Podemos, un partido para los días de fiesta
Todos los teóricos, divulgadores y estudiosos coinciden en que una doctrina política, un partido, su ideario y programa, deberían reunir dos condiciones para ser en principio verosímiles:
-Haber surgido desde el mismo seno de la controversia, forjado en la contradicción de intereses estratégicos de sectores y clases sociales en liza.
-Ser útiles en momentos complicados, “especiales”, cuando las circunstancias reales son muy distintas a las existentes en el momento de su formulación.
¿Por qué nunca funcionan los partidos creados a partir de una escisión? Porque, por lo general, responden a intereses tácticos, no estratégicos, de los afiliados y colectivos a los que dicen representar y defender.
¿Por qué hay ideologías “para los días de fiesta”, cuando no sucede nada y hablar es gratis y no compromete a nada? Porque los seres humanos somos así, dados al énfasis y la emoción retórica, y fáciles de encandilar por ideales bellos. Pero una cosa es ingeniar ideales y otra sustituir la realidad por las ideas.
Una de las más amargas quejas de León Trotski respecto a los revolucionarios españoles y su actuación durante la guerra civil, era la “traición de la CNT” al mostrar una “escandalosa” incoherencia con sus postulados básicos, cejando en su postura abstencionista en las elecciones de 1936 y colaborando con el gobierno de la República, cuyo presidente, Largo Caballero, nombró ministra de sanidad y asistencia social a Federica Montseny. Estos hechos se justificaron por la CNT en razón de la excepcionalidad de las circunstancias; no tuvieron ninguna influencia en el desarrollo del conflicto bélico y en (sic) “la derrota de la revolución en España”. Pero Trotski los señalaba como muy significativos por cuanto denotaban que una gran parte del proletariado español pertenecía a una organización, la CNT, irresponsable, sin dirección política y sin postulados concretos para hacer frente a la realidad concreta. En sus escritos, Trotski definía al anarquismo como “una ideología para los días de fiesta”. Con permiso del lector he titulado así esta entrega porque, ciertamente, creo que Podemos es un partido que puede funcionar perfectamente los días de fiesta, cuando no pasa nada y no hay que hacer frente a problemas reales planteados por la cruda realidad.
Es cierto que Podemos tiene un origen muy arraigado en las movilizaciones que se desarrollan masivamente en España, durante los inicios de la crisis económica de 2008, el movimiento de los indignados, las acampadas en las grandes ciudades, el 15-M, etc. También es verdad que aquella coyuntura, de la que hoy vivimos sus secuelas, marcó un profundo antes y después en la confianza y credibilidad de la ciudadanía sobre los partidos tradicionales, generándose las condiciones subjetivas necesarias para la fundación de una nueva formación que diese respuesta a aquel afán tumultuoso por una distinta manera de hacer política. En tal sentido, nada que objetar.
La dificultad para Podemos, sus votantes y quienes crean en este proyecto, es que Podemos comienza a crecer y emerge cuando ya los clamores de la indignación han remitido y se han convertido en descontento, una aceptación “normalizada”. Comienza a postularse como alternativa real tras las elecciones al Parlamento Europeo de 2014, seis años después del estallido de la indignación en España; y Pablo Iglesias, alfa y omega de esta organización (de momento y mientras no se demuestre lo contrario), aparece como líder de nuevo cuño, con un discurso atractivo para muchos ciudadanos, bastante después de iniciada la contestación al sistema. Gana popularidad gracias a su “tirón mediático”, su agilidad en los debates televisivos, su desparpajo y pericia didáctica. De ser una estrella mediática a convertirse en un dirigente político que sabe lo que se hace, hay un trecho, el cual está aún por recorrer para Podemos.
El segundo problema para esta formación es que, pertrechado con su ideario y programa, tan atractivos como difusos, no se enfrenta siquiera a la realidad-responsabilidad de ejercer tareas ejecutivas en ninguna instancia de la administración del Estado.
Dejo aparte el análisis de la gestión de este partido al frente de algunos ayuntamientos, pues los débitos, pactos y acuerdos municipales siempre trazan una ejecutoria de consenso con las fuerzas implicadas en el pacto, no antonomásica.
