La paz perpetua kantiana

La paz perpetua kantiana. Daniel López Rodríguez

En 1795 el filósofo prusiano Immanuel Kant, uno de los filósofos más reivindicado por los ideólogos de la Globalización oficial y del progrerío adyacente, proponía en su Sobre la paz perpetua un Estado mundial cosmopolita (Wetbürgelich) que vendría a ser una unión de Estados (Staatenverein) que sería regido por un derecho mundial o «derecho cosmopolítico» (Wetbürgerrecht, ius cosmopoliticum). 

Y para ello, como condición de posibilidad, exigía una «federación de la paz» (foedus pacificum) que pusiese fin no a una guerra concreta y determinada, que es lo que haría cualquier pacto de paz (pactu pacis), sino a «todas las guerras para siempre» (Immanuel Kant, Sobre la paz perpetua, Traducción de Joaquín Abellán, Alianza Editorial, Madrid 2009, pág. 61). Y así se daría paso a la ansiada paz perpetua, pues tal federación de Estados «es el único estado jurídico compatible con su libertad» (pág. 105).

Sin duda, como puede apreciarse, las tesis que el filósofo de Königsberg defiende en este opúsculo constituyen la culminación del idealismo en filosofía política; de un idealismo, si se quiere, ingenuo; pues -como de viva voz dijo Gustavo Bueno en los Encuentros de Filosofía en Gijón del año 2004- Kant era «un ingenuo trascendental». 

Aunque tal vez más que ingenuo fuese hipócrita, porque la paz que pedía no era una paz indefinida sino la paz prusiana firmada con Francia en Basilea (Suiza) el 5 de abril de 1795. Kant pedía que no hubiese más guerras porque eso favorecía a Prusia. Pero, como bien se sabe, vinieron las guerras napoleónicas que pusieron el continente europeo patas arriba (en sintonía con la biocenosis histórica del continente).    

Pese a su hipocresía (o tal vez prudencia; y de hecho siendo hipócrita el bueno de Immanuel queda mejor que siendo ingenuo) Kant planteaba la paz perpetua como un ideal regulativo, pues si bien el Estado mundial y la consecuente paz perpetua no son realizables, sí sería realizable -creía un optimista Kant- al menos su aproximación en una asociación de Estados republicanos (es decir, no despóticos) lo más amplia posible. Kant proponía, pues, una república mundial (Weltrepublik) de universal hospitalidad (Hospitalität), con «derecho de visita» (pág. 64) por el que cualquier hombre podría andar por cualquier parte del planeta sin ser tenido como enemigo, porque de ese modo se hace posible el uso «del derecho a la superficie, que  pertenece a la especie humana, para un posible tráfico» (pág. 64). Pedía así un mundo sin fronteras, lo que hace las delicias del citado progrerío imprudente. 

Aunque Kant advierte que tal ciudadanía mundial no anularía la ciudadanía nacional de cada individuo, dado el carácter federativo del hipotético Estado mundial que hace «aproximar al género humano a una constitución cosmopolita… Como se ha avanzado tanto en el establecimiento de una comunidad (más o menos estrecha) entre los pueblo de la tierra que la violación del derecho en un punto de la tierra repercute en todos los demás, la idea de un derecho cosmopolita no resulta una representación fantástica ni extravagante,  sino que completa el código no escrito del derecho político y del derecho de gentes en un derecho público de la humanidad, siendo un complemento de la paz perpetua, al constituirse en condición para una continua aproximación a ella» (págs. 64-66-67). 

Por tanto, «si la fortuna dispone que un pueblo fuerte e ilustrado pueda formar una república (que por su propia naturaleza debe tender a la paz perpetua), ésta puede constituir el centro de la asociación federativa para que otros Estados se unan a ella, asegurando de esta manera el estado de libertad de los Estados conforme a la idea del derecho de gentes y extendiéndose, poco a poco, mediante otras uniones» (pág. 61). 

