Título: “La capa de plomo”
Autor: Alain de Benoist
Alain de Benoist (Saint-Symphorien, Francia, 1943), es un filósofo inasequible a las modas y corrientes del pensamiento contemporáneo, del todo impermeable a las tendencias culturales que más han influido en el ideario colectivo de las clases medias y trabajadoras europeas durante el siglo XX y lo que llevamos recorrido del XXI, es decir, las ideologías —escribo “ideologías” en su connotación más estricta— nativas en el democratismo ilustrado, el izquierdismo premarxista, el socialismo utópico y el marxismo más o menos ortodoxo. Naturalmente, ese devenir incontaminado del pensamiento de Benoist respecto a las mayorías doctrinarias tiene una causa muy clara: su impugnación a la totalidad respecto al gran valor de la “igualdad” impuesto por el cristianismo desde los mismos cimientos ético/sociales de Europa y apuntalado por la revolución francesa, consolidado como principio indiscutible y obligatorio en toda sociedad que, conforme al pensamiento dominante, se identifique a sí misma creyéndose justa y moderna.
Ni cristianismo ni socialismo, ni “libertad, igualdad y fraternidad” ni capitalismo liberal. Para Benoist, el hecho de la diversidad humana y el derecho a la misma tienen más importancia que la vaporosa invocación a la igualdad, un concepto que admite muchas interpretaciones a la hora de concretarlo y que será definido como “igualdad absoluta y en todo” por el socialismo mientras que para las doctrinas liberales significa llanamente “igualdad de oportunidades”. El discurso filosófico moderno y mayoritario en lo que concierne a la organización de las sociedades y la discriminación de lo justo/injusto, igualitario/marginación, libertad/dictadura, se ciñe enfáticamente en torno a la imagen manufacturada del individuo; desde Descartes a Foucault, el ente humano conceptuado, sin condicionantes históricos, es epicentro único de ese compendio de deconstrucciones de los grandes valores de la civilización expresados en el lema dieciochesco, tantas veces repetido, de “libertad, igualdad y fraternidad”. Ni siquiera las doctrinas colectivistas más acérrimas, el socialismo y, en lo convivencial, el cristianismo, se han librado de esa presión hacia el subjetivismo individualista que da sentido, potencia y proyección de futuro a su postulado. De tal modo, nos encontramos con la paradoja de que socialistas/comunistas, social-cristianos, anarquistas y adeptos a parecidas cosmogonías aceptan como la cosa más natural de mundo la redefinición del individuo sujeto de derechos inacabables hasta el paroxismo de, por poner un ejemplo, la libre determinación del sexo; y encima lo toman como el no va más del progreso, la modernidad y la equidad, el beneficio sumo de civilizaciones admirables, tal como consideran al actual rejuntado de gente sin pasado —sin historia ni tradición— y sin futuro, que llamamos Europa. Para Benoist, por el contrario, el núcleo del desarrollo civilizacional no es el individuo sino la comunidad, el entramado forjado por la historia y depurado en el tiempo por la cultura y los valores compartidos con profundo sentido identitario. Desde tal perspectiva, el primer derecho de toda colectividad social —no sectorizada—, sería el de la supervivencia, lo que Ortega y Zubiri, respectivamente, llamaban “el derecho a seguir siendo” y la “voluntad de ser en la historia”. Oponer estos derechos al derecho de los individuos a derribar su entorno de referencias ético-culturales en beneficio del inmediatismo reivindicativo y de supuestos avances “de la persona”, genera, naturalmente, la tensión ideológica —esta vez hablo de lo ideológico en sentido amplio—, entre “progresistas” y “conservadores” o “disidentes” desde la tradición como Benoist.
Otra evidencia: ese posicionamiento de Benoist, argumentado durante décadas por medio de las asociaciones que ha presidido, las revistas que ha dirigido, los libros que ha publicado, los cursos que ha impartido y las conferencias que ha dictado, lo sitúa hoy, como no podía ser de otra manera, en el lado “incorrecto” de la historia, allá donde se autoexilian los insumisos del sistema. Por supuesto, la nueva censura del pensamiento único cae sobre él. Ha sido acusado de racista, xenófobo, neonazi, extremista de derechas, misógino… En fin, nada nuevo y nada que no siga causando estupor, por lo bruto y delirante, a quienes defendemos la libertad de pensamiento y expresión como única libertad real propia de la democracia verdadera —la idea no es mía sino de Pericles, allá por el siglo V antes de Cristo—. Y esa polémica tratada en sus aspectos más crudos es la que desarrolla Benoist en su último libro publicado en España, La capa de plomo, editado con primor profesional por la valiente editorial EAS. Digo valiente sin retórica, pues hace falta valor para continuar incansables con su tarea de publicación de libros contestatarios después del escándalo que les organizaron las masas órquicas de las redes sociales tras la atención que el programa Cuarto Milenio, de la cadena de tv Cuatro, dedicó a algunos de sus libros. Extraordinario esfuerzo y gallardo afán que los lectores de EAS agradecemos.
En este libro, Alain de Benoist nos advierte: el Gulag y los comisarios políticos no han desaparecido, siguen presentes y muy activos en nuestras sociedades para imponer el “pensamiento único” y censurar y aniquilar el pensamiento disidente. Benoist describe todo un sistema técnico-político-judicial-mediático dirigido al establecimiento del totalitarismo conocido como Nuevo Orden moral, impuesto por la Nueva Clase mundial; una perversa combinación del sentido inquisitorial del ejercicio del poder propio de la edad media y 1984 de George Orwell, todo ello en el ámbito estructurado de un mercado global plagado de mensajes demagógicos y presuntamente democráticos. El autor nos recuerda que “no hay nada más transparente que el vacío” y, por tanto, nos exhorta a “seguir siendo opacos”. Al menos así eludiremos la censura de la Nueva Inquisición.
Yo no perdería de vista este libro. Las cosas se pueden decir con más énfasis pero no con más profundidad y claridad que Benoist. Ya lo verán. O mejor dicho: ya lo leerán en cuanto se decidan hacia las páginas de La capa de plomo.