La “dura realidad” de Podemos son las encuestas y expectativas electorales, y ninguna otra. Por tanto, como toda su acción se sitúa de momento en el plano de lo probable, no tienen otro remedio que ir adaptándose a las mencionadas expectativas electorales, moderándose aquí, recrudeciéndose allá.
La política, en una sociedad democrática, es la representación normalizada legalmente de la relación de fuerzas contradictorias en todos los ámbitos de la sociedad. Para cualquier marxista de manual, la política es una superestructura ideológica. Sin embargo, tanto la izquierda tradicional como Podemos (en eso son muy parecidos), al renunciar a las posibilidades reales de reversión en la infraestructura económica y, por tanto, resolver la tensión de poder, y de manera decisiva, a favor de las clases trabajadoras, han optado por trasladar toda pugna, cualquier controversia y choque de intereses, al ámbito de lo ideológico.
Ya no se trata de discutir el sistema sino sobre la forma de gestionarlo. La izquierda ya no es una alternativa, una propuesta de nueva sociedad, sino una oferta de administración diferente para un modelo de sociedad básicamente invariable.
Ser “de izquierdas” o de “de derechas” ya no significa estar posicionado respecto al modo en que la humanidad debería organizar la producción y reparto de la riqueza, sino una cuestión de prioridades acerca del uso y (re)distribución de dicha riqueza. Tal vez por eso, la política se ha convertido en una “gestión de expectativas”. Podemos es una organización con sorpresiva pericia en esto último: decir a la ciudadanía lo que quiere escuchar y elaborar programas al gusto de todos.
No se equivoca el estudiantil socialista Pedro Sánchez cuando señala a Pablo Iglesias y sus seguidores como un movimiento populista. El populismo, aparte de un caudillo arropado por masas combustibles, requiere la efectiva sublimación de las contradicciones sociales y de clase en aras de un bien «superior», sea éste «la justicia» abstractamente considerada, la patria, el progreso o cualquier tontería de esas que cualquiera puede invocar y casi nadie es capaz de definir con exactitud.
Podemos es un partido populista de sofá, para los días de fiesta, cuando no pasa nada y no hay retos concretos que enfrentar con gestión y acción efectivas. Su ámbito natural es el vértigo sin sustancia en las ideas que se transmiten según la velocidad que cada cual tenga contratada para su ADSL o conexión de fibra óptica. No hablamos, ciertamente, de un partido populista al estilo ortodoxo, sino de un grupo de ingeniosos publicistas que han sabido vehiculizar el descontento de muchos en beneficio propio y de sus allegados, así como articularlo en torno a un proyecto que se niega a sí mismo la responsabilidad del día a día para suplantarlo por aquel anhelo tan característico del pensamiento totalitario: arreglarlo todo de una vez, de un plumazo y en dos patadas: a fecha fija. Estos esmerados teóricos del twit y el Me Gusta quieren un aceptable simulacro de la toma de la Bastilla y el asalto al Palacio de Invierno sin haber hecho antes los deberes de la realidad. Del ilustrado y burgués «todo para el pueblo pero sin el pueblo» han evolucionado hasta la modernidad un poco caradura de «todo para nosotros pero con el pueblo».
Propongamos algunos ejemplos que ilustren estas últimas afirmaciones:
-Antes de las elecciones al parlamento europeo de 2014, Podemos exigía una quita de la deuda pública (próxima al 100% del PIB). Ahora, en un ejercicio de realismo, se han olvidado de aquella propuesta. Sólo hablan de “reestructuración”, una propuesta muy poco novedosa.
>Economistas “ortodoxos” (de “derechas” o “liberales”), como Daniel Gros, ya propusieron la reestructuración hace años, para aliviar la carga financiera de familias y empresas en países fuertemente endeudados, como Grecia o España. La propuesta fue bien acogida, por razonable. Incluso en los USA existen mecanismos de reestructuración de deuda privada, muy flexibles, lo que permitió en los primeros años de la crisis sostener el consumo privado al haberse aligerado la carga financiera. No deja de ser significativo que el país-modelo para Podemos en este asunto sean los Estados Unidos de América.
-No queda ni rastro de la propuesta de rebajar la edad de jubilación a los 60 años que se incluía en los primeros documentos de Podemos.