«Si existe un deber y al mismo tiempo una esperanza fundada de que hagamos realidad el estado de un derecho público, aunque sólo sea en una aproximación que pueda progresar hasta el infinito, la paz perpetua, que se deriva de los hasta ahora mal llamados tratados de paz (en realidad, armisticios), no es una idea vacía sino una tarea que, resolviéndose poco a poco, se acerca permanentemente a su fin (porque es de esperar que los tiempos en que se producen iguales progresos sean cada vez más cortos)» (pág. 107). Como la ideología del globalismo, o como mismamente mutatis mutandis era la parousía o segunda venida de Cristo, la paz perpetua es una idea aureolar

Para Kant la paz perpetua es un fin «en absoluto quimérico» (pág. 77), pues «la gran artista de la naturaleza» (natura daedada rerum) hace que el antagonismo entre los hombres «surja la armonía, incluso contra su voluntad» (pág. 67). Esto recuerda a la «mano invisible» de Adam Smith, que a su vez se inspiraba en la «armonía preestablecida» de Leibniz (que Hegel, mucho menos pánfilo, redefiniría como «astucia de la razón»). 

Y contra Platón piensa Kant: «No hay que esperar que los reyes filosofen ni que los filósofos sean reyes, como tampoco hay que desearlo porque la posesión del poder daña inevitablemente el libre juicio de la razón. Pero es imprescindible para ambos que los reyes, o los pueblos soberanos (que se gobiernan a sí mismo por leyes de igualdad), no dejen desaparecer o acallar a la clase de los filósofos sino que los dejen hablar públicamente para aclaración de sus asuntos, pues la clase de los filósofos, incapaz de bandería y alianzas de club por su propia naturaleza, no es sospechosa de difundir una propaganda» (pág. 79).

Kant parece tenerlo claro: «Aspirad ante todo al reino de la razón pura y práctica y a su justiciay vuestro fin (el bien de la paz perpetua) os vendrá por sí mismo… reine la justicia y húndanse todos los bribones que hay en el mundo» (págs. 93-94). Hágase la paz perpetua, que vendría a ser como la paz evangélica, y todo lo demás se os dará por añadidura.

Las causas de las guerras no pueden reducirse a los instintos agresivos (etológicos) sino a equilibrios internos y externos de los Estados (es decir, no a cuestiones éticas, y ni siquiera morales, sino políticas, porque la guerra viene a ser la prolongación de las mismas). 

«Los procedimientos que suelen alegarse para lograr una Paz Perpetua (desarme, constitución de un Tribunal Internacional de Justicia, intervención de la Organización de las Naciones Unidas) piden el principio de la posibilidad de una armonía entre los Estados del futuro. Pero la fuerza de una sociedad de naciones sólo puede ser la resultante del polígono de fuerzas correspondientes a cada nación asociada. Y por ello ningún Estado poderoso estaría dispuesto a someterse al juicio resultante de ese polígono de fuerzas, si esta resultante está en desacuerdo con sus propios intereses, con su propia identidad. Sobre todo en el caso en el cual la fuerza de un Estado, o de un grupo de Estados, fuera capaz de neutralizar, en una guerra fría, o de vencer, en una guerra caliente, las fuerzas de los demás Estados (lo que ocurrió entre Estados Unidos y la Unión Soviética en la época de la guerra fría, y lo que ocurre entre Estados Unidos y la ONU después de derrumbada la unión Soviética). El proyecto kantiano de Paz Perpetua, que inspiró al Presidente Wilson la idea de la Sociedad de Naciones, fue un proyecto filosóficamente ingenuo, y no ya tanto por su carácter idealista o utópico, sino porque pedía el principio, porque presuponía la armonía posible entre los Estados del planeta, olvidando el carácter “artificial”, histórico, cultural, de tales Estados, y el desajuste o desarmonía interna de sus ritmos de crecimiento, medidos en cada Estado y en el conjunto de la Humanidad» (Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización, Ediciones B, Barcelona 2004, Págs. 89-90).

Aunque Wilson, y su mano derecha el coronel Edward Mandell House, era tan hipócrita como Kant y lo que en realidad estaba pidiendo era la paz americana, una paz supremacista en el que las vidas negras no importaban, como podía verse con la apología del Ku Kux Klan en la película de David Griffith El nacimiento de una nación, que Wilson apoyó y en la que su mensaje racista es citado. (Para la relación de Wilson y House véase mi libro Historia del globalismohttps://www.casadellibro.com/libro-historia-del-globalismo/9788418648595/13045993).  

Desarmar a un Estado en nombre de la «paz perpetua» es la mayor de las cretineces que pueden hacer los políticos de un determinado Estado. No obstante, no hay constancia de que se haya cometido una imprudencia de tales proporciones. Aunque nuestro actual presidente del gobierno habló antes de serlo de deshacer el Ministerio de Defensa, y ahora es el mayor pelota de Estados Unidos a través de la OTAN, que no defiende a España. 

