Mi vida fue ajena a Gustavo Bueno y a la filosofía del materialismo filosófico, y prácticamente a la filosofía en general, hasta que allá por el lejano año 2000, a las puertas del tercer milenio y a punto de cumplir 20 años, pude conocer al que considero mi maestro. El responsable de esto tiene nombre y apellidos: Fernando Sánchez Dragó.
Aunque eso no hubiese sido posible sin que me lo diera a conocer, a través de un vídeo de VHS, ¡qué tiempos aquellos!, mi gran amigo Juan Pablo Cubero. No puedo recordar exactamente cuál fue el momento en que lo vi por primera vez (algún día de principios del año 2000), porque desde entonces las veces que explotamos ese VHS fueron bastantes.
Mi amigo llegaría a ver la doble entrevista hasta ¡60 veces! Sin exagerar. Cada vez que iba a su piso en la Macarena sevillana gastábamos la cinta. Hay que tener en cuenta, claro está, que por entonces para el gran público no existía internet, y ni mucho menos YouTube (que directamente no existía). Ahora es muy fácil ver cualquier vídeo, pero por entonces tenías que consumir lo que ofreciesen por televisión (aunque para el cine estaban los video-clubs y videotecas, y también la cartelera).
Pero he de confesar que si no es por la atención que le puso mi amigo (que -como digo- llegaría a ver la entrevista unas 60 veces) es posible que aquella ceremonia televisiva (aunque fuese por televisión material) se me hubiese pasado simplemente como una entrevista más o menos interesante o muy interesante pero nada más. Pero al verla varias veces pude captar, al menos desde mi por entonces corto entendimiento (ahora no es que sea mucho más largo, aunque un pequeño tirón he pegado), la profundidad de las palabras del entrevistado, que trascendieron mi mero interés psicológico.
Pero si no es por Sánchez Dragó mi amigo jamás hubiese visto esa entrevista y por tanto yo tampoco. Y entonces hubiésemos tardado algo más en conocer a Bueno, o a saber si en otro contexto lo hubiésemos despreciado y jamás hubiésemos atendido a su filosofía como merece, a causa de los prejuicios, la desidia o lo que fuese. Son ucronías, no podemos saber qué hubiese sido de nuestro desarrollo filosófico y de nuestras vidas en general si no hubiésemos visto esa doble entrevista. Y me consta que no son pocos, de hecho son muchos, los que conocieron a Bueno gracias a la misma, es decir, gracias a Dragó. Pues sí, conocer a Bueno nos cambió la vida y -ni que decir tiene- nuestra concepción del mundo y de la realidad en general.
La realidad es que Dragó, a través de la 2 de Televisión Española (ahora «Espantosa»), emitió de domingo a domingo esa colosal doble entrevista, es decir, no sólo fue una entrevista de una hora y punto; cosa muy importante, pues dos horas fue tiempo suficiente para que Bueno se explayase y sorprendiese a mi amigo, que por entonces había acabado la carrera de filosofía en la Universidad de Sevilla. Yo por entonces ni siquiera me planteaba estudiar absolutamente nada, y posiblemente -visto en retrospectiva- aquella entrevista fue el primer empujón para que yo también empezase a estudiar en la misma Universidad de Sevilla la carrera de filosofía siete años después.
También fue determinante, tres años después, en 2003, la retransmisión del Congreso de los Jóvenes Filósofos, que precisamente se celebró en Sevilla. Pero mi amigo y yo lo vimos por televisión material, ¡y de qué manera! Era un domingo cualquiera, salimos a dar una vuelta por esas Alamedas junto a otro amigo y al volver pudimos ver el vídeo, pues Cubero lo había dejado programado ¿Os acordáis de cuando se dejaba programado el vídeo? Ahora nos parece algo pre-histórico. Pues bien, al visionar la cinta quedamos impactados al ver a un Bueno enérgico, contundente, graciosísimo y -como siempre- riguroso e incontestable. Cuando la tensión entre Manuel Fraijó y José Antonio Marina contra Bueno llegó a su apogeo Dragó tuvo que salir al paso y decir el ya mítico: «¡¡¡Los anuncios, puñetas!!!».
Cubero y yo acabamos subiéndonos por las paredes, con un subidón tal que a ver cómo puñetas nos íbamos a ir a la cama. Nos quedamos un buen rato reflexionando sobre lo que habíamos presenciado. Después de semejante espectáculo aquel domingo, obviamente, dejó de ser «cualquiera». Fue un programa glorioso y todo un acierto de Sánchez Dragó el aceptar la invitación de los organizadores y de grabarlo para su programa en la televisión pública. Un debate histórico de la televisión en España que para mí personalmente fue trascendental.
En 2004 tuve el honor de conocer a Bueno en Oviedo, para acudir a dos jornadas de filosofía pensada contra Immanuel Kant en Gijón. Después lo vería en 2007 durante cinco días en Santo Domingo de la Calzada, nación biológica de Bueno. La última vez que lo vi fue en 2009 en Sevilla, tras ofrecer una conferencia en el Hotel Lebreros. Al evento me acompañó mi amigo Javier Pérez Jara que, Junto a Cubero, fue importante para que captase la importancia de Bueno y de la filosofía en general.
Buena parte de nuestros temas de conversación en las noches veraniegas de Cortegana iban sobre Gustavo Bueno y también sobre los programa con Dragó: los ya comentados más los debates con Santiago Carrillo e Ignacio Sotelo, donde Bueno también estuvo esplendoroso. Todas las intervenciones de Bueno en Negro sobre blanco presentado por Don Fernando Sánchez Dragó fueron fundamentales para encender la llama del entusiasmo en mi pecho y enderezar mi cabeza hacia el amor por la filosofía.
Tuvieron que pasar más dos décadas, desde la doble entrevista, para conocer en persona a Fernando Sánchez Dragó. Fue un 7 de septiembre de 2022 en Córdoba, con motivo de las jornadas de la Universidad de Verano que organizó Posmodernia. Me pareció un hombre muy educado y muy amable. Todo un caballero. Era cercano y simpático. También pude conocer a su novia: Emma. Una mujer muy simpática y muy inteligente. La verdad es que fueron muy amables, encantadores.
Don Fernando se ganó aún más mis simpatías cuando me dijo que lo que se estaba diciendo en los medios oficialistas sobre Putin, Rusia y la guerra en Ucrania era una absoluta patraña. Coincidí plenamente. Le dije que «Putin es un ser superior» y él asentó diciendo que era el gran político de nuestro tiempo. Totalmente.
Cuando en la cena de gala (debo confesar que todos iban de gala menos yo, ¡qué se le va a hacer!) uno de los oradores que intervino en los discursos a los postres, un polaco, lanzó algunas proclamas contra Rusia y contra Putin, Dragó y yo nos mirábamos y discrepábamos entre risas y un poco de indignación, pero prevalecieron más las carcajadas que la ira. Una cena de gala no es la mejor ocasión para invadir Polonia, aunque yo no fuese de gala. De todos modos fue una velada estupenda y para mí un honor pasar dos buenas noches con aquel que me hizo conocer a Gustavo Bueno, cosa que le agradecí personalmente y se lo agradeceré eternamente.
Gracias por todo y enhorabuena por haber vivido una vida completa, ¡llena de libros y de mujeres!, muriendo sin enfermedades y con lucidez; muriendo -tal y como lo hizo Bueno y en la famosa entrevista se lo dijo al propio Dragó- «con las botas puestas».