-Tampoco hay noticias sobre la propuesta estrella de la “renta básica universal”. Parece que al fin los números y cifras fidedignas de disponibilidad dineraria por parte del Estado para llevar a cabo esta propuesta (la dura realidad), se han impuesto sobre las ideas y buenos propósitos (y la demagogia oportunista de prometer el oro en unas elecciones y dar humo en cuanto las urnas se han cerrado). Por arte de magia, la renta básica universal ha desaparecido del programa de Podemos, a pesar de que fue uno de los puntos centrales en la campaña de las elecciones europeas y generales de 2015/16. Ahora hablan de extender la red de ayudas públicas a más colectivos. Justo lo que negociaban desde diciembre de 2014 los sindicatos y el gobierno del Partido Popular.
>A pesar de lo que pueda criticarse sobre su dotación y eficacia, la renta básica, aunque no universal, ya existe en España. No se concede de forma arbitraria, al considerarse un derecho subjetivo. La conceden las comunidades autónomas (entre 300 y 641,4 euros al mes, según datos de 2016) y también la Administración central, a través de la llamada Renta Activa de Inserción (426 euros al mes, según datos del mismo año). En diciembre de 2014 cobraban dicha renta 261.300 personas. También existen mecanismos legales instrumentales como la Ley de Integración Social del Minusválido, y las pensiones no contributivas que cubren a colectivos especialmente vulnerables.
>Por tanto, la propuesta de Podemos sobre la “renta básica universal” se ha estrellado contra la realidad. Imposible tapar el hueco con alguna reivindicación alternativa porque, simplemente, ese hueco ya está habitado, de nuevo, por la realidad.
-Más llamativa es la idea de “rescatar la banca pública”. Convertir el Instituto de Crédito Oficial en un remedo eficiente de banca pública. La idea no es nueva. Que un país tenga una banca pública no es algo en sí “revolucionario”. Muchos países europeos la tienen y eso no altera en absoluto el panorama. En los USA, las célebres Fannie Mae y Freddie Mac (en quiebra durante la crisis) conceden préstamos con la garantía del Estado. No se conoce todavía en detalle la propuesta de Podemos sobre su modelo de banca pública (en línea con la ambigüedad habitual), pero la experiencia internacional evidencia que la banca pública funciona con criterios de mercado, e incluso cotiza en mercados organizados. No conceden créditos sin ton ni son al margen de criterios de solvencia, cosa que sería absolutamente disparatada, cuando no ilegal, si consideramos que esos fondos dados a crédito son de procedencia pública.
>Podemos plantea que la concesión de créditos sea un derecho subjetivo, inherente a la condición de ciudadano. De esto puede deducirse que la banca pública en la que piensan dará créditos a todos quienes los soliciten, porque tienen derecho y fin del debate. ¿Qué haría Podemos con quienes no puedan o no quieran devolver los créditos? Se trata de créditos librados con dinero público, no lo olvidemos. ¿Qué sucedería, pongamos por caso, con una ejecución hipotecaria? Como Podemos, por otra parte, plantea que no pueden realizarse los desahucios sin una alternativa habitacional digna para el desahuciado, encontraríamos sin duda (porque en España somos así…), multitud de casos en los que alguien adquiere una vivienda con un crédito a cargo del déficit público, no paga o no puede pagar la hipoteca y se queda con el inmueble de por vida. Entre todos se la financiamos y todos felices; el que más, el inquilino.
>En el rizo rizado de lo pintoresco, Podemos plantea que esa banca pública pueda recibir fondos directamente del Banco Central Europeo, para financiar el Estado. Esta actividad se encuentra prohibida en todos los países de la Unión Europea. Monetizar deuda es ilegal, según todos los tratados europeos. Por otra parte, no parece que España esté en condiciones de imponer esta exigencia a Alemania y sus más firmes partidarios en política económica, como Holanda y Austria. Otra cosa es que el Banco Central Europeo compre deuda soberana, de acuerdo con un programa preestablecido, apara ayudar a generar liquidez en los estados de la UE. De nuevo, ninguna originalidad en la propuesta podemista. Es el signo del “programa económico” de esta formación: en el caso de que se aplicase, le caerían encima todos los problemas imaginables (casi todos predecibles); y en lo que dicho programa pudiera ser eficaz, ya está en marcha por parte de los gobiernos de la UE.