Es imposible, mientras existan los Estados y la Realpolitik, la paz perpetua; lo mismo que es imposible una guerra permanente (por no hablar de la revolución permanente). Hablar de «paz perpetua» es simple y llanamente pura impostura, la cual lamentablemente tiene su público entre la ingente cantidad de débiles mentales. 

Kant estaba preso de lo que podríamos llamar «principio de armonía preestablecida entre los Estados». «El idealismo de Kant, como el de Smith, o después el de Say (y su “Ley de mercados”) o el de Bastiat (en sus Armonías económicas), sin perjuicio de apelar a los intereses egoístas, reside en la confianza metafísica en una armonía preestablecida entre los intereses individuales y luego, nacionales, que fomentan la paz. Es un idealismo que, por otro lado, abre el camino para el libre desarrollo de las posturas éticas puras, dirigidas contra cualquier tipo de actitud subjetiva de orden belicista (“¡No a la Guerra!”), e inspira la neutralidad más escrupulosa. Una neutralidad que cree poder mantener la paz por encima de los intereses positivos de los Estados (coordinando esos intereses); un idealismo que da por supuesto que la “coordinación racional de los intereses” puede llevarse a cabo pacíficamente. Un idealismo que, amparado en el principio de la armonía universal no está dispuesto a reconocer las contradicciones objetivas entre los Estados» (Bueno, págs. 283-284).

Según Kant, la paz perpetua se llevará a cabo cuando se establezcan las relaciones comerciales entre todos los Estados. La paz perpetua es el paraíso de los amigos del comercio, que diría Antonio Escohotado (Q.E.P.D). 

Como se ha dicho, «El idealismo de la libertad señala, como única vía para alcanzar la paz perpetua, el perfeccionamiento de los medios político-económicos y éticos capaces de transformar el Reino de las Personas Libres en “un autómata universal e impersonal”. El materialismo no puede admitir esta posibilidad, que se fundamenta en un armonismo gratuito y metafísico de las personas y de los pueblos libres, y que desconoce la dependencia causal que esas ordenaciones éticas, jurídicas, económicas y políticas de la libertad, tienen internamente respecto de los procesos de producción y distribución de los bienes económicos en el mercado pletórico, al margen de los cuales la libertad democrática desaparece. Ni siquiera el materialismo filosófico podría aceptar la hipótesis (que hoy barajan muchos ideólogos de la globalización) de un automatismo en la autorregulación del mercado internacional globalizado, que ofreciera el correlato de ese automatismo político de la sociedad universal. El automatismo del mercado globalizado es, a su vez, una ideología fundada en el principio de la armonía universal» (Gustavo Bueno, «Confrontación de doce tesis características del Idealismo trascendental con las correspondientes tesis del Materialismo filosófico», El Basilisco, Nº 35, Oviedo 2004, Pág. 35: https://filosofia.org/rev/bas/bas23501.htm).

El formalismo, el imperativo categórico y la paz perpetua hacen de Kant, en palabras de Gustavo Bueno, «un cura laico» (https://fgbueno.es/hem/2004b12.htm). Kant, como si de un pensador Alicia se tratase, atraviesa el espejo y desde el otro lado se instala en el futuro virtual de una humanidad globalizada en coexistencia pacífica, y además de modo perpetuo: como perpetua es la bienaventuranza de los elegidos que van al Cielo y el sufrimiento de los condenados al Infierno («el llorar y crujir de dientes»). 

Porque eso es la paz perpetua: la secularización de la unión de los santos en el Cielo ante la presencia del Altísimo. Se trata, pues, de la secularización de la paz evangélica, sin perjuicio de que Cristo no vino a traer paz sino espada (Mateo 10.34). La paz en el Cielo se transformó en paz en la Tierra (para todo el planeta). Nuestro severo juicio materialista niega esto con suma contundencia. No es la paz perpetua, es la dialéctica perpetua (a veces velada, en ocasiones abierta). 

Algo que tiene mucho más que ver con Heráclito de Éfeso («la guerra es el padre de todas las cosas») y con Don Quijote («la preeminencia de las armas contra las letras») que con Kant «y la canalla que le ha seguido», como decía en 2005 Gustavo Bueno en una charla que recientemente ha publicado el canal de Youtube de la Fundación Gustavo Bueno: https://www.youtube.com/watch?v=rFeQ38an0mY&ab_channel=fgbuenotv.  

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