Hacia el final de una conversación acariciada por el humo del tabaco, como si de un púgil al que el adversario ha tocado el hígado, víscera prometeica, Santiago Carrillo se dolió ante la firmeza dialéctica de Gustavo Bueno. Ocurrió en el programa «Negro sobre blanco» presentado por Fernando Sánchez Dragó en TVE. Bueno acababa de publicar su libro El mito de la izquierda, en el que el viejo comunista, amparado por Zapatero, halló desagradables análisis y conclusiones. Apelando a la larga relación mantenida con el filósofo calceatense, Carrillo utilizó las artes adulatorias para, según percibió el propio Bueno, lanzar un sutil ataque cargado de sectarismo ante la atenta mirada de Sánchez Dragó, convertido en árbitro:
De todas maneras, mira Gustavo, sinceramente, yo tengo un gran respeto por ti, el reconocimiento de que eres un hombre sabio, […] pero a veces la sabiduría te coloca en una altura en la que se pierden los objetivos concretos… Lo que a un hombre de izquierda como yo, que te respeta, que te quiere, que sabe que tú eres un hombre de buena voluntad, desconcierta, en esos comentarios que haces en el libro, es que, objetivamente, parece como si estuvieras defendiendo al Partido Popular.
La respuesta de Bueno fue contundente:
¡Espabilad y no os consoléis con la Memoria histórica!
Recuerdo perfectamente aquella noche así como la que completaba la miniserie dedicada al libro de Bueno, el debate con el mucho más bronco Ignacio Sotelo, del que por entonces ignoraba las conexiones que mantuvo con el Comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura al que dediqué, años más tarde, y gracias a Gustavo Bueno Sánchez, un libro en el que aparecía Tamames, recientemente reaparecido de la mano de Sánchez Dragó. Precisamente en los momentos finales de aquel proyecto atlantista que se apagó con la democracia coronada bajo la que se dotó a España de una estructura autonómica federalizante, Sánchez Dragó invitó a Bueno a su programa «Encuentros». En el curso de una entrevista pausada, medida, Bueno desactivó la idea del paréntesis abierto y cerrado con Franco. A su juicio, la muerte del general no abriría una edad del oro para la filosofía española. El tiempo le daría la razón. Dos décadas después, Bueno publicó un extenso artículo titulado «La filosofía en España en un tiempo de silencio» que desactivaba muchos de los artificios de un gremio no caracterizado precisamente por su impiedad.
Leí poco al hiperliterario Dragó. Sin embargo, como en tantos otros hogares españoles, don Fernando siempre estuvo presente y justo es agradecer, en un tiempo en el cual la televisión mantenía su hegemonía mediática, su fidelidad a Bueno, a quien llevó con asiduidad a sus programas. Me distanciaba de él su espiritualismo oriental, me aproximaba a él su defensa de la nación española hasta el punto de compartir proyecto político. Gracias a Posmodernia tuve la oportunidad de comentar con él, durante unas jornadas cordobesas, algunos detalles recogidos en Nuestro hombre en la CIA, libro en el cual se reconstruye parte del mundo del que emergió más como alborotador que como el comunista que no fue. Hace apenas dos meses, de la mano de Unidos por la Historia, Sánchez Dragó tuvo la amabilidad de presentar mi libro Reconquista en una tarde que no pudo tener una segunda parte pues el escritor soriano, impenitente viajero, frecuentador de los mitos clásicos, se embarcó con Caronte.