-Por último, sigue apareciendo en el programa de Podemos, no se sabe por cuánto tiempo, la subida del salario mínimo, la reducción de la semana laboral a 35 horas y el apoyo a la creación de cooperativas financieras. Se habrán quedado calvos de darle al magín con este último punto, con perdón por la chacota; es que la cosa clama al cielo… Las cooperativas y la promoción del cooperativismo son una constante más antigua que los semáforos. En tiempos de Franco había más cooperativas que autobuses. El sector olivarero español, el más potente del mundo, se ha organizado por el sistema cooperativo desde antes de que Solís Ruiz fuese Ministro Secretario General del Movimiento. Que buena parte de la industria del aceite español haya sido absorbida por capital francés (ahora Japón y Rusia parece que también quieren su parte del negocio), seguro que tiene que ver con la gestión de aquellas poderosísimas cooperativas oleícolas. La organización cooperativa es una bella idea que no garantiza nada. Como siempre, son la realidad y la capacidad de actuar con previsión y eficacia quienes lo determinan todo.
La constante reivindicación sobre el número de horas de trabajo semanales es una manía pendular en la izquierda: a veces más, a veces menos, a veces depende, a veces no se sabe. El antiguo sueño sindicalista de ocho horas de trabajo, ocho de cultura y ocho de descanso, suma veinticuatro. Ocho horas diarias en el tajo que luego fueron cuarenta semanales. Más tarde, ¿recuerdan?, «Trabajar menos para trabajar todos». El “Trabajar menos para trabajar todos”, defendido por UGT y CCOO y aplicado por sucesivos gobiernos del PSOE, allá por principios de los años 90, abrió la puerta a los contratos basura en España. Aquella dinámica de “flexibilidad”, además de servir de disparadero a dichos contratos basura, consolidó la tendencia al empleo precario, a tiempo parcial, los contratos efímeros, incluso trabajar gratis (sí, gratis del todo, la figura del “becario” chico/a para todo que se paga el autobús para ir al trabajo y de este modo “hace currículo” viene de aquellos tiempos). Y aquellos tiempos, quien tenga memoria lo recordará, fueron la época dorada de las ETT’s, las famosas Empresas de Empleo Temporal, unas a modo de oficinas de empleo privadas que actuaban en el mercado de la oferta-demanda del empleo basura, gestionaban en ambos sentidos y se quedaban con un porcentaje de los ya de por sí magros salarios que cobraban los usuarios de aquel sistema. Toda esta cutricia, toda esta ignominia, no fue un invento del capitalismo salvaje y explotador. Se inició, regularizó y potenció en épocas de gobernanza socialista y con la bendición sindical.
Después del “Trabajar menos para trabajar todos”, llegó la sociedad del ocio. Cuanto menos se trabajaba, más tiempo había para dedicar a la vida cotidiana, ámbito dorado donde iba a darse la auténtica revolución, la de las costumbres, ya que en otras instancias más decisivas del sistema, y por designio inapelable de los teóricos de la izquierda, no era posible. (Me refiero a la transformación revolucionaria de la sociedad, evidentemente).
Posteriormente surgió el asunto de la inmigración. “Los inmigrantes hacen el trabajo que no queremos”, decían: las faenas desechadas por estos finos proletarios españoles que por lo visto sentían una fobia insuperable a subirse al andamio, limpiar parques o cuidar ancianos. Eso decían. Mentían, como es natural, pero lo decían, y muchos lo siguen diciendo.
Habría que decir algo más sobre esta obsesión de Podemos respecto a la banca pública. Imagino que lo plantean así, “banca pública”, por no mencionar la soga en casa del ahorcado y decir en lo que realmente piensan: nacionalización de la banca.
Si lo dejamos a secas en banca pública, conviviendo con la privada, ya se puede prever el panorama: una banca (la pública) que concede créditos en óptimas condiciones y obviamente está exenta de fiscalidad, compitiendo con una banca privada a la que se exigirá que rebaje notablemente sus beneficios y, a la vez, pague muchos más impuestos. Como la banca nunca pierde, ¿sobre quién recae la factura? Sobre los usuarios de la banca privada, quienes verán su crédito encarecido y con peores condiciones de contrato. Esa convivencia de banca pública/privada, basada en una competencia en desigualdad, acabará por reconducir a la inmensa mayoría de los potenciales clientes del crédito a la banca pública, con el consiguiente y desmesurado incremento de los pasivos, un pozo sin fondo de gasto “a riesgo”.
