmosféricos ha trascendido hasta convertirse en una refutación de la memoria perceptiva y una deformación ideologizada del “pensamiento científico”. Al mundo de las personas conformes con su condición humana y, por tanto, de acomodo ambiental y contento estacional sujetos a imponderables, le ha sustituido el walhalla unicornista de los individuos histéricamente obsesionados por su propia e inmediata felicidad, un paraíso orwelliano en el que los enemigos ideológicos siempre son los culpables de todo lo malo que sucede arriba en los cielos y abajo en la tierra. Ya conocen el aserto siciliano: “Piove, porco governo”. En nuestro caso, y dado que el gobierno español es el no va más del progresismo y la tela marinera, los porcosson los otros, los que se rebelan ante la matraca ideológica —debo insistir, ideológica, no científica—, del cambio climático, los que ponen la calefacción en invierno y el aire acondicionado en verano, los que van en coche a la playa, viajan en avión, fuman, madrugan, aspiran a un sueldo digno no subvencionado por el Estado y, en el colmo de su iniquidad, comen carne. Esos, son culpables.
No podía ser de otra manera: las redes sociales más habitadas por el pensamiento alicia —entre ellas facebook, la red social de los viejos, o sea, la mía—, han contratado verificadores de publicaciones sobre el asunto con objeto de refutar y censurar si fuera preciso —lo harán, no les quepa duda—, cualquier razonamiento discordante con el dogma universal climático. Newtral y Maldito-Clima ya están en ello. De ahora en adelante, quien se atreva a poner en cuestión cualquier majadería soltada en la controversia, sin ninguna base científica pero con evidente intención ideológica, será tratado como lo que les parece que es: un deplorable defensor de la aniquilación del planeta. Esa gente es así.
Esa gente es tan así que durante la ola de calor han localizado y señalado sucesos muy desconcertantes. Por ejemplo: el calor en las escuelas, hospitales, residencias de ancianos, centros de trabajo y demás lugares de asistencia obligatoria ha sido de tal magnitud, tan insoportable, que se han producido cantidad de desvanecimientos, golpes de calor y episodios de deshidratación entre niños, ancianos y mujeres trabajadoras. Entre hombres trabajadores, no. Se conoce que el varón, acostumbrado a sudar sin pudor y sin importarle que le canten los alerones, refrigera mejor su cuerpo y no sufre tanto como sus compañeras de oficina. De los que cavan zanjas y se suben a los andamios no hay datos concretos porque, por lo general, las mujeres cavan zanjas y se suben a los andamios en proporción muy escasa, por lo que no merece la pena investigar las condiciones laborales en esos ámbitos.
Otra casuística curiosa: los golpes de calor y problemas de salud de la población han tenido lugar en Madrid y en Andalucía, comunidades gobernadas por el PP, entre cuyos afiliados y votantes, como es sabido, abundan los escépticos sobre el cambio climático. Sin embargo, parece ser que en Extremadura y Castilla-La Mancha, oasis del socialismo bien entendido en esta España autonómica que escora cada vez más a la derecha, no se han notificado incidencias dignas de reseñar. Los calores de Extremadura, Ciudad Real y Toledo, digamos, son calores sanos, limpios, en tanto que las temperaturas de Madrid y Sevilla son venenosas por culpa de los fachas.
La última, la que faltaba: quienes más han sufrido el calor han sido las personas con útero. Me perdonen la expresión pero a las mujeres ya no se las puede llamar mujeres sin que se ofendan los activistas progreguays de la diversidad transexual, los incondicionales de la adhesión a las siglas lgtbiq+ y la ministra de igualdad. Si clican en este enlace ya lo ven más de cerca. De modo que lo dicho: las personas con útero son quienes peor han soportado la última ola de calor por la sencilla razón de que sus maridos, esposos y parejas —casi todos personas sin útero—, las mantenían encerradas en casa, dedicadas a los fogones, el cuidado de los niños y las faenas domésticas en general mientras que ellos, los no-portadores-de-útero, estaban en el bar con los amigotes, disfrutando del aire acondicionado y emborrachándose con cerveza igual que alemanes antes de un partido de Champions. ¿Les parece una ridiculez esto último que acabo de contarles? Echen un vistazo a lo que piensan las feministas 3.0 al respecto en el siguiente enlace, aquí, y ya me dicen.
Y esa, en resumidas cuentas, es la ideología del cambio climático, tanto por calor como por enfriamiento: porca destra. En términos socioeconómicos tiene una explicación más onerosa: o eres buena gente y vas a pie o eres mejor persona todavía y te compras un Tesla. Lo demás es reacción, facherío y caverna.
La semana que viene les explico por qué el terremoto de Lorca, en 2011, fue machista. O a lo mejor les hablo de otra cosa. Con estos calores ya no sabe uno dónde tiene la cabeza. En fin, ya veremos.