Si el reclamo de crédito se dispara, repercutiendo en el consumo, nos encontraríamos ante el absurdo y siniestro panorama de una banca publica, o sea, el Estado, que a toda costa y por principio legal sostiene una tendencia inflacionista desastrosa. Toda una demencia financiera. Un puro disparate.
¿No tienen memoria los dirigentes y cabezas pensantes financieras de Podemos? ¿No tuvimos bastante con el desmadre de las Cajas de Ahorros? Aquellas benéficas entidades sin de afán de lucro, dedicadas a sus obras sociales y demás servicios a la comunidad, a través de sus fundaciones, en cuyos consejos de administración se sentaban representantes de los partidos, los sindicatos, los ayuntamientos… Todo tan democrático, todo tan progresista… ¿Ya no recuerdan la orgía de despilfarro, enriquecimiento ilegítimo o directamente ilegal, amiguismo, evasión de impuestos y tráfico de influencias en que se convirtieron? ¡Bien cara salió a los españoles la genial idea del PSOE, allá a finales de los años 80, de “socializar el ahorro” a través de las Cajas!
Por no hablar de la responsabilidad (o mejor dicho: irresponsabilidad) de las Cajas de Ahorros en la pantagruélica expansión de la “burbuja inmobiliaria”, aquel desmadre especulativo, de raíz político-financiera, que prefiguró las condiciones objetivas para el drama del desempleo súbito en el inmenso sector de la construcción, la quiebra de cientos de miles de familias, los desahucios, el masivo abandono de solares y edificios a medio construir (con el consiguiente descalabro en cuanto a la ordenación urbanística de los municipios), y la caída en picado de la economía española.
En aquel festín de codicia y majadería participaron con especial fruición y entusiasmo los ayuntamientos y las Cajas de Ahorros. Unos ponían el terreno sobre el que especular, las licencias, la provisión de servicios básicos, y otros la financiación del maravilloso invento. Los promotores inmobiliarios medraban por las oficinas municipales como amos del cortijo, con aquella mezcla de cazurrería y prepotencia que los caracterizaba, convencidos de que eran los protagonistas e impulsores del mayor crecimiento económico en la historia de España (y bien supieron cobrar por el servicio prestado, las fortunas acaudaladas durante aquellos años fueron inmensas, y las deudas “colgadas” tras la debacle, más inmensas aún).
Nadie lo vio venir, ninguno quiso prever la catástrofe. Quienes insistían en la urgencia por analizar las bases fantasmales de aquella economía “del pelotazo” eran tachados inmediatamente de agoreros reaccionarios, enemigos de la prosperidad y otras estupideces. Los representantes en los consejos de administración de las Cajas de Ahorros de los partidos, sindicatos, ayuntamientos y fundaciones animaban sin cesar el “crecimiento”, insuflaban cantidades exorbitantes a la burbuja, cada vez más dinero y cada vez más barato; el precio de la vivienda llegó a niveles de auténtico disparate, en una huida “hacia arriba” en la estructura piramidal de aquel grotesco artificio. Un festejo que todos sabemos cómo terminó.
¿De verdad alguien cree en Podemos que aquella pasada experiencia, de la que aún no nos hemos recuperado ni remotamente, puede obviarse a la hora de plantear la necesidad de una banca pública? No cabe otra conclusión: piensan que somos débiles de memoria o lentos de entendederas, o ambas cosas al mismo tiempo.
Claro que, seguramente, los dirigentes de Podemos dirán que su banca pública no va a ser una segunda edición del festín de tiburones en que acabaron las Cajas de Ahorros, porque son ellos, no otros, ellos mismos quienes gestionarán y fiscalizarán rigurosamente el invento para que funcione; y ellos son honestos, transparentes y leales al pueblo. Nosotros, lo único que tenemos que hacer es creerlo. Y ya está, todo arreglado. De nuevo la fe como valor superior de la política de altas miras.
Aunque la obsesión por la banca pública sólo es parte del empecinamiento general de la izquierda por “lo público”. El dogma no puede estar más desacreditado a estas alturas de la historia, pero lo siguen manteniendo con admirable y (esperemos) candoroso tesón: lo público es bueno por sí mismo, lo privado es malo por naturaleza.
(Continuará…)